Teatro cubano | Leviatán herido y sin toalla

La obra de teatro "Ana, la gente está mirando la sangre", escrita y dirigida por Agniezka Hernández, fue llevada recientemente a escena por el grupo Franja Teatral.

| Escrituras | 26/04/2024
Escena de la obra "Ana, la gente está mirando la sangre" (2024), de Agniezka Hernández.
Escena de la obra "Ana, la gente está mirando la sangre" (2024), de Agniezka Hernández. Imagen: Chantal Cardoso

“Recordarás esta batalla, este frío, el corazón, este tren, este paseo, esta distancia, este cielo… Recordarás esta batalla. Ya estás aquí. Vencida, mortal, cansada. Es mi herida.”

Ana, la gente está mirando la sangre, Agniezka Hernández.

La más reciente obra de la dramaturga cubana y directora del grupo Franja Teatral, Agniezka Hernández (Pinar del Río, 1977), no deja indiferente al público que se ha reunido en el Centro Cultural Bertolt Brecht durante estas dos últimas semanas de abril. Si El diario de Ana Frank: apnea del tiempo o Padre nuestro fueron piezas celebradas por la mayoría, podíamos esperar que la recepción de Ana, la gente está mirando la sangre siguiera el mismo curso, como bien parece indicar la concurrida audiencia.

Hay puntos en común entre las obras mencionadas que nos permiten reconocer preferencias, intereses, dígase incluso un estilo propio en la dramaturgia de Agniezka Hernández: el empleo de un argumento que ancla el texto a referentes de índole cultural y socio-política y que, a la vez, se expande vorazmente a circunstancias actuales; el discurso fragmentado que deviene de ese acercamiento y choque entre asuntos de la carne y el alma humana bajo cualquier noche; la metateatralidad evidente en el hecho de que los personajes se cuestionen la representación escénica, y el trazado de un sistema simbólico sustentado en las intertextualidades de materia artística, mítica y religiosa, con auxilio de todos los recursos extradiegéticos que brindan las tablas.

En el caso de esta última muestra de talento, la historia revisitada es la vida de la artista cubano-americana Ana Mendieta (1948-1985), cuyo arte se asocia a una ruptura de prejuicios culturales, sociales y sexuales, imperantes en la burbuja artística norteamericana de finales del siglo XX, debido a los medios que utilizaba (tierra, sangre, pelo, su propio cuerpo) y a las atrevidas propuestas que con ellos creaba. Entre sus piezas, la más celebrada por parte de la crítica y del público es Silueta Series (1973-1980), a la cual pertenecen inquietantes montajes que hoy podemos apreciar mediante fotografías o películas, como el de Ana yaciendo desnuda en el césped junto a un esqueleto (On Giving Life), o el que muestra una silueta hecha con cartón corrugado y telas blancas consumiéndose por el fuego (Alma. Silueta en fuego).

Ana Mendieta: el drama de la identidad y la emigración

Dos momentos de peso, que Agniezka Hernández recupera no sin suspicacia —pues van a posibilitar el diálogo entre la mujer del piso 34 de un rascacielos en Nueva York y nosotros, sentados bajo el nivel del suelo en un teatro de La Habana—, se sitúan en las antípodas del trayecto vital y artístico de Mendieta: la salida de Cuba con solo doce años junto a su hermana como parte de la Operación Peter Pan, y la caída desde una ventana del apartamento donde vivía con su esposo, el artista minimalista Carl Andre, luego de que, según recogen las alusiones al hecho, hubieran discutido.

«La violencia, bajo cualquiera de sus formas, arde; y uno tiene que arañarse para que los demás vean y comprendan».

En un extremo de la balanza, el abandono del entorno familiar sin ser consciente de ello, en el otro, las recriminaciones de un hombre que quería una pretty Cuban woman and artist, y no a la mujer que riega por todos lados agua y tierra: “Ana, usa toalla como las personas normales”. Nunca habría equilibrio en el resultado final porque la violencia, bajo cualquiera de sus formas, arde; y uno tiene que arañarse para que los demás vean y comprendan.

¿Cómo la mirada chorreante de Ana Mendieta mientras saluda sin toalla el crepúsculo neoyorkino puede verse en nosotros hoy, y nosotros vernos en sus uñas sucias de piedrecitas, y todos, explayados contra los cristales del skyscraper de “your house, your flat, your apartment”? ¿Cómo Franja Teatral nos acerca a la mujer de las Siluetas y difumina así distancias cronotópicas que involucran, más que al pasado de una mujer, a la continua despedida de una nación: las le(n)guas del monstruo marino?

