Especial 11J | Madres de Cuba del 11 de Julio: Supervivencia, cuidados y activismo

Libia, Elizabeth y Teresa, tres madres cubanas de La Güinera a las que el estallido social del 11 de Julio les cambió la vida.

Madres cubanas de presos políticos.
Madres cubanas de presos políticos.

Libia, Elizabeth y Teresa, son tres madres de La Güinera. Sus vidas han cambiado desde que, después del 11 de Julio de 2021, sus hijos fueron encarcelados por las protestas.

Libia

Toda la estructura de la vida de Livia Pérez se desmembró cuando se llevaron a su hijo Carlitos tras la protesta del 12 de julio de 2021 en La Güinera.

Primero, la Fiscalía pidió 26 años de prisión para el hijo, de 22. Veintiséis años es demasiado tiempo, más de lo que ha vivido, pensó la madre, sin atreverse a ponerlo en palabras.

Libia, a sus 47 años, perdió la noción del tiempo: “los días los tengo cambiados, no sé si es lunes o es martes”, dice con desgano. En el instante en que condenaron a Carlitos a pasar los próximos cinco años de su vida privado de libertad, Livia sintió que la estaban condenando a ella.

Al principio, su cuerpo estaba en la casa pero su cabeza en prisión, tratando de imaginar cada segundo de su hijo en una celda. No lograba concentrarse ni seguir su rutina. Una de sus más grandes alegrías, que era ver a su nietecita de dos años, pasó a ser un motivo de tristeza, un recordatorio de la separación familiar.

“Siempre me levantaba temprano a hacer las cosas de la casa, pero desde que mi hijo está preso, casi ni cocino ni lavo. Los primeros días no quería ni bañarme ni arreglarme las uñas ni teñirme, las canas las tengo afuera y ni me preocupa”.

Con el paso de las semanas, sacó fuerzas de donde no había y comenzó a salir a la calle a buscar productos para revender y así garantizar el sustento de su hijo preso, pues con el salario que gana por limpiar el piso en la óptica de La Güinera, no le alcanza.

Antes también lo hacía, pero durante los últimos meses en que ha alternado estas faenas, ha tenido que intensificar la venta de todo lo que consiga: ropa, chucherías, viandas, cigarros. “En mi trabajo han sido comprensivos y en el peor momento mi jefe me dijo ‘Libia, cógete una semana’”. Su mundo gira ahora en torno a una sola cosa: llenar la jaba de Carlitos.

Cada 15 días, le toca llevarle una jaba de aseo y otra de comida. Los jueves le puede llevar medicamentos, que siempre trata de que sean genéricos como paracetamol, tylenol y mentol, todos difíciles de conseguir en las farmacias cubanas.

Alrededor de Libia, varias familias pasan por situaciones similares. Puede enumerarlas de memoria: los Román, los León, etc. Todas sufren las consecuencias de la persecución desatada por el Estado contra los vecinos de La Güinera que participaron en las históricas manifestaciones del verano pasado.

No hay un barrio de Cuba donde haya más personas presas por haber, supuestamente, cometido graves delitos contra la Seguridad del Estado, que en La Güinera. Y, por tanto, tampoco hay un barrio con más familias fracturadas y mujeres cuya vida ha cambiado radicalmente.

Desde el mismo día de la protesta, que en La Güinera fue el 12 de julio, un día después que en la mayoría del país, decenas de mujeres sufren los efectos de la represión estatal. El encarcelamiento de sus hijos ha derivado en afectaciones económicas y una intensificación de las labores de cuidado que, una vez más, recaen sobre ellas, principalmente.

A esto se suma el impacto psicológico que les ha provocado ver a sus familiares lejos de casa, en la cárcel,  y verse ellas mismas convertidas en el objetivo de las autoridades.

Porque además de la soledad, la rabia y las penurias económicas que viven, algunas de ellas también han experimentado una transformación política. De no haber estado organizadas antes o nunca haber expresado sus opiniones en público, estas madres han pasado a integrar un movimiento por la libertad de sus familiares y apoyarse entre ellas sin descanso.

