Anamely Ramos González: “Yo creo que la simulación nos ha hecho mucho daño”

Debido al daño antropológico que sufre Cuba resultado de 60 años de una Revolución comunista, actitudes inherentes al ser humano en sociedad se han convertido en hechos "insólitos".

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Anamely Ramos. / Foto: cortesía de la autora.

¡Al fin, unas palabras actualizadas con la Negra! Desde que la conocí en el ISA, hace catorce años, ella y su grupo social más cercano me despertaron vivas simpatías. Nunca me paró bola en aquel entonces, tal vez pensando que un señor como yo, desmedidamente amistoso, quisiera propasarse. Pero el destino hace más vueltas que un globo de fiestas cuando lo sueltas a medio inflar. Arrastrados por la necesidad económica, terminamos enrolados en una de las formas de explotación laboral más despreciables y oportunistas de la contemporaneidad, como subcontratados de una “corporación cubana” en una universidad de artes en Angola. El asunto es que las circunstancias, tan lejanas de aquellos días de sociabilidad a medias, cambiaron diametralmente.

De ser meros colegas de trabajo, pasamos automáticamente a ser familia. No hubo transiciones. Un año y medio viviendo bajo el mismo techo, en un ambiente reducido, fue suficiente para señalarle al otro las posibles deficiencias que pudiéramos tener en el cepillado bucal. ¡Qué decir de un lapso de tiempo que, en la práctica, pareció una década! Durante aquella temporada, entre los sustanciosos detalles de nuestra convivencia, debo admitir que la Negra cocinaba muy sabroso cuando estaba de vena, aunque su especialidad era el pollo quemado por descuido, y luego rehidratado para aprovechar el fondo calcinado como base de la salsa final. Ella, mi novia y yo, articulamos una cofradía que, pasados los meses, no fue muy bien aquilatada por el obediente rebaño de cubanos que se encontraban en nuestra misma condición contractual. Se generó entonces una velada segregación que nos compulsó a crear una insularidad propia, lo más alejada posible de los controles políticos que ejercían nuestros empleadores cubanos en ese país.

Como regresó antes que nosotros, aquí en Cuba nos recibió con alfombra roja. La saludable inercia de la experiencia africana continuó en la Isla con proyectos para compartir. Eventualmente, de un modo u otro, Ana y yo hemos hablado de antropología, disciplina en la que hace un doctorado en la actualidad. Conscientes de que no pocos recursos de esta materia nos atañen para la comprensión estructural de dilemas nacionales, lo que sigue a continuación es el esbozo de algunos de esos tópicos. Advierto que la conversación, para tratarse de un sketch, es un poco extensa, no exenta de tecnicismos indispensables, pero se las recomiendo como cosa buena. Las tortuosas sesiones de intercambio, realizadas a través de audios, transcripciones y un mínimo de correcciones, conservan las trazas documentales de origen.   

Es tan amplio el espectro que hoy cubre la Antropología, que muy fácilmente algunas de sus ramas pueden haberte acompañado desde tu formación como historiadora del arte. Pero, específicamente, ¿cómo y cuándo se produce esa necesidad cognitiva, lo suficientemente imperiosa, como para llevarte a hacer un doctorado en esa disciplina?

“Mi Negro querido, voy a empezar a responder las preguntas. Escucha esta primera respuesta. Dime si no te molesta el ruido de fondo y, bueno, disculpa la demora, pero sabes que en medio del vendaval en el que yo vivo ha sido difícil encontrar el momento, la disposición y hasta el tono para responderte las preguntas.

