Crónica ⎸ Abortar en Cuba: La precariedad nos ha llevado a naturalizar el dolor

“En Cuba, abortar es legal, pero cuando vas por la vía ‘legal’ es un calvario”, afirma la performer, curadora y crítica de arte Elena Llovet.

Mujer en proceso de aborto. Pintura de Paula Rego
Obra de la artista portuguesa Paula Rego, de la serie “El aborto”, 1998. (Fragmento)

Vendo la cámara que traje de Cuba en una app de objetos de segunda mano. Vaciándola, encontré algunas fotos inconexas y pensé que quizás las había tomado alguien más. Me fijo en las fechas de cada una. En la que estoy frente al espejo, creo que éramos dos.

En diciembre del año pasado tuve un aborto en Maternidad Obrera, un turno que conseguí mediante un contacto. En el país no había agujas, ni antibióticos para los niños, cómo iba a haber turnos para interrumpir embarazos.

Tengo ovarios poliquísticos, por eso, podía estar hasta dos meses sin ver mi período, esa vez, además del retraso sentía un dolor sordo en la pelvis que no asociaba con un síntoma de embarazo. Una vecina me advirtió que no estaban haciendo ecografías de urgencias a nadie y me dio un consejo: Si quieres que te la hagan, exagera, inventa.

Al primer toque del ultrasonido voltean el monitor hacia mí: Tienes 4 semanas de embarazo. La doctora es joven, su mirada lo dice todo. He dejado que esto crezca demasiado, soy una descuidada ¿Quién se embaraza en un momento tan jodido como este, con esta miseria? No dejo que me quite el gel y, de camino a casa lloro un poco, de miedo, porque sé lo que me espera.

Nadie me da la luz

En Cuba, abortar es legal, pero cuando vas por la vía “legal” es un calvario. Los resultados de los análisis previos tardarán entre 5 y 6 días, puede haber demoras por escasez de reactivo, etc. Una vez que tengas esos resultados podrás inscribirte en la lista de interrupciones de embarazo del hospital materno que te corresponda, en mi caso era Maternidad de Línea.

En esa lista, como en tantas en Cuba, la demanda supera la oferta. Ahí comienzas un forcejeo con el sistema de salud pública que querrá embaucarte con tal de que pase el tiempo permitido para interrumpir tu embarazo.

Obra de Paula Rego, de la serie El aborto, 1998.
Obra de Paula Rego, de la serie El aborto, 1998.

Más que un forcejeo es una lucha de clases. Una parte significativa de las mujeres están allí por la escasez permanente de medios anticonceptivos. Las que no conocen a un médico, las que no pueden sobornar para acelerar ese turno, van quedando en el fondo de la lista. Mientras esperan, son remitidas a la consulta de maternidad donde se ven obligadas a reconsiderar su decisión de abortar. Así se incrementa la tasa de natalidad en Cuba, con fórceps.

Cuando esperas por un aborto, cada día cuenta, también en tu físico, te conviertes en un reloj humano, cada vez estás más somnolienta y mareada. Hago una lista de conocidos que podrían ayudarme, les llamo, me olvido de la pena, quiero resolver lo antes posible. Sé que voy a dejar todos mis ahorros en esto. Les aclaro a todos que voy apagar en dólares, en euros, pero nadie me da la luz.

Mami, quédate a dormir conmigo

Paradójicamente paso los días más hermosos con mi madre. Salimos a comer fuera y pedimos una pizza hawaiana para llevar. Recuerdo sentir un hambre voraz. Solo quedaba satisfecha si comía directo de la olla arrocera, creo que era psicológico.

Mi madre nunca me ha dedicado tantos elogios. Cree que estoy en un estado de gracia: Tienes el pelo brilloso, se te ha puesto la piel lisita. Nos sentamos en el parque de H y 21 a ver a los niños y a los perros correr. Me cuenta cómo armaba las canastillas de mis hermanos a fines de los ochentas, las muñecas Lily, los zapatos que pitaban.

Pasan otras hijas con sus madres y un cortejo de cochecitos chulísimos. Son del Vedado o de Playa que es donde el gobierno asigna casas a sus funcionarios más confiables para que se apareen. En sus clavículas resplandecen cadenitas con brillantes muy discretos, llevan arreglos de uñas en gel.

Están montando un picnic, aquí mismo, en medio del parque, rodeadas de las aceras reventadas por las raíces de los árboles. En Cuba hay gente a la que la escasez nunca logra tocarle la puerta y si lo hace le cuelgan una florecita de romerillo y logran romantizarla cantando, lucrando con ella, filmando un reality de cocina. Mi madre está mirando la postal, absorta.

