Virgen de la Caridad del Cobre: un canto, una exaltación

La Virgen de la Caridad del Cobre, Patrona de Cuba, y Ochun en la religión afrocubana, ha inspirado no sólo a creyentes sino a poetas y artistas. Esta selección de poemas e ilustraciones celebra, el 8 de septiembre, día de su festividad, la importancia espiritual y cultural que tiene para el pueblo cubano.

| Escrituras | 07/09/2023
Pieza fotográfica de Marta Cubillas a la virgen de la Caridad del Cobre. Se ve la imagen de la virgen sobre una mar formado por la bandera cubana.
"Virgen de la Caridad del Cobre", Marta Cubillas, Arte Digital, 2022.

Ante la Virgen de la Caridad

fragmento

Luisa Pérez de Zambrana

(Santiago de Cuba, 1837 – La Habana 1922).

Virgen, a quien los náufragos un día

hallando ya en las aguas sepultura,

aparecer sobre las olas vieron

como un ángel de blanca vestidura.

También nosotros somos ¡madre amada!

náufragos que tu amparo reclamamos,

haz que delante de nosotros siempre

flotar tu blanca túnica veamos.

Pieza de Amelia Peláez en la que pinta a la Virgen de la Caridad.
Caridad del Cobre, Amelia Peláez, 1956.

La Virgen de La Caridad

El Cucalambé

(Las Tunas, 1829 – 1861).

Cuando yo, inocente niño,

  En el regazo materno

  Era objeto del más tierno

  Y solícito cariño;

  Cuando una mano de armiño

  Me acarició en esa edad,

  Mi madre con ansiedad,

  Más grata y más fervorosa,

  Me habló de la milagrosa

  Virgen de la Caridad.

  Trátabame sin cesar

  De esa imagen bendecida

  Por milagro aparecida

  Sobre las olas del mar,

  Y oyendo yo relatar

  De su aparición la historia,

  La conservé en la memoria

  Desde la ocasión aquella

  Y soñaba ver en Ella

  Un astro de eterna gloria.

  Pasó mi niñez florida,

  Llegué a ser adolescente

  Sin borrarse de mi mente

  Esa imagen bendecida;

  Y en esa edad de mi vida

  Para mi mayor ventura,

  Supe que esa imagen pura,

  Santa emanación del cielo,

  Era el amparo y consuelo

  De toda infeliz criatura.

  Supe que clemente y pía,

  Consoladora del pobre,

  Allí en la sierra del Cobre

  Su santo templo tenía.

  Supe que allí residía

  Desde su primera edad

  La imagen que a voluntad

  De un Dios supremo, infinito

  Trajo a sus plantas escrito

  El nombre de Caridad.

Pieza de Sandú Darié en la que pinta a la Virgen de la Caridad.
Telón de la Virgen de la Caridad, Sandú Darié, 1979.

Décimas a la Virgen

Carilda Oliver Labra

(Matanzas, 1922 – 2018).

Ave, Mujer no tocada,
ángel devuelto a la nube,
primera madre que tuve
en una historia soñada…
Ave, María, buen hada,
humilde como la arcilla;
echadora de semilla
en el pesebre de paja.
Bendito tu vientre: caja
que guardó la Maravilla…

I
Hebrea, inocente, clara,
de la estirpe de David;
el cuerpo como de vid,
como de junio la cara.
El polvo que te tocara
ya no era polvo otra vez.
María: alma de mies;
hija, de Joaquín y Ana,
para borrar la Manzana
te hicieron blanca la tez.

II
Catorce años… La espuma
te enamoró de repente.
Eras la sed diferente,
el astro sobre la bruma.
¡Que un pájaro te resuma
los inefables trajines!
Reina de los querubines,
muchachita sin regaños:
cumplías catorce años
como quien cumple violines.

III
Cuando José te miraba
se abrían todas las flores.
Tú, suceso de temblores,
no sabías qué pasaba.
De los rumores esclava,
pequeña como tu aliento,
ibas de la tarde al viento
preguntando, con cariño,
si le sobraba algún niño
al Señor en su Aposento…

IV
Y así que te oyó la miel,
un hermano de tus alas
dejó las celestes salas
para que hablaras con él:
y vino al mundo Gabriel
en vuelo de Anunciación.
(Purísima Concepción…,
el Prodigio se le arrima
a quien nunca tuvo encima
mano torpe de varón…!)

V
Y un soplo divinizado
te fue apuntando en el centro,
y florecida por dentro
fuiste un jardín duplicado.
María, milagro dado,
Carne por Dios escogida,
Sin Pecado Concebida,
Bendita entre las Mujeres,
Madre de todos los Seres,
Raíz de toda la Vida…

VI

¿Por qué no decir lo bella
que estabas en el pesebre?

