Acoso sexual callejero en Cuba: ¿qué podemos hacer? 

Muchacha en medio de multitud oscura.

Es de mañana, camino por una cuadra en la que por lo general a esa hora son escasos los autos y los transeúntes, a mi derecha veo un jardín maltratado, pues está lleno de escombros, montones de arena, sacos de cemento… hay una obra en construcción. Sigo, a unos cuatro metros de mí un hombre apura el paso y pega su cuerpo a la verja, es un albañil, me mira y sonríe. No lo conozco. Cambio de acera. Él empieza a hacer un sonido parecido al que hacen los chorros de agua cuando se rompe una tubería, algo como psst, psst, y me dice que por qué me fui, si él no muerde. Sigo mi camino, él queda atrás murmurando sabe Dios qué cosas. Lo que acaba de suceder no ha sido nada comparado con otras vivencias que he tenido. Pero ha sido. Tuve que cambiar de acera y ya sé que hasta que no terminen la obra no debo andar por allí.

H es más audaz. En una ocasión un anciano la siguió y le fue diciendo obscenidades hasta que ella lo encaró de repente y le aclaró, con palabras nada cultas (tal como las que empleaba su acosador) que si ella accedía a que tuvieran sexo él no iba a durar más, pues su corazón no resistiría y moriría de un infarto. El anciano se sintió ofendido. ¡H osaba faltarle el respeto! Así que dejó de expresar sus ganas de dormir con H y pasó a otra clase de violencia verbal.

Y así, in crescendo, una tarde C se dirigía a sus clases en la universidad, el transporte público iba, como siempre, atestado, dice C que ella estaba muy pendiente de su bolso para evitar a los carteristas, muy pendiente de mantener el equilibrio entre tanta gente, anhelante de llegar a su parada de una buena vez. C no estaba pendiente del hombre que, pegado a ella, se masturbó y dejó semen sobre su ropa.

Caricatura: un bate de béisbol reacciona como "un pene" al paso de una mujer. Se ve el logotipo del equipo "Industriales".
Caricaturas, canciones y otras manifestaciones culturales cubanas, tienden a naturalizar el acoso sexual y las demostraciones de machismo, como si fueran pruebas de «cubanía».

Los dos primeros son casos de acoso sexual callejero. El caso de C es mucho más grave: ella fue víctima de ultraje sexual. El problema es que uno puede conducir al otro, pues el acosador puede “conformarse” con emplear el piropo lascivo y soez, pero también puede desear ultrajar a la mujer. Los espacios donde se concentran multitudes son los favoritos de los que buscan tocar el cuerpo de la adolescente o mujer, sin embargo, los exhibicionistas suelen acudir a zonas poco transitadas. Les gusta provocar miedo y tener su cuota efímera de poder sobre la víctima, es evidente que en situaciones así la mujer está desprotegida. En conversaciones con amigas he comprobado que todas somos y hemos sido víctimas de acoso sexual callejero, por lo menos desde la adolescencia. Al abordar este tema lo más común es que compartamos nuestras experiencias y tips para librarnos de los acosadores: “lo mejor es ignorarlos”, “si estás sola agarra una piedra y amenázalo”, “si vas en una guagua dile que se aparte”. O sea, la mujer sale a la calle a estudiar, trabajar, buscar alimentos o simplemente, pasear, y tiene que estar pendiente de cómo defenderse de los acosadores.

Una joven holandesa llamada Noa Jansma ha utilizado las redes sociales para denunciar esta situación. Emplea su perfil de Instagram @dearcatcallers (queridos piropeadores) para subir los selfies que se hace con los hombres que le silban o la ofenden en los espacios públicos. Así los pone en evidencia a ellos, tan hábiles en el arte de disimular y esconderse.


Foto de Noa con un acosador a sus espaldas, de las que suele publicar en su Instagram.

Hay que reconocer la responsabilidad que tenemos todos ante este problema. Hay mujeres que consideran el piropo como una confirmación de su belleza, e incluso, llegan a reprocharse a sí mismas si ningún hombre celebra su aspecto. Debemos estar conscientes de que no necesitamos la opinión de un hombre en la calle para sentirnos bellas; no debemos entregarle a otro el derecho de juzgar nuestro cuerpo, pues eso significa aceptar su influencia en nuestras actitudes y no creo que cualquier desconocido merezca ese privilegio. Además, la línea entre el piropo que elogia y el que agrede es muy estrecha y depende hasta del humor que ese día tenga el acosador.

En la educación de los niños también tenemos gran responsabilidad. En innumerables ocasiones he sido testigo de cómo a los varones, apenas empiezan a contar uno con el dedo índice, los familiares le preguntan: ¿y cuántas novias tiene el niño? Otra constante es: ¡Mira a la niña, ¡qué bonita es, dile algo! En muchas familias hasta les enseñan a hacer gestos con sus diminutas manos que indiquen que la niña (o muchacha) es apetecible. Después de algo así, por lo general todos ríen y exclaman, ¡cómo sabe este muchacho!, sin comprender el daño que están reproduciendo al inculcar esas actitudes. Daño a la mujer y al hombre también, pues debido a la presión social hay hombres que se sienten obligados a piropear para confirmar su virilidad ante los demás. Si en la actualidad no existen vías legales para defendernos de los acosadores, al menos podemos permitirles a los niños que sean simplemente eso, niños, y no deformar su educación sexual con elementos de acoso y de imposición de reacciones machistas ante lo femenino.

El problema es muy complejo, a las adolescentes y mujeres el acoso les puede provocar daños emocionales. Después de lo vivido, C tuvo que seguir asistiendo a sus clases en la universidad, pero nunca ha vuelto a sentirse segura en el transporte público. Apenas un desconocido se le acerca, se disparan sus alarmas y no puede pensar en nada más que en proteger cada parte de su cuerpo. El hombre que la ultrajó debe de andar por la calle, buscando víctimas, protagonizando anécdotas sórdidas, “amparado” por las multitudes y por la escasa percepción de riesgo que existe en Cuba, del delito al que él se ha aficionado.

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