Una lectura contemporánea de “La prostitución en La Habana”, de Benjamín de Céspedes (Primera parte)
“La lectura del libro 'La prostitución en La Habana', de Benjamín de Céspedes, requiere una mirada no solo histórica, sino también sociológica.”
En 1888 se publicó en Cuba La historia de la prostitución en la ciudad de La Habana, del doctor Benjamín de Céspedes, y con prólogo de Enrique José Varona. El texto despertó tanto interés en el público que, algo inusual para la época, ese mismo año tuvo tres reediciones. El crítico de la época, Emilio Bobadilla escribió sus razones por este interés:
Esta obra médico-social tuvo mucho éxito. Es no solo un libro de higiene, sino una obra literaria de pintoresco estilo, abundante en observaciones originales y curiosas por las noticias que contiene.1
No obstante, Benjamín de Céspedes no dejó de tener detractores. La Asociación de Dependientes de La Habana acusó al autor de haber escrito un libro pornográfico por haberse referido a los casos de homosexualidad entre los jóvenes dependientes recién llegados de la Península. Benjamín de Céspedes partió del testimonio de un joven paciente a quien diagnosticó como portador de una enfermedad venérea. El autor señaló cómo, obligados a convivir en habitaciones carentes de higiene, estos jóvenes se contagiaban entre ellos las más diversas enfermedades de transmisión sexual. La Asociación de Comerciantes intentó desmentir el hecho.
“El chino, el español y el negro constituyen los pilares de los procesos identitarios de Cuba. Pero el pensamiento positivista que predominaba en aquellos años finales del siglo XIX era excluyente.”
Por otra parte, Pedro Giralt Alemany publicó una réplica al libro de Benjamín de Céspedes que tituló El amor y la prostitución. Mientras Rodolfo de Lagardere, dio a conocer Blancos y negros, refutación al libro La prostitución en La Habana, donde afirmaba que las prostitutas negras y mulatas no eran otra cosa que víctimas de los hombres. Ambos textos aparecieron en 1889.2
Prostitución y racismo en la Cuba del siglo XIX
El prólogo de Enrique José Varona es una clara expresión de los problemas de una Cuba que acababa de abolir la esclavitud, pero no los daños sico-sociales y antropológicos que esta engendró. Apuntó entonces el joven Varona:
A los ojos del lector atónito se descubre de súbito una nueva faz de la colonización europea; y penetra en el fondo sombrío de estas sentinas donde la codicia y la concupiscencia humanas han amontonado los detritus de las viejas civilizaciones, revueltos y mezclados con los elementos étnicos más disímiles. Allí verá lo que han dejado las piaras de ganado negro, transportadas del África salvaje, los cargamentos de chinos decrépitos en el vicio, arrancados a su hormiguero asiático, y los cardúmenes de inmigrantes europeos sin familia, desmoralizados por la pobreza y la ignorancia, dispuestos a vivir como en aduar o campamento, regido todo por el burócrata soberbio y licencioso, hinchado de desdén por la tierra cuyos despojos se reparte, dispuesto a ser pregonero de su atraso y de su inmoralidad, que él mismo en primer término fomenta, y de que él exclusivamente es responsable.3
Las causas de la prostitución para Varona no eran sociales ni económicas, sino el resultado de la presencia africana, la china y la europea en la isla. No advirtió Varona entonces, como en su momento sí lo hizo Antonio Bachiller y Morales, en relación con el africano, que este se había insertado como un componente de la sociedad insular. Benjamín de Céspedes afirmó categóricamente que “la prostitución era el complemento natural de la trata: esta aportaba brazos esclavos y aquella reproducía y propagaba la generación esclava”.4
El chino, el español y el negro constituyen los pilares de los procesos identitarios de Cuba. Pero el pensamiento positivista que predominaba en aquellos años finales del siglo XIX era excluyente. Y no solo el pensamiento antropológico. Un español residente en la isla, Rafael G. Eslava publicó en 1887 su libro Juicio crítico de Cuba en 1887, en el que se refería a la población asiática como causa de unos de los principales males de la sociedad cubana, al decir:
Tómense las autoridades la molestia de escuchar las conversaciones de que es objeto la charada china en todos los círculos y en todas las esferas de la sociedad, y apreciarán en su verdadero terreno las chanzonetas a que se presta.5
Entonces, ante la pregunta ¿quiénes somos nosotros?, la respuesta debía estar condicionada por otra interrogante: ¿quiénes no somos nosotros?
