La mujer cubana en la guerra del 68

“Aunque todavía no existe un relato orgánico de la participación de las mujeres en la historia de Cuba, la guerra del 68 ha sido a menudo reconocida como ‘la guerra de las mujeres’.”

| Escrituras | 25/03/2024
Mujer cubana en la guerra del 68.
Foto tomada del libro “Damas, esfinges y mambisas. Mujeres en la fotografía cubana 1840-1902”, de la curadora y crítica de arte cubana Grethel Morell.

La mujer cubana no siempre formó parte del discurso reflexivo de la historiografía insular especialmente en lo concerniente a las contiendas bélicas del siglo XIX. Los análisis y valoraciones realizadas por buena parte de nuestros historiadores han tenido una visión esencialmente patriarcal de los acontecimientos, batallas y la vida en el campo insurrecto. El problema es mucho mayor, porque todavía hoy no existe dentro de los estudios historiográficos insulares un relato orgánico de la participación de las mujeres en la historia de Cuba. Es imprescindible emprender estudios históricos que permitan reconocer a las cubanas, a través de los tiempos, como sujetos sociales. Véase lo que advierte la investigadora Joan W. Scott:

El movimiento de las mujeres entrañaba la existencia de las mujeres como categoría social aparte y definible cuyos miembros sólo necesitaban ser movilizados (más que considerarlo como un conjunto dispar de personas biológicamente similares cuya identidad estaría en trance de ser creada por el movimiento). La historia de las mujeres confirmaba así la realidad de la categoría mujeres, su existencia anterior al movimiento contemporáneo, sus necesidades, intereses y características intrínsecas, dándoles una historia.[1]

Investigadores como Raquel Vinat de la Mata, Teresa Fernández Soneira,[2] Bárbara Potthast, María del Carmen Barcia y José Abreu Cardet han enfocado su atención en la participación de la mujer cubana en las campañas independentistas del siglo XIX. La ensayista cubano-americana Uva de Aragón, en su prólogo a un texto de Teresa Fernández Soneira, habla sobre la difícil situación que enfrentaron las cubanas en los distintos escenarios de la guerra:

La Guerra de los Diez años […] ha sido llamada con frecuencia “la guerra de las mujeres”. Las criollas se involucraron por sus ideales patrióticos, otras siguieron a sus esposos, y se fueron a vivir a la manigua, pues no había otra forma de eludir al enemigo. Como consecuencia, en los campos de Cuba hubo bodas, muchos partos y tristemente, entierros de demasiados niños que no pudieron vivir en tan precarias condiciones. También hay historias de presas políticas, deportaciones, exilios, separaciones, mujeres que trabajaron en tierras extrañas para sacar adelante a sus familias mientras los esposos arriesgaban la vida por la libertad de la patria.[3]

Cuando Uva de Aragón se refiere a que esta primera contienda independentista fue denominada “guerra de las mujeres”, se está apoyando en la afirmación del historiador y político español Antonio Pirala, quien escribió y publicó en 1896 sus tres tomos de Anales de la Guerra en Cuba. En sus páginas reconoce el papel de la mujer cubana en estas contiendas:

Las mujeres son las que han hecho la insurrección en Cuba. Ellas, si no fueron las primeras en manifestarse […] hablaban sin ambages ni miedo; a nosotros los españoles de nuestros desmanes; a los suyos, los cubanos, de sus derechos desconocidos y de sus deberes. Antes de la insurrección se despojaron de sus joyas para cambiarlas por hierro. Después que estalló, como las matronas de Roma y de Esparta, les señalaban el camino a los suyos y les decían: “Allí está vuestro puesto”. Y los seguían, compartían con ellos los azares de la lucha, todos los rigores de la intemperie. O para dejarlos desembarazados y expeditos volvían a las ciudades escuálidas, casi desnudas, moribundas, viudas unas, otras con los huérfanos al pecho, secos por el hambre y las enfermedades. Habían visto también con los ojos secos, los cadáveres de sus esposos, de sus hijos […] Y siempre firmes, decididas, haciendo en su interior votos fervientes al cielo por el triunfo de los suyos.[4]

Por su parte, José Abreu Cardet en su libro Las fronteras de la guerra. Mujeres, soldados y regionalismo en el 68 toca zonas muy sensibles de la realidad de las mujeres que acompañaron a los combatientes y a los jefes del mambisado en la primera gesta independentista. Abreu Cardet se detiene en ese otro lado mucho más silenciado aún en el discurso historiográfico insular cuando se refiere a las campesinas, las antiguas esclavas, las negras y mulatas que convivieron con la tropa y que ejercieron como enfermeras y cuidadoras de los enfermos; o también, a las que se convirtieron en las amantes de aquellos luchadores independentistas.

Foto tomada del libro Damas, esfinges y mambisas. Mujeres en la fotografía cubana 1840-1902, de la curadora y crítica de arte cubana Grethel Morell.
Foto tomada del libro Damas, esfinges y mambisas. Mujeres en la fotografía cubana 1840-1902, de la curadora y crítica de arte cubana Grethel Morell.