¿Por qué no cantar tu fiebre,
Embarazada Doncella,
mientras se alzaba la estrella?
¿Por qué no hablar de tus manos:
dos diminutos veranos
en la noche lenta y fría?
¿Por qué no rezar, María,
por tus momentos humanos?

VII
Rezo, sí, por la sonrisa
cayéndose de tu boca
como una plegaria loca
sobre el Hijo, entre la brisa.
Y voy del verso a la misa
para alabar tu mirada
en aquella madrugada:
la mirada que pusiste
—y que acaso fue hasta triste—
sobre la Frente Esperada…

VIII
El cielo dejó su inmenso
júbilo por tu regazo;
y te salieron al paso:
la mirra, el oro, el incienso.
El establo era El Comienzo…
Después los Tres, fugitivos
entre dátiles y olivos.
Cuando Herodes fue una sombra
volvieron a ver la alfombra
de los céspedes nativos.

IX
El niño verde extraviado,
solo por Jerusalén.
No lo hallaron en Belén,
ni en la ciudad ni en el prado.
Tú, Madre, susto dorado,
buscabas entre pastores.
Arriba: extraños fulgores,
abajo: Jesús —más brillo—
con su lenguaje sencillo
asombrando a los doctores.

X
Y así creció noche y día,
y fue la Gracia creciendo.
Un halo de Bien tremendo
desde su frente caía.
Creció en la Sabiduría,
creció en Amor para todos,
conocía fieles modos
para regar la Ventura;
y amaba la tierra dura
y amaba espigas y lodos.

XI
Y fue pobre y carpintero,
y maestro y peregrino,
y el agua se volvió vino
cuando el milagro primero.
Y anduvo yerba y sendero,
y perdonó a una mujer
que no lo sabía ser…
(Ay, María de Magdala,
carne que pudo ser ala
y se quedó sin hacer…)

Pieza de Zaida del Río en la que pinta a la Virgen de la Caridad.
Mujer fabulosa, Zaida del Río, 2012.

XII
Y todo aquello ocurría
junto a tu voz y tu aroma.
Tú eras casi una paloma
que a su lado sonreía.
Eras su sueño, María,
lo que queda del laurel,
lo parecido a la piel
de sus manos salvadoras;
y se mudaban las horas
y te mirabas en Él…

XIII
Y caminó sobre el mar
como si fuera de seda,
y le escuchaba una rueda
de Apóstoles al hablar;
y no se cansó de amar,
Galilea en frenesí…:

¡qué temblor pasó por ti!

¡Qué vértigo de furores
aplastó todas tus flores,
Huerto de Getsemaní!

XIV
No pudo la Muerte entera
secar de un golpe el rocío.
Estaba escrito el Vacío
para después que se fuera.

¡Qué pesadumbre agorera,
qué abeja huyendo del bien
cruzó por Jerusalén
cuando una amapola inerte
se puso a llorar la suerte
de no brotarle en la sien?

XV
Corona de espinas: lento
llegar de sangre a la edad
que tiene la Eternidad.
Clavos de Cristo…¡Oh, Tormento,
parada para el aliento,
pena para ser gritada!…

¡Qué forma de abandonada,
qué palideces sinceras…
Virgen María… Tú eras
también la crucificada!

XVI
Allí supiste que van
los dolores a la lluvia.
Allí supiste ser rubia.
Allí supiste ser pan.
Él te dio por hijo a Juan
y a la Humanidad entera.
Te consoló a su manera.
Perdonó a la muchedumbre…

¡Tenía aquella costumbre
de sembrar por dondequiera!

XVII
Y cuando acabó el Martirio,
y cuando acabó el Calvario,
y fue la Tierra un sudario
y el Sol un solemne cirio.
Cuando el Hijo como un lirio
dobló finamente sus
párpados contra la luz,
toda tú, Virgen María,
con el alma todavía
cargando estabas la Cruz…

XVIII
En su silencioso giro,
como tal vez arrancado
de algo dócil y sagrado
iba al aire tu suspiro…
Ay, María, no deliro
por tu misterio de Santa
ni por la luz que te aguanta,
sino por tu llanto suelto;
por ese suspiro vuelto
grave flor en tu garganta.

XIX

¡Qué salga su gris sonoro
sobre los hombres del Mundo!

