Pie (pī) de limón

"La sabiduría tiene el pie pequeñito" o simplemente "Pie de limón", este texto cuenta pequeñas enseñanzas del día a día.

Bebé oscultando a su madre con un estetoscopio de juguete.
"Pie de limón". / Imagen: Cortesía de la autora.

El día que Marie cumplió dos años le regalé un juego de doctora. Un botiquín rojo con su cruz blanca contenía las versiones en juguete, de madera y plástico, de una jeringuilla, unos potes de ungüentos, dos o tres cosas más y un estetoscopio.

El resto de los regalos, muñecas sobre todo, eclipsaron mi gesto entusiasta de querer expandir los horizontes de aquella niña que, además de jugar en su cocinita casi real pero a escala, podía interesarse por faenas menos domésticas. Aunque me gustaba imaginarla siendo chef.

Siempre me ha dado por eso. De niña jugaba con carritos porque si los lanzaba se movían sobre sus rueditas minúsculas. Las muñecas me parecían sosas… como no reaccionaban.

Y luego, cuando fui tía postiza de la niña que más he amado en mi vida: traté de influir tanto en su vocación que lo mismo le regalaba libros, que le explicaba los conceptos de captura al paso o enroque y la corregía si decía ficha en vez de pieza, o la dejaba inmóvil frente a filmes tan fuertes como El niño del pijama de rayas.

Mi Cuqui se decantó por la Química y yo le busqué, debajo de la tierra, un bolso de lienzo con una imagen caricaturizada de madame Curie.

Nos encanta el pie de limón

A mi Cuqui y a mí nos encanta el pai de limón. Antes, cuando podíamos vernos, nos escapábamos a donde fuera que lo estuvieran vendiendo. Y nos daba igual la calidad, siempre nos relamíamos el merengue a gusto.

Hace unos días me llamó y me hablaba muy bajito: «¿Sabes qué estoy haciendo ahora?», me dijo, «…me estoy comiendo un pai de limón, vine a encerrarme al baño para que no me regañaran porque estoy en horario de trabajo, y me acordé tanto de ti que te tuve que llamar».

Qué orgullo el mío, pero a la vez qué tristeza. A la Cuqui no le gusta nada más en la vida que estudiar, el pai de limón y estudiar. Y bueno, salir un poco, tomarse una piña colada con las amigas, ponerse unos Converse blancos y ser la niña buena de su casa, de la escuela, la nieta buena, la buena nuera, la buena hermana mayor, la cuñada prestada para todas las fotos que se le pasaran por la cabeza a la hermana del novio, la buena novia, etc.

Pero lo que más quiere en la vida la Cuqui es estudiar y finalmente, después de todas las tragedias y postergaciones que trajo la pandemia, logró entrar a la universidad.

Cosas así, y el tener tan cerca a niñas pequeñas, verlas crecer, saberlas una esponja para absorber todo lo que se les ponga en frente, quedarme impresionada con todo lo que sus cabecitas todavía puras son capaces de procesar, promueve en mí cierta responsabilidad instructiva.

Y, sabiendo que existe el bosque y que algunas se inclinarán por él, me aventuro a poner las florecitas, la sopa y el tarro de miel en sus cestas. Pero, también, el resto de esos recursos que, creo yo, las pueden salvar de cualquier tipo de lobo, pero…

«Es muy decepcionante, Titi, yo no sé qué ingeniera voy a ser si no hay ni siquiera una probeta, vaya, ni un tubo de ensayo hay, y no voy ni a mencionar sustancias o tiras reactivas, que eso no se ve aquí, según me dicen, desde que el Malecón era de palo, imagínate ahora que todo se ha puesto peor…», me contó aquella tarde en la que yo, entusiasmada con su primera semana de prácticas, le pregunté qué tal le había ido y si ya con eso ratificaba que lo de Química era su verdadera vocación.

«Me quiero ir, Titi, me voy»

Tres semanas después me escribió un «¿Titi, te puedo llamar?» que me erizó completa. «¿Qué pasó?», le dije cuando, al llamarla yo, respondió un «Hola, Titi» languidísimo. «Me quiero ir, Titi, me voy«, fue lo que dijo. Y yo casi muda, estremecida, con ese dolor punzante en la barriga le dije, «¿Cómo hacemos?».

«Lo primero que tengo que hacer es hablarlo con mis padres, imagínate lo difícil que va a ser, pero me voy, nos vamos los dos«. Y con los dos hablaba de su novio, otro niño ejemplar con dos años en otra ingeniería, buen hijo, buen nieto, buen yerno, buen novio y etc.