Libia es una de ellas. Ella dio el paso y, en diciembre de 2021, junto con otras vecinas y madres de La Güinera, participó en un video, en el que, mostrando sus rostros, hablando directamente a las autoridades, denunciaron que sus hijos no habían hecho nada para ser encarcelados durante años.

El video ha tenido más de 10.000 visualizaciones en la página de Facebook del grupo de la sociedad civil Justicia 11J, donde se publicó originalmente. 

Este activismo ha tenido resultados: su presión ha derivado en revisiones de los procesos, apelaciones o casaciones en las que, en algunos casos, se han obtenido reducciones de condenas. O se ha logrado que las penas consistan en reclusión domiciliaria o trabajo correccional en vez de prisión.

Pero esto también ha convertido a algunas madres en víctimas de represión, vigilancia u hostigamiento. Ellas han soportado estas presiones, cada una a su manera, con pequeños gestos individuales: hacerse un tatuaje con las letras del 11J junto al nombre de su hijo; llevar puesto un pulóver de Patria y Vida o con el rostro de su hijo; hacer sonar las cazuelas a la noche para que se escuche su reclamo, o ir a misa los domingos.

Elizabeth “La Negra”

Si tener un recluso en la familia ya es difícil, Elizabeth León “La Negra” está viviendo el infierno de que, en su caso, sean tres. Tres de sus cinco hijos fueron detenidos el 12 de julio pasado y desde entonces están presos. Dos de ellos, Frandy González León y Santiago Vázquez León, de 27 y 21 años, respectivamente, por manifestarse. El tercero, Jose Antonio Gómez León, de 34, por enfrentarse a la policía cuando llegaron a capturar a sus hermanos menores.

A sus 55 años de edad, a Elizabeth le ha tocado quedarse a cargo de sus nietos, los hijos pequeños de sus hijos presos. 

“Mis tres hijos presos están en la misma prisión. Celdas separadas. Todos estos niños, mis casi 10 nietos, viven conmigo, y realmente es un fenómeno todo lo que estoy pasando. Me levanto como una loca. Me altero mucho. Entonces tengo que estar pidiendo muchas veces de favor a los vecinos que me ayuden a terminar las cosas y a arreglar los sacos para mis hijos. Yo muchas veces estoy como en shock, no digo nada, me quedo en cero. Tengo dos o tres vecinas que me han ayudado a salir y solucionar problemas, si no, esto sería una gran locura”.

Elizabeth padece de un tumor renal desde 2008 y los médicos le han recomendado mantenerse tranquila, pero ella cree que ahora, al tener tanto estrés, se le ha acelerado el proceso del tumor.

Antes del 12 de julio, asegura Elizabeth, ella estaba estable porque no tenía preocupación, estaba haciendo reposo y tenía la atención de sus hijos. “Pero en estos momentos, tengo un estado de vida que yo ni comer puedo”.

“Tener tanta presión y poco reposo me ha hecho ir para atrás, me tiene descompensada. No puedo trabajar, de cualquier cosa me desmayo”.

A sus padecimientos de salud, La Negra suma la preocupación por sus hijos presos, la necesidad de buscar comida: “Tuve visita el martes y entonces me ves buscando a ver cómo reunir para un paquete de galletas… no son muchas cosas las que puedo llevar, pues no tengo para llevarles”.

Sus hijos, asegura, la ayudaban con la comida, en los planes de construcción de su casa; de modo que cuando ellos cayeron presos, todo eso se vino abajo. “De hecho ahora mismo estoy viviendo en la placa de la casa porque yo le había dado la parte de abajo a mis hijos con la esperanza de que entre todos me ayudaran a fabricar a mí arriba. Como ellos están presos, ¿ahora de qué forma?”.

Mientras habla, los nietos revolotean por la casa, pasa un vendedor de dulces y le piden a la abuela que les compre. La abuela saca algo de dinero y compra unos dulces que deben compartir entre todos.

