Iqui, la Makarenka

Foto: Gustavo Pérez.

Sin proponérselo tal vez, y sin que hoy logre explicar con coherencia todos los fundamentos de su historia, Iqui (no revela el origen de este apodo) fue (es) diferente a las mujeres de su tradición familiar: conquistó el ámbito público, se divorció tempranamente del padre de su hija, gozó y amó con libertad. Siendo una adolescente, se incorporó al programa de formación de maestros Makarenko —experiencia luminosa para una mujer rural de entonces, habitualmente confinada a los espacios mínimos. Durante casi cuatro décadas ejerció el magisterio en la única escuela del batey donde aún reside, hoy más precaria y jubilada, acompañada por los árboles sobrevivientes de su patio y los fantasmas de la fe. Le pido que me cuente. Primero evoca midiendo las palabras, temiendo ser corregida. Luego se va exaltando al hablar de sus pasiones amorosas, los anhelos, el futuro que no fue…

No, yo nunca quise ser como ellas… ama de casa, ahí, bajo la saya de la madre, y después un marido para toda la vida (¡cuidado con eso!). Había que aguantar al hombre aunque te diera golpes. No te dejaba trabajar en la calle, tenías que ser el yunque de la casa… lavar, cocinar, almidonar… y eso era día por día, día por día, como mi propia madre. ¡Claro que eso no lo quiere nadie! Quizás a mí me critiquen porque yo soy como soy… muy enamorada. Tuve varias relaciones. Cuando chiquita no era así, pero después me enamoré cantidad ¡y todavía me enamoro! He sido criticada hasta por mis hermanas, que si la mujeres que tenían muchos maridos la piel se les ponía así o asá… 

Háblame de tu niñez y tu adolescencia…

Nací en una casa con piso de tierra, en la finca Los Cedros. Éramos nueve hermanos. Mi papá trabajaba en el campo y mi mamá era ama de casa. Fuimos muy pobres, pero en aquella época no había tanto egoísmo, compartíamos la miseria a partes iguales. Empecé la escuela ya cuando triunfó la Revolución, casi a los nueve años. Mis hermanas mayores fueron de criadas a casa de ricos, para ayudar a mi papá.

La vida de mi mamá fue muy triste, quedó huérfana de niña. Los hermanos mayores la recogieron y la criaron hasta que fue jovencita. Ya con once años estaba de criada por diez kilos diarios, tenía que trabajar muchísimo. Tuvo un enamorado que era menos pobre que mi papá. (Ella llegó a decir que si se hubiera casado con aquel, hubiera vivido una vida mejor). Estaban en la miseria. Un día se fue con mi papá en una yegua. Cuando llegó a la casa de mi papá, había una pila de gente. Estuvo un tiempo ahí viviendo en casa de abuela y se le murió el primer niño. Ya tenía varias hijas, pero seguía pariendo porque querían tener más varones. Le decían la gallina sacada, o la escalerita.

 Siendo raro en tu familia que las mujeres rebasaran el ámbito doméstico, ¿cómo es posible que lograras estudiar lejos de la casa?

Mi mamá no quería que fuéramos a ninguna parte. Pero llegó la beca y nos embullamos dos de mis hermanas y yo. Después de la Campaña de Alfabetización había mucha necesidad de maestros, y todo el mundo tenía que incorporarse a la sociedad, no solamente los hombres, las mujeres también… 

¿Qué recuerdas de aquella experiencia?

Alfabetizadoras en Cuba, 1961.

Tenía quince años cuando me fui a Minas de Frío [en actual provincia Granma]. Allí pasé momentos ricos, nunca me enfermé. Los baños eran sin puerta ni nada. Dormíamos en hamacas. La disciplina era estricta, pues los maestros teníamos que ser ejemplo para todo el mundo. En aquella época era castigada la gente que creía en Dios. Los homosexuales y los que tenían familiares en Estados Unidos tampoco podían estudiar magisterio. Los novios no podían besarse delante de nadie. El amor libre cuando aquello no existía. Si tenías un novio, mandaban a buscar a los padres.

¿Alguna vez te hablaron de la igualdad de géneros?

Bueno… siempre se ha dicho que todos tenemos los mismos derechos… Desde el triunfo de la Revolución se ha hablado de eso.

¿Cuándo te casaste?

Tuve un novio flaco que me encantaba. Empecé con él a los veinticuatro años y nos casamos a los veintiséis, es el padre de mi hija. Antes de casarnos empezaron los problemas, porque tomaba mucho. Ya las mujeres de esa edad eran solteronas. Ya yo era una “quedada”. Por eso, aunque me dieron consejos, seguí con él. Yo soñaba con un hombre grande, fuerte, que me pusiera el brazo arriba, que me ayudara y que fuera fiel, que me diera amor, cariño, porque soy apasionada. ¡Yo peleo, pero soy muy apasionada, a mí sí me gusta la pasión! Pero nunca logré ese hombre que quería. Desprecié a los mejores por alguien que no lo merecía. Uno de ellos, el primer novio que yo tuve, estaba muy enamorado de mí. Yo salía de mi casa, y él me cantaba “¿Dónde vas a encontrar un amor como el mío…?” Era buenísimo, duramos tres meses, porque yo no estaba enamorada de él. Llegué señorita al matrimonio. Tuve algunas pasiones, pero no me entregué a ninguno. Con todo eso que tomaba el padre de mi hija, tenía tres mujeres, pero yo no lo quería soltar, hasta que me decidí a divorciarme. Cuando nos casamos pensé que era el matrimonio para toda la vida, que no me iba a divorciar. Nunca pensé que iba a ser la Hortensia que fue después.

