Gertrudis Gómez de Avellaneda: enigma y escritura en «Sab»

¿Es "Sab" sólo una novela antiesclavista? ¿Es española? ¿Es cubana? ¿Es autobiográfica? Estas y otras preguntas hilan el texto de la investigadora Olga García Yero.

| Opinión | 25/08/2023
Imagen de Gertrudis Gómez de Avellaneda con Sab de fondo
Gertrudis Gómez de Avellaneda (Santa María de Puerto Príncipe, Cuba, 1814 - Madrid, 1873).

La obra de Gertrudis Gómez de Avellaneda estuvo marcada por diversas fragmentaciones resultado del tenso desgarramiento que caracterizó a su persona. Detrás de la mujer que se imponía por su carácter y por la fuerza de su personalidad, había otros rostros: la mujer agónica, la amante no correspondida, la que no logró nunca alcanzar la condición de madre, entre otras tensiones. Son fragmentaciones que jalonaron su discurso literario y marcaron los espacios transitados en la búsqueda de una expresión propia. A todo esto, se sumaba el peso del contexto social que marca la creación de cada escritor. La ensayista Iris Zavala ha señalado al respecto como: “Cada escritura hace una cartografía que se conecta a los movimientos sociales reales”.[1] Por eso, en la novela Sab, uno de los textos más incuestionablemente cubanos de la Avellaneda, se observa de inmediato que el espacio literario está sumamente difuminado, en particular en lo que se refiere a una imagen específica del paisaje de su Puerto Príncipe (hoy Camagüey) natal de la autora.

Por otra parte, un aspecto de la construcción del espacio en Sab ha suscitado una serie de hipótesis y, de hecho, ha constituido un enigma para la exégesis del texto. Este hecho habla por sí mismo de la importancia de la espacialidad en los estudios de género en Cuba, incluso en una obra tan temprana como esta.

La novela Sab fue publicada en su primera edición en Madrid en el año 1841. La autora la dio a conocer en dos tomos en correspondencia con las dos partes que conforman la narración. Esa primera edición fue dedicada por la autora a Alberto Lista, quien fuera un importante intelectual español de la época. A él, ella le solicitó que escribiese algo para la prensa sobre la novela, pero apenas pudo arrancarle estas líneas en una carta privada: “Sab me ha parecido un ensayo feliz, que promete a España un buen novelista; Ud. sabe interesar a favor del amante no correspondido, lo cual Voltaire, si no he perdido los memoriales, ha declarado imposible en el teatro. Su noveleta de Ud. hace que yo desconfíe de esta máxima”.[2]

Por otra parte, en el periódico habanero El Faro Industrial sólo se reprodujo la nota publicada en Madrid el 29 de diciembre de 1841, en el Mundo Literario de España. Para la crítica literaria cubana la novela pasó prácticamente inadvertida. Sólo Cirilo Villaverde se fijó en ella y publicó en El Faro Industrial en 1842, una nota en la que alababa el carácter abolicionista de la novela: todo lo más, se reproduce algo de lo poco escrito en Madrid. Creo que había dos fuertes razones para este silencio. La primera de ellas es que, en efecto, Villaverde tenía razón porque Sab fue nuestra primera novela abolicionista.

Escrita, no por encargo, como ocurriría con Francisco de Anselmo Suárez y Romero y otros relatos que nacieron de intereses económicos manejados muy bien por Domingo Delmonte. Y, por último, aquella novela había sido escrita por una mujer. Mujer principeña y que para colmo vivía en Madrid. Eran dos fuertes razones para que nadie se detuviera en ella. Además, la novela no circuló nunca en Cuba. Como dato curioso habría que añadir que no se publicó como texto independiente en la isla hasta después de 1959 por las ediciones del Consejo Nacional de Cultura.

Lo cierto es que, a la aparición de Sab, la mayor parte de la crítica fue española, quizás haya sido este uno de los factores que se han tenido en cuenta para considerar que la novela fue escrita en la península ibérica. Sin embargo, hay algunas voces críticas que han puesto en duda esto sobre todo por los capítulos IX y X de la primera parte de la novela, atendiendo a la minuciosa información que allí se evidencia en la construcción del espacio paisajístico de la zona rural de Cubitas en el antiguo territorio de Puerto Príncipe.

