Poesía cubana  ⎸El vigía escucha murmullos y gritos

“Mi pobreza, Agnes, / no me torna grácil el abandono, / su cetro de alfileres sondea los adobes / que me aíslan del asco, / en este país alargado por una vigilia / que nadie se atreve a bautizar.”

| Escrituras | 06/10/2023
Fotograma de la película "Gritos y murmullos" (1972) de Ingmar Bergman. Las tres hermanas están reunidas en la habitación roja. Esta película fue motivo de inspiración del poema “El vigía escucha murmullos y gritos”.
Fotograma de la película "Gritos y murmullos" (1972) de Ingmar Bergman.

Sobre la película de Ingmar Bergman Gritos y susurros (1972)

La habitación es un grito que navega solo.
Una balsa de juncos carcomida por el miedo
sostiene la inmensidad acurrucada en el tálamo.
Es helado el mar que no se ve,
cárdeno como paredes
que se enciman sobre sábanas pulcras,
Agua presentida tras la pradera de la intimidad.

Agnes, Anna, María,
el hastío que nos come los huesos, las vísceras,
que rebota contra el muro de las convenciones
y se vuelve una navaja de doble filo,
sabandija oculta entre blancos holanes
y entre libros que ya nadie lee.
Y se es con tan poco feliz.
Una mecedora, cuando el sol se oculta incierto
tras los abedules, hilvana la felicidad,
no una máscara,
el licor que se derrama con torpeza
sobre la mesa elegante.

Agnes, prefieres el pecho ardoroso
de la muchacha humilde
para aplacar la soledad,
tu clausura de isla.
Torso mullido y lechoso como tu infancia.
Concha que te defiende un segundo de la muerte
y de la hipocresía. Mujer descalza, rolliza
a la que se rinde como enamorado tu dolor.
La muerte sólo concede un privilegio sin distinguir:
librarnos de la espina del otro y de la propia zarza.

No tienes una simple hermana sin encajes
que rasgue la penumbra, y vuelva el esplendor
a tu cuerno de sal,
embista al monstruo agazapado en el sufrimiento
y venga y te acaricie la mano huesuda
que ya apesta.

Y es posible ser feliz con tan poco.
No más mirar tras las claraboyas
cómo comienza el deshielo
y el aroma del trigo sube hasta ti
desbrozando la sangre coagulada en la estación.
Y allá un sicomoro y un fantasma enverdecido,
un ruiseñor, besan despacio
adormeciendo los escupitajos.

Mi pobreza, Agnes,
no me torna grácil el abandono,
su cetro de alfileres sondea los adobes
que me aíslan del asco,
en este país alargado por una vigilia
que nadie se atreve a bautizar.

Yo también me he vuelto imperceptible,
y en mi garganta se desmaya
la última sílaba del perdón y la vergüenza.
Voy sin nombre.
Sin albur.
Bien sé que en la grieta pudiera encontrar a Dios.
Necesito un viento mínimo,
una sílaba que batalle
con el púrpura de las paredes
que no se come mi dolor.

“El vigía escucha murmullos y gritos” pertenece al libro Trama tenaz, (Ed. Bayamo, 2011), de Ileana Álvarez, que fue Premio “Fidelia” de Poesía 2010.

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