“A ver, voy pa´llá. La primera pregunta es sobre la Antropología y cómo llego a ella. En efecto, la introducción que haces de que posiblemente haya elementos ahí de la Antropología que me han acompañado desde mi formación en Historia del Arte, sin saber incluso que tenían que ver con la Antropología, o sin saber incluso que esta ciencia existía, es cierto; de hecho, mucho antes incluso de empezar a estudiar Historia del Arte. Hay cosas que se van incorporando en la sensibilidad de las personas, y que tienen que ver con determinado espíritu, con determinada forma de interpretar la realidad, y que se acercan más o menos a ciertas disciplinas, como puede ser esta, la misma Historia del Arte, o cualquier otra ciencia humanística. Yo descubrí desde bastante joven que tenía un talento para trabajar con la gente, y que lo hacía incluso espontáneamente. Bueno, eso cogió a lo largo de mi vida diversas formas: estuve en varios grupos de ayuda de la iglesia, mientras fui niña, adolescente y joven. En algún momento quise entrar con las Hijas de la Caridad, para desarrollar todo lo que tiene que ver con el apoyo a personas discapacitadas. Yo visitaba mucho la Edad de Oro, un centro para personas con problemas motores, mentales, de comunicación; y ayudaba ahí a las Hijas de la Caridad, que trabajaban en aquel lugar junto con otros empleados del Estado, porque no es un centro propiamente de la Iglesia. Iba todos los fines de semana, y realmente me enamoré mucho de ese trabajo. En ese entorno aprendí muchas cosas sobre el ser humano, de los límites de lo humano, de formas diferentes de pedir, de responder, de demostrar cariño, y bueno, fue algo que me fascinó sumamente. Yo estaba finalizando la carrera y tuve que decidir en ese momento si la seguía, o si realmente me ordenaba con las Hijas de la Caridad. Tenía mucha empatía con ellas, y les agradezco porque hacen un trabajo infinitamente generoso. Mucho después nos acompañaron durante el acuartelamiento (MSI), y a mí especialmente me han acompañado durante muchos momentos críticos de mi vida. Ese particular del trabajo con la gente, de permitirme el tiempo de mirarlas, de ver cómo se comportan, de encontrar respuestas a muchas cosas de mí misma, o de la acción que una pueda desarrollar como profesional, pero también como ciudadana, en un momento determinado, en un momento de vulnerabilidad extrema, me ilustró mucho. También la sensibilidad de cómo tú acompañas al otro. Es decir, todas esas cosas yo las vine desarrollando desde muy joven. En algún momento pensé: bueno, no voy a ser monja, pero pude desarrollar algún tipo de trabajo social. Recuerdo aquella serie televisiva, Raquel Busca su Sitio, que a mí me encantaba, y me preguntaba: ¿por qué en Cuba no hay este tipo de trabajo? ¿Por qué yo no puedo hacer este tipo de trabajo desde el punto de vista secular o tal?

«…la visita a Angola significó para mí desaprender la lógica de la Historia del Arte, esa lógica de los vencedores…”

“Yo creo que todo eso lo fui canalizando posteriormente con el activismo. Me involucré con muchos grupos que coordinaban iniciativas sociales interesantísimas. Estuve mucho tiempo visitando el Centro Social Abra con amigos muy queridos, que algunos están fuera de Cuba, como Isbel o Jimmy, y con los que siguen estando dentro, como Mario Santana y Dimitri, y me vinculé mucho a las acciones que ellos hacían. A veces sosteníamos encuentros con grupos ambientalistas, o de reciclaje y producción alternativa. Después, cuando estuve coordinando el fórum Loyola, en el Centro de igual nombre, que abordaba temas sobre la actualidad de Cuba, a veces teníamos la posibilidad de visitar este tipo de espacios alternativos; recuerdo, por ejemplo, una visita a un taller donde hacían papel reciclado. Entonces fui vinculando lo que yo había estudiado, la sensibilidad que había desarrollado, mientras estudiaba e impartía Historia del Arte, con esta parte más social del activismo, y me encantó el resultado que eso dio. Yo creo que ese es el antecedente fundamental de mis estudios antropológicos.

“Por otro lado, lo que significó vivir un tiempo en Angola, y cómo eso me movió el piso en la metodología convencional de la enseñanza del arte, de la Historia del Arte, fue determinante. Me percaté de que lo que era Arte para ellos no es lo mismo que para nosotros, y que para entender eso había que meterse en cuestiones que no estaban referenciadas en la lógica que tiene la Historia del Arte misma, ni en otras disciplinas. Ahí es cuando llego formalmente a la Antropología. Entonces, creo que son esas dos grandes vías. Primero, todo ese camino anterior de interpretar a la gente, interpretar el mundo a partir de la gente, de querer ayudar, de quererle buscar sentido social a cosas que son personales, o que son parte de una profesión; y, de otra parte, la visita a Angola, lo que significó para mí el desaprender la lógica de la Historia del Arte, de esa lógica que al final es de los vencedores, y tratar entonces de entenderla desde otra perspectiva, como puede ser lo antropológico, la esencia del arte mismo”.