Este factor estilístico ha hecho incluso pensar que la novela pudiera haber sido escrita en Cuba, y sólo publicada posteriormente en España. Es posible que a este factor se le haya sumado el hecho de que Sab es la primera novela publicada por la autora. Hasta el presente no había aparecido ningún testimonio de prueba de cualquiera de estas dos hipótesis, y eso ha mantenido una incertidumbre que puede sintetizarse así:

a) Sab se escribió originalmente en Cuba, y por eso la construcción del espacio narrativo de Cubitas, además de su fuerte acento estilístico heredado de Sir Walter Scott —la anciana Martina estaría inspirada, por ejemplo en la Norna de El pirata—, es el momento de mayor detallismo espacial en la novela; y

b) Sab se escribió en España, y la intensidad pictórica del espacio campesino de Cubitas proviene de la memoria afectiva de la Avellaneda y de alguna experiencia personal suya en su primera juventud en Puerto Príncipe. Esta indeterminación —significativamente ligada, por lo demás, a un problema de construcción estilística del espacio en la escritura de la Avellaneda— que ha padecido la historia literaria cubana, puede considerarse resuelta al fin en el presente estudio.

Portada de edición príncipe de "Sab", novela de Gertrudis Gómez de Abellaneda. Madrid, 1841.
Portada de edición príncipe de Sab. Madrid, 1841.

En efecto, en el capítulo IX de la primera parte de Sab, cuando Carlos de B. le habla a Enrique Otway, se refiere a una lucecita que se ve en esos campos de Cubitas, provocada por cocuyos en la noche, la novelista pone la siguiente referencia a pie de página donde explica:

Los cubanos han forjado en otros tiempos extraños cuentos relativos a una luz que decían aparecer todas las noches en aquel paraje, y que era visible para todos los que transitaban por el campo de la ciudad de Puerto Príncipe y Cubitas. Desde que dicha aldea fue más visitada y adquirió cierta importancia en el país, no ha vuelto a hablarse de este fenómeno, cuyas causas jamás han sido satisfactoriamente explicadas. Un sujeto de talento, en un artículo que ha publicado recientemente en un periódico, con el título de “Adición a los apuntes para la historia de Puerto Príncipe”, hablando sobre este objeto dice que eran fuegos fatuos, que la ignorancia calificó de aparición sobrenatural. Añade el mismo que las quemazones que se hacen todos los años en los campos pueden haber consumido las materias que producían el fenómeno.
Sin pararnos a examinar si es fundada o no esta conjetura, y dejando a nuestros lectores la libertad de formar juicios más exactos, aceptamos por ahora la opinión de los cubiteros, y explicaremos el fenómeno en la continuación de la historia, tal cual nos ha sido referido y explicado más de una vez.[3]
Gertrudis Gómez de Avellaneda
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En efecto, el artículo al que alude la Avellaneda existe, y la autora del presente trabajo lo halló hace algún tiempo, bajo el título de “Cubitas”, artículo adicional a los Apuntes para la historia de Puerto Príncipe, pequeño libro firmado por el intelectual principeño, tal vez —por su primer apellido— familiar de la Avellaneda, Manuel Arteaga y Betancourt. De ese opúsculo existieron dos ediciones y la consultada para este trabajo corresponde a la segunda edición.[4] La primera edición apareció entre 1838 y 1839, según señala el propio autor en el prólogo a la segunda edición. Fue con esta con la que trabajó la autora de este texto y que pertenecía a una de las antiguas familias camagüeyanas, los Agüero Rodríguez, quien guardó por años esta rara obra.