―Mami, quédate a dormir conmigo, por la noche es que me empieza el dolor ese.

Obra de Paula Rego, de la serie El aborto, 1998.

Me apoya en mi decisión de abortar, pero lleva toda la semana soltando frases motivacionales: Cuando se quiere se puede. Si te decides a tenerlo yo te ayudo. Tú verás que la vida se organiza.

Todo le parece una señal para que me quede en el país. Se queda dormida entalcada y doy un par de vueltas a su lado.

Si yo hubiese sido estomatóloga y cobrara los arreglos en dólares. Si fuera una emprendedora dueña de un paladar y supiera sobornar a los inspectores. Si tuviera un balayage y una moto eléctrica, pudiera almorzar con mi madre todos los domingos y darle el nieto varón que quiere, con nombre compuesto: José Carlos, Miguel Alejandro…

¿Por qué mima piensa como mima y yo pienso como yo?, ¿qué tenemos que aprender una de la otra?, ¿por qué siento como si el país me abortara? Mami: en unos días, cuando la idea de este hijo no exista, cuando estés sola y me convierta en una extraña que viene de visita cada tres o cuatro años ¿Me querrás todavía?

Durante esos días tengo los sueños más raros. En uno de ellos estoy balanceando a un bebé. Tiene el cuerpo cubierto de ese vello ralo con que nacen los niños. Comienza a gorjear, mi abuela y yo nos reímos de su jerigonza. Me levanto del sillón, quiero enseñarle lo que está sucediendo a alguien. Llevo una bata de posparto semitransparente y el entrecejo sin depilar.

En la cama hay un hombre sentado, es el muchacho del que estoy embarazada. Le toco el hombro. Está masturbándose, siento el sonido que hace el prepucio cuando sube y baja. La chica del video baila tweerk. Presiono la cara del bebé contra mi cuello y me despierto.

Abortos para las noviecitas y las queridas

El muchacho con el que salía es hijo de un coronel. El MININT es una corriente subterránea que moviliza cualquier burocracia en los hospitales cubanos. No creo que durante la pandemia haya muerto ningún militar por falta de oxígeno en un cuerpo de guardia. No quiero usar el privilegio de esa gente, pero tengo miedo de los días que pasan, de quedarme al final de la lista.

Lo llamo: Oye, ni tú ni yo queremos esto, no te conviene, no conozco a nadie que pueda ayudarme, nunca he pasado por esto y no es solo problema mío. Juego todas mis cartas y cruzo hasta los dedos de los pies. Por suerte, me escribe a los veinte minutos: El lunes tenemos que estar temprano en Maternidad Obrera.

Somos casi treinta en una sala de espera con asientos plásticos. Nos pidieron que trajéramos una donación de sangre por si alguna se complica durante el procedimiento. Pienso que cuando salgamos de aquí todas estaremos sangrando durante unos días.

El doctor da los turnos, lee los nombres y las edades. Escucharlo es asistir a un censo espeluznante. Las adolescentes entre los 13 y los 15 años que vienen con sus madres y algún novio traído a rastras. También hay mujeres de más de 50 años solas, sin ninguna compañía más que un bolso con lo esencial, agua, íntimas y un calmante.

Han dicho que si alguna de nosotras es bailarina de Tropicana puede pasar primero. Algunos de los hombres presentes ríen. Estoy nerviosa y demoro en captar la misoginia del chiste. El doctor bromeaba con que si alguna estaba “buena” podía pasar primero y con el estereotipo de que las bailarinas de Tropicana se someten a abortos frecuentemente.

―Y si alguna es esposa o novia de un compañero militar o policía, también puede pasar primero.

Una enfermera me agarra del brazo:

―¿Tú eres Elena, verdad?  Yo soy María, ven conmigo.

La sigo, aunque mi turno era el 22, que es dos veces mi número de la suerte y aquello me había dado cierto alivio. Ahora somos cinco detrás del doctor. Todo el mundo lo saluda, es el dios del hospital. Tendrá unos sesenta años: reloj modesto, botas skechers de piel, compradas en algún Black Friday en Miami o Madrid. De seguro, cuando Maternidad Obrera le da vacaciones, él se da su viajecito. En la vida como en el teatro, se puede saber mucho sobre un personaje mediante su calzado.

La consulta parece un altar: perfumes, paquetes de café, un pernil de cerdo envuelto en papel cartucho. Lo que yo traje fue dinero, no tuve fuerzas para agarrar nada de la cocina. Prefiero entregar los ahorros que la comida. Tengo un rollo de billetes, buscaré algún momento para ponérselos en la bata a él y a María, que es mi contacto aquí.

