Esgrimir la palabra
Musa, no ser púgil es no ser.
Wislawa Szymborska
“Esgrimir la palabra” es una frase lexicalizada con la que no se abre una reflexión seria. En el trato común perdió prestigio, y el uso abusivo nos ha llevado a olvidar su origen. Pero al poner atención, nos damos cuenta de que contiene una metáfora; y es posible ver a la palabra librando un combate, haciendo una gimnasia con toda la fuerza que supone. ¿Y dónde nació esta frase? ¿Durante la Revolución francesa? Posiblemente, ya que fue escenario de adiestramiento de esta esgrima. Aunque, vaya paradoja, el destino de ese evento histórico llega a ser tan brutal como escasamente comunicativo.
La cuestión es que, de esa, o de alguna contienda más antigua, nos quedó la herencia de esgrimir la palabra. En todo caso conviene preguntarnos algunas cuestiones: ¿Quién se atreve a ser? Porque ser es expresión, de modo que hay que decidirlo. Hay que disponerse a enunciarlo, hay que atreverse. Según Saussure, el habla es: “un acto individual de voluntad y de inteligencia”. Ni irreflexivo, ni pasajero. No, si se aspira al vínculo. Hay que construir un discurso de lo que se es, y obrar en consecuencia con ese fundamento, con esa definición que nos va a identificar. Luego, sin una expresión de lo que se ha barruntado y concluido que se es, no hay modo de ser. Más tarde, el darlo a conocer significa existir para los otros, lo que lleva sus propios arreglos.
Parece muy simple, y lo es, pero cuánto nos cuesta la simpleza. Volvamos a plantearlo: la expresión lleva consigo una definición que va más allá de nosotros, y es que no somos sin aquellos con quienes convivimos. De manera que el ser que es, y resulta capaz de trascender las barreras del no ser para expresarse, se enfrenta a todo aquello que no es. Justo en el escenario de su enunciación, ocurre la batalla. Digo batalla por tratarse de un término exacto. De hecho, ser es violentar. Ser implica valor y también implica coraje para defender ese valor.
Sobre esto reflexiona María Zambrano, esa penetrante mentalidad femenina de estirpe ibérica: […] “toda expresión requiere una cierta violencia. En rigor, la expresión nace en la queja; y la queja implica una cierta rebeldía, una independencia y una afirmación de existencia de quien se queja, que así se defiende; así se afirma”.1 Lo curioso de su idea es el hecho de haberse enunciado en un medio tal vez imprevisto: “Pensamiento y Poesía en la Vida Española”. Tanto es así, que en el texto apenas vuelven a hacerse referencias a la mujer. Y no es que las excluya, es que examina un campo cultivado sobre todo por los hombres.
La escritora estaba preocupada por el instante que vivía: la Guerra Civil terminaba, y una larga lista de sus más nobles sensibilidades habían muerto, estaban en prisión, o habían partido a una diáspora forzosa. Entonces escribe: “la tremenda tragedia ha puesto al aire [y] ha descubierto las entrañas mismas de la vida”. Tal vez por eso notifica lo que ella ha observado, y antes de seguir con su tema, define algo que es muy atractivo: “Puede ser esta la razón, de por qué el hombre ha alcanzado la más alta cima de expresión, mientras que la mujer […] apenas balbucea”.2
Se siente allí una verdad soterrada, que quiero poner en primer plano: para llegar al discurso, el sujeto de la expresión ha de sostener una práctica, un oficio de la expresión, que es el camino para el crecimiento, la forja de una coherencia, la solidez estructural definitiva de un ser. Hay que hablar, y hay que pensar mucho, si se quiere superar el mero balbuceo. Y un detalle importante: hacen falta espacios concretos, y abstractos, para expresar el torrente, y sostener la esgrima.
Ese texto constituye una exploración en el territorio espiritual de los hombres. La vida de su país había conocido el heroísmo de las mujeres; pero no eran quienes conducían las luchas, como tampoco habían escrito la generalidad del corpus del pensamiento y la poesía de esa nación. No se trata de que no fuera el móvil de la voz de aquella escritura, más bien es que el país cuyo pensamiento, poesía, y vida misma exploraba, no había dado lugar a la expresión de un sujeto femenino lo bastante visible como para estar mejor representada dentro de su texto. Las violentas jornadas al lado de sus hombres, y por su propia libertad, no habían logrado aún que ellas fueran.