El dato lo expongo para que se tenga una muestra del capital cultural de la región principeña. Si este Arteaga era su pariente por línea materna, podía haber estado, perfectamente, en correspondencia con él y haber conocido, si no la primera edición del opúsculo, al menos de su existencia. En la nota al pie de página número 6 de la segunda edición del librito de Arteaga y Betancourt, este afirma (nótese cómo abrevia el apellido paterno de la autora, pero consigna el materno, que coincide con el suyo propio):

La señora Da. Gertrudis de Avellaneda y Arteaga me mandó pedir, desde la ciudad de Sevilla, donde reside, una nota muy minuciosa y circunstanciada de Cubitas y sus cercanías, y sólo por complacerla me he tomado el trabajo (pequeño, a la verdad, pero superior a mis fuerzas) de formar esta sencilla narración, la cual, suponiendo su consentimiento, me ha determinado a publicarla, a los fines que espresa [sic] este epígrafe, de la que le remití un ejemplar
(La novela Sab, que creo fue la primera que salió a luz de la pluma de la que entonces residía en Sevilla y hoy en Madrid, y era la señorita en el día la señora Avellaneda, confirma lo que arriba queda espuesto [sic], revelando al mismo tiempo el objeto con que esta pidió noticia de Cubitas y sus cercanías. En efecto, dicha novela debe su ecsistencia [sic] a la historia de Cubita, la que le remití un ejemplar a aquella como lo comprueba su argumento, y que el lugar donde se suponen los acontecimientos es un ingenio de Yucatán: pero, más que todo, el hacerse mención en ella de la luz de los Montecitos, acerca de la cual se cita mi opinión en espresiones [sic]que me lisonjean, aunque sin denominarme, emitiendo la autora la suya, y haciendo algunas reflecsiones [sic] sobre el particular).[5]
Manuel Arteaga y Betancourt
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Al buscar en el libro de Carlos Trelles, Bibliografía cubana del siglo XIX, tomo 2 (1826-1840), el pseudónimo El Antillano, este libro señala: “El Antillano: (V. Arteaga, Manuel)”[6]. En ese mismo texto de Trelles se añade: “Manuel Arteaga y Betancourt: Cubita por El Antillano, 1 era edición, Puerto Príncipe, 1838 o 39. Cubita. Artículo adicional a los Apuntes para la historia de Puerto Príncipe. Escrito por El Antillano. Segunda edición. Puerto Príncipe. Imprenta El Fanal. En 8vo M, 24 ps. Se publicó en Mem. De la Soc. Econ. (1838 y 1848). El autor nació en Camagüey en 1784 y usaba el pseudónimo de El Antillano”.[7]

Si se hace un cotejo del texto de la novela con el de Apuntes para la historia de Puerto Príncipe, se observa algo muy interesante. En la página 207 (de la edición de Sab que utilizo) del capítulo X de la primera parte de su novela, la Avellaneda dice: “Tres son las principales, conocidas con los nombres de Cueva Grande o de los Negros Cimarrones, María Teresa y Cayetano. La primera está bajo la gran loma de Toabaquey y consta de tres grandes salas, cada una de las cuales se distingue con su denominación particular”.[8] En el libro de El Antillano, se señala textualmente: “Entre las muchas rarezas dignas de admiración, con que la naturaleza señaló a Cubita, se encuentran la Cueva Grande o de los negros cimarrones; la de Seña María Teresa; la de Cayetano; los Paredones y el río Canjilones”.[9] Asimismo, en Sab se lee:

Son notables entre estas salas la de la Bóveda por su capacidad y la del Horno cuya entrada es una tronera a flor de tierra por la que no se puede pasar sino muy trabajosamente y casi arrastrándose contra el suelo. Sin embargo, es de las más notables salas de aquel vasto suelo subterráneo y las incomodidades que se experimentan, al penetrar en ella, son ventajosamente compensadas con el placer de admirar las bellezas que contiene. Deslúmbrase el viajero que al levantar los ojos en aquel reducido y tenebroso recinto ve brillar sobre su cabeza un rico dosel de plata sembrado de zafiros y brillantes, que tal parece en la oscuridad de la gruta el techo singular que la cubre. Empero, pocos minutos puede gozarse impunemente de aquel bello capricho de la naturaleza, pues la falta de aire obliga a los visitadores de la gruta a arrojarse fuera, temiendo ser sofocados por el calor excesivo que hay en ella.[10]
Gertrudis Gómez de Avellaneda
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Todo este pasaje de la novela de Tula, de manera bastante obvia, está inspirado en el siguiente texto del pequeño libro de Manuel Arteaga y Betancourt:

