Raquel Vinat de la Mata: “A partir de ahora las matronas cubanas amamantarán a sus hijos con la leche de la libertad” (Primera parte)

La obra de Raquel Vinat amplía notablemente el estudio del papel que ha jugado la mujer cubana en la Historia.

Raquel Vinat de la Mata, historiadora cubana.
Raquel Vinat de la Mata, historiadora cubana.

Raquel Vinat de la Mata ha hecho aportes muy significativos al estudio de la mujer cubana. Es de las pocas historiadoras de la isla que ha trabajado el tema de la mujer desde su historia. Algunos de sus libros son imprescindibles para comprender el tema, entre ellos, Luces en el silencio: educación femenina en Cuba (1648-1898); Las cubanas en la posguerra (1898-1902); Después de la guerra… ¿la paz? Situación de las mujeres en Cuba durante el primer gobierno republicano (1902-1906). Asimismo ha publicado artículos académicos en revistas en esta línea temática en Cuba, Venezuela, República Dominicana, Estados Unidos y España. Ha impartido conferencias en el Centro de Cultura Cubana de Nueva York. Retirada desde hace algún tiempo, continúa, afortunadamente, siendo una penetrante investigadora y fascinante conferencista en esa área.

La pasión por la Historia

Estimada Raquel, usted abrió mucho del camino para un estudio histórico de la mujer cubana. ¿Cuándo y cómo se decidió a emprender esta ruta?

No me sucedió como a mi siempre respetado amigo y colega, Julio González Pagés, quien, desde su vida estudiantil, e inspirado por el amor de su madre a la historia de Cuba, sintió la necesidad de indagar y promover la vida y obra de nuestros antepasados. Labor excelente que lo convierte en el real iniciador de estos temas en Cuba.

Yo deseaba ser arquitecta. El diseño, los cálculos, el recrear ambientes y la decoración interior eran mi pasión y sueño juvenil, estimulada por mi padre. Él, con la paternal ilusión de ver hecho realidad mi sueño, acudió a la Escuela de Arquitectura y salió emocionado cuando un profesor le susurró: “la niña promete”. Pero a partir de 1959 la situación política y algunos conflictos familiares fueron como una ráfaga que me despertó y una chillona alarma me colocó frente a una realidad donde mi sueño no tenía cabida. Divorcio de mis padres, estreno de mi madre en la vida laboral con un salario bajo, radicación de mi padre fuera de Cuba, separación del resto de la familia y de mis entrañables amistades. Todo de súbito y en coro durante esa tremenda y sensible fase de la adolescencia en la que aún no aceptas las verdades ni conoces cómo contener las desgarraduras. Ante mí, pues, una única opción: ayudar a mi familia y comenzar mi vida laboral. Y fue una opción que nunca estuvo en mis planes ni sueños.

Con 17 años me vi frente a una ruinosa aula de los años de 60. Tan llena de alumnos que yo no sabía cómo enfrentarlos. Pasé un curso de tres años del que me gradué de psicometrista. Entonces, no me podía percatar de cuánto me aportaría para las futuras reflexiones analíticas que debía encarar cuando un nuevo giro en mi vida me situaría no frente a un grupo de niños con trastornos de personalidad, sino a la desbordante población cubana del siglo XIX, perfil investigativo que me fue asignado después de graduarme de la carrera de Historia (realidad que tampoco estaba en mis sueños de adolescente ni en mis proyectos de joven trabajadora). Pero un brusco cambio en el Sistema Nacional de Educación determinó que ya no se requería de psicometristas.

Por tanto, como estaba en medio de mi segunda licencia de maternidad y mis colegas se atrasaron en matricularme en lo que ahora deseaba: Matemáticas, sin consultármelo, me matricularon con ellos en la carrera de Historia. Lo hicieron bajo el pretexto de que yo tenía dos bebés y así podría estudiar con ellos. Ira, desencanto y cuántas cosas más sentí durante días, hasta que llegó mi primera clase. Pero ese día tuve a una profesora, cuyo nombre hoy no recuerdo, que me impulsó decisivamente a estudiar la carrera.

