¿Por qué las mujeres no protestan en Cuba?
Estoy en Buenos Aires, Argentina. Donde el 8 de Marzo, Día Internacional de la Mujer, 200 mil mujeres marcharon desde la Casa de Gobierno al Congreso de la Nación, en el centro de la ciudad. Una marcha más, que nunca es sólo una más. Ha habido decenas de movilizaciones desde 2014 a las que han asistido cientos de miles de mujeres cada vez. Ahora mismo hay decenas de ellas acampando en la Plaza del Congreso pidiendo por la despenalización del aborto. Las veo y pienso en Cuba, donde es inimaginable la organización y movilización de tantas personas para exigir sus derechos.
En una pancarta, pegada a una pared de mármol con estilo francés, de esos edificios típicos del centro porteño, leo “Chiara Páez, con 14 años y embarazada, fue asesinada a golpes por su novio”. Su cuerpo —cubierto de moretones— fue enterrado en posición fetal. La historia de Chiara me recuerda a la cubana Leidy Maura Pacheco, una muchacha de Cienfuegos de 19 años, madre de un bebé de meses, violada y sepultada por tres hombres. La única historia de una mujer brutalmente asesinada que he leído en la prensa nacional-estatal desde que tengo memoria. Aunque en el artículo nunca se le haya llamado al crimen por su nombre: feminicidio, como una muerte violenta de una mujer por razones de género. Este crimen no está tipificado en el Código Penal Cubano y la prensa oficial rara vez menciona la palabra correcta para contar estas historias. Si no es noticia es porque no pasa.
Viajar es una manera de saber qué está pasando o dejando de pasar en casa. En Cuba no son públicas las estadísticas de feminicidios, ni tampoco disponemos de otros datos de violencia de género. A ciencia cierta nadie puede asegurar qué tan aislada es la historia de Leidy, o cuán distantes estamos del contexto argentino.
Caminé por la Avenida Rivadavia, “la más larga del mundo” dicen los argentinos. Allí los lemas de cada marcha de mujeres son #NoEstamosTodas y #NiUnaMenos. Las manifestaciones, en un país donde se cometieron 290 feminicidios durante 2017 tienen un eje central: basta de violencia de género.
Las avenidas del centro de Buenos Aires están llenas de volantes y pancartas con historias de mujeres. En otro afiche que quedó de las movilizaciones, pegado a una pared sobre la Avenida de Mayo, hay un retrato de un taxista. Es una foto de un metro cuadrado “escrachándolo”. En 2017 ese taxista de la Provincia de Buenos Aires golpeó a su esposa hasta dejarla en el piso, inconsciente, casi muerta.
Lo más cercano que tenemos en Cuba a cifras oficiales son los resultados parciales de una encuesta nacional del Instituto de Estudios de la Mujer. Según el estudio, el 39,6% de las entrevistadas aseguró haber sufrido algún tipo de violencia por parte de su pareja en algún momento de su vida. Un número que no es despreciable, y menos si consideramos que en estas cuestiones, hay muchas entrevistadas que no registran ni admiten ser blanco de violencia por parte de sus parejas; pero, aun así, ninguna de estas mujeres marchó el 8 de marzo último, ni el anterior, ni el anteaño.
Desde que recuerdo, esa fecha suele pasar sin penas ni glorias en Cuba. Este 2018, aparte de alguna que otra declaración del espacio Bertha Cáceres del Instituto de Filosofía y la iniciativa Grl Power —una muestra de 15 dibujos feministas— para ser tatuados en mujeres y que declara la soberanía de estas sobre sus cuerpos, nada ocurrió.
Mientras 70 países fueron convocados al paro, mientras veía en Argentina el reclamo por la despenalización del aborto (algo que, nobleza obliga, funciona bien en Cuba); en la isla caribeña se vendían tarjetas con flores y se alababa el rol de la mujer en los logros socialistas. Pareciera que las cubanas no tienen ningún motivo por el cual marchar, a pesar de que la agenda del paro no es tan distante a nuestra realidad.
Las marchas del 8 de Marzo, el movimiento #NiUnaMenos, el #MeeToo, la huelga de actrices y directoras en el Festival de Cannes. De manera global se está denunciando la invisibilidad del trabajo no remunerado que realizamos desde lo privado. También en Cuba. La doble jornada, como suele llamársele, no entra en las cuentas del PIB, ni en otro indicador económico. Se le considera trabajo no productivo y no recibe reconocimiento en el sistema de seguridad social. En Cuba casi la mitad de las mujeres en edad laboral, siguiendo esta lógica, no producen; aunque realmente sí lo hacen desde los hogares, muchas en condiciones de carencia.
Desde 1959, el gobierno revolucionario se identificó con una premisa de igualdad de derechos y oportunidades para todas y todos. En sus mismos inicios, crearon la Federación de Mujeres Cubanas para canalizar las demandas de este sector, se otorgó una licencia de maternidad extensa, así como una de paternidad. El Estado, además, encontró soluciones equitativas a disparidades en cuanto a derechos políticos, laborales, sexuales, acceso a la educación, salud, tierras. En ningún lugar de Latinoamérica existe algo así. Si miramos bien, desde México hasta Brasil, Argentina o Chile donde últimamente las mujeres alzan su voz y salen millares a la calle para protestar, donde aún persisten las luchas por la despenalización del aborto; Cuba se alza como referente. ¿Por qué no seguir a la delantera derribando el machismo?
No puede analizarse la situación de las mujeres en la isla sin hablar sobre cómo somos víctimas del acoso callejero constantemente, sin que haya políticas públicas que lo frenen y pensar, también, sobre la falta de transparencia del gobierno alrededor de las cifras de feminicidios u otros tipos de agresiones. Una transparencia que tampoco se le permite al periodismo. La única revista nacional que se autodefine feminista es víctima constante de acoso hacia sus editores, a quienes se les regula arbitrariamente su salida del país o se les intimida. Se trata de Alas Tensas, cuyo único delito ha sido contar la agenda feminista cubana sin la supervisión del gobierno.
Vivimos en un país machista donde a las trabajadoras sexuales se les manda a prisión, lo que no ocurre con los hombres trabajadores sexuales; donde todavía se culpa a las víctimas y se justifica o naturaliza la violencia hacia las mujeres “porque algo hizo ella para merecerlo” o porque “él no es así, solo tuvo un mal día”. Un país que tampoco aprueba el matrimonio igualitario o contempla la existencia legal de asociaciones feministas o de cualquier tipo de asociaciones en general. La única organización que puede representar a las mujeres es estatal.
Vivimos en una isla donde, como ha escrito la investigadora Ailynn Torres Santana, las mujeres estamos “subrepresentadas en el sector no estatal de la economía, que es el que provee mayores ingresos; que tenemos una mayor carga de horas de trabajo en el hogar; que contamos con una precaria infraestructura de los cuidados; y donde el actual proceso de transformaciones está develando desigual empoderamiento entre hombres y mujeres”. Ese es el país donde seguimos viviendo el día a día sin que nadie marche para decir que algo está mal. El problema no es que “estemos peor” o “mejor” que en el resto de Latinoamérica, el problema es que no terminamos de saber cómo estamos. El problema es la apatía, la decisión de no hacer nada. El silencio.
Publicado originalmente en: IWPR
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