Entrevista ⎸Irina Diéguez Toledo: “Es la poesía quien te elige”

“Los descubrimientos sobre la biografía de Irina Diéguez Toledo convencerían al más pinto de los escritores para elegirla como paradigma de una novela.”

| Vidas | 06/12/2023
Irina Diéguez Toledo
Irina Diéguez Toledo

Finalizando la primera década del siglo, la literatura cubana había alcanzado una efervescencia muy peculiar, con la masiva emergencia de nuevas y diversas voces. Particularmente renovada, la poesía mostraba un heterogéneo espectro que nunca antes había lucido, mezclándose o transgrediendo otros géneros y manifestaciones artísticas. Tal apoteosis fue la eclosión de una larga labor institucional a todos los niveles, el surgimiento de nuevos espacios para su desarrollo y promoción, las editoriales territoriales, ferias y festivales nacionales e internacionales, y, sobre todo, la virtual libertad para romper viejos moldes y censuras. Resultaba sospechosa tal autonomía, no así su virtualidad, tomando en consideración el encorsetado pedigrí cultural del último medio siglo cubano, que muy pronto comenzó a poner objeciones aquí y allá.

En buena medida, todo lo positivo que aquel fenómeno engendró, se lo debemos a la sensibilidad de escritores y funcionarios, que en muchas ocasiones asumían ambos roles. En esta circunstancia se encontraba Irina Diéguez Toledo, mi entrevistada a la sazón. Fue así como la conocí, sin presentaciones formales, y sí coincidiendo muchas veces en varios espacios literarios. Es de esas personas con las que comienzas a dialogar al calor de equis acontecimiento, y terminas por asumirla sin prerrogativas que fueran más allá del evento en cuestión. Así cualquiera cometería el error de creer conocerla, cuando apenas roza el aspecto formal que la euforia genera en tales casos. Algo parecido y gradual nos ha sucedido en las redes sociales, aunque, paradójicamente, tratándose de un canal de comunicación no presencial, los descubrimientos sobre su biografía convencerían al más pinto de los escritores para elegirla como paradigma de una novela.

Considerando las limitaciones de tiempo y espacio en las redes, con lectores cada vez más inclinados a la lectura rápida y el compulsivo desplazamiento del pulgar, optamos por la variante sucinta de la entrevista, a sabiendas que lo sustancioso de su palabra está en la charla entretejida por minuciosos detalles.

Apenas sabrá el lector que en su vecindario el abasto de agua potable y el drenaje de albañales se han mezclado en uno solo, razón por la que debe permanecer alerta cuando llega el camión cisterna para llenar sus depósitos domésticos, o que el salidero que corre por su calle lleva meses fluyendo, al tiempo que está pendiente de los ancianos de su familia, y, aunque no se considera propiamente animalista, cuidar de gatos neonatos en espera de oportuna adopción. Para mí ha sido más que grato este reencuentro con Irina, esta vez hablando desde un momento muy distinto de aquel en el que coincidíamos jubilosamente.

Te confieso que la inquietud inicial por entrevistarte ha quedado ridículamente pequeña al conocer tu hoja de vida, cargada de parcelas tan novelescas que dejarían boquiabierto a cualquier trashumante. Ya le dedicaremos tiempo a cada tramo de tu camino, pero, para empezar por identificarte ante los lectores ―un hábito muy fastidioso ese de querer encasillar a la gente― ¿en qué punto de tu evolución personal ubicarías el detonante de la escritora y promotora que también eres?

Era yo tan pequeña que no llegaba a la altura de la mesa del comedor, y no recuerdo cómo ni cuándo escuché La caricia perdida, de Alfonsina Storni:

Se me va de los dedos la caricia sin causa,
se me va de los dedos… En el viento, al pasar,
la caricia que vaga sin destino ni objeto,
la caricia perdida ¿quién la recogerá?

Pude amar esta noche con piedad infinita,
Pude amar al primero que acertara a llegar.
Nadie llega. Están solos los floridos senderos.
La caricia perdida, rodará… rodará…

Si en los ojos te besan esta noche, viajero,
Si estremece las ramas un dulce suspirar,
Si te oprime los dedos una mano pequeña
que te toma y te deja, que te logra y se va.

Si no ves esa mano, ni esa boca que besa,
si es el aire quien teje la ilusión de besar,
oh, viajero, que tienes como el cielo los ojos,
en el viento fundida, ¿me reconocerás?