 ¿Qué pasó después?

Pues empecé una relación con un novio que había tenido la nueva mujer que se buscó. ¡Pero resulta que ese también tenía tres mujeres! ¿Y qué hice yo? Fui a una fiesta en Lajas y me busqué a otro. Entonces vine y le dije: “Tú andas con tres y ahora yo ando con dos, pero no con dos, ¡con uno!, pues tú te vas echando, ¡no quiero más nada contigo!”. 

¿Y qué se comentaba sobre ti en el batey?

¡Para qué hablar…! Imagínate tú. Era la oveja negra de la familia. Mis hermanas todas seguían con su marido, yo no tuve esa suerte. Empecé a tener mis relaciones, y cada vez que me buscaba otro era peor que el anterior, buscaba otro y también. Así tuve unos cuantos… ¡Pero no me arrepiento! Y para que lo sepas, antes de casarme tenía tremendo cuerpo y usaba ropa a medio muslo. Un día me dijeron en la calle: “Yegua, ¿dónde dejaste el carretón?”. Otra vez le dijeron a mi cuñado: “Te la cambio por un saco de frijoles”.

A los cuarenta y ocho años me enamoré de verdad de uno al que le decía “el bombón”. Él tenía otra relación con una mujer más joven. Un día yo estaba haciéndole una caldera de tamales, y ella llegó y le dijo: “¡Y eso que no te gustan las viejas!” (Ella tenía veintisiete y yo cuarenta y ocho). Pero él entonces le respondió: “Esta es la mujer que yo tengo aquí, es la que me hizo todo eso que ves…”. Después lo dejé.

Resulta que también tuve una pasión con un flaco de Ciego Montero que manejaba un camión de suministros. Cuando pitaba el camión frente a la escuela, yo me alborotaba. ¡Es el hombre que más me ha gustado en la vida! (sin que me quede nada por dentro). Pero después me enteré de que era casado, y un día lo esperé en el parque de Cruces.

Yo estaba allí sentadita con un vestido negro, corto, con los muslos afuera. Cuando él se bajó del camión, me desorbité, pero le dije: “Esto es una despedida”. ¡Más nunca lo he visto!

También tuve un novio de Cartagena. Era maestro y vivía muy enamorado de mí, era un hombre cabal. (He tenido dos hombres cabales). 

¿A qué llamas un “hombre cabal”?

Que cargue, que luche… ¡que me ayude…! Yo estuve enamorada de uno que se llamaba Silvio… era bizco y vine a darme cuenta a los quince días. Ni en eso me fijé. Era alto, bueno, muy bueno con mamá y papá. No se preocupaba mucho por arreglar la casa y hacer el baño. Por eso nos separamos… Yo quería arreglar la casa y me enfermé de los nervios. Ahí empezó mi problema de los nervios.

¿Crees que vivimos en una sociedad machista?

No al cien por ciento, pero hay mucho machismo todavía en este país. Hay hombres que piensan que todo se lo merecen, llegan a un lugar y no tienen en consideración los valores de las mujeres. A mí me pasó en mi propia casa. En el central se han metido conmigo y he tenido que ponerme fuerte y amenazarlos con el jefe de sector. Se han reído porque hablo sola. ¡Me da la gana! ¡Porque yo estoy en mi casa! Anoche uno me gritó en la calle (no le vi la cara): “¡Iqui, puta!”. Yo le dije a otro: “Deberían cortarle la lengua y echársela a los perros. Esa es la mala educación que recibió en su casa, porque en la calle no se le grita a ninguna mujer”.

 ¿Algún hombre te ha maltratado físicamente?

El padre de mi hija, cuando se emborrachaba. Me halaba el pelo y me decía “Caruca la Boba”. Me amenazaba también. Una vez me cayó atrás con una navaja, la niña tenía nueve meses. Yo seguía con él, de boba. A veces las mujeres somos así. ¡Algunas! Y las mujeres tienen que ser valientes, enfrentar la vida con valor, hasta la muerte, es un deber, no ser humilladas por ningún hombre. Y que ningún hombre te grite, y al que te haga algo, acusarlo, ¡para algo está el jefe de sector!

¿Pero hay algún mecanismo que proteja eficazmente a una mujer amenazada?

Bueno, hay pocos… Tú te quejas y es como si no te quejaras. Los valores se han ido perdiendo. ¡Pero te voy a decir que cuando una mujer levanta la voz y se da el valor que tiene, no es tan fácil de aplastar! 

¿El futuro ha sido lo que esperabas?