Para sobrevivir en un entorno de tanta carencia, explica, vende los jabones de la cuota y lo que le “sobra”. Con eso “puedo irles reuniendo las cositas de las jabas a mis hijos y, sobreviviendo de esa forma, vendiendo una blusa, una saya, no sé, que muchas veces ha venido cualquiera y me regala, y me he visto luego en la obligación de venderlo”.

Pero a diferencia de Libia, que sale a la calle para vender y está al tanto de las colas, a Elizabeth le genera un rechazo total a salir de la casa y vende en su propia casa; en parte por su estado de salud y porque está cuidando de sus nietos; en parte porque no ha superado lo que vivió el 12 de julio al asomarse al portón. “Yo no sé si es que me ha quedado como un trauma”, dice.

Elizabeth denuncia que ese día ella fue golpeada por efectivos policiales, mientras su casa era allanada y detenían a cuatro de sus cinco hijos. A uno de ellos lo soltaron después.

Todo lo asociado con esa fecha, incluso lo que hacía para ganarse la vida, lo repele. “Yo hasta arreglaba uñas aquí en la casa, pero después de ese día (12J) no lo he hecho más porque yo estaba arreglando uñas ese día que fue la manifestación. Yo no sabía nada y cuando salí al portón, me dieron un golpe, esto me ha creado un shock que yo ni pintar uñas quiero, entonces no tengo tampoco cómo adquirir los productos que  se necesitan. Y eso que arreglar uñas era mi medio de vida. Me ayudaba muchísimo, me gustaba”.

Elizabeth también ha pasado tiempo sin pintar sus propias uñas ni teñir su cabello. Ni puede permitírselo ni tiene cabeza para ello. “Solo pienso en mis nietos, en hacerles la leche a mis nietecitos y en mis hijos, en hacerles los sacos”, dice.

Elizabeth no cede en la lucha por traer a sus hijos de vuelta a casa.  Se ha incorporado a varias de las iniciativas organizadas por la madres de La Guinera para denunciar la situación de sus familiares Y ha participado en reuniones de familiares organizadas por Wilber Aguilar Bravo, un padre del barrio que ha hecho cacerolazos y los ha transmitido constantemente en Facebook. También ha recibido apoyo de grupos religiosos, ha hecho directas en Facebook y ha estado activa en un grupo de Whatsapp llamado Voz de la libertad.  

En el grupo, que ha perdurado hasta la actualidad y cuenta con una treintena de participantes, se articulan ideas y sentimientos. También  se comparte información relevante sobre los presos, en particular de los más jóvenes.

En el grupo hay mujeres del barrio, pero también cubanas residentes en el exterior, como María del Carmen Martínez, radicada en Barcelona, España, desde hace 20 años. Ella cuenta que el 11 de julio de 2021, con la respuesta represiva a las protestas que vio en videos por redes sociales y medios de comunicación, experimentó un despertar. Desde esa fecha ha sido artífice de la comunión de madres y familiares de presos políticos.

Gracias al apoyo prestado por el grupo, Elizabeth ha encontrado unidad con otras familias y una causa común, lo que he ayudado a afrontar mejor su complicada situación.

Ella repite constantemente que “un palo no hace monte”.  “Esta es una causa colectiva en la que tenemos que denunciar todas y apoyarnos”.

Teresa

Al igual que Elizabeth, su vecina, Teresa Rodríguez, tiene tres hijos privados de libertad por manifestarse el 12J. Los dos mayores: Yosney y Mackyani Roman Rodríguez, de 25 y 23 años, respectivamente, cumplen condenas en prisión. El menor, Emiyoslán Román Rodríguez, de 18 años, está internado en un centro de trabajo correccional.

A los tres la Policía se los llevó de la casa durante la madrugada del 13 de julio. No tuvieron tiempo para asearse o cepillarse los dientes, mucho menos para despedirse de la familia.

Teresa padeció una crisis nerviosa que le provocó granos en la cabeza y se la tuvo que rapar. Así lucía cuando a finales del año pasado apareció junto a Livia Pérez en el vídeo colectivo en el que pedían libertad de sus hijos.