Me imaginaba caminando por un bosque. Al pasar los años, regresaba una y otra vez, a aquel poema. No fue hasta después de los 20 años que comencé a escribir poemas ingenuos de amor y desamor. Ya cumplidos mis 30 sí me atrapó. Porque no lo decides, es la poesía quien te elige. Y frecuentaba tertulias, participé en talleres literarios. Un buen día me propusieron trabajar como secretaria del Centro de Promoción del Libro y la Literatura, y me enamoré de ese mundo importante de la promoción literaria, tan reconfortante y útil. Pasé cursos, y terminé como Especialista Principal de ese Departamento.

En Paseo del Prado, junto al amigo y poeta Oscar Kessel. Foto: Cortesía de la entrevistada.
En Paseo del Prado, junto al amigo y poeta Oscar Kessel. Foto: Cortesía de la entrevistada.

¿Cómo fue aquella temprana tendencia por la danza? ¿Por qué no la estudiaste?

Nací y vivo en el Canal del Cerro, y aunque era lejano a las costumbres familiares, el entorno del barrio influyó en mi predilección por la danza. Fue emocionante para mí la energía y la sonoridad de los tambores y los cajones. Muy joven, llegué a la Casa de Cultura y les dije: quiero bailar. Se rieron y dijeron que necesitaban una “blanquita”. Me sentí mal por ello y decidí demostrarles que podía lograrlo. Allí estuve 3 años. Quise dedicarme a bailar, pero lo impidió la fuerte presión familiar, pues no querían una “mujer que baila” y no tuve otra opción que comenzar a estudiar Ingeniería en Minas, y por supuesto, integré el grupo folclórico universitario.

¿Estarías imbuida por el ánimo de tu tío para estudiar Biología? ¿Qué determinó que no consiguieras estudiarla?

Mi tío materno, José Toledo Pérez, Doctor en Ciencias y Consultor FAO, condecorado con la medalla Carlos J. Finlay, es especialista en nutrición de peces y pionero de la acuicultura en Cuba, a pesar de lo cual recibe una pensión de 2.220 pesos. El vivía en nuestra casa familiar, y hasta escogió mi nombre. Yo estaba encantada con sus historias como biólogo marino y lo acompañaba a su trabajo. Allí me enamoré de los microscopios y de la investigación.

Mi amor por el baile y por la biología fueron parejos. Como te comenté antes no me fue posible bailar, y por esa época no bajó la carrera de Biología, pero sí priorizaron medicina y distintas ingenierías, entre otras disciplinas. De modo que ni bailé ni me hice bióloga.

Entonces, sin más, te lanzaste a estudiar Ingeniería en Minas allá en Moa, ¿fue así? Y después, ¿cómo terminó aquello?

Cuando mi familia me niega la posibilidad de estudiar danza, mi venganza fue buscar el punto más lejano de la isla e irme a estudiar Ingeniería en Minas, en la Universidad de Moa. No terminé la carrera, fui expulsada a finales de tercer año. No fui una estudiante disciplinada ―casi ninguno lo éramos― prefería ensayar y bailar hasta muy tarde, irme a los asentamientos haitianos a disfrutar y aprender de sus bailes, irme a las cuevas con mi grupo de Espeleología. Además, me escapaba todos los meses hacia La Habana. Sin embargo, estudiaba de madrugada junto a mis amigos, y tenía buenas notas.

También influyó que, sin proponérmelo, fui un poco líder, y protesté ante todo lo que consideraba injusto. Desde que expulsaran a una amiga por prestarme una Biblia, pararnos en la puerta del comedor porque el pescado lo servían podrido, tener gatos y ranas en el cuarto, o salir en defensa de una amiga acosada por un profesor. Este profesor, también en venganza, me hizo llevar tres asignaturas directo a mundial.

Ahora viene uno de los capítulos, a mi juicio, más disfrutables: tu viaje a Checoslovaquia. Me gustaría que no se te escapara ningún detalle, desde el modo en que fueron engañados con una presunta formación, hasta tu incursión en el latrocinio. ¿Me cuentas?

Solo tenía segundo año de estudios universitarios, o sea, nada. Intenté hacer un Técnico Medio en Veterinaria y no me aceptaron porque tenía esos dos años vencidos. Tampoco me aceptaban para estudiar baile. Y escuché que la ya desaparecida Cuba Técnica, una entidad que entre otras cosas se ocupaba de la capacitación profesional, proporcionaba cursos en distintos países del también extinto CAME. Me presenté y fui escogida para hacer una pasantía de obrero calificado en la especialidad de tallador de vidrio, en Checoslovaquia. Quise, como miles de jóvenes, aprovechar la oportunidad de conocer el mundo. Éramos 20 cubanos.

