Gas pimienta

La activista Daniela Rojo, durante su encarcelamiento tras las protestas del 11 de julio, encuentra a Anay entre las otras reclusas. La historia de Anay es parte del horror que viven las presas políticas cubanas.

| Observatorio | Vidas | 09/05/2022

“¡Abajo la dictadura! ¡Arriba la dictadura! ¡Abajo Fidel Díaz Canel Bermúdez!”. Esos eran los gritos de Anay tras las manifestaciones del 11 de julio.

Anay era una reclusa del destacamento 5 de la prisión habanera “Mujeres de Occidente”, conocida popularmente como “El Guatao”. Anay no estaba «bien de la cabeza» y eso es todo lo que sé. En una breve visita del departamento de psicología de la prisión para hacernos un test psicométrico a las nuevas reclusas pude ver a Anay de cerca, pude ver la tristeza y el desvarío en sus ojos ausentes.

Esa tarde está grabada en mi mente con fuego. Anay gritaba sus habituales consignas, nosotras reíamos. Todo empezó con la “pasillera”, así se le llaman en prisión a las reclusas que hacen trabajos como parte de su condena, y se usa ese término porque siempre andan pasillo arriba, pasillo abajo llevando bandejas, cucharas, agua, merienda o lo que se les encargue.

La pasillera que estaba de turno no nos caía bien, solía burlarse de nosotras y no hacía bien su trabajo. Aparentemente Anay tenía la misma opinión. Y por eso, quizás abusando de su facultad de loca le arrojó un vaso con orine a la pasillera, y ahí empezó el conflicto.

La pasillera se negaba a pasar cerca de la celda de Anay, mucho menos a llevarle alimentos. Supongo que en algún momento le dio las quejas del incidente a la “maestra” ( así le decíamos a las guardias encargadas de vigilarnos), porque la “maestra” estaba pendiente de Anay, y la regañó par de veces por sus consignas. Anay no estaba bien, este era su tercer mes en celda de castigo, gritaba una y otra vez y pese a las órdenes de las guardias de que cesara, Anay solo escuchaba su grito y su reclamo gracioso y a la vez valiente y oportuno.


No sé si Anay sabía, pero con cada grito suyo se me erizaba la piel. Temía por ella: «¡Abajo la dictadura! ¡Arriba la dictadura! ¡Abajo Fidel Díaz Canel Bermúdez!”

No sé si ella sabía, no sé si tenía la lucidez suficiente para entender que su público estaba compuesto por 43 mujeres encarceladas por repetir en la calle esas mismas consignas, quizás con algo más de tino, y sin contradicciones en el discurso. No sé si Anay sabía, pero con cada grito suyo se me erizaba la piel. Temía por ella.

Represores en Cuba.

La tercera vez que la “maestra” regañó a Anay lo hizo con gas pimienta. Anay siguió gritando, decía que el dolor no le importaba. Una reja la separaba de la “maestra” y de la tonfa.

Pero el horror no terminó ahí. La “maestra” regresó acompañada de dos guardias mujeres y uno hombre. Todas tenían tonfas. Abrieron la reja de la celda de Anay y entraron en banda.

Lo que hicieron con ella no se borra de mi mente. Desde mi celda escuchaba sus gritos y todas llorábamos pensando que ese podía ser el destino de cualquiera de nosotras.

Yo corrí a mi litera, dormía en una de las camas de arriba. Allí estaría segura, allí podría taparme los oídos y llorar. Desde allí vi cómo se la llevaban, esposada y con la cara hinchada y llena de moretones. Decía: «no me den más!». Lo suplicaba entre el dolor y la rabia.

De pronto el resto de las presas comenzaron a gritar, víctimas de un dolor propio. El gas pimienta se había quedado atorado en la galera (que era un pasillo cerrado, con unos pocos huecos pequeños) y ahora ardía en los ojos de todas las presas. Algunas vomitaban, otras lloraban, a otras como a mí solo nos ardió un poco. Sin dudas ese sería un día que nunca olvidaríamos. Ni los ojos tristes de Anay, ni sus gritos, ni el dolor en nuestros ojos, ni la ardentía del gas pimienta.

Yo pude escapar apenas, y hoy estoy aquí para contarlo, pero mi mente no deja de preguntarse qué habrá sido de todas ellas. De algunas sé que no han podido salir y a día de hoy la fiscalía les pide 20 años. Ninguna imaginó que ser valiente saldría tan caro. Para algunas de aquellas reclusas su familia se ha roto para siempre y para otras se ha unido más.

Pero varias inquietudes me sigue persiguiendo. ¿Qué habrá sido de Anay? ¿Habrán golpeado también a las demás?

Testimonio de la activista cubana Daniela Rojo.

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