Así se inició mi encuentro con la historia de mi país. Por esa vía llegué a la investigación y al descubrimiento de un comercio entre República Dominicana, Puerto Rico y mi país con los Estados Unidos en los años veinte del siglo pasado. Era un desconocido, pero muy lucrativo negocio en que humildes costureras de esos tres países confeccionaban casi clandestinamente maravillosas prendas de lencería femenina, que se vendían en las más exclusivas tiendas de EE.UU. Nadie, ni los más respetados historiadores, podía ayudarme. No había, aparentemente, ninguna información. Así fue que conocí el Archivo Nacional de Historia. A través de la prensa de la época encontré nombres, datos de un valor incalculable. Pero lo más importante es que pude conocer a algunas de aquellas mujeres porque estaban vivas y me dieron información invaluable. Me regalaron ráfagas de sus valiosos testimonios y sentí que yo finalmente había encontrado mi rumbo.

Y me nació un amor profundo y tenaz por la Historia, que ahora sería la razón de mi labor. Mis antepasados devinieron mi orgullo. Sí, no fue mi trabajo; era vibrar. Sin ella, ya no sé cómo vivir.

El naciente feminismo cubano en el siglo XIX

Mujer cubana en la guerra del 68
Foto tomada del libro “Damas, esfinges y mambisas. Mujeres en la fotografía cubana 1840-1902”, de la curadora y crítica de arte cubana Grethel Morell.

En su opinión autorizada, ¿cuáles fueron los principales obstáculos y logros de la mujer cubana en el siglo XIX?

Primeramente debemos definir de qué mujer estamos hablando. Es necesario deslindar este tópico, pues el recurrente defecto de la narrativa histórica, a escala universal, muestra una realidad global donde la unilateralidad ahoga las diferencias, viciada por reflejar como típica la vida de los segmentos favorecidos por la fortuna. Presentada la dama adinerada y culta como imagen general de la población femenina, solo contrasta con su par antagónico: la esclava sometida, servil e ignorante. En Cuba, al priorizar el polarizado binomio burguesía esclavista-esclavos se oculta la realidad existencial del segmento poblacional medio y, paradójicamente, aquí es donde se concentra la significativa masa femenina laboralmente activa y productiva (tabaqueras, costureras, maestras).

La diferencia en cuanto a la realidad existencial de las mujeres está condicionada por las distancias entre ellas, por desigualdades dadas por la posición socioeconómica, racial y hasta regional; sin olvidar los prejuicios creados por los credos religiosos. Los conflictos entre criollos y peninsulares también tuvieron su repercusión en las mujeres, especialmente cuando se hacían cada vez más agudos. Los relatores en su mayoría han excluido estos temas. Razón esta que hace muchas veces imposible visualizar de qué manera y con qué intensidad se manifestaban los conflictos intragenéricos, y cómo el hegemonismo androcentrista afectaba a cada estrato poblacional femenino, amén de sus normativas discriminatorias de general aplicación. La interrelación del comercio con otros países favoreció la actualización de Cuba en materia ideológica y cultural, al llegar a nuestras costas no sólo productos de consumo, sino también perspectivas de análisis renovadoras.

A despecho de que las mujeres de la isla mantenían una cercana relación intergenérica (según refieren las fuentes de la época), el flujo informativo proveniente de los avances logrados por el movimiento emancipatorio de los europeos y estadounidenses debió impactar a las criollas anhelantes de un cambio en la obsolescente y desigual correlación hombre-mujer tanto en la esfera familiar como social. No podemos afirmar categóricamente que en Cuba el despotismo machista haya sido más tolerable que en otras regiones; sin embargo, la descripción de la vida sociocultural, al menos de La Habana y las capitales de provincia, refleja un acercamiento regularmente armónico. Y esta aceptación recíproca favorecía el intercambio para construir un ambiente aparentemente estable.

Las guerras, al igual que otros procesos, al alterar el orden público-social también extendieron su frenesí al área doméstico-privada. La reclamada participación de las mujeres de todos los estratos en la contienda, determinó importantes transformaciones. Una singularmente importante es el “descubrimiento” de las potencialidades femeninas. Tanto en la isla como en la emigración, las mujeres cubanas ofrecieron muestras de estoicismo al estrenarse muchas de ellas como jefas del hogar. En rigor, el cambio de mentalidad de la sociedad tras la guerra de 1868-1878 fue un salto en la calibración del sujeto femenino hasta entonces nunca visto ni sentido, no sólo por los hombres, sino también por las propias mujeres.