Y no para allí, aquella voz subraya el móvil de la falta de expresión: “Es porque la mujer no se queja, ni se revela. [Se] oculta detrás de los acontecimientos que la conmueven; detrás de ellos, sentada como en el fondo de su casa”. Y no parece estar hablando de la rebeldía de lo privado, aunque ello pueda ser origen y entrenamiento para la rebeldía pública. Ni siquiera habla de la rebeldía política, o de la participación que históricamente tuvo la mujer, en la defensa de sus ideales. Habla de la necesidad de una mayoría femenina hablante, y habla de un sujeto mujer, más participativo en el testimonio de lo vivido. Habla de la necesidad de un lenguaje, que la emanciparía.
La idea concluye con lo que veo como una invitación al desarrollo de nuestras subjetividades: “El hombre, en cambio, se queja, y en quejarse está su poder de expresión, su capacidad maravillosa de dar forma a lo que por él pasa”. Es sólo un párrafo, y continúa agrupando razones, formulando uno de los discursos más hábiles que se hayan intentado para comprender el devenir del alma de su raza. Y hay que atender a esta brillante intelectual, a quien debemos en Cuba toda una etiología de la insularidad, nacida al calor de sus vínculos con el grupo Orígenes.
Escrito al pasar en aquel ensayo, sigue dando cumplimiento a los objetivos de su búsqueda; pero en esas líneas nos deja todo un semillero para el debate. Ya en posesión del tesoro, urge señalar algo clave: el sujeto marginado es responsable de su emancipación, lo que ha de nacer de su capacidad para construir un mundo, y expresarlo. Su toma de conciencia, su construcción de un perfil que lo descubra, es el punto de partida de su libertad, y la libertad no se logra fácilmente. Es una búsqueda asociada al debate. Aun cuando el texto tenía otros propósitos, nos alerta sobre algo que evolucionaría en la medida que avanza hacia un conocimiento mayor de la vida y la representación de la mujer española en la literatura.
Tal es así que en un texto posterior, enfoca de manera específica la imagen de la mujer, aunque lo haga a través de la obra de un hombre, el novelista canario Benito Pérez Galdós. En esta observación de lo femenino, donde ya ha tenido lugar una conciencia de género, María Zambrano nos dice: “Cuando Galdós levanta su edificio novelesco la mujer ha alcanzado la existencia individual. Ya la delicada vida europea estaba llena de ‘mujeres’. Antes del Romanticismo en el XVIII, el prodigio sucede y es una de las novedades embriagadoras de esta vida maravillosa que nace. La mujer ha bajado a este mundo, existe de veras, y en él el hombre la encuentra con una realidad propia: antagonista real liberada de la cárcel de sus sueños”.3
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Volviendo a la idea de esgrimir la palabra es fundamental que ubiquemos la atención en el sujeto (femenino) que somos, estar atentas desde esa perspectiva, para evitar la condición de objeto. Ese es un buen principio para dialogar desde nuestras propias energías, forjar una expresión, y hacer una buena práctica de la esgrima: una queja de índole más profunda, y de sustancia productiva. Esto es, participar de una expresión, que no esté necesariamente sujeta a las leyes del arte, y es urgente en la vida pública.
Sin dar más vueltas, tiene que haber un periodismo desde el género. Tiene que haber una expresión de ese tipo que responda a una estrategia, y que abarque todos los medios posibles. Es una actividad política. De qué habla hoy la creadora: de violencia, de servilismo, de prostitución, de caída moral, de intolerancia. Habla de sentimientos e ideales positivos, aún en medio de ese desajuste. De eso tiene que hablar el periodismo de género. La inmediatez de la queja respecto al suceso, es un principio; pero cada vez es más urgente llegar a las personas. Inquietar a la televisión y la radio. Remover los medios y desenmascarar esas señales del peor patriarcalismo, que consumimos a diario, y no son más que formas veladas de injusticia social.
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Hace unos años llegué a casa de mi madre con un descubrimiento. En mis lecturas de género acababa de encontrarme con Mariblanca Sabas Alomá. Ah, me dijo, como a quien descubre el agua tibia, mi padre la adoraba. Hijo de pobres inmigrantes canarios, mi abuelo consiguió su primera tierrita comprando y vendiendo ganado allá por los años en que Mariblanca escribía para la revista Carteles, y se erigía por su constancia, en un símbolo ético y una militante de la opinión en Cuba. Como tantos criollos mis abuelos seguían su pensamiento y dialogaban con ella. Entendí por qué mi abuela me dijo un día que había soñado con ser periodista.