«…La cultura, las expresiones culturales, son autosuficientes y van hacia dónde quieren ir…”

Tratándose de un saber definido como ciencia independiente en el occidente del auge capitalista, durante el S. XIX, ¿cuántos vestigios de racismo, colonialismo y hegemonismo, consideras que perviven solapados en las plataformas académicas de las Antropologías del S. XXI?

“Es sabido, y bastante criticado y cuestionado, que la Antropología surge justamente para validar determinadas suposiciones en sí mismas racistas, de superioridad de un tipo humano sobre otro. Esencialmente consistía en la recogida de datos, o la interpretación que hacían los especialistas de determinados tipos de personas, de determinados tipos humanos, para validar esa supuesta superioridad. La intención era hacer científico algo que descansaba en una suposición moral. En eso se ha avanzado muchísimo, por supuesto. Es interesante, porque muchas de esas personas, esos primeros antropólogos, que registraron, que tomaron testimonios, que escribieron largas obras sobre determinado pueblo o cultura, para desacreditarla o para validar otra a partir de la inferioridad de esta, al final terminaron demostrando todo lo contrario; es como una serpiente que se muerde la cola, traicionándose a sí mismas, justamente porque la cultura, las expresiones culturales, son autosuficientes y van hacia dónde quieren ir, más allá de la regulación o del rumbo que queremos darle a veces como investigadores. Es decir, son autónomas, y muestran verdades en sí mismas, más allá de las que nosotros queramos imponerles.

Anamely Ramos.

“Me muevo al caso cubano y pienso en Fernando Ortiz. Él llega a Cuba, con todas esas ideas que traía de la escuela italiana, a demostrar que estos negros eran delincuentes, que formaban parte de algo que debía dejarse atrás, y quedó fascinado por las expresiones culturales que ahí encontró, y bueno, su obra dio un vuelco. Y si eso pasó con Fernando Ortiz, imagínate que puede haber pasado con otros antropólogos, en otras épocas, visitando regiones sumamente extrañas a sí mismos, mucho más extrañas a sí mismos de lo que pudieron ser los negros curros para Fernando Ortiz, por poner un ejemplo. Yo creo que esa interacción con lo raro, con lo extraño, con lo que es diferente de ti mismo, al final termina siempre encontrando vasos comunicantes, porque al final todos somos seres humanos, y la idea no es erradicar las diferencias, todo lo contrario. La idea es instaurar nuevos canales de comunicación entre culturas que son distintas, entre cosmovisiones que son diferentes, porque al final todos tenemos una base común, que también tiene que salir a la par de las diferencias, para que al final el resultado sea sano, y sobre todo que esta intención sea salvaguardada, mucho más los antropólogos, que al llegar a esos lugares puedan aprender, y puedan desarrollar una idea más concisa, clara y  edificante, no solo de los lugares a los cuales van, sino también de su propia cultura, porque tal vez eso sea lo único que podemos sacar en claro. Es decir, como especialista, yo te escucho, yo te miro, yo trato de entenderte, y a partir de ahí me entiendo mejor a mí mismo. Yo creo que al final esa es la mayor honestidad a la que pueda aspirar un antropólogo.