Checoslovaquia, 1986. Certificado de Tallador de Vidrio. Foto: Cortesía de Irina Diéguez Toledo.
Checoslovaquia, 1986. Certificado de Tallador de Vidrio. Foto: Cortesía de la entrevistada

Vivimos en un pequeño y pintoresco pueblito que tenía solo un cine, algunas tiendas y mercados, y muchas tabernas. Por lo que supimos cuando llegamos allá, caímos en la cuenta de que sería imposible estudiar. Salvo un curso de dos meses para familiarizarnos con el idioma, jamás supimos de nada parecido a instrucción. Supuestamente, el curso de tallador de vidrio era por tres años, y al final trabajaríamos solo un año en su famosa fábrica de lámparas Lustry. En la práctica terminamos trabajando 4 años como mano de obra barata, picando vidrios en una máquina. De modo que ocupábamos los puestos que los checos rechazaban.

El salario era muy bajo, y apenas alcanzaba para comprar ropas, muebles, todo lo que necesitábamos traer para Cuba; y la moto, que por demás, solo era posible traerla si resultabas destacado en el trabajo y en la disciplina general. Hice nuevas amistades checas y me dieron la solución: vender piezas de lámparas a los vietnamitas, que sacaba escondidas dentro de la cantina de la comida. ¡Aprendí a robar! Para ello, perforaba el fondo a las dos vajillas de arriba y así llenaba la cantina de piezas de vidrio. La venta la realizaba en un pueblito cercano, igual que en las películas: el comprador estaba en una cafetería o lugar público, le dejabas cerca el paquete y te pasaba un sobre con el dinero. Te juro que me temblaban las piernas. Allí éramos vistos como indios. En el contexto europeo existe una percepción muy despectiva del resto del mundo.

También me decías que ahí te sorprendió el desplome del campo socialista y la Revolución de Terciopelo. ¿Cómo recuerdas esa apertura de miras cívica, en una fecha tan remota como a inicios de los 90?

Tenía entonces 22 años y una ingenuidad pasmosa. Desde mi llegada, me impresionó el nivel de vida, los mercados abarrotados, las tiendas, la cultura, el transporte, todo. Me sorprendió que mis amigos checos hablaban, debatían, cuestionaban sobre política, y algunos mostraban su desacuerdo. Y todos eran amigos. ¡Nunca lo viví en Cuba! Se abrió un nuevo mundo, un modo distinto de entender la vida. Conocí de derechos, de la necesidad de exigir por ellos mismos como única vía. En una ocasión presencié una manifestación de gente con carteles en una plaza, y una amiga me dijo que protestaban porque le habían subido un centavo al precio de una marca de ketchup. Aquello me pareció curioso, con tantas marcas de ese y otros productos que había, y mi amiga me comentó que si lo permitían, más adelante le seguirían subiendo el precio, y aquello era inadmisible.

Para mi suerte, viví lo acontecido en la Europa Socialista desde la caída del muro de Berlín, seguí el juicio a Nicolae y Elena Ceaușescu. Presencié las manifestaciones en distintas ciudades de Checoslovaquia, la huelga de estudiantes, todo el proceso de la llamada Revolución de Terciopelo. Fue impresionante y esclarecedor. Vi cómo ardían montañas de carnets del Partido en las esquinas.

Checoslovaquia, 1985. Mirando vidrieras en paseo por Praga. Foto: Cortesía de Irina Diéguez Toledo.
Checoslovaquia, 1985. Mirando vidrieras en paseo por Praga. Foto: Cortesía de la entrevistada.

Sobre todo, escuché muchas historias de la gente vieja, de cómo los rusos ejecutaban a pelotones de los distintos países de las Fuerzas Aliadas durante la II Guerra Mundial. Me aseguraban conocer el lugar donde fueron enterrados. Todo ello fue comprobado después. Aprendí entonces que la historia la escribe el que vence, por lo que se debe escuchar a las personas simples, esas que llevan siempre la peor parte en cualquier conflicto.

Cuando regresaste, ¿por qué abandonaste la carrera de Derecho? ¿Estudiaste alguna otra cosa después?

Comencé a estudiar Derecho, fue corto tiempo. Comprendí que lo más lejano a mis aspiraciones sería convertirme en abogada. No estudié otra carrera. Si pasé distintos cursos. Y los cargos que he ocupado en mis diferentes trabajos los obtuve con dispensa.

¿Cómo y cuándo empezaste a trabajar como tabaquera?

Ya pasados mis 30 años, la situación económica era muy mala. Y decidí dejar el trabajo de oficina por otro de más remuneración. Pasé el curso de tabaquera y trabajé como torcedora de tabaco en la fábrica Partagás. Es un oficio hermoso. Me gustaba hacerlo, a pesar de que el ambiente de los tabaqueros era completamente nuevo y diferente. Aprendí a torcer tabacos y a hablar como camionero, decía mi madre. Y vaya que fue cierto.