¿Cómo yo desconocía a esta mujer? ¿Cómo tenía que aparecer un libro para que conociera su obra? El descuido era salvado entonces, por el trabajo de otras mujeres. Gracias a ellas supe de sus demandas a favor de los hijos ilegítimos. Hasta la fea palabra bastardo, fue condenada en sus artículos. Desde esa revista, sospechosamente burguesa, habló del daño que nos hacen el chisme y la murmuración. Habló del adulterio y de la cobardía femenina, del derecho al sufragio de la mujer, de la mujer que vive en el solar, del pago humillante a la mujer trabajadora; hizo reseñas críticas, a textos literarios tan diversos, como los de la escritora Teresa de la Parra y los de Carlos Montenegro.
Luchar porque el pago a una mujer fuera equitativo respecto al de un hombre que hiciera idéntica labor, era una cuestión de principios, pero también era una forma concreta de ayudarla. Era un tanto a favor de su independencia económica. Era sacarla a veces de la indigencia y de la decadencia moral a que podía llevarla una posición de miseria. Y era capaz de dirigirse, directamente, a quienes concebían proyectos que no eran más que paliativos para entretener a las afectadas, y así postergar la solución de las iniquidades que las degradaban a ellas y a toda la sociedad.
Uno de aquellos textos de Carteles marca el límite de su osadía: “El Máximo Gómez”. Y lo abre con una de esas opiniones de mujer incómoda, una clásica opinión de género. Groso modo dice, que mientras transcurría apaciblemente la República, Cuba entera podía ver en Santiago una estatua erigida al soldado americano y otra al español, mientras brillaba por su ausencia una estatua al soldado mambí. En La Habana, la mejor plaza, comenta, era la del Maine: “mientras Martí se muere de cursilería en el cursilísimo Parque Central”.4 Todo eso, mientras las grandes damas se paseaban con abrigos de piel bajo un sol digno de cuerpos más vivos y dispuestos.
Así introduce el tema, pero de lo que quiere hablar es de algo más humillante. De un barco-prisión de la época que fue llamado Máximo Gómez. En apenas tres cuartillas expresa su inconformidad, habla de indiferencia y olvido, de ingratitud y desidia. Se increpa a sí misma porque a la vista de un delincuente ha dicho alguna vez: “a ese deberían mandarlo para el “Máximo Gómez”. Propone un cambio de nombre del barco a quienes podían hacerlo. Se dirige al secretario de Guerra y Marina, al Jefe del Estado Mayor del Ejército, y al mismísimo presidente Gerardo Machado.
Tal vez convencida de que esto no era suficiente, cae en un punto que merece meditación, por lo que trasciende a nuestros días: “Las personas honorables sienten deseos de evitar que este crimen se siga cometiendo, pero no se atreven a hablar en alta voz; la característica cubana de la protesta a sotto voce se manifiesta una vez más”.5 Por lo que nos dicen los libros de historia, semejante audacia podía costar muy cara en el machadato. Me pregunto cómo hizo esta mujer para expresarse de esta forma, y me respondo: al coraje de esta voz hay mucho que agradecerle. Cumplía con una labor importante de su oficio, la movilización de la opinión pública, aquella en la que mis abuelos se formaron, y por la que creyeron en esa tan inmaterial como dudosa cuestión que es hoy día, la justicia social.
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Por qué no daría lugar la prensa cubana actual a un trabajo tan revolucionario como el realizado por aquella militante de izquierda. Qué periodista, hombre o mujer, ha intentado seriamente una visibilización sistemática y a fondo de inquietudes semejantes, de dolores que no conseguimos aquietar. Desajustes que al desestabilizarse el sistema económico hace más de veinte años, han tomado cuerpo y deteriorado nuestro espacio vital. Cómo no hay uno que emprenda un análisis a fondo de la violencia entre los jóvenes, o de la desilusión que los afecta, o porqué la mayoría ha perdido la fe en todo cambio hacia relaciones más afincadas en el presente. Cómo no surge un proyecto así desde las instituciones estatales.
