El alma en vilo (nomadismos IV)

"Por la Calle 8 de Miami, cerca del Restaurante Versailles, se concentran las manifestaciones políticas de los cubanos, ¿por qué estas personas necesitan manifestarse?"

| Mundo | 22/12/2021
"Patria y Vida". Fotos: Nelly del Río

Un muchacho, una bandera

Otra vez salgo a caminar por el barrio, que no solo está cerca de la Calle 8 (en Miami) sino que se ubica a pocos metros del Restaurante Versailles, donde desde hace décadas se producen las manifestaciones políticas de la emigración cubana. De hecho, antes de salir escuché a un comentarista de TV recordando lo más repetido sobre la ciudad: “que es la capital del exilio”… razón por la cual, a veces nos quieren más, y a veces nos quieren menos que a otros inmigrantes.

Caminaba sin rumbo fijo, cuando vi a un jovencito empeñado en cubrir el parabrisas de su auto con una inmensa bandera. Un jovencito ¡solo! un muchacho acabado de llegar de su trabajo, pienso. O tal vez de la escuela, donde intentará aprender Inglés junto a todo lo que debe aprender, en la mayor brevedad posible. Escucho voces gritando consignas, con el acento que mejor conozco. Siento el incesante rugir de las bocinas, de los cláxones: decido acercarme.

«Adónde vas».

¿Por qué estas personas necesitan manifestarse? ¿Por qué, si al parecer tienen lo que han buscado? Simplemente porque no es así: vienen a este lugar para expresarse. Para mostrar sentimientos tan profundos y legítimos como el amor a lo suyo. Porque aun estando lejos, su país les importa, y esta es la opción que tienen para expresarlo, sin límites a las palabras, sin límites a las expectativas del mundo en el que quieren vivir, y al que están dispuestos también a contribuir.

«A la plaza».

No sé por qué piensas tú

En un libro de Nicolás Guillén, publicado en 1937, se lee: “No sé por qué piensas tú”, un poema que forma parte de su colección Cantos para soldados y sones para turistas donde, después del título, su autor escribe: “A mi padre, muerto por soldados”. Y es que Nicolás Guillén (Urra) veterano de la guerra del 95, amigo de Rosa la Bayamesa, fundador y director de un periódico republicano había caído en los montes al sur de la ciudad Camagüey, durante la “Guerrita de la chambelona, así que a los 15 años, su hijo debió asumir la mayoría de edad, y acompañar a una familia, fundamentalmente femenina.

«Hoy como ayer».

Su poema es un diálogo con el soldado, pero también con el lector: “No sé por qué piensas tú, / soldado, que te odio yo/ si somos la misma cosa yo, tú”. Es un romance libre, que por su tono de sencillez, llega, y se queda en la memoria. De manera que muchos años después fue musicalizado por Ana Belén, quien grabó el disco La paloma de vuelo popular, con esos textos de Guillén, interpretados más tarde por Joan Manuel Serrat entre otros muchos artistas, amigos por entonces de una isla que los ilusionaba.

«Observatorio».

Avispas negras

El dolor del poeta impregna a los versos de una inquietud infrecuente en su lírica, que celebra más bien la explosión y el triunfo de la vida. Pero allí hay soldados que matan, y soldados que mueren, sangre sobre las líneas férreas, sobre los campos de caña, sobre el asfalto: gente cuyas vidas se cierran temprana y bruscamente: “…cuatro soldados callados, / que están amarrados, / lo mismo que el hombre amarrado que van / a matar”…

«Soy mi bandera».

Yo, fiada en la compasión que trasuntan, los recordé ante la expectativa de un joven que desfilaría con una flor blanca, para confirmar si al día siguiente podrían salir (sin peligro) en una marcha programada para exigir cambios al gobierno. Con el alma en vilo, pensé en tanta gente que tiene una vida, unos anhelos… Como en los días de julio, volví a sentir miedo al recordar a otros jóvenes, que, con su amenazante indumentaria, dominaron las calles. ¿Qué los lleva a hacerlo? ¡son tan jóvenes…! Casi como el muchacho que acabo de ver, fijando la bandera de su país al auto, para manifestar abiertamente su compromiso.

«Confluyendo».

Esos muchachos han paseado por las mismas calles, han estudiado en escuelas semejantes. ¿Qué los ata? ¿Qué los mueve? ¿Únicamente otro ciclo de violencia? Pienso, pues, en la trágica frase al centro de Underground, aquel filme de Emir Kusturika que nos estremeció por los años 90: “Ninguna guerra es una guerra hasta que un hermano mata a su hermano”.

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