Black Mamba

¿Por qué coño tuvieron que sucederme a mí todas estas calamidades, cuál es el motivo de tanta roña y brutalidad?

13/04/2022
nonardo perea
Nonardo Perea.

Yo quiero ser una chica Almodóvar

como Bibi, como Miguel Bosé…

Joaquín Sabina

Claro que soy un ser desafortunado, con respecto a eso no cabe la menor duda, es más, no debí venir así al mundo. ¿Cómo puede ser posible que alguien tan buena gente pueda tener la capacidad de respirar, alimentarse, sobrevivir en esta tierra supuestamente creada por un tipo del que todos tienen algo que decir pero que nadie conoce? Y lo llaman Dios, el «todolopuede», el «super ojo del planeta», «salvador de almas en desgracia y desposeídos». (Pura bazofia).

¿Por qué coño tuvieron que sucederme a mí todas estas calamidades, cuál es el motivo de tanta roña y brutalidad?  Ni siquiera los que no me han llegado a conocer profieren injurias en mi contra. He sido acusado de: escandaloso, fetichista, excéntrico, falto de moral y de creencias religiosas, falsario y desnaturalizado. Yo que, para poner el cuño, nací maricón, mariconcito y comunista: roja aunque prefiero el color rosado desde los pies hasta la mismísima puntita de los pelos, aunque fanática de las chucherías y cositas importadas, y a las películas Hollywoodenses, esas donde abundan las persecuciones con choques, exceso de sangre, gritos y machos medio encueros. La vida misma, ¿a quién no lo fascina lo bueno, la estética?, ¿a quién no le gustaría poseer todo lo que sueña o lo que casi siempre se necesita al alcance de una mano ya sea la izquierda o la derecha, pero no se consigue porque esa palabra es muy difícil?…

Conseguir es algo que ya al menos para mí quedó en el olvido, y todo por culpa de la puñetera vida, o del dichoso destino que es casi lo mismo, y que me escupió así al mundo, como nunca imaginé ni hubiese deseado. Sí, porque lo menos que uno se espera como ser humano que se rige por reglas y parámetros ya establecidos desde cientos y cientos de años es que te vas a aparecer con algo entre las piernas que no te corresponde ni al que a la fuerza quieres corresponder. Hasta allá arriba en el cielo se nota la falta de atención y el desequilibrio. Ni siquiera se puede confiar en los dioses, partía de comemierdas, con tantas equivocaciones e injusticias venir a jugar con la carne del prójimo. Y, lo peor, ABERRACIÓN: ¿a quién cojones se le pudo ocurrir la maravillosa idea de mandarme a este dulce paraíso con un rabo que casi mide veinte centímetros y que se para cada media hora? Hubo un tiempo en el que ya no sabía qué hacer para desahogar mis penas, ni a quién buscar para hacer alguna cosa. 

Cuando tenía quince añitos, y mucho antes de llegar aquí, todo se daba más fácil. Nada de sentir ni buscar como un sabueso ese amor al estilo de los dos guanajos de Romeo y Julieta. Pero, eso sí, los machos- varones- masculinos, activos, se conseguían con más éxito y todos, o casi todos, eran carne de primera. Imagínense, yo, like a virgin, lampiñito sin un pelo en el más apretado y calentito lugar de mi cuerpo, con una piel envidiable y apetitosa como una fruta bomba, siempre con un hilo dental paseando por la arena fina. No salía de Mar Azul, ¡qué tiempos aquellos que no volverán! Allí los bugarrones hacían olas, y me quedo corta. Allí se rompía el récord de la bugarronería, te sacaban la pingona en cualquier parte, lo mismo en la orillita, que delante de una rusa o un francés, o debajo de una palmera o encima de la palmera. Sí, porque además de ser especialistas francotiradores, eran ninjas y mira-huecos. Lo mejor de todo consistía en que a estos tipejos se les paraba por cualquier nimiedad y lo mismo les podía dar por meterle caña a una mujer fatal que a un culito de muchacho en pleno desarrollo. Divino tiempo, no olvido las de veces que me entretuve con diez negros a la vez, era mi hobby, me complacía viéndolos como más me gusta, encueritos, sobándose la yuca.                                       

«Rojo profundo I».