“Se ha avanzado muchísimo en eso, pero siempre hay vestigios de racismo, de hegemonismo. Ahora mismo, por ejemplo, la forma en la que escriben los antropólogos, desde la academia, hasta cierto punto sigue siendo una camisa de fuerza. En la actualidad se hace mucho hincapié en lo que pueden ser los discursos de la Autoetnología, por ejemplo, a favor de cómo tú describes o interpretas los sucesos en los cuales estás inmerso, es decir, el lugar del que investiga, el rol subjetivo del que investiga. ¿Dónde está esa persona? y, contrariando lo establecido por la ortodoxia académica, ¿por qué tiene que estar forzosamente en la distancia? ¿por qué tiene que estar fuera de lo que está investigando? Todo eso está siendo cuestionado, hay mucha apertura para todo lo que tiene que ver con la Autoetnología, lo digo porque justamente mi tesis va por ahí, y eso es algo que ahora mismo me obsesiona. Se han instaurado, se han inaugurado, muchos nuevos escenarios, terminologías para hacer eso, pero a veces la misma manera en que se escribe, la misma fórmula académica en la que te obligan a escribir las cosas, traiciona esa intención. Yo creo que, actualmente, es la propia academia donde se estudia Antropología, la que continúa siendo una camisa de fuerza, es la expresión de todo ese hegemonismo, que en otro momento estuvo más situado en la intención de determinados gobiernos, o de determinadas lógicas, o de determinadas dinámicas de dominación geopolíticas. Yo creo que, si la academia continúa filtrando todo eso, entonces habría que liberarse de la propia academia, del propio discurso académico, que da forma y regula lo que se está investigando, y a los propios investigadores. Creo que por ahí vendrían los tiros ahora mismo en el mundo contemporáneo. Habría que ver en el mundo de la comunicación cómo se difunden las realidades que los antropólogos van descubriendo, si es que eso va a quedar totalmente invisibilizado, y de cómo los antropólogos también se podrían arriesgar para incursionar en ese campo de la Autoetnología sin considerarlo menor, sin considerar que estarían como banalizando la fuerza o la profundidad de lo que investigan, no sé. Ahí hay mucha tela por donde cortar, pero sí creo que, en sentido general, se ha avanzado muchísimo, aunque, obviamente, continúan esos vestigios de racismo y de hegemonismo en la manera en que se enfocan las disciplinas”.

«Un intelectual no es aquel que se dedica a pensar, todos pensamos. La labor social del intelectual es intentar hacer encajar lo que aparentemente está aislado. Unir los puntos, de eso se trata”.

Considerando que la Antropología contempla requisitos y registros tan vulnerables a la flexibilidad, desde lo subjetivo, desde la relatividad cultural del observador y lo observado (nada más y nada menos que otro humano), ¿qué opinión te merece la percepción de la otredad a la luz de esta disciplina?

En Antropología hay un malestar continuo por esa definición, que se ha impuesto con el tiempo, de que lo que se estudia es ´al Otro´. En principio puede ser verdad, pero esto puede contaminarse, incluso, cuando es imprescindible ponderar eso del aquí y el ahora, y lo que implica el trabajo de campo, de esa exposición sostenida de observar y convivir con ´el Otro´. Al final la pureza no es tal. No debemos dar por sentado que no ejercemos violencia al querer aplicar nuestros conceptos y lógicas, y que lo que hacemos conduce necesariamente a un conocimiento exento de colonialidad. En un texto que se llama El Tiempo y el Otro, Johannes Fabian cuestiona las bases mismas de la Antropología, al decir que la presencia empírica de ´el Otro´ lo convierte en una ausencia teórica. Para él, lo que hacemos los antropólogos es interpretar a ´el Otro´ en términos de distancia, negar y negarnos todo el tiempo el principio de coetaneidad. ´El Otro´ existe no sólo para ser mirado y estudiado, sino también para perpetuarse como objeto, no tanto como sujeto, y, mientras más lejos, espacial y temporalmente, mejor. De hecho, para la Antropología, ha sido desde hace mucho una especie de viaje en el tiempo, donde visitamos momentos prístinos de la historia de la humanidad que quedaron atrás. Moverse a lugares recónditos donde habita ´el Otro´ es, muy a menudo, trasladarse a una época fundacional. Sin embargo, las implicaciones sintomáticas que se derivan de toda esta reflexión no se restringen a la Antropología. Atañen a todo el trabajo científico en cuestiones tan centrales como la eterna separación de sujeto y objeto, o la no menos larga disyuntiva entre reconocimiento y distribución social, o entre derechos y autodeterminación. Lo que se manifiesta es que, de la manera en que afrontemos la labor investigativa y escritural, dependerán los resultados que tengamos a nivel de organización de la sociedad, en la medida en que logremos incidir en ello en tanto agentes y productores de valor. Como he dicho muchas veces antes: un intelectual no es aquel que se dedica a pensar, todos pensamos. La labor social del intelectual es intentar hacer encajar lo que aparentemente está aislado. Unir los puntos, de eso se trata”.

Anamely Ramos.