Nunca esperé este futuro. He tenido que luchar, para arreglar mi casa, un subsidio que no llega, y me han ido dejando de última. Los papeles primero se perdieron, ahora aparecieron, y estoy esperando a ver cuándo me llaman. Ya estoy viviendo el Futuro. Fueron treinta y cinco años abnegados, enseñando de primero a cuarto grado a niños con cualquier tipo de dificultad, con retardo en el aprendizaje, débiles visuales (ellos no iban a la enseñanza especial, se quedaban conmigo hasta cuarto). Nunca pensé que la vida me iba a triturar de esta manera. Hoy por hoy estoy luchando para arreglar mi casa, a ver si tengo mi baño, mis comodidades… 

Esa casa la obtuviste cuando te separaste del padre de tu hija…

Sí, él dividió, porque yo reclamé y a los dos años tuve derecho a la mitad. La otra parte la hicieron buena y la mía se quedó muenga. Él era topógrafo, un hombre de nivel, pero se dedicó a la bebida. Actualmente no tengo ni división adentro. El baño es rústico, de cemento, que mandó mi hija de Manicaragua. Está instalado en el pozo que el vecino me contaminó. Ese vecino ha llegado a decirme “loca” y me dice que no van a aprobarme subsidio ninguno. Él me ha humillado muchísimo…

 ¿Qué te ha limitado más en la vida? ¿Ser mujer o ser pobre?

Ser pobre, porque si yo no fuera pobre, mi casa estuviera terminadita y mi hija tuviera una casa completa, que no la puede tener. Tiene un cuarto, y cuando yo voy a verla, duermo en la litera de abajo y los dos niños, con los pies grandísimos, tienen que dormir en la litera de arriba. Ellos me la dan con el mejor cariño.

Y volviendo a tus pasiones, ¿qué significaba para ti eso que tantas mujeres no tenían?

¡Ay, imagínate! El bombón me ponía a Marco Antonio Solís, la ponía bajito toda la noche. Yo me emocionaba, con cuarenta y ocho años me sentía como si tuviera quince. Él me trataba con cariño. Fue uno de los mejores momentos que pasé en mi vida. Lo que no viví cuando era más nueva, lo viví en esa época. La más apasionada de mis hermanas he sido yo. Disfruté la vida de esa manera.

¿Alguna vez te sentiste culpable?

Jamás me preocupé por lo que pudieran decir. Y déjame decirte, yo creo que ahora si tuviera relaciones, sentiría mejor que antes, ¡con la edad que tengo! 

Cuéntame ahora de tus décimas… ¿Cómo llegó la poesía?

¡Muchacha!!! Mira, te voy a decir lo que me pasó con las décimas. Al morir mi mamá, mi cabeza se quedó hueca. Mis hermanas no vinieron más y yo me quedé sola en las tinieblas. Solita y enferma de los nervios. Cuando yo veo que mi mamá estaba en el final de su vida, me dije “algo tengo que buscar para que Dios me dé fuerza entre tanta soledad”. Estaba sin marido y ya tenía como cincuenta años. Me convertí en hipertensa y ahí empezaron las décimas. Yo las practicaba en la escuela en todas las fechas históricas. ¡Todos los actos políticos se hacían con las décimas mías! ¡Le he escrito décimas a todo el mundo, en los cumpleaños! Cuando escribo me libero completica y se me quitan los deseos de llorar.

 ¿Te conformas con escribirlas?

No. Me gusta que las oigan, llamo a la gente por teléfono y se las digo. O les hago una postalita y se las doy. 

Sientes que por haber sido maestra de varias generaciones deberían atenderte más…

Claro que sí. Donde yo vivo nunca se ha destacado a los maestros Makarenko. Somos ignorados. Se ha hablado a veces en la jornada del educador, pero creo que deberían valorarnos más, darnos más atención. Hay lugares donde se les hace estímulos y se habla de su vida, pero en el municipio donde yo vivo, nunca lo he visto. Yo me jubilé por la ley vieja, a las cincuenta y cinco años, porque estaba enferma de los nervios. 

¿Cómo definirías tu vida cotidiana?

Muy sola. A veces hablo o peleo con los árboles, con los animales… Adoro a mi perrita culipuya. Es la mascota mía. Los perros no me hacen daño, son como algo que Dios me mandó para que me protejan. Me levanto temprano, cojo el agua, barro el patio. Salgo a visitar la casa de un hombre que conozco, casi todos los días… para mí es como ir a la Iglesia. Y si me critica mi familia, que me critique. Yo le digo a él: «Para mí en estos momentos tú eres el Padre Nuestro que estás en el cielo». Le hago una buena comidita y se la llevo. Nunca le pido nada a cambio, porque está lleno de miseria.

Cuando hablo con los perros, con los árboles, me desahogo, y muchos me creen loca. Y cuando tengo que decir las verdades, ¡las digo alto! Yo soy así.

Una vecina llegó a decirme que yo estaba recogiendo lo que sembré. Pero le respondí: “No puedo recoger lo que sembré: ¡lo que yo sembré me lo cortaron…!”

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