Hasta mi madre me ha acusado de ser puta y no lo soy porque nunca cobré ni este peso, yo solo lo hacía por darme el gustazo, pura complacencia, hoy ese fenómeno puede llamarse consumismo o tráfico legal de carne. Mi madre era divina, perra, pero divina. Al principio le costó un poco de trabajo entrarle a la realidad y aclimatarse a la idea de que su único hijo se inclinaba por gustos muy parecidos a los suyos. Puta salí a ella, y comemierdón a mi padre que creyó que obligándome a aprender kárate y kung-fu todo cambiaría, pero se jodió. Supe que el año pasado los dos se largaron al otro paraíso. Siempre añoraron conocer la Estatua de la Libertad. Falsos y herejes. Fueron (sin excluir a los dioses) los máximos responsables de haber concebido algo como yo. No logro recordar cuántas veces los maldije y les rendí cuentas, gracias a la singueta injustificada sin plan alguno de procreación, estoy convencida de que el todolopuede introdujo las manos en el asunto y decidió propinarles un castigo de los peores de la humanidad, un daño, un brujazo, en fin, les hizo un número ocho enviando a una criatura que no es precisamente un duende ni un elfo, ni nada que se le parezca.

Bueno para no perder el hilo y antes de que se parta, les cuento que vivía sola, gracias a mi querida abuela que antes de recoger sus matules e irse para España decidió dejarme todo lo que tenía. Ella era una santa, ni la madre Teresa de Calcuta le pudo hacer la competencia. Eso sí, santa, pero tan puta como la hija y la nieta (que soy yo), pero a la larga o la corta una mujer que se desbordaba en paciencia y bondad, aunque no se le podía quitar el cartel de medio burra. ¿A quién con un poco de inteligencia se le puede ocurrir irse a gozar a España con ochenta y tres años encima del lomo? No hizo más que bajarse del Iberia, caminar unas cuantas cuadras debajo de una de esas lloviznas persistentes y chirrín- chirrán este cuento ha terminado, para iniciar otro.

Siempre he sospechado que lo peor de la existencia es que la cosa nunca tiene para cuando acabar, uno sube y baja, baja y sube y los dioses con su relajito hacen de uno lo que les sale de la gandinga. Al final la vieja no duró ni quince días, se quedó con las ganas de templarse a un gallego, ni siquiera pudo comprobar si eso que dicen de que todos son unos pichas cortas es cierto. A mí eso de los tamaños y el grosor ni me va ni me viene, cualquier trozo es bien recibido: manjares exóticos que me hacen la boca agua, como a los mismísimos perros, cuando tengo una delante de mí lo mismo bailo El lago de los cisnes que canto El fantasma de la Ópera. Y no es que me considere una trabajadora social ni nada por el estilo, pero cuando de pingas se trata no me importan ni las razas, soy una desquiciada, una siquiátrica.

Estas y otras frases eran las que con frecuencia no se cansaban de gritarme a todas horas y en cualquier sitio. Ya me había acostumbrado a que rajaran sus gargantas, a los insultos, y hasta llegué a sentir un poco de incomodidad cuando a veces pasaba desapercibida a los ojos de la gente. Pero eso solo eran rachas pasajeras. Con el tiempo supe que detrás de todos esos insultos había algo que olía a morbosidad, descubrí que por debajo de esa palabrería ofensiva existía un deseo medio oculto, una intriga bugarronil. Cuando eso ocurría, retaba a mi adversario con una mirada de bruja, al estilo de Greta Garbo, y enseguida en mi imaginación visualizaba algo duro debajo del jean. ¡Qué sabrosura, qué rico!, y a mamar, porque imaginación virtual es lo que se me sobra.                                  

Siempre he creído ser una guerrera, una geisha, una Scheherazade que narra lindas historias, y eso aquí bien se conoce. Como también saben que los seres humanos somos incorregibles y que no hay que ser como yo para reunir una serie de desnaturalizadas cualidades: donde quiera se pueden hallar torceduras y perversiones. Conozco unos cuantos, todos tipos muy decentes, discretos y varoniles, que le descargan al voyeurismo, otros son sádicos, onanistas, zoofílicos, masoquistas, violadores de viejas, necrofílicos, gozadores de la frotación que se excitan hasta de tener contacto con una simple mata de mango o una pared, y así, hasta el infinito y más allá.

Ahora mismo, ¿cuántos no hay aquí que esperan o desean reivindicarse? Pero ni soñarlo, porque es muy difícil la reivindicación. Como ya les comenté al principio, claro que soy un ser desafortunado, yo que no me metí con nadie para que nadie se metiera conmigo. Ni siquiera cuando veía algún grupo los miraba temiendo que se acomplejasen y me bajaran un gaznatón o un cuchillazo en el centro de la cara. Nada, resulta que el divino señor maneja las cosas a su antojo y conveniencia, al parecer no soporta a un raro así e hilvanó esta historia para mí solito, algo digno de ser escrito para el cine y la posteridad. 

nonardo perea
«Rojo profundo II».