Salvando las honrosas excepciones de los etnólogos Fernando Ortiz y Lidia Cabrera, o de los arqueólogos Ramón Dacal, Manuel Rivero, Ernesto E. Tabío, entre otros, durante la primera mitad del pasado siglo, ¿a qué atribuyes el poco desenvolvimiento y divulgación que han tenido en Cuba otras variantes de la Antropología, como, por ejemplo, la social, sobre todo en la segunda mitad del XX y lo que va de este? ¿Cómo es posible que la Universidad de La Habana cuente con una Cátedra de Antropología, y que no exista una licenciatura en la misma disciplina?

“Me encanta la tercera pregunta, porque, además, es algo que he mencionado en varias ocasiones, y también ha sido tema de discusión con amigos que, incluso, han estado más cerca de la Antropología que yo desde mucho antes; con amigos que, sin ser antropólogos, viniendo de otras disciplinas, como pueden ser la Sociología o la Historia, entre otras, han trabajado en el Instituto Juan Marinello. Y bueno, esta es una de las grandes preguntas, ¿sabes? Es una pregunta que muestra qué cosa ha sido la Revolución Cubana, y que es lo que ha privilegiado, y que es lo que ha invisibilizado; cuáles son los caminos que ha propiciado, y cuáles son los caminos que ha cerrado, y uno de los caminos que ha cerrado esa Revolución es justamente el camino de la Antropología. No hay carrera de pregrado en Antropología, tampoco hay postgrado; en algún momento creo que lo hubo, pero ya no. Entonces, creo que lo que sucede es que se han instrumentalizado las herramientas de esta disciplina, que pueden ser usadas por personas que vienen de otros campos, y que pueden ser usadas en determinadas investigaciones, que muchas veces son encargos de estos centros de investigación, de estas instituciones, que hace mucho rato se sabe que también son brazos del poder en Cuba; lo han sido durante mucho tiempo, y ahora es más evidente, lo cual no invalida determinados estudios que se puedan haber hecho desde esa condición, o la honestidad de muchas personas que han trabajado en esas instituciones. No estoy hablando de eso, no es una cuestión moral, pero sí es obvio que se han impuesto determinadas lógicas, determinadas terminologías, se han censurado determinados caminos, determinadas perspectivas, y eso es parte del servicio que han brindado estas instituciones al estado.

“Entonces, ¿por qué no se estudia Antropología en Cuba? Esa es una gran pregunta. Yo creo que el problema aquí es que la Antropología instaura, o al menos busca, un tipo de mirada específica a la realidad, es decir, parte de la necesidad y de la legitimidad de estar ahí en medio de los procesos, de estar presente, incluso físicamente hablando. El trabajo de campo es una de las grandes herramientas de la Antropología, uno de sus centros. El estar ahí, obligatoriamente, te da un margen de visión, te abre un espectro que no tiene el que no está presente, incluso ni el que está analizando datos, el que está desde lejos con las estadísticas. Pero nunca es lo mismo que estar ahí, hablar con las personas que son protagonistas de lo que se está investigando o mirando. La Antropología genera una sociabilidad en sí misma, y a eso le tiene pánico el poder cuando es dictatorial, es decir, a que se generen sociabilidades diferentes, que se generen redes fuera de lo que el mismo poder puede controlar, y, además, te da una percepción meridiana de la realidad, de lo que está ocurriendo, más allá de los discursos que pueden existir, incluso preexistir antes de la investigación, que puedan desmoronarlos. Pudiera avalarlos, cuando se hace instrumentalmente, pero siempre hay un riesgo muy grande de que esos discursos sean deconstruidos cuando tú llegas a la realidad concreta, cuando tú hablas con la gente que está ahí. O sea, hay un sentido práctico de la Antropología, que se engarza muy bien con elementos teóricos, porque siempre llegamos a los lugares con prejuicios, con una tradición detrás; pero bueno, nos encontramos con eso mismo del lado de allá. Es decir, ese verse cara a cara, y los retos que esto pueda implicar de frente a determinadas realidades, creo que es un riesgo para el poder, y por eso es que no se ha dado curso a estudiar Antropología. Pienso que puede ser una cuestión desestabilizadora para cualquier poder dictatorial; de hecho, lo es para cualquier poder en cualquier parte del mundo. Creo que, si la Antropología se inserta como una especie de cuña entre muchas disciplinas, y está llamando la atención sobre la realidad todo el tiempo, en ese sentido es realista, tiene un tono ahí que desafía los discursos, la retórica constante, que desafía determinados lenguajes que se están imponiendo desde hace muchos años, y que también perviven en la contemporaneidad, en lo que es postmoderno. La Antropología es un trabajo minucioso desde abajo, que está mirando hacia arriba, hacia las estructuras de poder, y está diciendo: ok, tú dices todo eso, pero yo, con todo esto que estoy recopilando acá, con este trabajo aparentemente menor que estoy haciendo desde la base, puedo desmontarte toda esa retórica con simples pequeños datos, con testimonios sencillos, con historias menores. Creo que las diferentes escalas que maneja la Antropología pueden descolocar cualquier poder, y mucho más si es un poder dictatorial.

