Ruinas (Tres poemas)

| Escrituras | 06/09/2021

Se ha tenido que vivir con mucha intensidad para escribir un poemario como Ruinas. Con su lectura nadie queda impasible. Imágenes cocidas a fuego lento, o en ráfagas, que abordan sin complacencia la destrucción, la muerte, la locura, la niebla de los límites. Palabras que cargan el peso de un oxímoron, la contención en el desborde, y que deslumbran también por sus pausas, sus silencios. Quizás nunca hemos leído en la Cuba de todas partes a una poeta con tanta riqueza en sus temas y emociones, pero, a la vez, tanta coherencia y desnudez. Sentimos que ella decanta y poda para nosotros con rabia afirmativa.

Trata este libro sobre todas las muertes posibles dentro de una maleta de cuero, una vida o un gesto que pudiéramos llamar Magali Alabau, la Poesía, lo que evitaremos fundir (confundir) con la línea de la isla de Cuba hundiéndose en el horizonte, mientras vemos arremolinarse en este derrumbe eterno otras historias de personajes como Zelda, Camille y Paul Claudel, Hölderlin, Artaud, el genio, la demencia, el eros y el pathos.

Viajamos por épocas y calles imaginarias, pero hechas de vivencias reales en Paris, New York, La Habana, entre espacios de la infancia, el inventario de las paredes y las mutaciones, los sanatorios, los cuartos, los cuerpos enfermos, el infinito universo de lo cotidiano que nos justifica. Y caen y se quiebran también el mar, la nieve, la tarde, el lenguaje… “¿Y cómo cuidar las palabras?”, se pregunta, si “todo se rompe. / Aunque lo cuides / se rompe”.

De esa fractura que resulta imposible sustituir se conforma este libro, de umbrales desgastados, de quebraderos, arañazos en el tiempo, y también de los vacíos que abrimos en medio de la nada para salvarnos, con las preguntas que no alcanzamos a responder. Y es que semejante desgarro, esa punzada indistinguible entre la locura y la lucidez que Magaly Alabau relata con sus Ruinas, quizás, antes de la caída, sencillamente nos define. | ILEANA ÁLVAREZ , FRANCIS SÁNCHEZ


(El poemario Ruinas está ilustrado por Sylvia Baldeon. Se puede adquirir en Ediciones Deslinde y en Amazon)


LAS PALABRAS



¿Y cómo cuidar las palabras?
Cuando miro el suelo, está roto,
sin reparar, y aunque lo repare
sigue rompiéndose.
Todo se rompe.
Aunque lo cuides
se rompe.
La planta de salvia
se rompió mientras yo limpiaba.
Ahí cayó sin fuerzas.
El papel está roto y contiene palabras.
Si una rompe el papel rompe las palabras
que tengo acumuladas.
Se desbordan de mi cabeza.
Salen de la garganta,
llenas de musgo y hierro.
Por la noche se precipitan
y dicen algo así como
que soy capaz de dar trompadas,
de tirarme al piso
en el centro de la fiesta
y preguntarte:
Puta, ¿dónde estabas?
Las palabras salen y qué hago.
Hace tiempo que existo entre cosas rotas.
No puedo desecharlas.
No tienen sustitutos.
La mesa está rota.
La silla apenas me sostiene.
No cuento con palabras.
Salen desesperadas,
agrestes,
rompiéndose.



Y ESE MOVIMIENTO



Y ese movimiento
de las sábanas blancas
saliendo del espejo
me saca la promesa
de dar fuego a todo,
a los papeles,
a las cosas,
a los libros,
a mi piel y mis huesos,
a mis manos
a mis ojos,
a mi pelo,
y por último a ti.



LA NIEVE



Cada año la nieve es más intensa.
Blanca pradera de sal.
Mañana las pisadas de todos,
los engranajes de la naturaleza,
se grabarán como algo común.
Mi ventana es larga,
tres ventanas en una pared.
La madera las separa.
En invierno hay que sellarlas,
excepto una, desde donde miro
el blanco saturado de hielo.
Los pájaros buscan semillas escondidas.
Con los años mi casa
se ha convertido en una cueva,
rincón,
prisión,
otro mundo.
Con el tiempo,
animales extraños
amenazan entrar con sus saltos,
quieren traspasar las rejas.
Los troncos de árboles secos
han rodeado la ventana
de blanco papel, la nieve,
qué pureza.
Mi descuido ha sido no ver las letras
desbordándose en el ventanal.
Hay sol a veces.
Los días grises con nieve
o con lluvia me opacan.
Algo así como en los campos
donde han lanzado a todos
los muertos de la historia.
Me miran
pidiéndome algo
que no puedo dar.
No tengo pan.
Se apresuran
con tanta desolación
a la nieve tan blanca,
tan falta de todo para ellos.
Crecí creyendo en el paraíso.
Y más tarde, el sueño mesiánico.
Una revolución reciclada
de sermones y consignas,
procesiones en plazas
y voces corales entonando
el mismo himno.
Crisis,
despertar,
olvidar.
Qué más da.
Una desecha la palabra patria,
compañeros,
camaradas,
los cansados discursos de seres exhaustos.
El único deseo es que no interfieran,
que no entren en tu guarida,
que dejen un pedazo de ti intacto.
El dogma sigue su ruta arrasando
con gritos falsos de libertad.
Revolución acá,
revolución allá.
revolución de hace un siglo.
Un club con un abecedario
de cultos delirantes
donde la libertad
y la verdad se confunden.
Oigo el clamor
y temo.
Ahí llegan.
Amenazas,
tonos de voz,
la conveniencia.
Hachas cortando árboles
que luego queman.
Revoluciones y mataderos.
Las calles revueltas y sucias,
ruinas de países que fueron enteros.
Todas las épocas han sido derrumbadas
por los arquitectos.
Solo la nieve mantiene la memoria.
Percheros sin ropa,
casas sin techos.
Me hablan de Cuba
y yo hablo del universo.

(Del libro Ruinas, Ediciones Deslinde, Madrid, 2021)

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