País de pólvora

| Escrituras | 13/06/2017

Vamos a decir los hechos con palabras claras;
que cada una caiga como clavo en pared
y con la misma limpieza con la que un pueblo antiguo
cuenta su batalla y su derrota.

Después de tantas bodas,
despedidas de solteras,
fiestas patriarcales y maridos,
exijo lo que siempre he sido:
un tambor que desobedece la armonía.

Después de tanto alzar los hombros
y habitar los años como mar que vuela detrás de un pez,
me desnudo en un país de pólvora
para que un amor de golpe
me arme y me desarme la cuota del secreto.

Después de tantos años,
escupo y grito protegida por el trueno,
me obligo a encender las sombras
con un nombre que brilla
porque dice su verdad en abundancia.
Y es que tan cansada estoy
de tanto beso como araña en los rincones,
de tanto no decir que mi amor puede ser fosforescente
y libre como lámpara
cuando se acuna intacto entre los senos que buscan
un inquieto caminar de espuma;
porque hay gestos que saben a ritmo de naranjas,
a membrana horizontal,
a canto breve,
a pasión de ojos directos,
a sol que cae en el horizonte del espíritu.

Y es que no puedo eliminar este deseo
que me lleva a gozar de la catástrofe;
todo lo pongo en la botella
que sale por el mar a dar sus alaridos,
por eso levanto el fuego de mis hombros,
busco la calle,
tropiezo con la luz y su estructura.

Y es que después de tantas bodas,
despedidas de solteras,
viajes,
hijos,
espero a esa mujer
que me lleve el corazón precipitado
hacia su palpitar de hacha
y rompa mis rincones
con un golpe que crezca y se ilumine
mientras me enseña a conocer el mundo.
Después de tanto tiempo,
mi ruta es buena, segura y de acero,
la cama parece un altar rodando por el mar;
pienso que es hora de limpiar mis bordes con cuchillos,
sacar las flechas que rompieron
el punto luminoso de mi raíz dormida
e iniciar mi viaje con superficie propia.

Ya cargo mis maletas,
me presento con un cuerpo de espadas
para correr la noche;
hay alegría:
mi casa ha adquirido puertas en el centro de la madera.

II

Estoy hecha de isla,
de aire fuerte que quiere hostigar los barcos,
aunque parece que duermo,
atravesando el océano contigo al hombro.

Y es que he aprendido a domar el amor
sin premio ni castigo,
evito el golpe
mientras pienso el poema
con un fuego que avanza entre los ojos hurtados
y una luz asustada en el corazón.

Arribar a tu tiempo
es un secreto que sólo yo conozco,
he roto mi lengua contra tu paisaje,
aparezco a la orilla de tu cuerpo
como un punto que cierra una oración.

Es el movimiento  del amor que crece
sublimado en las esquinas,
como un niño asustado de ser hombre.

III

Llevada por un canto
me he dejado sorprender por tanta luz del día
y colecciono cada intensidad con que presentas
lo que te crece más allá del muro.

Lo tuyo es algo solitario y desmedido,
caminas por los mapas agarrándote de dedos
que salen de manos diferentes.

A veces la distancia sacrifica estos poemas,
lleno y desdoblo los bolsillos buenos
de un espacio que contiene el vuelo de unos pájaros
que te siguen a distancia desde el fondo de mi pecho.

Estos momentos salen en forma de sonidos
pues no te veo,
la ciudad te oculta,
te lleva en un corazón cerrado.

Y mientras el tiempo pasa,
cambio de país para evitar tus ojos;
mañana habré comido todos los peces del mar:

un cuerpo dispara flores y nos divide.
 
IV

Desde un paracaídas
y huyendo de la ternura de los caracoles,
llega este hombre
a detenerse en tu región confusa.
Nada sé de su deseo impasible,
no entra,
no le conozco la puerta.

Tú, solidificas su vértigo en sus ojos,
y dejas que te siembre un templo
en tu voz iconoclasta.

Yo, me encierro en las estatuas
que trotan mentalmente por tu atmósfera,
perdidas en esa inmensa trampa
que son tus pies de ciudad.

El hombre te acompaña,
te llena tus espacios con pedazos de materia,
te canta para que duermas entre tu piel y su sábana.

Yo, me ilumino sola,
callo según la temporada de dolor
se hace más fuerte.
No hay duda
que la suerte te desliza
hacia ese hombre
que crece como árbol y te da sombra.

V

En mi sótano todo se ha quedado:
tormentas viejas,
zapatos sin poner,
unas piedras
salpicando de gritos la oscuridad.

Después de tanta muerte,
te propongo navegar
mientras el tiempo y los hombres pasan.

Tengo la visión,
la fuerza,
que crecen por la noche en tiempos de victoria.

Cuando miras mis ojos asombrados,
rompo muertos en sus cajas
para evitar tu corazón y abrirlo
en el medio de la calle.
Serás mi hogar,
la intimidad en mil flechas,
y un fantástico ejército
entre mi boca y tu oído
llenará el sitio de la alegría.
De esta forma, mujer
te doy aire,
te visto,
guardo el agua que hierve en nuestros ojos.
Quiero que cantes
que rompas una lámpara en tu cuerpo,
para que puedas alumbrar tu espalda,
calentar la ciudad que nos contiene.

Así de mágico es este tiempo danzante
que me une a ti con planetas personales
que aúllan como lobos ante el descubrimiento.

Carta sobre “País de pólvora”, por: Maya Islas.

Ileana, hoy me levanté pensando sobre los poemas que te he dado para publicar en Alas Tensas. Pensé que necesitaban una explicación sobre la correlación que existe entre estos poemas y el abuso. Por lo relevante que tiene el tema, me gustaría explicarte lo que pasa con ellos.

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