«Sangre azul» y «Te daré de comer como a los pájaros»: Roles figurativos y abstractos de sus protagonistas femeninas

| Escrituras | 29/11/2017
Portadas de los libros "Sangre azul" y "Te daré de comer como a los pájaros"
Portadas de los libros "Sangre azul" y "Te daré de comer como a los pájaros"

¡Cuántas [veces] envidié la suerte de esas mujeres que
 no sienten ni piensan;
que comen, duermen, vegetan, y a las cuales
el mundo llama muchas veces mujeres “sensatas”
!

Gertrudis Gómez de Avellaneda. “Carta a Cepeda”

Para la mayoría de los narradores modelar un personaje del género opuesto es un desafío. No obstante, crear uno del propio género también puede ser complicado: hay que darle una vida palpitante, moverlo en diferentes escenarios, evitar lugares comunes, hacerlo más creíble que nosotros mismos. Las novelas Sangre azul (1993) y Te daré de comer como a los pájaros (2001), de las escritoras cubanas Zoe Valdés y Reina María Rodríguez, respectivamente, se sostienen por medio de dos mujeres protagonistas que de tan vivas, duelen en la lectura. Son mujeres que transitan por varios estados, crecen, dudan, meditan y se lanzan. Como lector hay que estar bien atento si no se quiere perder el camino de emociones y colores, los matices de las frases, las metáforas evidentes y las latentes, así como el punzante crecimiento de la existencia de un párrafo a otro.

En ambas novelas se narra la experiencia del mundo desde el punto de vista de una mujer, pero también la experiencia de la relación con el cuerpo propio. En ambas conocemos los deseos, las expectativas, las desesperanzas y hostilidades que llenan sus horizontes personales. La relación mujer-madre, mujer-hijo y mujer-hombre también está presente en estas obras. Pero, en este cúmulo de parentescos y sentimientos, las protagonistas poseen una fortaleza que las distingue y que las vuelve unas insensatas sin remedio, aptas, por lo tanto, para ser centro de una narración lírica: esa fortaleza es la preservación de sus roles abstractos.

En Sangre azul, luego de una infancia apegada a los suyos, entre juegos en la casa familiar y en ambientes naturales, su protagonista Attys nos dice: “Empecé por olvidar cómo se volaba”. A partir de ahí asistimos a su conocimiento del placer carnal y seguidamente a la presión de la familia para que pase a una nueva etapa: “Les conté lo que había sucedido y pidieron que me transformara inmediatamente. […]. Pedí a los mayores que me explicaran por qué había que vivir. —No sabemos…No podemos explicarlo porque no lo sabemos. El mundo está equivocado, creen que crecer es cumplir un deber”. Attys olvida cómo volar y tiene su primera regla. ¿Ilustrativo verdad? Menstruar nos agrega responsabilidades y dolor físico. Menstruar es como un marcador para señalar la entrada en lo que se conoce como “ser una mujer”. En Te daré de comer…, no es una joven quien nos habla, sino una mujer madura que menstrúa horriblemente y no tiene algodón pues sobrevive en un país de economía devastada: “Sangro por toda la humanidad, ella también es hembra”. A diferencia de Sangre Azul parte de esta novela transcurre en un espacio y un tiempo reconocibles: la Cuba del Período Especial. Aparecen los roles figurativos: obtener lo necesario para vivir, cuidar de los otros, culminar las etapas vitales con éxito. Al leer esta obra de Reina María los tipos de roles que he mencionado aparecen distribuidos en una escritura de dos columnas. La columna izquierda es un río de palabras. Reina reflexiona, se descubre, poetiza la vida y se empodera a través de un mundo interior tan vasto como complejo, capaz de proporcionarle energía para continuar expresándose y por lo tanto, seguir viviendo. En cambio, la columna derecha nos dibuja una mujer con agotamientos, proveedora de su hogar en circunstancias adversas. Como un ejemplo vivo de lo que se denomina “sincretismo de género”, Reina calcula el presupuesto del hogar y está enfrascada en construir una vivienda. Atiende los cumpleaños de los demás y recibe a sus amigos desencantados que hablan de política, de escasez y literatura. Sin embargo, como en un perfecto ying-yang, en el lado derecho la poesía resiste, mientras, en el lado izquierdo habita un ser que a veces recoge las alas: “…siento nostalgia de esa gente normal, que pueden edificar lo inmediato”.

