Lo fantástico, lo onírico y la violencia en la narrativa de María Elena Llana

“María Elena Llana es hoy, no cabe dudas, la narradora más importante de la isla, y, de las mejores de Iberoamérica”, asevera Olga García Yero.

Fotografía de la periodista y narradora cubana María Elena Llana
María Elena Llana (Cienfuegos, Cuba, 1936).

María Elena Llana es hoy la narradora más importante dentro del panorama de la cuentística cubana actual. A pesar de ello, su obra ha tenido pocos acercamientos por parte de la crítica insular, no así en el ámbito internacional. Textos como “Nosotras”, de su primer libro La reja; “En familia”, de su más conocida colección Casas del Vedado; “Alondra pasa”, de Castillo de naipes; “Arroz con mango”, de Ronda en el Malecón o “Añejo cinco años”, de Apenas murmullos, son piezas imprescindibles, entre otras, para una valoración de la narrativa en Cuba y el desarrollo orgánico del cuento en la isla, así como, para una perspectiva más honda de la escritura femenina en el país.

Dueña de un estilo muy personal, de una simplicidad por momentos minimalista, la Llana construye tramas, conflictos, personajes y espacios con un mínimo de recursos, pero con una enorme intensidad. Resulta, en verdad, difícil ubicarla dentro de una tendencia literaria específica. Ha trabajado (como pocos y entre muy pocos) la narrativa fantástica en la Cuba contemporánea.

A pesar de que lo fantástico parece tener su punto de partida en la literatura cubana del siglo XIX con los cuentos de Esteban Borrrero, “Calófilo” (1879) y “La aventura de las hormigas” (1881) no ha sido de interés para la crítica e investigación literaria insular. Alejo Carpentier, Virgilio Piñera, Lino Novás Calvo y José Soler Puig fueron otros que incursionaron esta modalidad de lo fantástico en zonas muy específicas de sus producciones. Mención aparte, en este género, merece Enrique Labrador Ruiz. Sus llamadas novelas gaseiformes Cresival (1936) y Anteo (1940) y su cuento “Conejito Ulán” (1946), por sólo mencionar una parte de su obra, son una muestra importante de este género.

Resulta de interés que en  la década de 1960 aparece en algunos autores un interés muy especial por este tipo de escritura. Es el caso de textos como La reja, de María Elena Llana y El castigo de Ester Díaz Llanillo[1] que se publicó en 1966. Otra figura para tener en cuenta en esta línea fue Miguel Collazo con su libro de cuentos El libro fantástico de Oaj publicado también en 1966. Años más tarde, en 1971, este autor daría a la luz una novela, Onoloria en esta misma línea.[2] En el año 1968 apareció la antología Cuentos cubanos de lo fantástico y lo extraordinario por la Colección Bolsilibro, de Ediciones Unión. En ese libro, que hoy puede considerarse una rareza bibliográfica, fueron incluidas sólo dos mujeres: María Elena Llana y Ester Díaz Llanillo.

Lo fantástico por el tamiz de María Elena Llana

Pero María Elena Llana no sólo ha trabajado lo fantástico, sino que también se ha construido un costumbrismo muy peculiar alejado de todo realismo ramplón, panfletario y vulgar presente en buena parte de la narrativa de Cuba entre 1960 y 1980. Así La autora muestra una obra madura que proviene no sólo de un oficio bien dominado, sino también de una raigal sensibilidad. El dominio del lenguaje que posee la Llana también le permite desplegar, con una maestría especial, el humor y la ironía como cualidades esenciales de sus textos.

La reja publicada en 1965, por la desaparecida Ediciones R, es un libro poco visitado por la crítica. En esa colección de cuentos están buena parte de las coordenadas que caracterizaría la obra posterior de esta autora. En sus páginas aparecieron dos cuentos impactantes: “Nosotras” y “Nochemala”. El primero de ellos es la carta de presentación de la narradora en el difícil oficio de la escritura fantástica. En ese texto, la Llana juega, con soltura especial, con lo onírico y lo real al lograr que se produzca una simbiosis tal, que se pierden los límites entre lo real y lo imaginario, es decir, entre lo que es considerado normal y anormal. Este sentido lúdico pone al lector en la difícil postura de tratar de entender la historia desde perspectivas lógicas.