Ya por esta parte de la historia empiezo a identificar a la Irina que conocí a finales de la primera década del siglo. Fuiste secretaria ejecutiva. Luego, Promotora y Especialista en el Centro Provincial del Libro y la Literatura de La Habana, y también en la Asociación de Escritores de la UNEAC, y en el Centro de Promoción Dulce María Loynaz como promotora de la revista La Letra del Escriba. Háblame de esa temporada fecunda.

Existe un estigma en relación con las secretarias. Se aprende mucho, debes conocer a la perfección todo lo relacionado con la entidad en la que trabajas. Por suerte para mí, me acerqué al mundo de la literatura y la promoción literaria, y este particular me ayudó mucho. Tengo gratos recuerdos de mis años en el Centro Provincial del Libro, hicimos muchos proyectos, soñamos, hicimos realidad muchos de esos planes y sueños. Conocí personas maravillosas.

En la Sección de Escritores de la UNEAC estuve un tiempo más corto. Comencé como secretaria e hice trabajo de especialista. Nunca se aprobó la plaza. Lamentablemente, mi salida fue por la puerta estrecha: Fui expulsada por salir en defensa de 38 gatos que Miguel Barnet, entonces Presidente de la UNEAC, ordenó sacrificar allí, en la sede nacional, porque el Centro de Zoonosis no tenía las condiciones para transportarlos ni comida para mantenerlos los días reglamentados antes de matarlos. Los gatos fueron asesinados con una inyección letal. Vi a muchos agonizar con convulsiones. No tenía otro remedio que intentar rescatar a los más pequeños, que eran más dóciles, y protestar por un acto tan cruel.

Con Pinta, una de sus gatos protegidos. Foto: Cortesía de Irina Diéguez Toledo.
Con Pinta, una de sus gatos protegidos. Foto: Cortesía de la entrevistada.

Basilia Papastamatiú, al conocer que había quedado sin trabajo, me acogió como promotora de La Letra del Escriba, esa importante revista. Agradezco siempre a Basilia, trabajar con ella, conocerla, aprender de su sabiduría, fue una experiencia maravillosa.

No tenía idea de la cantidad de premios y reconocimientos literarios que tienes en tu haber. También te veo ampliamente antologada, y se extraña la presencia de al menos uno o dos cuadernos personales. ¿Están entre tus planes a corto o mediano plazo?

Tengo poemas publicados en varias antologías cubanas y extranjeras, y un cuento infantil en una antología.

He tenido las relaciones y la oportunidad de publicar un libro propio. Siempre me asusta la idea, reviso, vuelvo a revisar, armo, desarmo el libro. Me sucede algo parecido con las lecturas en público, me pongo muy nerviosa. Otra cosa es en un círculo de amigos. Y así ha sucedido con la posibilidad editorial. Mi ambición como escritora es publicar dos libros de poesía y dos de cuentos para niños. Me encanta escribir para niños, me divierte. No así con la poesía, es un proceso diferente y no siempre es grato para mí escribir poesía, aunque tampoco puedo evitarlo.

Voy a estar en deuda contigo por el montón de cosas que se van a quedar fuera de este intercambio. Para completar el panorama, ¿me pudieras comentar un poco sobre tu incursión en la visualidad, con estos discos impecablemente intervenidos que realizas?

Hace algunos años, con mi madre y mi tío más ancianos, decidí trabajar cerca de casa, y comencé como secretaria de la Subdirección de Asistencia Médica en el Instituto de Angiología. El trabajo es muy operativo y bonito. Al poco tiempo ya tenía coordinado todo mi trabajo y me sobraban algunas horas.

Un día navegaba en internet y vi un trabajo hecho con la técnica de puntillismo. Siempre me gustó la plástica, pero no sé pintar. Y comencé a estudiar ese maravilloso mundo de los mandalas, de la energía, de las distintas religiones, de su influencia en todas las culturas. Entonces practiqué esta técnica pictórica, practiqué mucho hasta i lográndolo. Es fascinante pintar mandalas y decorar objetos con la solución del puntillismo. Y aprendo de cada quien, de mis amigos pintores, de todos. Es incalculable e impresionante esta manera distinta de expresión. Quizás sea casual o causal. Me había hecho un tatuaje de mandala en mi brazo izquierdo. Ni por asomo pensaba en pintarlos. Apenas, al año, me enamoré de esta técnica y comencé con el puntillismo. Y la alterno, con muy poco tiempo, con la poesía.

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