La antropología anatómica cubana y la mujer negra
La Sociedad Antropológica de Cuba fundada en el siglo XIX, analizó estos problemas tratando de justificar, desde el punto de vista de la antropología y la medicina, la supuesta inferioridad del negro y cómo este tenía una propensión a la criminalidad y a la violencia. Estas características eran válidas también para las mujeres negras y mulatas, a las que siempre se creyó involucradas en el vicio, la mala vida y el engaño. Ese concepto fue manejado por Benjamín de Céspedes en su libro. Vinculado a la Sociedad Antropológica a través de la Real Academia de Ciencias Médicas, compartió los criterios de la antropología anatómica y prehistórica, la etnología y la antropología fisiológica y patológica que predominaban en aquel espacio. Por eso, describe a la mulata a partir de los conceptos de la antropología anatómica:
Ellas heredan también los rasgos deformes físicos y morales de la raza africana y los más vulgares de la blanca. La complexión huesosa mestiza, se caracteriza por el predomino de ángulos que se aguzan bruscamente en epífisis, rompiendo la trabazón armónica de las junturas. Las extremidades de su cuerpo son deformes, y el color gris-marmóreo de los pies y de sus manos viscosas, semeja mucho a la coloración del vientre de los animales anfibios que reptan por las orillas de los pantanos. En cambio, heredan del blanco la flojedad y la atrofia muscular, hasta el punto de aparecer enjutas y descarnadas algunas veces, y otras infiltradas enormemente en el tejido grasiento que las envuelve en una gordura desigual, pues, mientras persisten encaginados los muslos y las pantorrillas; el vientre, los pechos y los brazos, se desbordan con la blandura de sus carnes sueltas y fofas.6
Muchos años antes, Anselmo Suárez y Romero, narrador y periodista del grupo delmontino, afirmó en uno de sus artículos dedicados a la educación en la isla y publicado en 1846, el peligro que representaba el hecho de que las mujeres esclavas formaran parte de la educación de los niños blancos. Solo que, lo que para Suárez y Romero era un peligro, un siglo después sería reconocido como uno de los elementos presentes en la categoría antropológica de la transculturación, por el sabio cubano Fernando Ortiz. Decía el autor de la novela Francisco:
La leche santa de sus madres no es la que siempre alimenta a sus hijos de Cuba; una nodriza abyecta nos da de la suya, porque muchas madres creen hallar su salud y belleza en el olvido del primero de sus deberes. Mientras duermen, pasean, buscan solaz esparcimiento en el teatro o en el baile, otro regazo nos calienta; la palabra de aquella nodriza ignorante y corrompida es la que más escuchamos, sus acciones son las que más vemos a esa edad […] que, como el cristal refleja subido y cabal cuanto se le acerca, así reproduce lo que se le presentó por modelo […]. Ahí, se nos inspiran ideas erróneas; ahí brotan las pasiones bastardas, que afirmándose y creciendo después, convierten en inútil o vituperable nuestra vida; ahí se corrompe todo, hasta el habla castiza de nuestros mayores.7
La investigadora afrodescendiente Inés María Martiatu, en su prólogo a Afrocubanas, historia, pensamiento y prácticas culturales, no deja de afirmar, con toda razón, cómo esas imágenes negativas sobre la mujer negra se han mantenido peligrosamente hasta hoy:
La imagen de la mujer negra en la sociedad cubana de todas las épocas ha sido construida a base de estereotipos negativos. La violencia, el escándalo, la vulgaridad, el desorden y la promiscuidad sexual les han sido atribuidos. A partir del rumor, de los chistes mal intencionados […], se ha construido todo un cuerpo conceptual que la denigra y que ella, en el peor de los casos, acepta y reproduce […]. [H]a sido también demonizada como delincuente. Es además protagonista de un relato sexualizado que se centra en su cuerpo y que la ha hecho propensa a todas las formas de dominación sexual y clasista y al paternalismo.8
La Sociedad Antropológica de Cuba también consideraba a la homosexualidad y sus diversas manifestaciones como vicios heredados por estas “razas”. Ese es el punto de vista que recorre La prostitución en la ciudad de La Habana. El médico, antropólogo y criminalista Luis Montané presentó en el Primer Congreso Médico Regional, celebrado en La Habana en 1890, un trabajo titulado “La pederastia en Cuba”. El autor analizaba a las prostitutas, delincuentes y al resto de la población marginal como partes de un submundo que debía ser excluido de la sociedad cubana.
“Ese temor a la africanización llevó a la clase media y a los grupos de poder en Cuba a buscar soluciones como la de blanquear la isla.”
Lo que ocurría en aquellos momentos, entre muchos hombres de ciencia, no era ya el miedo al negro, sino a la africanización de la sociedad insular. Y ese temor a la africanización era la expresión, en mayor o menor intensidad, del racismo que tomaba cada vez más fuerza. Como han apuntado los importantes historiadores Consuelo Naranjo y Armando García, ese temor a la africanización llevó a la clase media y a los grupos de poder en Cuba a buscar soluciones como la de blanquear la isla. Y para hacer esto debían buscar etnias con una lengua común, fuertes, sin vicios y dados al trabajo. No era otra cosa que sustituir la abolida esclavitud africana por un tipo de esclavitud blanca. Todo esto con la finalidad de lograr un mejoramiento en el mestizaje racial, además del blanqueamiento de Cuba.