Nosotras, 1965.

“Nosotras” es un juego de espejos a la manera de Alicia en el país de las maravillas. Las fronteras de lo real han sido traspasadas y parece no ser posible encontrar dónde está la verdad. Todo lo absoluto se viene abajo. El mundo no puede seguir siendo mirado desde una perspectiva fiable porque el sujeto ha perdido la confianza en sí mismo. La atmósfera de esta narración capta la asfixia del ser humano ante una cotidianidad que lo desdibuja y lo fragmenta. Las preguntas no se hacen esperar: ¿quién soy?, ¿a dónde voy?, ¿qué espacio ocupo?

Lo fantástico aparece en esta colección unido también al tratamiento de la violencia. Un tratamiento en que la violencia no sólo compone y ordena el relato, sino que también lo hace desde las más diversas formas.

La autora ha empleado el recurso del doble para situar al personaje en mundos paralelos. El sujeto que vive una vida que no puede reconocer en su propia imagen. Esto lo sitúa ante la alternativa de irse y cerrar por última vez la puerta o permanecer en la incertidumbre y el desasosiego. Pero ¿permanecerá o acabará desapareciendo en un mundo del que ni siquiera tiene noción de su existencia? Las coordenadas del espacio y el tiempo que solían regir todo relato de pronto se han hecho ininteligibles:

No puedo irme sabiendo que al regreso no podré entrar. Subo los dos o tres escalones que he bajado. Me paro a mirar tontamente la puerta cerrada. Vacilo. De pronto se me ocurre y no me doy tiempo a rechazar la idea. Toco el timbre y retrocedo expectante… No sé si la sangre ha aumentado su velocidad dentro de cada vena, de cada arteria, de cada humilde vasito capilar. No sé si es frío o calor lo que me invade, deseos de sonreír tranquila o de echar a correr despavorida, cuando la puerta empieza a abrirse lentamente junto a mí.[3]

Hay en esta escritura un soporte filosófico que se corresponde con las fracturas que se están produciendo en el mundo contemporáneo. Me refiero al nacimiento de la postmodernidad, por un lado, y, por otro, a la apertura que se produjo en esos años de 1960 en Cuba al mundo de la cultura en general, y, especialmente, a la cultura europea.

Como ha afirmado Rafael Rojas en su ensayo “Anatomía del entusiasmo: la revolución como espectáculo de ideas”: “La Cuba de la década de 1960 ofreció al pensamiento occidental un espectáculo de ideas, sumamente aprovechable desde cualquier latitud, y se convirtió en lugar de peregrinación para múltiples intelectuales de las más variadas corrientes socialistas.”[4]

Esa apertura significó no sólo el encuentro personal con figuras como Margarite Duras, Jean Paul Sartre u Octavio Paz, sino también lecturas, intercambios y miradas diversas a una realidad tan difícil y desgarradora como la de aquellos años. A eso se une la sólida formación cultural de María Elena Llana que vivió aquellos tiempos desde el epicentro de su quehacer periodístico.

Lo fantástico aparece en esta colección unido también al tratamiento de la violencia. Un tratamiento en que la violencia no sólo compone y ordena el relato, sino que también lo hace desde las más diversas formas. La violencia, esa mancha de tinta que se esparce por toda la realidad, se adueña del espacio narrativo de esta colección de cuentos de la Llana. Así, aparece en “Nochemala” de una manera poco común: disfrazada muchas veces de lo fantástico. En “Nochemala” está presente la violencia desde el título mismo. Atrás queda la tradicional Nochebuena llena de festividades para convertirse en sangre y muerte.

“En realidad, María Elena Llana ha puesto al lector ante una violencia inusual, pero posible y también realista.”