Otra de dichas salas queda sobre la izquierda, y no todos logran verla: se llama el Horno, y es tan estrecha que apenas caben en ella, a la vez, cinco o seis personas, y eso agachadas o en cuclillas. Para introducirse en este Horno no hay sino una tronera a flor de tierra, por la que se entra uno a uno arrastrándose. Más esta incomodidad queda compensada en estando adentro, al alzar la vista para el techo, el cual parece todo sembrado de piedras preciosas, por el brillo que despide y por la diversidad de colores simétricamente [sic] matizados que produce la luz de las cuabas que en él se reflectan. No obstante [sic] allí no se puede permanecer, sino muy pocos momentos, porque la mucha humedad del suelo, las llamas y el humo de las cuabas y la estrechez del lugar sofocan de manera que es preciso salir cuanto antes a respirar con más libertad.[11]
Manuel Arteaga y Betancourt
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Como señalé anteriormente, es en la nota al pie de página número 6 de la segunda edición del librito de Manuel Arteaga y Betancourt, donde se explica la solicitud que le había hecho la Avellaneda de una descripción de Cubitas. Esa nota 6 del opúsculo de El Antillano está situada en el texto en que el autor relata lo siguiente:

Yo he visitado la caverna esta gran caverna diez o doce ocasiones, como lo acreditarán los muchos letreros de carbón que en los muros de algunas de sus salas deben ecsistir [sic], puestos de mi mano, en que se espresa [sic] mi nombre y apellido, y hasta la fecha en que los ponía; pero era entonces tan joven y hace ya tantos años, que no puedo recordar todo lo que observé, mayormente cuando jamás me ocurrió hasta ahora hacer uso de semejantes observaciones.[12]
Manuel Arteaga y Betancourt
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Portada de "Sab", novela de Gertrudis Gómez de Avellaneda para la edición de Cátedra, 1997.
Portada de Sab. Ediciones Cátedra, colección Letras Hispánicas, 1997.

La Avellaneda escribe, por su parte, en Sab un eco de lo apuntado por El Antillano: “Las paredes estaban llenas con los nombres de los visitadores de las grutas, pero la compañía no pudo dejar de manifestar la mayor sorpresa al ver el nombre de Carlota entre ellos, no habiendo visitado ésta hasta entonces aquellos sitios”.[13]

Así, pues, Sab se termina hacia 1839 en Sevilla —si se ha de creer la opinión de El Antillano— y se publica en 1841; por tanto, es escrita cuando ya la Avellaneda tenía cierto tiempo de establecida en España, y sus recuerdos del espacio principeño, en particular de la zona rural en que se ubica lo esencial de la trama narrativa, se habían desdibujado, pero no tanto que no tenga noción de lo pintoresco del paisaje de Cubitas, y que, deseando ser fiel a este, solicite la ayuda de Manuel Arteaga y Betancourt, gracias al cual se logra el pasaje más detallado y minucioso en toda la construcción espacial de Sab, donde, en lo más general de su texto, la autora brinda imágenes muy poco elaboradas del paisaje rural:

Era esta una de aquellas hermosas noches de los trópicos: el firmamento relucía recamado de estrellas, la brisa susurraba entre los inmensos cañaverales, y un sin número de cocuyos resaltaban entre el verde oscuro de los árboles y volaban sobre la tierra, abiertos sus senos brillantes como un foco de luz. Sólo interrumpía el silencio solemne de la media noche el murmullo melancólico que formaban las corrientes del Tínima, que se deslizaba a espaldas de los cañaverales entre azules y blancas piedras, para regar las flores silvestres que adornaban sus márgenes solitarias.[14]
Gertrudis Gómez de Avellaneda
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Incluso cuando hay una referencia a Cuba como territorio ideal para la realización humana, el trazado es deliberadamente impreciso y vago. Teresa le dice a su prima: “Porque hemos sido felices Carlota, en nacer en un suelo virgen. Bajo un cielo magnífico, en no vivir en el seno de una naturaleza raquítica, sino rodeadas de todas las grandes obras de Dios, que nos han enseñado a conocerle y a amarle”.[15] Esta misma Teresa cuya capacidad racional y emotiva es de mayor calibre que la de los restantes personajes de la novela, expresa, en un diálogo con Sab, que la única salida posible para este —mestizo recién liberado— es escapar del espacio sociopolítico cubano, atenazado por la esclavitud y la discriminación: “[…] busca otro cielo, otro clima, otra existencia”.[16] Frase que nos obliga inevitablemente a pensar en los célebres versos de Casal en su poema “Nostalgias”:

