Historia de vida de una prisionera

Foto: Francis Sánchez.

(Habla una mujer de cuarenta y tres años de edad, que durante los últimos cuatro años y dos meses ha estado interna cumpliendo una sentencia de quince años por haber dado muerte a su pareja)

Nací en la provincia de Camagüey, soy hija de un matrimonio de origen campesino, tengo cuatro hermanos, cuando tenía nueve años mi mamá se separó de mi papá porque este le era infiel, vinimos a vivir para La Habana, en el municipio del Cotorro en casa de mi abuela, ahí estuvimos hasta que mi mamá se vuelve a casar, hasta entonces mi madre era quien nos mantenía porque mi papá nunca lo hizo, a mí me gustaba donde yo vivía porque allí tenía mis amiguitas con las que jugaba, la gente era más servicial, me costó trabajo adaptarme, si la casa no hubiera sido de mi papá nos hubiéramos podido quedar.

Mi mamá conoció a un hombre aquí en la ciudad que era muy bueno, cariñoso con nosotras, nunca tuvo hijos y nos trató como tal, ayudaba mucho a mi mamá, nos llevaba a pasear, conversaba mucho con nosotras, nos decía cómo debíamos comportarnos, trabajar en la casa, ayudar, ser honradas, cuidar de los hijos, y nos dio mucha confianza. Mi mamá nos decía que debíamos saber atender a un hombre, complacerlo y para ello teníamos que aprender a cocinar, planchar e intimar con ellos a su debido tiempo, siempre nos dijo que debíamos cerrar bien los pies y abrir los ojos para no ser engañadas y luego sentirnos lastimadas, sobre sexo no se hablaba y yo no preguntaba, aprendí de la conversación que escuchaba de los mayores y lo que hablaba con mis amiguitas, me imaginaba la relación de pareja como mismo la veía en el televisor o escuchaba en la radio.

A mí no me gustaba mucho la escuela, no aprendía bien, tenía buenas amigas, me llevaba mejor con las hembras que con los varones porque me relacionaba más con ellas, me enseñaron que a los varones no se les da mucha confianza, toda una vida he escogido mis amistades, no me relaciono con todo el mundo, solo con aquellos que actúen como yo. Con relación a la escuela, puedo decir que no era inteligente, tenía dificultades para captar las cosas, no me gustaba mucho la escuela, llegué hasta quinto grado nada más, después me dediqué a la casa.

Me casé a los catorce años, la experiencia sexual fue buena, él era muy cariñoso y a mí me gustaba, tuve mi primera hija; a los quince años tuve el segundo hijo, esta relación fue satisfactoria, era un buen hombre, me atendía bien, no me faltaba nada en la casa, yo no trabajaba, pero no lo necesitaba, después que me divorcié de él tuve varias relaciones, ninguna violenta, no eran estables, nos separábamos porque ellos andaban con otras mujeres. Yo estaba embarazada de la niña, a los dos años de nacida mi hija conocí a un hombre que es el padre de mi hijo, todo iba muy bien hasta que sacó las garras, resultó que estaba casado y tenía un hijo con otra mujer, esto no lo supe temprano, mi hijo tenía doce años cuando me enteré, nos separamos, sin que mediaran problemas, tuve otras relaciones como dije anteriormente, incluso tomaban, pero no tuve nunca problemas con ninguno, me atendían a mí y a mis hijos, compartíamos con los amigos, festejábamos los días señalados, y, en ocasiones, yo los acompañaba a beber, pero sin problema alguno.

Apareció el occiso en mi vida, me enamoré de él desde que lo vi, sabía que tomaba, pero pensé que podía ayudarlo, para mí esto no era un problema, él me prometía que iba a dejar de tomar, fue una relación corta, duró solo ocho meses, dejé en mi casa a mi hija de treinta años y me fui a vivir con él y con su mamá, cuando este no estaba tomado era una bella persona, pero era las menos veces que esto sucedía, su mamá le tenía miedo porque él se transformaba cuando bebía, nos maltrataba mucho, cuando estaba borracho me gritaba que la que estaba enferma era yo, decidí separarme de él y así lo hice, me fui para mi casa, aquí comenzó mi agonía.