En el tramo de entreguerras (1879-1894), acciones significativas como insertarse en los estudios universitarios (logro cultural raramente reconocido por la historiografía cubana hasta hoy), la ampliación del poder comunicativo mediático a través de publicaciones periódicas de temática femenina, la fundación de gremios femeninos y la inclusión de sus demandas en los congresos obreros, la declaración pública del ideario feminista por parte de algunas cubanas, y la apertura de opciones laborales antes privativas de los hombres. El salto fue significativo, pero las reservas y trabas causadas por una mentalidad sexista y regionalista se mantenían.

Las barreras más fuertes eran aquellas que llevaron a fraccionar a la población no blanca en la rivalidad y tirantez entre negros y mestizos. Además, la mentalidad sumisa de un sector de las mujeres que las convertía en reproductoras inconscientes de su propia anulación. En tal sentido, la intelectual camagüeyana Aurelia Castillo, en un artículo titulado “Esperemos”, publicado en 1895, realizó una importante disección del problema del cual alertaba al naciente feminismo insular. Ella denominó a aquellas mujeres sumisas como un ejército de momias que al menor contacto con el aire se desmoronan”. Y la Castillo insistía en que estaban perfectamente acomodadas a la tutela masculina, pues tenían quien pensase y actuase por ellas. No sólo los estratos más humildes, sino también aquellas que buscaban desprenderse del dominio anulador, debían y estaban dispuestas a asumir el reto.

Ya la llama de las reivindicaciones, encendida con la nueva antorcha independentista, preparaba nuevos caminos también para la mujer en la isla. Ahora había que sembrar para ver si el suelo daba frutos, si las semillas eran las adecuadas y si las sembradoras aplicaban las técnicas inteligentes en la temporada más fértil. Mucho quedaba por andar todavía.

Grandes mujeres olvidadas en la historia de Cuba

Escultura en bronce de Paulina Pedroso en el paseo marítimo de Tampa.
Escultura en bronce de Paulina Pedroso en el paseo marítimo de Tampa.

Usted es una especialista en el papel desempeñado por las mujeres cubanas en las luchas independentistas del siglo XIX. Me interesaría mucho que compartiera con nuestros lectores acerca de aquellas mujeres que han sido silenciadas por la historiografía cubana hasta hoy.

Son muchas las figuras olvidadas. Resumir la valía de estas cubanas resulta imposible en tan poco espacio, pero al menos unas palabras de homenaje podrán inspirar posteriores estudios.

Una de esas mujeres fue Ana Josefa Agüero, quien además de prima segunda era la esposa del patriota camagüeyano Joaquín de Agüero. Formó parte del primer grupo de mujeres que apoyó públicamente el movimiento armado. Este movimiento entonces separatista realizó la primera sublevación armada entre dos regiones: Camagüey y Trinidad. La no organización de un plan de huida ante un posible fracaso, la traición y la inmadurez determinó su fatal desenlace. Ana Josefa y otras mujeres encabezaron una campaña para impedir el fusilamiento de los patriotas apresados. Lanzaron una singular, pero osada convocatoria de protesta pacífica para que las mujeres cortaran su cabello a la altura de los hombros en señal de protesta. Era un acto muy riesgoso, pero lo hicieron. Acudieron ante el obispo Claret en busca de clemencia y el prelado intercedió infructuosamente ante las autoridades. Declaró entonces estas proféticas e inolvidables palabras “De incurrir en el error de eliminar físicamente a estos jóvenes, a partir de ahora las matronas cubanas amamantarán a sus hijos con la leche de la libertad”.

Tras el fusilamiento de Joaquín de Agüero y sus compañeros. Los familiares del patriota culparon a Ana Josefa por una supuesta irresponsabilidad que habría delatado el plan subversivo cuando se confesó con su sacerdote, quien violó el sagrado secreto de confesión en informó a las autoridades españolas. La joven viuda debió partir al exilio con sus dos hijos pequeños, uno de los cuales murió. Sola, con la ayuda de algunos de sus compatriotas, difícilmente sobrevivió. Años después recibió con esperanzas el inicio de la gesta de 1868. Dos meses después, murió. Al cumplirse el centenario de Joaquín de Agüero, un miembro de la familia escribió un folleto que revela con pruebas que un primo de Joaquín de Agüero, involucrado en la acción, incumplió las órdenes por él recibidas y las autoridades encontraron en su casa los documentos necesarios para apresar a Joaquín de Agüero. Este hecho demostraba la inocencia de Ana Josefa. Sin embargo, todavía hoy en ciertos libros la consideran culpable.