“Creo que por eso no se estudia Antropología en Cuba. No por gusto Fernando Ortiz, Lidia Cabrera, que son la base de todo este conocimiento (incluso Lidia Cabrera, siendo escritora, usando la ficción, usando la narración para llegar a todo eso, porque al final yo creo que la Antropología es muy poética en su concepción, y la poesía también es algo que descoloca), han sido en algunos casos instrumentalizados y, en otros, simplemente olvidados. Han tratado de borrarlos. Pero hay cosas que no se borran, porque estos saberes antropológicos se mezclan tanto con la espiritualidad y con la idiosincrasia de los lugares, que forman parte indisoluble de ciertos fenómenos, es decir, salen de ahí, y, al mismo tiempo, regresan ahí, a lo que la gente crea, a lo que la gente desea, a las ilusiones que la gente tiene, a como la gente mira el mundo. Entonces es muy difícil quitar eso de cuajo, porque siempre van a encontrar vías para resurgir. Pero por supuesto que se pueden combatir desde el poder, intentar que no existan, y que no haya un desarrollo continuo y sistemático de ese tipo de prácticas autóctonas”.

«La simulación nos ha hecho mucho daño a la hora de distinguir cuales son los ingredientes, de qué estamos hechos ahora mismo los cubanos…”

¿Qué aspecto en la cocción de nuestro ajiaco identitario está fallando? ¿Los ingredientes? ¿La inconstancia del fuego para alcanzar una adecuada y sistemática temperatura?

