“Cirquísima”, un libro de poemas que tiene la cualidad del agua

“El poemario "Cirquísima” de la poeta cubana Jessica Pérez Quesada, tiene una atmósfera poética, sutil, potenciada por el ritmo, y el uso audaz del lenguaje y la estructura.

Jessica Pérez Quesada, autora de “Cirquísima”
La poeta cubana Jessica Pérez Quesada, autora de “Cirquísima”.

La segunda vez que leí Cirquísima (Reina del Mar Editores, 2017) fue en el primer apartamento de un edificio de microbrigada que sentí muy similar a estar dentro de la barriga de un animal. Los sonidos de demasiadas familias colmaban el apartamento, se mezclaban y distorsionaban como filtrados por una masa gruesa de agua. El silencio era también un murmullo espeso. En ese apartamento-estómago temblé de miedo, leyendo a la poeta cubana Jessica Pérez Quesada.

Mi experiencia acuosa estaba recién comenzando, pero la voz del poemario había vivido toda su vida sometida a ese murmullo, dentro del animal, huyendo de él, buscándolo, siéndolo. Su escritura comenzó “el martes aquel” en el que la voz todavía era niña pero ya se reconocía “desnuda y frágil”, expuesta. Fue creciendo hasta Cirquísima que, contorsionista, cínica, hipersensible, teme ser vista tanto como andar oculta. Ambas, la niña y la adulta, tocan con el dedo el hilo de la vulnerabilidad y pueden sentirse. En ese apartamento leí y supe: “y he aquí que la realidad me constriñe como a todos”.

Un dolor atraviesa la experiencia vital contemporánea. Un mal de siglo que es continuo al de siglos anteriores y totalmente nuevo. Nace de la persistente pregunta sobre qué hacer con la consciencia de existencia en lo real, cuando la experiencia carga traumas y genera nuevos, no encuentra ubicación ni rutas y es su condición observar desencajada mientras titila la “pequeña pupila del cargador en su enchufe / diamante rutilante de mi tiempo”.

Me he imaginado una escena que no sé si es recuerdo:

Jessica Pérez Quesada y Wendy Martínez escuchan música en una habitación allí donde dice Wendy que el “Alma se aloja”: “en el lugar donde la música es de agujas”. Suena Ligeti, “el aria de las Variaciones de Goldberg”, el “`Roustabout` de Beats Antique” y no se sienten “Como una mano recién cortada de su brazo”, exclama Jessica, “así quedas en el mundo cuando termina la música”. Sin contexto quedas en el mundo, sin utilidad, ni cuerpo.

En los silencios Cirquísima se enfrenta a TODO. Lo escribe en altas como un muro que se levantara sobre ella. Como una densidad que solo se puede enunciar desde una palabra tan imprecisa y magnánima. La podemos leer en sus poemas como si escribiera: lo lacerante del día a día en constante exaltación poética; el consumo excesivo, hiperestimulación; estar sin pausa sometida a un tránsito doloroso; una realidad en crisis permanente, una civilización en descenso energético; un hoy que agoniza y un futuro improbable: un deseo quebrado. En un verso del poema Desired constellation acompaña a TODO con el sintagma: “lo incierto que me habita”. Y en ese vuelco de afuera hacia adentro se vuelve nada. Como la disolución del significado individual entre tanto significante. Cuando el TODO se erige solo queda la duda. “Deformación” para redefinirse ―deformación no como desvío, sino como pérdida total de la forma.

Tres psicosis vienen con el TODO. La “(neurosis del encierro, porque MADNESS no se debe / a cielo abierto)”. El rejuego autodestructivo de la persecución interna: “y la liebre era yo y el zorro también”. Y el delirio de exposición, donde “Cualquier frasco destapado es un ojo que vigila”.

Las escenas en el TODO, flashazos fuera de la experiencia “intracorpórea”, nos adentran en una bruma material. Son suficientes para retratar lo que “es hermoso y mal huele”, lo sucio, limítrofe, perversamente atrayente, amenazador, controlador, hostil e hiriente de lo real distópico en las sociedades contemporáneas. Dentro del TODO su cuerpo ―que se expresa y es percibido como mujer― ha perdido potencia como territorio privado.

En ese escenario, para intentar ubicarse en el paisaje exterior y atisbar el íntimo, explora el No lugar. Así nombra el primero de los dos epígrafes del poemario. Lo presenta con un exergo de Anne Sexton en el que podemos leer el vacío, lo blanco, lo silente, lo borrado. El No lugar funciona como la no identificación, por la voz, de una existencia física definida. Cirquísima tiene la cualidad del agua: mientras exista algo que le de forma, es. Poetiza en contradicción: ante el TODO la salva su no lugar, es su territorio de desidentificación al tiempo que posibilidad de existencia y de situación en algún contexto, la voz enuncia:

Me atengo al cuerpo presente (el que sea)
no tiene paredes la ausencia
donde empiezan los bordes
existo.

Ser, de y en la ausencia, le permite cierta libertad de ubicuidad. Mientras, la necesidad de materialidad se vuelve cárcel:

y sé de un candado que se llama Lugar
una extraña cobardía
un arrope sordo
que es tapia.

Reconocerse en una forma, encontrarse, porque “Tozuda es el hambre de un espejo siempre al final de las aceras, en los bordes de la calle y en los ojos del pasante”, le da evidencia de su existencia en cuerpo. Entonces se levanta el muro de “De hormigón armado” ―nombre de la segunda parte del poemario―, le declara un YO que la perturba.