¡Venir a ocurrirme a mí semejante barbaridad! Yo que soy mitad bestia y mitad hombre, que en mis días de locura no creo ni en matasiete. Yo, que de vez en cuando golpeo la cabeza contra una pared creyendo que se trata del cráneo de otro hijo de puta que se vanaglorió al lanzarme un cambolo, un bloque o un saco de papas. Yo, que a veces suelo ser una histérica de las peores, que los trescientos sesenta y cinco días del año me los paso estresada, a punto de que en cualquier momento me sorprenda un infarto, una isquemia o un simple virón de cara.

Y nada, que el puño de Dios está ahí y el que nace con unas plumas de más, del cielo le cae la jaula. Mira que venir a ocurrírseme montar en aquel camello infernal, a esa hora de la noche, como estaba la calle y, para colmo, un sábado —siempre escuché decir que los fines de semana eran días fatales para andar por ahí solita cazando cuerpos ajenos, hoy puedo aseverar que tenían razón porque aquel puñetero sábado fue el peor de mi vida—.

Ya esto lo he contado infinitas veces, pero no está de más decirles que había decidido regresar a casa, que iba muy descontenta porque esa noche no apareció ni un vagabundo, no encontré a nadie a quien poder ofrecerle unos cuantos pesos en Moneda Nacional por mirar o tocarle la morronga. Nada, que ese día para mí estaba marcado, como el de Carmen. Los bañitos con cascarilla y no sé cuántos yerbajos no fueron para nada efectivos porque ese día a la suerte se la tragó un aura tiñosa y todas las puertas y ventanas fueron tapiadas con ladrillos y cemento.

Si al menos no hubiesen hecho lo que hicieron conmigo habría seguido de largo como si nada. Sé que parte de culpa la tuve yo por afocante y cabaretera, bombillo de mil watts, no por gusto mis antiguas amigas me llamaban la «chica yeyé» y «culo flaco».                                      

Allí mismo con el camello andando se formó la despingación, el sal pá fuera y el dale al que no te dio. La gente se tiraba de cabeza contra la calle, una pila de mujeres y viejas lloronas decían que porqué esa desgracia tenía que ocurrir ahí, con el calor y el hambre que hacía. Pero a mí ese blá, blá, blá me importó un carajo. Puse en práctica lo aprendido y por pura ilusión me teletransporté a la cuarta película de Tarantino. En ese preciso momento dejé de ser la frágil niña de las flores para transformarme (como en uno de esos robots transformer de los muñe) en la inconfundible Black Mamba (Cobra Africana), toda elastizada, y con música retro incluida, traducida al español por mí misma:

Y los maté, no porque quise, bang, bang, …les mutilé las almas, bang, bang… y les saqué los ojos, bang, bang… y fui feliz, tan feliz, bang, bang, bang…

¡Qué sádica, qué cochina, toda una bárbara! A la más linda le arrancó una mano de cuajo, hubo sangre hasta por gusto y fue sangre de verdad, nada de salsita de tomate ni de mermelada de frambuesas, de eso estoy convencida. Luego le dio machete a diez más, y casi por último terminó con la putica que se hizo la miss Australia, la pichá y graciosa que le gritó cosas muy feas, pobrecita, a esa la dejó sin ojos. Sin dudas aprender a leer en braille es muy complicado, pero se aprende. Al menos se tenía que dar con una roca en el pecho que le perdonó la vida, y tuvo suerte la muy zorra, porque Black Mamba ya no suele perdonar a nadie.

No faltó esa inolvidable secuencia del encuentro con Oren Ishii, boquita de algodón, china tortillera. Con ella creyó que la cosa sería más difícil, aunque para Black Mamba separarle la cabeza del cuerpo no fue nada del otro mundo. Luego se despidió con una melosa balada flamenca acompañada por gritos de «¡dejen eso!… ¡policía!». Y ella, inmutable, Reina de las nieves al fin, se entretuvo en tararear una vez más esa canción:

Y los maté, no porque quise, bang, bang, …les saqué los ojos, bang, bang… y tan feliz…

Salí de allí hecha una rosa sangrante. Eso de que la realidad supera a la ficción es cierto, había que estar presente para avizorarlo todo y meterle coco, estudiarlo con calma para saber el porqué de tanta violencia y descontrol humano. Según las pocas cosas que escuché de alguna gente, yo parecía una zombi, un espectro o un ser salido de uno de esos cuentos escritos por Lovecraft.  Y no sentí remordimiento alguno, ¿quién los había mandado a cruzarse con Black Mamba y hacer lo que no debieron? Venir a joderme a mí, que siempre fui catalogada un cero a la izquierda, un ejemplar de los que poco abundan, incapaz de aplastar un insecto.                                         

Pero esa frase conocidísima de que una gota de agua va llenando un vaso, y hasta un tanque de cincuenta y cinco galones, es lo más verdadero que he oído en toda la vida, es así poquito a poco como va colmándose de cólera, hasta un buen día cuando ¡cataplum! se desbordan los sentidos. Entonces te sientas a contar hasta diez, pero no lo consigues, y recuerdas que aquí el que no tiene de congo, tiene de carabalí, y hasta de china samurái.

nonardo perea
«Rojo profundo III».