Otra de estas mujeres fue Paulina Pedroso. Esclava liberta, emigró a los Estados Unidos durante la guerra de 1868 y se unió a los grupos independentistas de entonces. En 1892 conoció a Martí y lo acompañó en sus recorridos por Tampa y Cayo Hueso. En uno de ellos, el Apóstol fue envenenado, pero salvó su vida gracias a los cuidados de Paulina y de un médico cubano. Cuando hubo una crisis en la recogida de fondos, ella y su esposo propusieron al Partido Revolucionario Cubano vender su humilde casa de huéspedes —único sustento de la pareja— y así lo hicieron. Al terminar la guerra y volver a la isla, el primer gobierno republicano jamás le ofreció ayuda económica. Sola, anciana y vieja vivió los últimos años de su vida de la caridad pública. Poco antes de morir solo pensó en ser enterrada envuelta en una bandera cubana y en el pecho su mayor tesoro, la foto que Martí le dedicó, “A mi madre negra”. Esto no aparece en ningún libro de historia de la isla.

María Luisa Dolz Arango, de familia pudiente, desde muy joven se dedicó a la docencia y su escuela privada concedió becas a estudiantes pobres. Su prestigio como promotora de la educación femenina le mereció que el misógino engranaje colonial le permitiera ser la primera directora cubana en ofrecer estudios de enseñanza media. Incansable promotora del avance cultural femenino, postulaba que la educación era la vía para la liberación de la mujer y viajó a los Estados Unidos y a Europa a fin de estudiar y aplicar proyectos pedagógicos de avanzada, entre ellos laboratorios para la experimentación teórico-práctica, calistenia para la educación física, tertulias literarias escolares para desarrollar la libre expresión, etc. Pese a recibir premios de diversas instituciones e integrarse a grupos de atención a la instrucción pública, a inicios de la República, no fue nombrada para dirigir la Escuela Formadora de Maestros. Sus discursos constituyen hoy uno de los más vibrantes recursos de movilización y transformación pedagógica y social. Valientemente se autoproclamó feminista en un medio tan agresivo como aquel. Participó en la asistencia a mujeres desvalidas y a niños sin amparo. Fue invitada al Primer Congreso Nacional de Mujeres celebrado en Cuba en 1923. Las actuales generaciones de maestros en Cuba desconocen totalmente el legado de esta brillante mujer.

Edelmira Guerra Valladares es a mi juicio uno de los casos más claros del silenciamiento por parte de la historiografía insular y de la denominada Federación de Mujeres Cubanas. En muy breve síntesis, esta patriota formó en Cienfuegos durante la guerra de 1895-1898 el club patriótico “Esperanza del Valle” con integrantes de ambos sexos. Por la valiosa información acerca del movimiento y acciones de las tropas enemigas en las zonas, el alto mando del Ejército Libertador la reconoció como una de sus más destacadas agentes. Madre de cuatro hijos y esposa de un destacado médico, su aparente adhesión a España le permitió reunir en su mansión a funcionarios del gobierno y militares y así obtener subrepticiamente información valiosa.

Al terminar la contienda bélica presentó a la dirección política de la futura República un documento (único de su tipo encontrado hasta el momento) que recogía las principales demandas del pueblo. La relevancia del “Programa Revolucionario”, que así se llamó el documento, radicaba en ser el primero en exigir para las cubanas el derecho al sufragio, al divorcio, al trabajo y la eliminación de la prostitución, así como controlar la influencia del clero en la vida femenina. En 1908 muere muy tempranamente (42 años) y su familia la homenajeó al crear un pequeño museo con las reliquias de la patriota feminista. Pero no ha habido desde 1959 una mención, ni un reconocimiento a esta figura por la Federación de Mujeres Cubanas y tampoco está en los planes de estudios de ningún nivel académico en Cuba.

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