Un mes después ya volaba la Cuqui con su novio, y a la semana ya estaba trabajando de mucama en un hotel. Compartíamos tips para aliviar los dolores de brazos que dejaba el blandir las sábanas antes de colocarlas y nos contábamos cualquier cosa que nos ayudara a contentarnos:

«Ya estamos aquí, ahora solo hay que echar para adelante», me decía, ella, que cumplió los 20 años allí, tres meses después de llegar, y ni disfrutó de la sorpresa que quisieron armarle en la casa de los primos porque había salido muerta de tanto trabajar.

Mi tragedia griega habitual

«Un cumpleaños normal, ya habrá celebraciones, por lo pronto pudimos hacernos de un carrito, eso aquí es imprescindible. Titi, ya con eso qué otro regalo voy a querer, te dejo, que ya tengo que entrar», me contó al día siguiente.

Y días después me llega un audio con un «Ay, Titi, lo que nos ha pasado hoy, íbamos para el trabajo y venía un tren, paramos, claro, y al lado de nosotros venía corriendo un hombre que se paró igual, pero seguía trotando en el lugar, sabes, como para no perder el impulso, y se tiró delante del tren en el momento justo en que iba a atravesar la calle. Yo estoy muy mal, al regreso hasta vimos un brazo a la orilla de la carretera, no te puedo explicar».

«Pero, cielo…», sólo atiné a decir yo, que estaba en medio de mi tragedia griega habitual.

«No pasa nada, Yudi…»

Le escribí: «No sé qué decirte, trata de estar tranquila». «No digas nada, trata de estar tranquila tú, no sé por qué vi a ese hombre y pensé en ti, por favor, necesito que estés bien», me dijo. Otra vez su lección, y otra vez el «yo misma no me salvé del lobo«.

«…ni Freud ni Jung, ni las películas, ni los cuentos infantiles tan aleccionadores me salvaron de arrojarme, con cándida intensidad, y así como ese señor frente al tren, a emociones que luego se me hicieron tan difíciles»

Crecí mirando todo con tanta ansiedad de comprender que desarrollé una empatía perniciosa, me hice una mujer aguda, leí más de tres libros, expuse argumentos sólidos y convencí de alguna que otra cosa a mucha gente en varias ocasiones. Pero ni Freud ni Jung, ni las películas, ni los cuentos infantiles tan aleccionadores me salvaron de arrojarme, con cándida intensidad, y así como ese señor frente al tren, a emociones que luego se me hicieron tan difíciles.

Ya la Cuqui, a sus 7 años, cuando siquiera sabía el significado de intemperie, y apenas sabía pronunciar tal palabreja, me había dejado claro que las herramientas se oxidaban si se quedaban al descampado sólo porque no tenían piernas.

Y hace unos días Marie ha usado su estetoscopio para oír el sonido de mi corazón, ha abierto grande los ojos porque ha sentido el latido, se ha impresionado, me ha puesto su manito en el hombro y, con su ceceo hermoso me ha dicho «No pasa nada, Yudi, no pasa nada«, y luego me ha abrazado.

«La sabiduría tiene el pie pequeñito» o «pie de limón»

La Cuqui me dice «El idioma, Titi, el idioma es lo más difícil que me ha pasado en este país, ya sabes que soy súper aplicada, pero el oído nada, no reacciona, no me funciona, lo demás es lo que le pasa a todo el mundo, el extrañar, el querer ser, como mismo dices tú, yo otra vez, pero no me arrepiento, he aprendido muchas cosas, creo que este país me ha obligado a comunicarme sonriendo, y ya sabes la poca sonrisa que me arrancan los extraños…

«Yo quiero salir de atrás, del fogón, y ver gente, poder pasar de preparar los sándwiches a llevar los platos y, aunque no pueda hablar, al menos sonreírles y caerles bien; también he tomado costumbres de la cocina americana que me encantan, y sé que voy a volver a estudiar, no creas que eso ha salido de mi espectro, estoy ahorrando para eso, los dos ahorramos, pero tengo que aprender bien el inglés».

Si escribo «pai de limón» como debería escribirlo, el lector leerá «pie de limón«: «pie«, eso al final de la pierna. Pero este texto iba a llamarse antes «La sabiduría tiene el pie pequeñito«, así que no vendría tan mal. Hoy me he quedado, de nuevo, sin trabajo, y la Cuqui me dice «Ya verás que todo va a estar bien, yo he cambiado ya tres veces de trabajo y llevo solo siete meses, ten fe, eres fuerte, somos mujeres, somos muy fuertes», recuerda a Marie y su «No pasa nada, Yudi», porque en verdad, Titi, no pasa nada, vas a ver…

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