El empleo de relatos del terror infantil y de tema mitológico en un segundo plano, así como el realce de aspectos en la composición de la obra de Mendieta que tienen una gran fuerza semántica, logran resignificar y dimensionar su dolor e irreverencia. La narración de lo vivido por ella y la hermana en campos de refugiados en Estados Unidos se coloca en boca de los archiconocidos personajes Hansel y Gretel, quienes quedan deslumbrados con la casa de chocolate de la bruja en el cuento de los Hermanos Grimm. El precio a pagar por las golosinas es la humillación del cuerpo, la incivilidad, el correr como animales y ser tratados como reses cuyas pieles colgarán de los ganchos de una charcutería en Nueva York.

«Agniezka Hernández y su Franja Teatral quieren lograr lo que todo buen arte propone en esencia: otras perspectivas que regurgitan lo deglutido y lo reinventan».

“Los recuerdos de los migrantes no tienen lepra”, pero hay que dejarlo todo —el pellejo, el decoro, la memoria— para ganar la corrida. Esa cruda realidad del paso fronterizo en la que se han visto inmersos miles de cubanos a lo largo de los últimos años deviene en una situación capaz de evocar, incluso con más fuerza, el pathos del lector cuando los protagonistas son niños. Si la inocencia es un vástago nacido del vientre del horror o viceversa, no haría daño reexaminar los modus operandi en varios de sus campos de acción de nuestras sociedades ilustradas.

Agniezka Hernández y su Franja Teatral quieren lograr lo que todo buen arte propone en esencia: otras perspectivas que regurgitan lo deglutido y lo reinventan en una nueva conversación de sobremesa. La compañía da un giro al foco bajo el cual suele entenderse y asimilarse el fenómeno migratorio: la epicidad del trayecto y la consecuente sensación de triunfo y de esperanza también tienen un rostro que se queda a oscuras, y es el del dolor, el ultraje y la pérdida. ¿Los fines justifican los medios? ¿O, al fin y al cabo, en la vida lo que hay es que seguir?

No podemos evitar quedarnos con un sabor agridulce en la punta de la lengua, la boca semiabierta y las piernas tiesas, y es así como la autora nos quiere, en esa posición molesta, porque solo la incomodidad hace despertar y volver a mirar. Y hoy lo necesitamos: las sociedades necesitan que los hombres caminen sobre sus propios pasos y se detengan en cualquier punto del trayecto para ver desfilar los “daños colaterales”. Aunque continuemos la marcha, hay que saber y sentir la anormalidad del costo, porque los fardos sí pesan.

A ello nos convida Ana, la gente esta mirando la sangre: al encuentro con una mujer que hizo arte y armadura del desarraigo y del cuestionamiento en las postrimerías del pasado siglo para visualizar, desde nuestras circunstancias, los otros tonos de la crisis migratoria actual y, a partir de ahí, llamar al abrazo de la herida, la infancia, la sangre de Oshún que somos nosotros tras cualquier mostrador en una calle de Madrid, Miami o Montevideo.

El arte performático de Mendieta no buscaba la complacencia ni la sintonía en relación a las pautas estéticas del bello arte, el museable: era queja, movimiento, proceso creativo antes que objeto, nunca aprehensible. Era el sentir de su diferencia —cubana emigrada, y mujer a la cual en más de una ocasión dijeron “tú eres negra y puta”— pero, al mismo tiempo, suponía la unión o el retorno a la tierra: la suya, la que recibió a la niña, la de otros con culturas ancestrales que entiende al estudiarlas.

Ana Mendieta y sus puñados de tierra contra el piso reluciente de un apartamento en Nueva York son el símbolo de la conciliación entre las dos orillas (Cuba y Estados Unidos), que Agniezka Hernández incita a pensar porque el odio, la ruptura, el detachment se muestran tan omnipresentes hoy día a nivel global en lo concerniente a distintos escenarios de la vida colectiva, que urge alguna especie de tregua.