La mujer prostituta: prejuicios y derechos en Cuba a inicios del siglo XX
La Sociedad Antropológica de Cuba, como ya se ha esbozado anteriormente, fue el centro donde se debatieron todos estos problemas. A ella estuvieron fuertemente vinculados Enrique José Varona, Benjamín de Céspedes, Antonio Zambrana, Raimundo Cabrera, José Manuel Cortina y otros importantes intelectuales de la isla. No es posible abordar el libro La prostitución en La Habana sin tener en cuenta este factor. A través de sus memorias y estudios se buscaba dar un perfil a la nación cubana. Por eso es tan importante el criterio de Consuelo Naranjo y Armando García cuando señalan que:
La Sociedad sirvió para canalizar y potenciar los trabajos que se venían realizando en Cuba sobre la conformación étnica del país, la diversidad de sus componentes étnicos, las modificaciones provocadas en determinadas poblaciones por la alimentación, el surgimiento de nuevos grupos en función del cruzamiento, así como las posibilidades de reproducción, la “degeneración” física de las “razas”, la resistencia a las enfermedades y las patologías en función de su origen y adscripción étnica. Asimismo, se tendría en cuenta el estudio no solo físico de las “razas”, sino también el moral, intelectual, psicológico y lingüístico, pero fundamentalmente centrado en las “razas” que poblaban la isla. La gran diversidad de las cuestiones que se debatieron en la Sociedad hizo de esta uno de los principales centros académicos del siglo XIX cubano en el que la antropología, la etnografía, la sociología, la arqueología, la etnología, la historia, la paleontología, etcétera… encontraron amplio desarrollo, y en el que participaron los más prestigiosos investigadores, algunos de los cuales eran a su vez miembros de la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana.9
Antes de centrar de forma definitiva la atención en el libro de Benjamín de Céspedes es importante, en primer lugar, señalar que este ha sido un tema poco abordado en la historiografía de la isla. Es a partir de estudios recientes como los de María del Carmen Barcia y otros historiadores no solo de La Habana, sino también de Sancti Spíritus, Cienfuegos, Pinar del Río y Santiago de Cuba, que vuelve a ser objeto de interés.
No obstante, la República, en su primera mitad, tuvo en las obras de Ramón M. Alfonso, La prostitución en Cuba y especialmente en La Habana, publicado en 1902; Manumisión económica de la mujer cubana. Necesidad y medios de obtenerla, publicado en 1903; La prostitución en la isla de Cuba. Memoria de la Comisión de Higiene Especial, de 1905; y La Reglamentación de la prostitución. Breves apuntes de cómo debe ser en Cuba, publicado en 1912.
“Fue denominador común de estos estudios la defensa de los derechos de la mujer prostituta y de la necesidad de que recibieran un trato humano.”
En 1912, el abogado Pedro Herrera Sotolongo se dirigió a José Miguel Gómez, entonces presidente de la República en una carta que publicó con el nombre de Defensa de los derechos de la mujer, en la que exigía un mejor trato y atención por parte de las autoridades a las prostitutas. Fue denominador común de estos estudios la defensa de los derechos de la mujer prostituta y de la necesidad de que recibieran un trato humano por parte de las autoridades e instituciones del gobierno. Eugenio Molinet, en su condición de médico, también abordó esta zona tan difícil de cualquier sociedad. Y, por último, en el Primer Congreso Nacional de Mujeres, de 1923, el tema sería retomado por las feministas más radicales.
La lectura del libro de Benjamín de Céspedes requiere, por estas razones, una mirada no solo histórica, sino también sociológica, entre otras. A él se le dedicará el próximo espacio.
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1 Emilio Bobadilla, en: Carlos Trelles: Bibliografía cubana del siglo XIX. Imprenta Quirós y Estrada, Matanzas, 1914, tomo 7, p. 94.
2 Cfr: Jorge Domingo Cuadriello: “La polémica acerca del estudio de La prostitución en ciudad de La Habana”, Espacio Laical, no. 3-4, 2017, pp.81-90.
3 Enrique José Varona: “Prólogo”, en: Benjamín de Céspedes: La prostitución en la Ciudad de La Habana, Establecimiento Tipográfico OʹRelly, no 9, La Habana, 1888, p. 9.
4 Benjamín de Céspedes: La prostitución en la ciudad de La Habana, ed. cit., p.70.
5 Rafael G. Eslava: Juicio crítico de Cuba en 1887. Establecimiento Tipográfico de Amargura, no. 30, La Habana, 1887, p. 86.
6 Ibídem., p. 173.
7 Anselmo Suárez y Romero: Artículos, Establecimiento Tipográfico La Antilla, La Habana, 1860, p. 23.
8 Inés María Martiatu: “Chivo que rompe tambó, santería, género y raza en María Antonia”, en: Daysi Rubiera e Inés María Martiatu (comp.): Afrocubanas, historia, pensamiento y prácticas culturales, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2015, p. 2.
9 Consuelo Naranjo y Armando García: “Antropología, ‛raza’ y población en Cuba en el último cuarto del siglo XIX”, Estudios americanos, 1998, tomo LV, p. 271.
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