¡Qué salga su mar profundo,
su larga queja de oro;
y que se pese el tesoro
de tus lágrimas guardadas
en piedras desamparadas,
y apagues todos los fuegos
y enciendas todos los ciegos
con tus pupilas mojadas…

XX
Sí, Virgen, sí, Dolorosa,
beso de luz, cristal bueno;
sí, Madre del Nazareno,
razón de la mariposa…
Tu llanto es el agua hermosa
que da música al caer.
Tu llanto es ese quehacer
que tiene abajo la nube,
y no lo vemos y sube
cuando llora una mujer…

XXI
Quedó el Sepulcro vacío.
Era domingo. Su gente
le buscaba humildemente.
Era domingo. Hubo frío.
Tú eras el único estío
por los paisajes de Sión.
Y fue la Resurrección,
y María Magdalena
para siempre fue tan buena
como es bueno un corazón.

XXII
Le llamaron desde Arriba.
Llenó con sus resplandores
los densos alrededores.
Y Tú en la Tierra cautiva
mientras el Hijo se iba…
Pentecostés: Sol que empieza.
Con sus lenguas de tibieza
entre el ruido y el espanto,
bajó el Espíritu Santo
a tocar cada cabeza…

XXIII
Y un día —¿quién sabe cuándo?—
le seguiste hacia las nubes,
pasaste estrellas, querubes,
y serafines cantando.
Y allí te estás reposando
Serenísima en Desvelo,
Vaso Puro de Consuelo,
Custodia de la Armonía.
Bendita seas, María:

¡Qué Dios te guarde en el Cielo!

Pieza de Ileana Sánchez Hing en la que pinta a la Virgen de la Caridad.
De la serie Orishas, Ileana Sánchez Hing, 2013.

Invocación a la Virgen de la Caridad del Cobre para que salve el amor que siente escapando

Pedro Alberto Assef

(Ciego de Ávila, 1966 – Texas, 2017).

A Cristo Assef, el niño para siempre

1

Si en la noche silenciosa

del amor no te he encontrado

voy a quedarme enlutado

sin tu barca y sin tu rosa.

Tendré una herida dichosa

en el alma y en el viento,

y así como el sentimiento

se me esconde en tu belleza

habrá luz en mi pobreza

cuando reciba tu aliento.

Cuando reciba tu aliento

y al fin me ponga dormido

la ceniza de mi olvido

será el suspiro del viento.

Y en este presentimiento

vuela la paloma mía.

Y en la oscura noche fría

de la patria y del hogar

he de volverte a llamar,

Virgen de la angustia mía.

2

Detén en mí tu fineza

de muchacha desposada

y el rastro de tu mirada

me limpie tanta tristeza.

Como el agua en su nobleza

sé tú sobre mi temblor,

que en la humedad de tu flor

se partan los labios míos,

que se calienten los fríos

silencios de aquel amor.

Y yo retorne en lo blanco

de la noche y de la tierra,

como el ave de la guerra,

como el potro del barranco.

A ver entonces si arranco

el duelo de la memoria,

y converso con tu gloria

calladamente callado,

como un niño a tu costado

sin el llanto de su historia.

Pieza de René Portocarrero en la que pinta a la Virgen de la Caridad.
Virgen de la Caridad, René Portocarrero, 1958.

La Virgen anda sobre las aguas

Emilio Ballagas

(Camagüey, 1908 – La Habana, 1954).

Ofrecimiento del poema

Quiero tomar un asiento
en tu preciosa canoa
(De un loor anónimo)

    Déjame tomar asiento
    En tu preciosa canoa
    Y poner al cielo proa
    Navegando por el viento.
    Muévame el Divino Aliento
    Con su poderoso brío.
    Éntrame en tu claro río
    Y súbeme a los alcores
    Donde ángeles ruiseñores
    Abren las albas del pío.

                         I

    Canta a la luna nueva que está a los pies de la Virgen

    He aquí la Nueva Luna
    Que como delgada ceja
    La blanda tiniebla deja
    Para revelarnos una
    Firme pupila oportuna.
    En penumbra y duermevela
    He aquí el párpado que cela
    Un sol puro en las entrañas.
    ¡Luna que mi angustia bañas!
    ¡Ojo que en la sombra vela!

                          II

La Virgen se aparece en Nipe

Sobre las aguas vinisteis a dar al hombre consuelo
(Gozos de la VIRGEN DE LA CARIDAD)

    El Ave de Gracia llena
    Sobre las aguas se posa.
    Inmersa apenas reposa
    O quiere avanzar serena.
    El reino de Anadiomena
    Perece, porque esculpida
    Luce María adherida
    A la concha de la aurora,
    Perla de luz cegadora
    Al amanecer mecida.