Cirquísima no sabe qué hacer con las dicotomías y ¿acaso alguien sabe? ¿No es más sencillo volver a la luz, pantalla y escape, salida del cuerpo material, existencia en alteregos, nadie me sabe, soy avatar, y si me desconecto, ya no soy nada?

Dicotomía. Cirquísima replica por su existencia huyendo de su materialidad en lo real. Esto no significa la desaparición del cuerpo, sino una búsqueda diferente dentro de él y con él. Autofagia, radicalidad en el descubrimiento y de/construcción identitaria: vuelve, en giros raudos, hacia adentro, a la ilusión de su no ser, al territorio de autodestrucción.

Cubierta de Cirquísima, poemario de Jessica Pérez Quesada.

¿Dónde está y cómo es, entonces, ese YO tan en pugna con el TODO?

Es “como un punto de carne abierto, flor de hueso atropellado”. Ciervo eviscerado, “animal fiero y hermoso”, consciente y preclaro en su paso hacia la muerte. Se busca en lo vivido y se ve, escondido, en el centro de su estómago, en un constante “estar al centro del hambre”. Otra dicotomía: si se llega a ese núcleo del deseo se frustra la muerte. Y empieza otra vez ciclo, la percepción y expresión del YO afuera, en el TODO: un cuerpo que se rebela contra sí:

músculo insurrecto
                                  pulsando                
                                  que es diciéndome del cuerpo: tampoco es tuyo

se dobla, se estruja, se enrosca, se desgarra, se mutila, se esconde, se enlaberinta, implosiona,

y tu tiempo parece patear al cemento
                            y tu cuerpo patear al cemento
                            y tu carne patearse a sí misma revuelta

se rechaza, se encapa, se en(h)oja, se metamorfosea:

me volví col
                                                                    niña col crecí-col
                                                                    monstruosamente redonda
                                                                    deforme pero viva
                                                                    abejorro-col de sangre y hueso
                                                                    con dos alas ridículas encima

se ovilla,

vuelve a su centro de fertilidad:

Y yo quiero toda lumbre en mi agujero
                                                                  Quemar los bordes
                                                                  endotérmica
                                                                  Plantarme soles moribundos en la entraña

Allí dentro, puede abandonar la memoria del cuerpo físico, encuentra tonos de reconciliación y se reconstruye. Ahí es posible el desdoblamiento. Nacen alteregos, nos habla de Profunda y de una “ella” que es otra a la de “la voz”,  y “la voz” es otra a la voz poética que hemos leído hasta ahora. En ese centro ya no queda rastro de Cirquísima. Ha diluido en el cuerpo del poema cualquier rastro del suyo propio, es inexistencia y núcleo de escritura:

y ella será la estrella que no me guía y hará que no me
arrepienta del núcleo, del YO agreste
Allá cuando no sea, y sea libre, ala sin tiempo
en mis espaldas múltiples ya no habrá juramento
LIVIANA
tremenda y muerta
habrá una lumbre enorme y multiplicada

En el estómago de su animalidad abyecta rumia su poema. Su verso sale del cuerpo una vez que ha lamido todas las venas y cavidades. El ritmo de Jessica Pérez Quesada cataliza el poder de su voz. El ritmo es su cuerpo convulsionando, respondiendo al paso del poema, su cuerpo material y poético imponiéndose a lo inevitable y buscando maneras de resistir punzadas muy largas y profundas: solo enunciables en esa precisa velocidad. Una palabra tras otra escritas más rápido de lo que pueden ser pensadas, leídas en temblorosa entrega. Sus versos atados van cuesta abajo, vuelta adentro, únicas vías.

En el poema Escribir por ósmosis la poeta versifica:

Tengo en la yema de estos dedos
un portal inestable de energías
un imán, un misterio
(…)
y tengo las yemas llenas de estigmas

– vienen del mar, vienen del tiempo

desangra el oído, tiembla el adentro–

Yo solo me arrimo al enigma
y escribo por ósmosis.

Imagen: Jessica Pérez Quesada

Lo real contemporáneo y distópico se filtra al texto de Jéssica. Es sígnicamente evidente en el emoji triste del poema que le da título al libro Cirquísima/ piedra en la cabeza de día no brilla, en el “Poema moderno”, en esa “luna varada en un charco” en forma de punto negro que funciona como título, o cuando nota que “el compulsivo hombrecito verde parece patear al rojo inmóvil”. Pero es atmósfera poética, sutil, más potente, en la elección del lenguaje, en el ritmo, en las estructuras, miedos y rebeldías de los textos.

No sé cuántas veces he leído este libro, ni en cuántos momentos he intentado escribir sobre él. Me he quedado sin saber cómo empezar, seguir, terminar, con una nube abyecta recorriéndome. La nube es la voz de Jessica jugueteando a trastocarme los músculos de las manos. He debido recrear el apartamento-estómago, volver a los poemas, mi cuerpo al texto. Leer otra vez que “Cirquísima es andar perdida, de ida y vuelta que es ruta rota”, crecer en el proceso, dolerme e insistir.

El poemario te deja en él atrapado porque la escritura-cuerpo de Cirquísima se enrosca en sí misma como cordón alrededor del cuello de un feto. Su feto-poema agónico es un estado espiritual que nos es común y es su expresión una poética del gemido. Leerla y reconocerlo deshabilita el mapa a partir del cual experimentamos lo real, metabolizamos las violencias y las excretamos. El texto, en ese proceso, como explica la poeta que le sucede a veces al poema moderno, “no pervive, sangra”.

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