Hubo en aquella década de 1960 y después, una llamada “literatura de la violencia” que se identificaba con un realismo que focalizado en la lucha contra el tirano Fulgencio Batista. Pero se perdió la perspectiva crítica al focalizar (como era de absurdo y dogmática obsesión de la época) un solo tipo de literatura y, por demás, sólo una denominada clase de violencia. Y el cuento de la Llana nada tiene que ver con ese tipo de literatura de la violencia al uso. Por eso, Zaida Capote, al referirse a “Nochemala”, reconoce que hay algo que ha cambiado en la narración, pero no toca fondo y solo señala que:

Hay un cuento de María Elena Llana, emblemático en ese sentido, incluido en La reja (1965). “Nochemala” […] el relato, en verdad conmovedor y con una audacia narrativa admirable, ofrece una visión desacostumbrada de la lucha previa a 1959. El cambio está, en mi opinión, en la adecuación de un tema histórico a una visión minimalista, de pequeños afectos domésticos”.[5]

En realidad, María Elena Llana ha puesto al lector ante una violencia inusual, pero posible y también realista. El relato, en efecto, es conmovedor porque pone al descubierto la imposibilidad de escapar del flagelo de la violencia. La muerte del hijo del sicario no es un mero juego de “afectos minimalistas”, es algo peor, es la presión que sobre los sujetos ejercen determinadas estructuras sociales o de clases. Es la “banalidad del mal” lo que les hizo asesinar al hijo del otro torturador. Cumplir órdenes, sin analizar, sin pensar ni medir consecuencias. Igual a como calificó Hannah Arendt la violencia de Eichmann, el hombre que dirigió la llamada “Operación final” de Hitler. Fueron las estructuras sociales las que moldearon ese tipo de violencia.

El Vedado como espacio simbólico recurrente

Casas del Vedado (1983), libro con el que obtuvo su único Premio de la Crítica Literaria, constituyó el lanzamiento definitivo de María Elena Llana como narradora. En esta colección, el discurso literario femenino retoma el Vedado como espacio emblemático de la capital. Sus cuentos apuntan a descubrir los mecanismos de la memoria cultural, como ya había ocurrido en Dulce María Loynaz y Renée Méndez Capote.

Casas del Vedado, 1983.

“(…) uno de los elementos transformativos más importantes que aporta María Elena Llana al enriquecimiento del discurso femenino en Cuba (es) la esfumación de los deslindes.”

El Vedado, como para las otras autoras, resulta un símbolo con valores determinados que aparece como un juego de lenguajes entre el pasado y el presente. El Vedado de la Llana es también un espacio simbólico que es presentado por la autora desde la óptica de lo fantástico. Como ha señalado Tzvetan Todorov en su libro, Introducción a la literatura fantástica:

Lo fantástico implica, pues, no sólo la existencia de un acontecimiento extraño, que provoca una vacilación en el lector y en el héroe, sino también una manera de leer, que por el momento podemos definir en términos negativos; no debe ser ni poética, ni alegórica.[6]

Este mismo autor añade seguidamente consideraciones que iluminan el libro de la Llana y permiten considerarlo como un texto enfilado, con éxito notable, en la conquista de lo fantástico discursivo para la expresión literaria en Cuba:

Estamos ahora en condiciones de precisar y completar nuestra definición de lo fantástico. Este exige el cumplimiento de tres condiciones. En primer lugar, es necesario que el texto obligue al lector a considerar el mundo de los personajes como un mundo de personas reales, y a vacilar entre una explicación natural y una explicación sobrenatural de los acontecimientos evocados. Luego, esta vacilación puede ser también sentida por un personaje de tal modo, el papel del lector está, por así decirlo, confiado a un personaje y, al mismo tiempo, la vacilación está representada, se convierte en uno de los temas de la obra; en el caso de una lectura ingenua, el lector real se identifica con el personaje. Finalmente, es importante que el lector adopte una determinada actitud frente al texto: deberá rechazar tanto la interpretación alegórica como la interpretación “poética”. […]La primera y la tercera constituyen verdaderamente el género; la segunda puede no cumplirse.[7]
Entrevista de Sara E. Cooper a María Elena Llana. 2013.