Como todo médico cubano, por la precariedad con que trabaja, vive de los favores de sus pacientes. Como en la comunidad primitiva, el médico es nuestro Behique y le llevamos una parte importante de lo que logramos recolectar, cazar, pescar.

Atiende a los pacientes que le corresponden y a los que llama “los casos suyos”, en su mayoría esposas de gerentes hoteleros y sobre todo familiares de militares, gente muy cercana al poder. No creo que sea el médico de cabecera de ellos, pero le piden que se encargue de estos casos: regulaciones, legrados y abortos con pastillas para las noviecitas y las queridas.

Espero afuera del salón, sin ropa interior, con bata y botas quirúrgicas. Tengo muchísimo frío. Desde aquí veo el parqueo y al culpable, fumándose un cigarro, conversando. Sonríe, quién sonríe en una situación como esta, se nota que no va a pasar por dolor alguno. ¿Quién decidió que los hombres podían procrear sin sacrificar nada, sin traspasar su propio umbral del dolor? Ojalá lo legraran por el culo. La mujer que está sentada a mi lado comienza a hacerme preguntas, creo que para sacarme del trance. Debo haber tenido una cara terrible.

―¿Es tu primer aborto?
―Sí.
―Tranquila, duele un poco, pero se pasa.
―¿Qué edad tienes?
―25.
―¿El muchacho del auto viene contigo?
―No.

Entro. Las paredes y las sábanas tienen manchas de sangre claruchas sobre otras manchas claruchas. Todo el instrumental es de los años cincuenta, la camilla y la lámpara con que te ven la vagina también es de los cincuenta.

El umbral elástico de “lo soportable”

En Cuba, el aborto por aspiración se practica sin anestesia. Desde que me confirmaron el turno estuve llamando a una amiga que se ha interrumpido 4 embarazos. Chica, dime la verdad, ¿cuánto duele eso…?

―Súbete a la camilla e intenta relajarte para que te pinchen el útero la menor cantidad de veces posible.

Todo me tiembla, estoy tan tensa que no puedo abrir las piernas. Escucho la voz del doctor: ¿Qué pasa? Arriba, que antes de ti salió una muchachita caminando sola. La enfermera me da la mano: Aprieta aquí todo lo que quieras.

Comienzan a pincharme el útero, una, dos, tres veces. La sensación es la de ser pescada. Como si fueras una ballena pescada con un arpón y tiraran de él. Siento que me desmayo, comienzo a hablarle a la enfermera por telepatía: María por favor no me sueltes, yo no soy como esa muchachita fuerte que acaba de salir, soy una poca cosa, no sé montar bicicleta, ni siquiera quiero parir, no quiero ser la que más dolor aguante.

Obra de Paula Rego, de la serie El aborto, 1998.
Obra de Paula Rego, de la serie El aborto, 1998.

El cuerpo de las mujeres tiene una capacidad asombrosa de recuperación, nuestros tejidos se expanden y luego se recogen, el sangrado cesa. El sistema sanitario lo sabe y abusa de esa capacidad. Parece que estamos hechas para olvidar fisiológicamente el dolor. Casi todas las mujeres de mi familia me han dicho que una vez que cargaron a sus hijos por primera vez olvidaron la agonía del parto.

Cuando escucho a alguien decir que abortar en Cuba es seguro y gratuito me retuerzo de los temblores en el vientre. La precariedad nos ha llevado a naturalizar el dolor bajo el umbral elástico de “lo soportable”. No me imagino atravesando una situación como esta en un sitio donde el aborto no fuera legal. Creo que conservo algunas secuelas: controlo milimétricamente mi ciclo ovulatorio, sé que el líquido preseminal embaraza, nadie puede correrse dentro de mí, ningún sistema o persona puede inducirme una decisión reproductiva.

Mi cuerpo es mío, mi cuerpo es mío, mi cuerpo es mío.

Nota: Las piezas pictóricas que acompañan esta crónica pertenecen a la serie El aborto, de la artista portuguesa Paula Rego, quien tuvo la osadía de denunciar el aborto ilegal en su país en 1998. Sobre esta serie se ha dicho que “está llena de dolor, de sufrimiento y de soledad. Una serie sin título que consta de once pinturas y seis grabados, y que surgió como respuesta al fracaso de la ampliación del referéndum sobre el aborto en Portugal”. No fue hasta 2007 que se aprobó la legalización del aborto en ese país.

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