Ver otro cielo, otro monte,

Otra playa, otro horizonte.

Otro mar;

Otros pueblos, otras gentes

De maneras diferentes

      De pensar.[17]

Y esas playas, cielos y gentes diferentes no hicieron jamás a Gertrudis Gómez de Avellaneda olvidar su tierra natal. Al describir Cubitas prefirió el dato preciso antes que dar una visión desdibujada por la memoria. Algo, que inevitablemente ocurre al que vive lejos de su tierra de origen. Ese es uno de lo valores de esta primera novela de la Avellaneda. Allí estaba ya no solo su visión antiesclavista, sino también sus ideas acerca de la mujer delineadas a través de los personajes femeninos de la novela. Y, en eso, como en muchas otras cosas, también se adelantó a su tiempo. Necesita otras lecturas más profundas la obra de esta grande de las letras iberoamericanas. Mientras, en su Cuba natal, hace un más de un siglo que no se dan a conocer sus obras completas. Las mismas fueron publicadas, por primera y última vez, en 1914. La edición estuvo al cuidado de otra camagüeyana imprescindible: Aurelia Castillo de González. La cultura cubana merece esas obras y muchas cosas más.


[1] Iris M. Zavala: “El amor es una aventura del mal. Los sonetos de Sor Juana Inés de la Cruz”, en: Casa de las Américas. No 200, Año XXXVI, Julio- Septiembre de 1995, p. 37.

[2] Alberto Lista: «Carta a Gertrudis Gómez de Avellaneda, fechada en Cádiz el 20 de marzo de 1842», en: Domingo Figarola Caneda: Gertrudis Gómez de Avellaneda. Notas ordenadas y publicadas por doña Emilia Boxhorn—viuda de Figarola Caneda—. Sociedad General Española de Librería, S:A. Madrid, 1929, p. 152.

[3] Gertrudis Gómez de Avellaneda: Sab. Prólogo y notas de Mary Cruz. Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1973, nota a pie de las pp. 200-201.

[4] Manuel Arteaga y Betancourt: Apuntes para la historia de Puerto Príncipe. 2da. ed. Imprenta El Fanal, Puerto Príncipe, 1856.

[5] Ibídem., p. 19. Las cursivas son del autor.

[6] Carlos Trelles: Bibliografía cubana del siglo XIX (1826-1840). Seguido de una relación de periódicos publicados en Cuba en el siglo XX, por el Dr. Francisco Llaca. Imprenta Quirós y Estrada, Matanzas, 1912, t. 2, p. 167.

[7] Ibíd., pp.166-167.

[8] Gertrudis Gómez de Avellaneda: Sab, p. 207.

[9] Manuel Arteaga y Betancourt: «Artículo adicional», en: Apuntes para la historia de Puerto Príncipe. p. 7.

[10] Gertrudis Gómez de Avellaneda: Sab, pp. 207-208.

[11] Manuel Arteaga y Betancourt: Apuntes para la historia de Puerto Príncipe, p. 9.

[12] Ibíd., p.10.

[13] Gertrudis Gómez de Avellaneda: Sab, pp. 209-210.

[14] Ibíd., p. 239

[15] Ibíd., p. 306.

[16] Ibíd., p- 258

[17] Julián del Casal: Obra poética. Ed. Letras Cubanas, La Habana, 1982, pp. 177-178.

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