La noción del mal, lo desestabilizador, lo bestial, la macabra ironía…

En cuanto a nuestra memoria histórica, esa idea del quiebre toma en el texto dramático la forma del monstruo marino y bíblico Leviatán. Este inserta la noción del mal, lo desestabilizador, lo bestial (de raíz psíquica) que impide la cercanía entre seres queridos: los de aquí y los de allá. El empleo de figuras de lo fantástico y del terror para representar situaciones reales de gran crudeza y macabra ironía, a veces obviada, parece estar a tono con la atención que esos géneros reciben por parte de autores contemporáneos, quienes narran así sucesos que consideran irreproducibles verbalmente mediante la mimesis debido al horror que suponen.1

Lejos de proponer cómo deberíamos concebir nuestro futuro dadas las dinámicas de la Cuba actual, la pieza apunta a repensar —lo que para algunos podría resultar incómodo— la tendencia al olvido, a la insensibilidad y al negacionismo que terminan imperando entre los que deciden marchar, si del tema migratorio se trata y, también, en cuanto a circunstancias actuales que bifurcan la opinión pública. Más allá de los diferentes tipos de ismos, están la vida y la dignidad humanas, y la pérdida de estas no debería ser un mero espectáculo de sangre ante el cual la gente se queda mirando.2

Escena de la obra "Ana, la gente está mirando la sangre" (2024), de Agniezka Hernández.
Escena de la obra Ana, la gente está mirando la sangre (2024), de Agniezka Hernández. Imagen: Chantal Cardoso

Hay sin dudas algo retorcido en nuestra atracción por la tragedia. Ni la vida de un solo hombre es insignificante a pesar de la fugacidad de toda forma de existencia, como demuestran los escenarios donde Ana instalaba su arte (nieve, arena, tierra), ni somos individuos distanciados del entorno natural por más que hayamos sofisticado nuestra relación con el suelo, el agua o el fuego. Estas son dos nociones que el texto de Agniezka Hernández ilumina al traernos retazos de las creaciones de Ana Mendieta. Pero entiéndase la tierra no solo como elemento natural, sino también como lo propio, el seno materno del cual no nos divorciamos por trasladarnos: el pedacito de tierra va con uno, precipitado entre el brillo de la loza recién pulida o elevado en los acordes de la canción que suena bajo el frío de una noche neoyorkina.

Los santos no se dejan a la entrada como las mochilas.

La mayor invitación de Ana metamorfoseada en su rabia a través del arte —“Yo solo soy una artista. Soy como el silencio de Munch. El silencio que siempre está antes que el grito”— y reinterpretada en la obra que nos ha traído Agniezka Hernández, junto a talentosas actrices como Alejandra Jesús, Lulú Piñera y Lissete de León, es al acto de entender y, al de sanar.

______________________________

1 Sobre el tema se ha investigado arduamente. Algunos textos que podrían consultarse para entender las relaciones entre estética y política en la ficción son: Ana María Amar Sánchez, Narrativas en equilibrio inestable. La literatura latinoamericana entre la estética y la política, Iberoamericana Editorial Vervuert, Madrid, 2022; y Teresa Basile (coordinadora), Literatura y violencia en la narrativa latinoamericana reciente, Universidad Nacional de La Plata, 2015.

2 En una de sus obras más conocidas, Ana Mendieta se coloca desnuda y con las piernas bañadas en sangre sobre la mesa de su sala, a la espera de que los invitados arriben al apartamento. La mayoría permanece en la entrada mirando el charco de sangre que se va formando, sin decidirse a averiguar qué había ocurrido. Los estudios críticos señalan que la autora pretendía poner a prueba la reacción humana ante el dolor ajeno. Se ha planteado, además, que Mendieta decidió armar este performance al conocer que la estudiante Sara Ann Otten fue violada y asesinada por otro alumno en el campus de la Universidad de Iowa, a la que ella asistía.

▶ Vuela con nosotras

Nuestro proyecto, incluyendo el Observatorio de Género de Alas Tensas (OGAT), y contenidos como este, son el resultado del esfuerzo de muchas personas. Trabajamos de manera independiente en la búsqueda de la verdad, por la igualdad y la justicia social, por la denuncia y la prevención contra toda forma de violencia de género y otras opresiones. Todos nuestros contenidos son de acceso libre y gratuito en Internet. Necesitamos apoyo para poder continuar. Ayúdanos a mantener el vuelo, colabora con una pequeña donación haciendo clic aquí.

(Para cualquier propuesta, sugerencia u otro tipo de colaboración, escríbenos a: contacto@alastensas.com)