Poco faltó para que dictaran paredón, creo que hasta el soberano pontífice metió sus manos en la candela, organizaciones gay latinoamericanas y de todo el mundo apoyaron mi actitud, a mí llegaron millones de correos electrónicos, hasta se comentó que hubo una página web con mi nombre, que no tardó mucho en desaparecer porque promovía la violencia y el suicidio.   

Desde entonces estoy aquí sana y salva. Al final se conmovieron con la historia, determinaron que los verdaderos culpables eran los otros, yo más bien había sido carnada de unas de las peores bandas de delincuentes, violadores, cortadores de pelo y viciosos que habían salido esa noche empolvados, para disfrutar de una fiestecita privada al estilo de Halloween, con navajas y machetes. No tardé en ir a parar a una celda, y después a otra y otra, me atiborraron de preguntas estúpidas, tanta jodedera y de todas maneras tuve que pagar.

Después de visitar varias mazmorras llegué aquí a este lugar que considero el mejor del mundo, donde nunca he carecido de nada, he conocido a los peores hijos de puta de la historia, para ellos soy la estrella de Moulin Rouge, Lady Di reencarnada. Y aunque no he podido acostumbrarme a dormir con la luz encendida, eso es relativamente insignificante comparado con todo lo que gozo, aquí no carezco de jabón ni pasta de dientes y cuando las tripas suenan enseguida aparece una libra de pan, jamón y refrescos.

Por las mañanas me dedico a cultivarme para ser mejor y más refinada, leo a Tolstói, a Cortázar, a Lezama, a Joyce y a Lorca. Y aunque la mayoría de las veces no entiendo ni papa frita, me los empujo concienzudamente. Por las tardes me siento con algunos a putear y a contar cosas calientes, de incestos y tuercas anorgásmicas. Siempre terminan deseando escuchar la historia de cómo fue que caí en este vacío, y yo mezclo mis cuentos verdaderos con esas otras historias falsas que leo y releo de otros, para así ponerles un poquito de sazón y magia, y queda mucho mejor. Porque aquí llega el momento en que ya no tienes nada más que decir ni contar, con tantos años y roce cotidiano uno se aburre, se cansa.

Y aquí las cosas ya no son como antes, cuando yo llegué el rap se bailaba diferente, ahora la mayoría de los de esta celda son una caterva de viejos, ya no abundan los Adonis ni los Frodos. Al menos a mí ya no me tocan los de la habitación contigua, esos muchachotes de carnes tiernecitas con tatuajes hasta en la pinga y que me vuelven loca de remate cuando los miro de reojo enfilar al baño. Van a hacer cosas malas, es lo que leo en mi mente, y siento un vacío que se entrelaza con un profundo dolor, pienso que no me tocan porque ya no tengo quince añitos, no tengo treinta, no tengo nada.

Pero qué carajo, Dios sigue moviendo las fichas del tablero a su antojo, y no por eso me va a caer el mundo encima, me he acostumbrado a vivir sin él. Ahora tengo que conformarme con mirar, aún no me he quedado ciega del todo. Y claro que soy un ser desafortunado, no cabe la menor duda. Nunca debieron escupirme así. Y no lloro, no lloro porque soy un hombre y este es mi sitio, el mejor que he tenido en años, al menos nunca me juzgaron ni ofendieron, y lo mejor de todo es que aquí dentro, todos los machos viejos, siempre quieren hablar con Black Mamba.               

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(La Habana, 1973). Narrador, artista visual y youtuber. Cursó el Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso del Ministerio de Cultura de Cuba. Entre sus premios literarios se destacan el “Camello Rojo” (2002), “Ada Elba Pérez” (2004), “XXV Encuentro Debate Nacional de Talleres Literarios” (2003- 2004), y “El Heraldo Negro” (2008), todos en el género de cuento. Su novela Donde el diablo puso la mano (Ed. Montecallado, 2013), obtuvo el premio «Félix Pita Rodríguez» ese mismo año. En el 2017 se alzó con el Premio “Franz Kafka” de novelas de gaveta, por Los amores ejemplares (Ed. Fra, Praga, 2018). Tiene publicado, además, el libro de cuentos Vivir sin Dios (Ed. Extramuros, La Habana, 2009).