                         III

Entrada en la canoa

Vuestro nombre singular
Tan bello y tan exquisito»
(Gozos…)

    ¿Qué pie pusiste primero
    En la barca temblorosa?
    ¿Qué huella de austera rosa
    Marcó con fuego el madero?
    ¿Tu cuerpo tornó ligero
    Lo que el peso ya vencía?
    Pues parece que vacía
    La ingrávida barca vuela
    Dejando impoluta estela
    Por donde pasa María.

                         IV

La Virgen navega en la canoa

En las borrascas del mar
El hombre más afligido
(Gozos…)

    Los tres Juanes de rodillas
    La regia visita adoran.
    Los tres reman, los tres lloran
    Mientras la barca sencilla
    Va en vilo… La sin mancilla
    Sal ciega en montones juntan
    Y tornan. Ya se preguntan
    Pescadores de la arena
    Quién gobierna la serena
    Barca que viene a la orilla.

                          V

La Virgen es llevada en andas a la Villa del Cobre

El mar con su gran furor
vuestra imagen respetó
(Gozos…)

    La Virgen navega sobre
    Andas que le han regalado
    Y cruza el ameno prado
    Por donde se llega al Cobre.
    Nuestra Señora del Pobre
    Mece al Hijo con cariño
    Y el viento agita el aliño
    Bordado de su vestido.
    Con el vaivén se ha dormido
    Mareado el Divino Niño.


                          VI

Se aparece a una guajira llamada Apolonia

Como una señal del cielo
(Gozos…)

    La Fe, que a la luz cernida
    De la Verdad Increada
    Abre la oscura mirada
    Y le ofrece Pan de Vida.
    La fuente que sin medida
    Sacia nuestra sed de cielo…
    Hace que bajen al suelo
    Como rendida avecilla
    Mostrándote a una sencilla
    Campesina por consuelo.


                           VII

De la parroquia del Cobre al santuario

Líbranos de todo mal,
Virgen de la Caridad».
(Gozos…)

    Te dejo en tu altar, Señora,
    Circundada de alegría,
    Cuajada en la melodía
    Del sol que tu frente dora.
    Allí el Arcángel te adora,
    Allí el Amor Soberano
    Te consagra por su mano
    Gaviota de los navíos,
    Patrona del pueblo mío.
    ¡Virgen de los Océanos!

ESPINELAS FINALES

La Virgen se ausenta del altar durante la noche

(La interpela su primer ermitaño
Matías de Olivera)

    ¿De dónde vienes, Señora,
    Con la ropa tan mojada?
    ¡Saliste sin ser notada
    Y regresas con la aurora!
    Bajo el manto seductora,
    Igual que la sulamita.
    Fuiste, Paloma, a la cita
    Con el Celestial Esposo
    Y traes del Amor Hermoso
    Reflejo en la faz bendita.

    SALUTACIÓN

Pues te hizo la Trinidad tan perfecta y singular
(Gozos…)

    ¿Por qué, María, no subes
    A los claustros celestiales?
    ¿Te quedas con los mortales
    Celadora de las nubes?
    En un coro de querubes
    Desciendes con un fanal
    De luz sobrenatural
    Y pues tanta es tu piedad
    ¡Virgen de la Claridad
    Líbranos de todo mal!


Liras de la imagen

    Miro pasar tus olas
    De trémulas espumas, coronadas
    Por blancas caracolas
    O ardorosas estrellas conjugadas
    Sobre las que graciosa sobrenadas.

    Miro tus nubes lentas
    Silenciosas, oscuras alcatraces,
    Gaviotas cenicientas
    Que dispersan tus ángeles tenaces
    Y en diamantes tú misma las deshaces.

    Miro tu luna quieta
    Cómo se duerme abandonada y fina
    Como un ave sujeta
    (Porque tu alta sonrisa la domina)
    O como sierva que a tus pies se inclina.

    Miro todas las cosas
    Que se consagran a tu Monarquía;
    Las islas luminosas;
    La piragua que al paso te salía
    Y el lazo para atar la mar bravía.

    Me canta en la pupila
    El arco iris de acendrada pluma
    Que moja la tranquila
    Cola de faisán real entre la espuma
    Si el ala hastiada ofrece en rica suma.

    Miro a los serafines
    Revolotear en torno a tus estrellas.
    La luz en que defines
    La esmeralda que en trémulas centellas
    Quiebra en tu cruz sus resonancias bellas.

    Y regreso del viaje
    A todo lo que en torno a ti fulgura
    Para quedarme paje
    De la que por virtud de su figura
    En rostro del Amor nos transfigura.

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