Asumir el asunto de género de una manera activa, ocurre hoy en cualquier parte del mundo. Se trata de un deber: “El feminismo […] pertenece al amplio frente de los movimientos de carácter fundamentalmente contracultural, alternativo. Éste reúne a todos los grupos “minoritarios” que se han rebelado contra los modelos dominantes de cultura, vida social, civilización.6 Es, por índole natural, inquietante.7
Hay que dar la queja. Aprovechar lo que ha pasado, conocer nuestro devenir y ser conscientes de ese provecho para trasmitirlo y mantener un diálogo vivo, como forma cabal de superar el estancamiento. Como en los buenos cuentos tiene que haber conflicto para que sobrevenga la paz. Tiene que haber algo que estremezca la actitud adormecida. Una práctica constante de la expresión, un debate, una cierta violencia que libere al sujeto y lo establezca en una escala superior. Cuando se da esa queja se pueden distinguir los matices de la expresión y hallar el estado justo para la creación.
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La mujer que se propone hacerse de un lenguaje (de un ser), sabe que carga con unas armas, y sabe bien cómo esgrimirlas. Eso es ideología, y es principio de poder. El sistema como imaginario de un ser, es una expresión trascendente. No importa que al margen del arte, los discursos de sobriedad establezcan su dominio. La mujer creadora sabe cómo expresarse. Otra cosa es la política, y hay que saber cuál es la nuestra, para utilizarla como vía de expresión. Las pequeñas minorías saben crearse plataformas hábiles para lograr su propósito. Tal vez no hacen una revolución. Establecen un lenguaje, y lo hacen visible, para que tribute a su favor.
Mariblanca tenía conciencia de ese poder. Cuando escribe una reseña sobre la última novela de Teresa de la Parra, se dirige a ella directamente, y le dice: “Nos has dado lo mejor de tu espíritu. Pero queremos más: queremos la savia de tu idea, el jugo de tu pensamiento. Te hemos adivinado a través de tu Ifigenia a través de tu Memorias de Mamá Blanca, rebelde, pensadora, revolucionaria. Mañana, ah, mañana.8
Ahora ya sabemos que la escritora venezolana sobrevivió pocos años a esa demanda, y la había cumplido. Probablemente estuviera investigando la historia de las mujeres en el continente, cuando la periodista escribía. Lo cierto es que pronto recorrió varios de nuestros países, impartiendo una serie de conferencias, que serían publicadas bajo el título Influencia de las mujeres en la formación del alma americana; y se sabe que al morir estaba escribiendo una biografía novelada sobre Bolívar. Desde su creación estética y más allá de ella, penetró el corazón de la historia, de su raza, y de su género. Profundizó y entendió el mundo en que vivía, para dejarnos una sustanciosa herencia.
Muchas mujeres desarrollamos una escritura al lado de la propiamente artística: ya sea periodismo, o ese tipo de escritura confesional que son las cartas, los diarios; y hasta los textos que hoy se generan, de manera espontánea, en las redes sociales. Esas palabras movilizan nuestro entorno, trazan el aspecto de una época, y son otra forma de manifestarla. Estas son las voces que desde siempre han matizado la perspectiva de los discursos de poder, tan presentes en las narraciones de la Historia. Gracias a ellas se puede imaginar un panorama más entero de la vida. Y es que, en la práctica de esa esgrima, al dar la queja, junto a las simples maniobras cotidianas, el propio sujeto se encarga de generar una pista existencial desde donde mover los tiempos.
- María Zambrano: Filosofía y poesía. Publicaciones de la Universidad Michoacana. México, 1939: P. 25.
- Ibídem.
- María Zambrano: «Mujeres de Galdós», Rueca (México) 1942, año I, nº 4, otoño, págs. 7-17.73).
- Mariblanca Sabas Alomá: Feminismo. Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2003.
- Mariblanca Sabas Alomá. Ibídem.
- Alicja Helman: “Las concepciones feministas en la historia del pensamiento cinematográfico” (Transl. Desiderio Navarro). “Koncepcje feministyczne”. Historia mysli filmowej. Podrecznik, (Eds. Alicja Helman and Jacek Ostaszewski). Gdansk: Wydawnictwo Slowo/Obraz Terytoria, 2007. pp 279–292. Print.
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- Mariblanca Sabas Alomá. Ibídem.
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