EL AMOR ENTRE PÁJAROS AZULES

En Sangre azul, Attys tiene problemas con su curiosidad por el cuerpo masculino: “Su hija ha tocado a mi hijo. Pero él se dejó…”. “No te quiero ver cuando seas grande. ¿De dónde has sacado toda esa calentura anticipada? Mi madre se zafa el cinto y me deja las nalgas al rojo vivo. Sigo toqueteando a los varones, suspendiendo Química y leyendo el Kamasutra”. Claro, el deber de Attys era estudiar. Hay un tiempo para cada cosa. La sociedad sanciona si te adelantas o te atrasas. En Te daré de comer… una mujer temerosa de la soledad no deja de buscar al hombre, denominado sencillamente T: “…doy más de siete vueltas alrededor del hospital. Porque cuando T se va, yo lo persigo, me mareo y regreso extenuada…”. ¿Será que a esta mujer completa, intelectual, madre y constructora la debilita el amor? No lo creo. El amor hacia el hombre además de amor en sí, indefinible, omnipresente, adictivo… es una cuerda raigal hacia su lado abstracto. ¿El más humano, el más animal en ocasiones? Además de sobrevivir ella ama y le quedan energías para dedicarle tiempo y palabras al hombre. El hombre, caracterizado por la prevalencia del lado práctico, lo figurativo; conquistador de la caverna, transportador del fuego pero… ¿las pinturas rupestres habrán sido fruto de manos femeninas? Reina se pronuncia: “¿cómo hacer para construir la casa de adentro?… es una actividad que ignoran completamente los hombres, ellos pueden construir casas pero no crearlas… (M. Duras)… nosotras, tan sutiles, envolviendo sus construcciones (su huevo), enlazando, armando el mito… y deshaciéndolo”.

En Sangre azul, Attys, en su juventud reverberante, es más directa: “En este siglo las mujeres son las que persiguen”. Attys vive la experiencia intelectual de un modo tan intenso que su cuerpo reacciona y a la vez no puede evitar el deseo de que el hombre sea un espectador activo de sus evoluciones: “Tú nunca esperaste que yo entrara al baño con Kierkegaard debajo del brazo y saliera desnuda con los pezones erizados de angustia. Me jodió que no me templaras, y para colmo añadiste que desconfiabas de las mujeres intelectuales”. La actitud del hombre afecta a Attys, pero ella tercamente continúa fomentando sus gustos, asegurando sus expectativas, continúa autoeducándose. Reina, por su parte, un poco serena, un poco irritada, observa: “T sigue insoportable, no me permite ningún espacio, necesita el poder de una estructura formal, a cambio de la falta de poder sobre mi estructura interna”. La estructura interna de esta mujer es inconmensurable, ni hombre, ni dios podrá dominarla. Ese espacio vasto e íntimo alberga los filtros que logran poesía desde la pérdida, la soledad, la carencia y ¿por qué no? desde la posesión y el bienestar, por muy limitados que sean. Sin embargo, es capaz de decir: “tratar de lograr una relación plena contigo es el único modo de salvarme”.

MATERNIDAD AGRIDULCE

En estas novelas aparece la relación entre las protagonistas y sus madres. También, como un enlace natural y armonizador, se muestran momentos de la maternidad de Attys y Reina. Al inicio de Sangre azul, en un monólogo sobre la soledad, Attys declara: “El parto es el acto de soledad más grande de la vida, porque hay un ser que te abandona, que dejó de ser tú”, pero la novela termina justamente con el parto de la joven. Parto sin la presencia paterna. Aunque no están gráficamente divididos en columnas Attys tiene dos partos, uno metafórico y otro real. En el primero da a luz miles de delfines. El delfín es un animal que se caracteriza por su actitud sociable y protectora, tal parece que dar a luz miles, es un gran antídoto contra la soledad. Luego, Attys tiene un hijo que llama Arión y se dispone a seguir sola con él, pues nadie, excepto Gnossis, podía resistir su azul. Azul como símbolo de su estado meditativo, dulcemente melancólico, pero sobre todo por la realeza de su espíritu. En su momento, Attys vive la maternidad como un hecho poético, quien le muestra el lado terrenal del asunto es su mejor amiga, al darle varios “consejitos prácticos” y redondear: “convence a tu cerebrito de que tienes que pensar por dos”. Al dar a luz, en su hijo Arión,  Attys ve el regreso de su amado Gnossis. Puede vivir sin Gnossis,  pero necesita prolongarlo para salvarse, tal como le sucede a Reina con T.
En cuanto a las diferencias entre hijas y madres, Emma —una de las amigas de Attys—, expresa enfáticamente las actitudes que le desagradan de las progenitoras: “Emma pone los caóticos ejemplos de nuestras madres: matándose en la calle y en la casa, trabajo y hogar, esperando entalcadas a los mariditos, presurosas ante la demanda autoritaria de pantuflas y café humeante”. Evidentemente, este grupo de amigas sueña con vivir solo en el lado abstracto. Attys lo confirma cuando en varias ocasiones nos dice: “Yo soy una irreal”. Sus amigas proyectan un futuro en el que se ven como profesionales y expertas en hombres. Attys no opina, si es una irreal sus planes son menos definidos.