“La quinta pregunta habla de la cocción de la identidad, tomando esta metáfora del ajiaco como referente para lo que es Cuba, para lo que es la nacionalidad cubana, esa idea de Fernando Ortiz. A ver, ¡esta también es bastante complicada, eh!, pero bueno, voy a tratar de respondértela. Yo creo que cuando haces referencia, por ejemplo, a que lo que puede haber fallado son los ingredientes, o el fuego, que al final hace que la cocción continúe, y en la interrogante de lo que está pasando con ese fuego, entendiendo eso tal vez como otros actores sociales que intervienen, o tipos de institución, o el contexto en sí, el contexto en el cual todo eso continúa desarrollándose, porque es algo que no cesa, podría decirte algunas cosas. Cuba, los cubanos, o cualquier cultura del mundo, no es una cosa desde siempre y para siempre, es algo que evoluciona. Yo creo que hay algo de lo que hay que partir, y es la cuestión de la simulación, del daño que nos ha hecho la simulación. Hay escritores cubanos que han hablado de eso. Esto me hace recordar el libro De dónde son los cantantes, de Severo Sarduy. La cuestión de la simulación forma parte de determinadas formas culturales del cubano, o de cualquier persona que haya vivido en un país al margen, o del llamado tercer mundo, o de la periferia, o como quieras llamar a estos países del cual el nuestro forma parte. La simulación es parte de todo esto. ¿En qué consiste? La cuestión de la máscara, o de reírse, cuando a veces lo que hay que hacer es molestarse, u ocuparse de otra forma, o de tomárselo seriamente, en vez de canalizarlo con un meme, con todo ese discurso del choteo, es algo que nos tipifica. La simulación ha sido parte de nuestra cultura desde siempre, un mecanismo de defensa, al mismo tiempo que una forma de subvertir el poder. Pero hay un tipo de simulación, que creo que es el que se ha exacerbado después del triunfo de la Revolución, donde tú nunca dices quién eres, donde tú sabes quién eres, lo que quieres, pero no lo dices porque no es conveniente, porque sería no ser ´vivo´… Creo que esa idea del cubano, de que es ´vivo´, de que es pícaro, al final está entestada, como calibrando el poder y tratando de colarse, de instalarse, y no solo de sobrevivir, sino de sacar ventaja, y es una idea culturalmente arraigada que se ha insertado en nuestra idiosincrasia, y está actuando de manera que hace más evidente esta simulación. Creo que en algún punto esa simulación se convirtió en el rostro del cubano, y ha hecho mucho daño, porque ya no se trata de cómo una persona concreta lidia con determinadas circunstancias, o que también se pueda articular en determinados grupos, en determinadas formas culturales con esta modalidad del choteo, de los memes, sino que ya es una cuestión que, desde el punto de vista colectivo, se ha convertido en el rostro de los cubanos. ¿Cómo la simulación se convirtió en una vía para creerte lo que en otras circunstancias nunca te hubieses creído? Yo sí creo que todo esto de la efervescencia, del frenesí colectivo de apoyo a la Revolución, a determinadas políticas revolucionarias, que incluso podían llevarte a repudiar a otros, a caer en actos moralmente detestables, como puede ser un ´acto de repudio´, como puede ser el de gritar ´Paredón´, o ´Que se vayan´, o incluso, aunque no lo gritaras, en algún momento lo pensabas; o no actuar cuando expulsaban a un amigo o a un conocido de la universidad por sus ideas políticas, o por determinada inclinación religiosa, o lo que fuera. Haber caído en todo eso, haberlo validado, es resultado de creernos determinadas nociones colectivas que no son naturales, que no están legitimadas en sí mismas, pero que sí son cosas que entran desde afuera hacía adentro. Hay ahí un camino, un impulso a la inversa, y es que esas nociones se legitiman desde afuera y logran entrar en la gente. Entonces, haces que te lo crees, que obviamente no es así. Es como una especie de trampa que actúa a nivel psicológico… Hay un libro de Slavoj Žižek…, yo no comulgo mucho con él, pero bueno, hay cosas que sí me parecen lúcidas, y de una de ellas es de lo que hablo. El libro se llama El sublime objeto de la ideología; y creo que sí, la ideología es algo que sublima muchas cosas, porque te sientes adherido a determinada práctica ideológica, aunque la estés validando en última instancia, y estés ocultando muchas otras cosas poco ortodoxas, que sabes que están ahí, que son verdad, pero las estás ocultando más o menos inconscientemente, o conscientemente. Entonces estás simulando. Yo creo que la simulación nos ha hecho mucho daño a la hora de distinguir cuales son los ingredientes, de qué estamos hechos ahora mismo los cubanos, cuáles son las formas culturales que nos describen, cuáles son las imágenes que nos describen, cuáles son las actitudes, los comportamientos que nos describen, porque una cosa es lo que ves y otra lo que es. Eso ha ido desapareciendo con el tiempo, creo que se han ido imponiendo otras matrices culturales, de opinión más bien, y ahora lo políticamente correcto no es lo que era antes, muchas veces opuesto a lo que era antes, a pesar de que la represión sigue siendo grande, o es más directa. En algunos puntos tienes que simular, pero simulas mucho menos de lo que lo hacías antes. Habría que ver qué sucede con todo eso.

Anamely Ramos en una manifestación en México por el fin de la dictadura en Cuba. / Foto: cortesía de la autora.

