Una aparente seguridad vs. violencia intrafamiliar

| Vidas | 13/01/2018
familia
Foto: Francis Sánchez.

Hace pocos días estaba en una cola de las tantas que abundan en Cuba y que después del huracán Irma se manifiestan en cualquier lugar y en todo su esplendor. A veces, por costumbre e inercia, se marca primero y luego se pregunta cuál es o será el producto en oferta. En este tipo de aglomeraciones, mientras la fila avanza con lentitud, nos enteramos de la vida casi completa de los coleros(as) y hasta de los planes que tienen para el futuro.

Una de las mujeres presentes, cabizbaja y con los ojos en el suelo, comenzó a relatar los maltratos de los que era víctima casi a diario por parte del esposo. Respirando hondo y luego de haber narrado los más mínimos detalles de tales maltratos y humillaciones, aclaró con firmeza a todos aquellos que seguíamos en vilo “su historia”: “pero a pesar de todo, yo continúo casada por lo mucho que él me quiere y si no he acabado con mi vida, es por no dejarlo triste y solo”. Todos se miraron estupefactos, pero nadie se atrevió a preguntarle sobre su concepto acerca del cariño y el eje de tanta contradicción.

Sabemos que la herencia patriarcal nos hace dependientes en las concepciones y formas de vida y es por eso que la mujer de referencia no se cree en modo alguno desamada aunque sufra humillaciones, la carencia del amor y el peso enorme de una soledad y un miedo, reflejados no solo en su voz temblorosa y sus ojos que no miraban de frente, sino en cada parte de un cuerpo que ha dejado de pertenecerle.

En nuestro país, la violencia de género es mucho más frecuente de lo que imaginamos, y hasta el periódico Trabajadores, tras reseñar una investigación del Centro de Estudios de la Mujer, tuvo que reconocer que el 26,7 % de la población en general la sufre. Lo peor es que las construcciones patriarcales han calado tanto, que es común que las mujeres se sientan culpables de tales maltratos y algunas,  al no recibir traumas físicos,  suelen matizar su doloroso drama con eufemismos y adornadas palabras. Le exponen su situación a personas que encuentren casualmente para buscar el apoyo, al no tener instituciones, ni personas especializadas a dónde dirigirse, para seguir soportando el flagelo enmascarado y justificado por ellas mismas, pues como la de la cola suelen expresar confundidas: “eso sí, él nunca me ha puesto una mano encima”.

Esta problemática afecta tanto al contexto rural como al citadino. El franco deterioro económico y moral que experimenta la Cuba actual contribuye a fortalecer estas construcciones machistas. La pobreza y dependencia obliga a muchas mujeres a buscar justificaciones a una existencia signada por la violencia. Cierto es que las condicionantes que articulan una vida como las que la mujer relató, son difíciles de vencer. Me la imagino intentando salir de un ciclo de violencia y entrando con menos fuerzas en otro y así una y otra vez…

No se trata de revictimizarnos, se trata de ayudarnos a abrir los ojos mutuamente, asumir que el cambio, también puede comenzar desde nosotras mismas. Mirar lo que somos, lo que han hecho de nosotras, lo que no hicimos o lo que nos han obligado a hacer, sin ningún tipo de tapujos, con valentía, puede ayudarnos a salir de una aparente “seguridad” que en realidad es una cárcel.
 
 

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