Solo algunas de ellas hoy pueden ser identificadas; porque las otras hoy no son otra cosa que nombres ya olvidados, si es que legaron a ser mencionadas en los diarios de campañas de aquellos soldados, ellas, luchadoras a la par que los varones, ni siquiera pasaron a formar parte del imaginario colectivo insular, algo que, en cambio, sí sucedió con las inolvidables soldaderas de la Revolución mexicana. Mujeres de la guerra, no otra cosa fueron al decir de Abreu Cardet:

No exigieron, en los días terribles de la guerra, nada de los hombres. En la paz no reclamaron alguno, ni siquiera el derecho elemental a que se les recordara. Pero siempre estuvieron presentes a la hora de resolver las necesidades de los héroes de tener una mujer y un hogar. ¿Cómo presentarlas en estatuas, en pinturas alegóricas de la guerra, en seriales y programas de televisión? No es imaginable que al lado de la estatua de mármol o bronce del gallardo general mambí que adorna los parques de la mayoría de las ciudades cubanas, se sitúe algo que recuerde a la mujer —o las mujeres, pues algunos de nuestros héroes tuvieron más de una— que en los días más aciagos de la guerra lo recibió en su bohío creándole un cálido mundo de detalles que le hacían olvidar la quemante realidad de la contienda. Tampoco es imaginable que junto a las fotos de esas bellas, delicadas y en ocasiones cultas esposas de los grandes caudillos mambises se coloque el dibujo de la guajira o la liberta de mirada hosca y aguda, como si buscara todavía el rastro más insignificante que le revelara la posible presencia de la contraguerrilla implacable.[5]

Lo afirmado por Abreu Cardet fue una realidad de la que participaron, en su inmensa mayoría, las mujeres patriotas en Cuba. También, por supuesto, aquellas que en el Camagüey, territorio especialmente castigado por la contienda, se fueron a la manigua. La situación de las familias alzadas fue muy heterogénea porque no todas contaron con los mismos beneficios y posibilidades, no solo dentro del campo como escenario de la guerra, sino tampoco en los escasos poblados donde pudieron establecerse en busca de una mejor situación.

Las diferencias clasistas no se borraron con la guerra: al contrario, se hicieron más lacerantes. Las familias de buena parte de los jefes tuvieron, por lo general, una mejor situación. Un testigo de entonces, el abogado Antonio Zambrana, figura clave junto con Ignacio Agramonte en la redacción de la Constitución de Guáimaro, escribía sobre estas circunstancias en el año 1869:

En efecto, más que en ninguna otra parte, fue unánime en el Camagüey, el movimiento contra el antiguo gobierno; las familias abandonaron la ciudad, y se vinieron a los campos, viviendo en sus fincas con todo el refinamiento y elegancia a la que estaban acostumbrados, y como la guerra se hacía federalmente, por decirlo así, sin perjuicio de reunirse cada vez que se consideraba ventajoso, todo jefe defendía su campo y su casa; combatiendo por esta razón de tal manera, que si no hubiesen llegado a faltar las municiones; el Camagüey habría sido inexpugnable.[6]

No corrieron igual suerte las mujeres de los soldados sin recursos. Algunas de ellas, como apunta Abreu Cardet: “[…] acababan en la prostitución debido a la miseria en que vivían […]. Esto ocurría si eran familias de campesinos o peones”.[7]

La situación de la mujer en el escenario de la guerra no fue en absoluto fácil. Muchas murieron fusiladas o asesinadas por las tropas españolas o por los guerrilleros. Igual suerte corrían los niños y adolescentes; en ocasiones masacraban de manera despiadada a familias enteras como ocurrió con las hermanas y sobrinos de Ignacio Mora, esposo de Ana Betancourt. Esas familias se asentaban en lugares temporalmente seguros, pero cuando llegaba el momento de abandonarlo todo, como consecuencia de la dureza de la guerra, las mujeres acompañadas por sus hijos y parientes no dudaron en marchar hacia entornos más difíciles. Como apunta Antonio Zambrana:

Los Recio, los Varona, los Boza, los Mola, los Agramonte, los Castillo, todas las estirpes […] marcaron con su sangre orgullosamente las tierras de su heredad, y cuando se hizo conveniente la devastación, como medida de guerra, cada cual aplicó la tea a sus habitaciones y construyó su hogar en el interior de los bosques, demostrando que para defender la patria tenía la misma abnegación y el mismo valor que para defender a la familia.[8]

Por otro lado, estaban también las mujeres que desde las ciudades apoyaban de forma clandestina y resuelta a las tropas insurrectas. Ese fue el caso de muchas camagüeyanas. Estas, en su mayoría, acabaron incorporándose a la lucha armada mientras otras marchaban al exilio para desde allí, a través de clubes patrióticos, continuar su colaboración con la causa independentista.