Aunque antes de ese día, Teresa ya había hecho denuncias por su cuenta,  su aparición en el video la convirtió en blanco de la Seguridad del Estado, que la consideró la líder del grupo, según ella asegura.

A partir de entonces, su casa empezó a ser vigilada y ella fue interrogada en varias ocasiones por la Seguridad del Estado.

“En la primera y la segunda entrevista que me hizo la Seguridad del Estado me hicieron amenazas de que tenía que estar tranquila porque, si no, perjudicaba a mis hijos. Me dijeron que ellos sabían todo lo que yo hacía, que ellos me tenían vigilada. Y en esos días yo siempre veía en las esquinas de mi casa policías con motos, y el día que dimos una entrevista en casa de Wilber Aguilar Bravo (el hombre que organizaba caceroladas), entramos por delante y nos escurrimos por detrás. Pero esta gente (la Seguridad del Estado) me dijo con lujo de detalles cómo había sido, me sacaron fotos. Me quedé loca. ¿Cómo esa gente supo todo eso?”, se pregunta Teresa 

La vigilancia y la presión de las autoridades, más el peso de los sacos que debía llenar y cargar para sus hijos presos, comenzó a ser una carga demasiado pesada para Teresa. Aunque contaba con el apoyo del padre de sus hijos,  la situación se hizo insostenible para ella.

Su hija mayor, residente en Estados Unidos, no tardó en percibirlo y resolvió sacarle un pasaje a uno de los pocos países que la admitiría sin visado: Rusia. El propósito era alejarla por un tiempo del estrés y el síndrome de persecución.

Teresa llegó a Rusia a finales de enero de 2022, pero la invasión de Ucrania, ocurrida una semanas después, la motivó a salir de ese país. Cruzó irregularmente la frontera con Bielorrusia y de allí, con un grupo de unos 20 cubanos, se dispuso a tratar de ingresar a Polonia.

Después de varias noches a la intemperie y largas caminatas en el frío, fueron devueltos a Moscú en un tren. Desde allá, como desplazada del conflicto cubano, ha vivido los procesos penales de sus hijos.

Teresa no ha vuelto a Cuba pero su mente sigue en el país. De ser una ciudadana más o menos crítica con el régimen ha pasado a ser una activista defensora de los derechos humanos. 

Teresa ha seguido los pasos otras madres de La Guinera, como Bárbara Farrat (madre del adolescente Jonathan González Farrat) que en una ocasión declaró públicamente que se había hecho activista por las amenazas de la Seguridad del Estado, por su hijo y los demás presos.

Teresa Rantes no llamaba dictadura a la dictadura ni presos políticos a los presos políticos. Sus publicaciones en redes sociales previas al 11J eran exclusivamente de momentos de celebración, casi siempre en familia. Desde entonces ha abierto varias cuentas en Facebook, que es la red social que más usa para denunciar en Cuba. En sus publicaciones es posible notar su proceso de radicalización.

De la Teresa que dijo en el video que le parece “un abuso” que todas las entidades del gobierno estén a favor de que tantos jóvenes —entre ellos sus tres hijos— reciban una gran cantidad de años de cárcel por haber protestado contra la crisis económica, social y de derechos que estalló en julio en Cuba, a la Teresa que hoy escribe en Facebook “abajo el Partido Comunista de Cuba” hay un trecho de represión y de hartazgo.

A diferencia de las madres que permanecen en La Güinera ella está sola. Su participación es a través de las redes sociales y grupos en Whatsapp. Como no sabe hacer directas, escribe, y ahora, que siente que llama a las cosas por su nombre,  suele concluir con las frases: “Patria y Vida”, “abajo el PCC y la dictadura castrista” y ”libertad para todos los presos políticos”. Lleva a las demás madres, también, el mensaje de la unidad. “En la unión está la fuerza”, coinciden. Y a la vez comparten la idea de que esa unidad por momentos les ha faltado.

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