“En cuanto a formalizar los ingredientes en determinados antecedentes culturales, que vienen de determinada región, lo que vino de África, lo que vino de España, lo que pudo haber venido de los chinos, aunque es menor; o lo que puede haber quedado de los aborígenes; creo que, obviamente, todo eso está mucho más diluido de lo que pudo haberlo estado cuando Fernando Ortiz escribió al respecto. Las prácticas introducidas por la Revolución han sido tan estándares, lo han allanado tanto todo, han despojado tanto a la gente de continuar con la manifestación de esas costumbres que daban vida a esos patrones culturales, y estoy pensando en cosas tan cotidianas como pudiera ser la misma comida, que no han dejado posibilidades de sostener la tradición de esos platos que venían de España, de África, colocando esto como uno de los tantos ejemplos que pudiera mencionar. Esas prácticas de estandarización y precariedad, más allá de los sentidos ideológicos que les dio a determinados fenómenos culturales, por supuesto deleznables, porque la ideología no tiene nada que hacer ahí, pues la cultura es la cultura y punto, y se regenera y se hace, y tiene sus propias expresiones y sus propias fuentes, es decir, no necesita estar validada por ninguna ideología, ni necesita ser cuestionada o regulada por ninguna ideología, han contaminado y arrasado con sus expresiones más genuinas. Sí, estandarizó mucho las cosas, las allanó. De repente era todo tan sencillo como evolucionar hacia un tipo de hombre, donde esas expresiones culturales podían ser un lastre de algo anterior, de algo burgués, de algo que, al final, no contribuiría al avance siempre creciente y luminoso de una ´revolución´ y de un tipo de ´hombre nuevo´, que al parecer no iba a tener ninguno de esos rasgos como parte de su idiosincrasia, imponiéndose en su lugar muchos referentes culturales que venían de Rusia, o de cualquier otro lado, que definitivamente no calaron, no son tan importantes, solo quedan como recuerdos, como los que tenemos de los muñequitos rusos, la carne Rusa, o no sé cuál, pero eso no caló, no va a quedar a largo plazo. 

«…salir a la calle con la verdad es algo insólito, y protestar por una violación que te hacen es insólito, y todo es insólito, y el que lo haga es visto como un loco…”

“El daño fue mucho más grande, porque hizo mucho más difícil seguir desarrollando las otras formas culturales que venían de distintos lugares, y que eran como el tronco, y sobre todo daban pluralidad, cortada desde entonces durante mucho tiempo, aparentemente de forma completa. Obviamente nunca se corta de este modo; eso siempre aparece en algún sitio de nuevo, pero bueno, por supuesto que hubo algo ahí que se rompió. El borrón y cuenta nueva fue terrible. Yo estaba hablando el otro día con un amigo y le decía: ´¿Tú sabes si la Columbia subsiste en Cuba en algún lugar?´, y él me decía, ´Bueno sí, yo creo que en Matanzas hay lugares donde la gente baila Columbia´. Pero, ¿dónde está eso? ¿Cómo es posible que, en cualquier lugar, en los años ´40 o ´50, cuatro personas pobres, en medio de la nada, podían hacer eso y ahora no sé dónde está? No sé, la sensación es como cuando cae una bomba atómica y acaba con todo, incluso con la naturaleza, que lleva ahí millones de años. Pues eso mismo pasa cuando llega un tipo de lógica totalitaria como esta, que se arroba el derecho de decir lo que es cultura y lo que no, lo que es revolucionario y lo que no lo es, y dice: pues entonces, chao, porque tiene que avanzarse hacia un futuro cierto, que al final es nada, es la nada. Pienso que eso hizo mucho daño, porque cortó lazos concretos, formas de expresión concretas, los espacios sociales donde eso podía germinar; y porque además impuso esto de la simulación, cortando entonces a nivel interno, desviando el desarrollo que podían tener esas cosas desde dentro. Yo creo que estamos pagando las consecuencias de todo eso. Cuando se habla de daño antropológico, se está hablando un poco de todo eso, desde esa fuerza que es como una inercia que nos ha sacudido a todos; y de repente, incluso, las actitudes cívicas, que son algo totalmente consustancial a la ciudadanía en el mundo moderno, nosotros las tenemos también cortadas, y salir a la calle con la verdad es algo insólito, y protestar por una violación que te hacen es insólito, y todo es insólito, y el que lo haga es visto como un loco, cuando no lo es… El asunto es que las estructuras de poder están ahí, supuestamente, para servir… Sabemos que en ningún lugar eso se cumple a cabalidad, pero desde el poder tienes que articular mecanismos para solucionarlo… Ese tipo de participación es necesaria, es consustancial con el ser humano, es necesaria para la vida moderna y para la vida pública, y si te cortan todo eso…, bueno, pues entonces están cortando una parte de tu esencia humana. Es terrible, porque eso siempre tiene consecuencias graves a largo plazo”.

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