Este hombre empezó a perseguirme, donde quiera que se tropezaba conmigo me golpeaba, quería que yo volviera para su casa y yo no quería, en ocasiones se me aparecía sin yo esperarlo, subía a mi casa, formaba escándalos, me forzaba a estar con él. No sabía qué hacer, a quién pedir ayuda, su mamá era muy viejita y a mis hijos no les podía decir porque tenía que evitarles un problema, en varias ocasiones ella me decía que le echara a la policía, pero a mí en parte me daba lástima, sabía que él era un hombre enfermo, hubo días en que yo llegaba a su casa y me lo encontraba dándole golpes a su propia madre. Los vecinos me decían: sepárate de ese hombre que un día te va a matar, pero equivocadamente yo solo pensaba que él necesitaba ayuda, fui varias veces a la posta médica, conversé con la doctora su situación, pero ella me decía: si él no tiene voluntariedad para hacer el tratamiento y dejar de beber, nosotros no podemos hacer nada.

Yo empecé a descontrolarme de los nervios, me subía la azúcar porque soy una persona enferma, tenía que ir hasta dos veces al médico a inyectarme insulina, me alteraba mucho. Él me amenazaba constantemente, me decía que me iba a matar a mí y después se iba a colgar de la mata de mango que estaba en el patio, para no pagarme, esto me lo decía dos y tres veces al día. Él iba a mi casa hasta dos veces al día pero como no accedía a que me hiciera el amor ni quería volver con él se violentaba más, nos golpeábamos, no me veía nadie porque yo como me daba pena con los vecinos cerraba la puerta.

El día del hecho, él me había molestado varias veces al día y en la noche se vuelve a aparecer, yo estaba mirando una película sola en la sala y de repente se aparece él con el mismo objetivo, volver a molestar, nunca pensé en matarlo, yo solo quería que mi vida fuera como había sido antes de conocerlo, una vida hogareña, con mis hijos y mi nieto. Estaba tomado, le imploré que se fuera, que mi hija estaba durmiendo y nunca me había visto en una bronca como esta. Se mantuvo insistiéndome todo el tiempo para que volviera con él, yo le explicaba que eso no podía ser, que se fuera y me dejara en paz porque mi hija estaba en la casa y podía salir en cualquier momento si él seguía escandalizando, como en efecto mi hija sale, le llama la atención por el escándalo que tenía, le abre la puerta y él se va.

Le pedí a mi hija que se volviera a acostar porque ya era tarde y ella se tenía que levantar temprano para el trabajo, ella se acuesta. y al rato él se cuela en la casa, toca la puerta y cuando abro me sorprende, me empuja y me golpea, yo solo gritaba que se fuera porque me iba a desgraciar, estaba muy alterada, fíjese si él era malo que cuando vivíamos juntos, él nos obligaba a mí y a su mamá a estar en el cuarto encerradas mientras él compartía con sus amigos, para después nosotras limpiar todo. Nunca pude salir sola ni una cuadra, hasta para ir a ver a mi nieto tenía que esperar por él, porque si me iba la golpiza no me la quitaba nadie, vivía presa de un animal. Me desesperé tanto que no razoné, cogí un pomo de alcohol que tenía en la cómoda, era el que yo usaba para inyectarme, se lo tiré, estaba lejos de él, y luego lancé un fósforo, me dio por correr, llegué a la sala y viré, lo vi encendido, lo apagué, mi hija se despertó y no supe qué pasó después porque mi mente se quedó en blanco; tuve dos años de tratamiento en el hospital psiquiátrico con una amnesia temporal, solo decía que eso no había sido posible porque yo estaba lejos de él.

Mi abogado, luego de yo contarle mi historia me dijo que no podíamos tener esperanzas a pesar de todo lo que yo hubiera pasado al lado de este hombre porque el delito de asesinato tiene muy pocas variantes. Lamento no haber buscado la forma de salir de ese problema, pero temía mucho, no sabía que existieran lugares y personas dispuestas a ayudar, llegué a cogerle lástima a él en vez de pensar en mí misma, creo que eso fue lo menos que hice. Los vecinos no se metían, solo me aconsejaban mucho, pero una nunca escarmienta por cabeza ajena.

Me gustaría que aquellas mujeres que estén pasando por momentos como el mío, tengan conocimiento de que pueden ser ayudadas para que no lleguen al extremo mío. No supe valorarme bien, me encerré en mi casa, no me superé, solo aprendí cómo ser buena madre, buena esposa, buena para llevar un hogar, hoy puedo decir que me faltó orientación de mis padres, confianza, comunicación; tanto así que con mis parejas yo apenas hablaba y mucho menos decidía nada. Mi forma de pensar desde que estoy aquí, donde uno tiene tanto tiempo para pensar, ha cambiado, pienso en salir de este lugar, cuidar de mis hijos y nietos y si aún tengo fuerzas buscarme una contrata para sentirme útil, ganar mi propio dinero, para sentirme libre.

“Historia de vida no. 7”, en el libro Violencia de género. Una mirada desde la sociología (Ed. Científico Técnica, La Habana, 2014), de Iyamira Hernández Pita.

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