Club femenino de cubanas en el exilio. Foto tomada del libro “Damas, esfinges y mambisas. Mujeres en la fotografía cubana 1840-1902”, de la curadora y crítica de arte cubana Grethel Morell.
Club femenino de cubanas en el exilio. Foto tomada del libro Damas, esfinges y mambisas. Mujeres en la fotografía cubana 1840-1902, de la curadora y crítica de arte cubana Grethel Morell.

Antes del inicio de la guerra, la mujer de Puerto Príncipe tuvo una decisiva participación en las actividades antiespañolas. No más recordar la conspiración de Joaquín de Agüero en 1851. Las principeñas, en un auténtico acto de dignidad y valor, se cortaron el cabello, se vistieron de negro y salieron a las puertas de la calle por donde caminaría el patriota hacia su martirio. Fue una demostración de valentía y patriotismo. Aquel hecho dio como resultado una copla muy popular que recorrió todo el Oriente del país:

Aquella camagüeyana
que no se cortase el pelo
no es digna que en este suelo
la miremos como hermana.

La historiadora Teresa Fernández Soneira refiere:

Según el historiador Francisco Ponte Domínguez esto de cortarse las guedejas ya había ocurrido en 1807, antes de que se fijara el primer pasquín separatista en un palacio de la ciudad del Tínima. Por eso Ponte Domínguez afirma que fueron las mujeres las primeras en significarse y mostrar sus ansias de libertad.[9]

Domitila García de Coronado fue una de las camagüeyanas que sobresalió desde muy temprano por sus ideas independentistas. Mujer singular que aprendió desde muy joven el oficio de tipógrafa y que ejerció el periodismo con hondura y elegancia. Mientras vivió en Manzanillo y antes del alzamiento de 1868 ya había fundado con su padre el periódico La Antorcha que tenía un corte independentista. Después de El Céfiro dio vida a otros periódicos y revistas como El Eco de Cuba y El Laborante, este último también con un marcado carácter independentista.

No debe extrañar entonces que, llegado el momento de iniciar la contienda bélica de 1868, las camagüeyanas marchasen a la manigua. Una parte de ellas seguían a sus esposos y al calor de la lucha tomaron conciencia de que se luchaba por la independencia de Cuba. Hubo familias que llevaron consigo hasta su piano, como también consta que hubo tertulias literarias en la manigua, pero los rigores de la lucha terminaron por hacer prácticamente imposible la continuación de una cierta vida cultural organizada en el campo insurrecto. No obstante, el haberlo intentado deja bien claro el valor de la cultura para la sociedad principeña de la época.

Esas patriotas, acostumbradas a las comodidades de la vida social y familiar, así como al disfrute de una animada cultura artística antes de la guerra, pronto se convirtieron en enfermeras, costureras militares y practicaron múltiples oficios para apoyar a las tropas mambisas. Muy pronto llegaron a ser uno de los blancos de las tropas españolas, que se ensañaron contra ellas con una crueldad y violencia nunca antes vista en la historia insular.

No sé si esas mujeres tuvieran todas una percepción clara de que estaban evolucionando hacia una conciencia más lúcida de su papel social con las tareas impuestas obligatoriamente por la guerra, ni si comenzaron paulatinamente a superar la dependencia de los esposos o de los hermanos. Estas circunstancias contribuyeron a que adquirieran mucho más tarde conciencia de su independencia y peculiaridades como sujetos sociales. Pero no fue algo que ocurrió de inmediato. Se trataba de un profundo cambio de mentalidades y es algo que no se produce de manera espontánea porque depende de muchos factores sociales y sicológicos muy complejos. Lo mismo ocurrió con las cubanas obligadas al exilio.

La mujer cubana tuvo un peso muy fuerte en las campañas bélicas de la isla. Su valor y heroísmo vuelven a estar presentes hoy en los días difíciles que vive el país bajo la dictadura comunista. Responden, pues, a una tradición de lucha que no puede ser olvidada por el régimen en la hora actual.


[1] Joan W. Scott: “Historias de las mujeres”, en: Peter Burke y otros: Formas de hacer la historia, p. 75.
[2] Investigadora que vive en los Estados Unidos. Tiene a su haber un importante estudio en dos tomos denominado: Mujeres de la patria. Contribución de la mujer a la independencia de Cuba.
[3] Uva de Aragón: “Prólogo”, en: Mujeres de la patria. Contribución de la mujer a la independencia de Cuba, p. 14.
[4] Antonio Pirala: Anales de la Guerra en Cuba. Ediciones de Felipe González, Madrid, 1896, t. 1, p. 335.
[5] José Abreu Cardet: Las fronteras de la guerra. Mujeres, soldados y regionalismos en el 68, pp. 42-43.
[6] Antonio Zambrana: La República de Cuba, p. 103.
[7] Ibídem., p. 13
[8] Antonio Zambrana: ob. cit., pp. 103-104.
[9] Teresa Fernández Soneira: Ob. cit., t. 1, p. 85.

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