En el lado crudamente real (columna derecha) de la novela de Reina, encontramos a una madre amorosa que espera de Elis, la hija, mucha belleza e inteligencia. Pero, la madre de la narradora cumple setenta años, fue costurera y está amargada. Sus familiares la evitan. El contraste entre las generaciones de las mujeres de la familia se aprecia en los roles: Elis juega, crece, y aprende; Reina sostiene la casa, es madre, hija, amante y escritora. La abuela sobrevive y a todas luces ya no tiene esperanza. Todos los encuentros y desencuentros de la familia se detienen en las noches de paz. Entonces, Reina observa lo que ella llama “esquema de felicidad”: “me gusta la casita y la familia cuando callada así, en la noche, con las puertas oscuras y cerradas parece irlandesa… una casita entre el cielo y el bosque (…)”. Esta imagen idílica es una fantasía necesaria para continuar. En una sociedad en crisis, la evasión es un mandamiento; además, en una casa tan visitada la intimidad nocturna ha de ser valorada como una joya. La casa se vuelve útero acogedor, reino pequeño, oasis. De algún modo la casa también protege como una madre y como esta, igual demanda atenciones y agobia.

UN POCO DE PODER Y UN POCO DE DESEO…

La autocontemplación activa no hace falta para vivir. Tampoco leer, adornar recuerdos ni valorar hechos y sentimientos. En ocasiones, tal autocontemplación genera angustia. Las protagonistas de estas novelas dedican mucho tiempo a estas faenas del alma a pesar de que eso las haga profundizar en lo menos dulce. En parte por eso, son un poco irreales en sus contextos. Attys y Reina reflexionan de manera constante sobre todo lo que sucede dentro y alrededor de ellas. Así, conocemos las lecturas que hacen, sus deseos y miedos. Específicamente, el miedo a la libertad, es valorado por Reina de manera directa: “El miedo a la libertad me sobrecoge”. Sobre ese miedo compartido es justo reconocer que aceptarlo es ya una forma de abrirse a la posible libertad. Hay quienes no vinculan esas dos palabras libertad, miedo… será porque encontrar obstáculos para la existencia forma parte de cierta vocación masoquista que acompaña a quienes cultivan sus roles abstractos. Reina sí expresa ese miedo, descubriendo “esos intersticios […], cuando solo acechamos qué nueva ilusión vamos a conquistar, son muy creadores, duran poco, pero llegan profundo”. Attys, con desenfado, asegura: “Hace mucho tiempo que no me río de los peces de colores. Vivo concentrada […] en los sufrimientos que intuyo en la historia de la humanidad. Pertenezco a ella. Soy una mitad angustiada por la otra mitad. Esa es la trascendencia de la cual tengo demasiada conciencia. Después, soy alguien deslumbrada porque aún llora por un hombre”.

La mezcla de profundidad y ligereza que se da en Attys es obvia en una afirmación como la anterior. Ambigüedades así son las que aún en los tiempos actuales vuelven a estos personajes creíbles a pesar del lirismo de la prosa y de las metáforas alucinantes. Exaltación, desánimo, impotencia por no controlar al otro… son estados por los que transita Attys a lo largo de la novela. En cambio, el personaje de Reina de principio a fin se manifiesta con un sosiego aparentemente estable. En ocasiones, la prosa nos presenta a una mujer aletargada que trata de escapar y de evitar sus propios cuestionamientos. A pesar de que la columna izquierda es pura poesía, el discurso corre con un ritmo intenso que en el lado real, no es posible igualar. Quizás Attys tenga la respuesta a esa diferencia. Cuando la relación con Gnosis avanza hasta el punto en que ella se vuelve su modelo, acepta hablar de los problemas  porque los sueños no lo son todo y declara: “La realidad es una pesadilla, por eso no hago hincapié en ella. Pero, apartarla a un lado, de golpe, es ofrecerle ventajas. La realidad confunde más que lo onírico. Despierta no distingo nada, soñando veo claro cada partícula del universo… soñar es la otra realidad, la que esquivamos porque obliga a reflexionar… en ciertas circunstancias, lo que llamamos enfrentarnos a la realidad, no es otra cosa que evitar el pensamiento…”

PENSAR ES PODER

Attys, Reina, Zoe, todos los lectores, el ejemplar de Sangre Azul que regalé a una amiga para tenerlo otra vez cuando ella se fue de Cuba, la casa a medio construir, el período especial, no hay almohadillas sanitarias, ni algodón, el hombre atractivo en una fiesta, a Attys no le sirve el vestido y quiere impresionarlo, el gold-fish, la maternidad, la hija que llora, la madre cansada, el amor en zona de guerra silenciosa, el cuerpo en paz porque no habrá barrera que impida acceder al otro, dos novelas mundo, dos espíritus complejos, como los números, dazed and confused yo también, al igual que todas nosotras, fluctúo de un rol a otro.

Para quienes comprenden la literatura como algo separado de la vida, no habrá un diario así, pero para mí que he visto siempre la vida vivida junto a los textos como defensa de lo real: las cuentas, los gastos, las conversaciones y las lecturas (como aquellas libretas victorianas donde las mujeres inglesas acumulaban todo en sus listas), son solo múltiples rutas de lo que ha sucedido día tras día. ¿Habrá algo más literario que la vida?

Embarajar lo real ha sido mi propósito y mantenerme en esa franja entre un afuera y un adentro (un pliegue), desde donde miro a través de una tela transparente (una página) que me protege de aquello que puede impedirme vivir dos veces, que para mí, es el mínimo de vida de ser: recogiendo las sobras, los picotillos, todo lo que es arbitrario a los significados.

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