El discurso narrativo de Casas del Vedado se configura en términos de que se empuja al lector a vacilar en cuanto a su sentido: la construcción del espacio, del tiempo de los personajes, de la acción misma, es perfilada de una manera que sugiere, en efecto, que lo narrado es, en su esencia, “real”. Al mismo tiempo, una serie de factores, de esos cuatro mismos elementos del discurso: espacio, tiempo, personajes y trama sugieren con inquietante énfasis que esos acontecimientos narrativos son, en algún sitio, “irreales”, o, al menos, sumamente ambiguos. No más leer detenidamente este fragmento de “En familia”:

Cuando mi madre descubrió que el espejo de la sala estaba habitado, todos pasamos paulatinamente de la incredulidad al asombro, de este a la contemplación y acabamos aceptándolo como algo cotidiano.
El hecho de que la ovalada luna, un poco moteada de negro por la acción del tiempo, reflejara a los muertos de la familia en vez de a nosotros mismos, no fue causa suficiente para alterar nuestros hábitos de vida. Siguiendo la antigua máxima de “arda la casa sin que se vea el humo”, nos guardamos el secreto que, después de todo, a nadie más que a nosotros mismos interesaba.
De todas formas, pasó algún tiempo antes de que nos resultara completamente natural sentarnos cada uno en su sillón preferido y saber que en el espejo ese mismo asiento estaba ocupado por otra persona, verbigracia por Aurelia, hermana de mi abuela (rip,1939) y aunque a mi lado en esta parte de la sala, se encontrara mi prima Natalia, enfrente estuviera Nicolás, tío de mi madre (rip,1927).[8]

La identificación fantástica del personaje narrador y su familia, miembros típicos de la clase media cubana, descritos con cuidadoso realismo, con sus propios muertos, y, por tanto, la indicación sarcástica de su desplome social, se realiza a través  de un exquisito contrapunto entre los dos espacios: el “real” y el “fantástico”, hasta que, como no podía menos de ocurrir, se produce una aterradora confluencia entre ambos, lo cual no pasa por el filtro de la poetización, ni de la alegoría. Ese es uno de los elementos transformativos más importantes que aporta María Elena Llana al enriquecimiento del discurso femenino en Cuba: la esfumación de los deslindes.[9]

Todos los sitios del libro son básicamente ámbitos cerrados; apenas se vislumbran espacios abiertos en los cuentos “El gran juego” y “El guardián”, como si a la autora no le interesase el despliegue urbanístico de barrio, sino la atmósfera asfixiante en que se combinan el derrumbe y la remembranza de los seres humanos que construyeron, funcionalizaron, habitaron y, finalmente, van desertando de ese espacio.

“Con Casas del Vedado, la imagen del hogar, la ciudad y la memoria a través del espacio literario en la escritura femenina cubana continúa, con intensidad prodigiosa, el desarrollo iniciado desde Jardín.”

El ciclo abierto por Dulce María Loynaz con su poetización del Vedado en ciernes en su novela Jardín, continuado por Renée Méndez Capote con el triunfo del espacio recobrado más allá del tiempo, se cierra en esta visión fantasmagórica y derrotada, cuyo punto climático se alcanza en el relato con el cual termina el libro, “La casa vacía”, donde se configura un ámbito de sofocante ambigüedad como en una morada que hubiese sido abandonada por sus ocupantes.

Esta narración comienza igualmente con la mención ahora punzante de un espejo. El texto desemboca en un paroxismo de incertidumbre y terror, en que el dominio del espacio y las cosas se destaca con mayor fuerza que nunca en todo el libro. El personaje del hombre, el sobrino, expone:

Aceptó el ruego sin sospechar por qué la grieta de sus excentricidades asomarían los caprichos de la tía, hasta que le dictó su última voluntad, porque ella entendía que tener últimas voluntades era de personas bien nacidas: Voy a morirme, pero no me entierres. Déjame aquí, que las cosas cuidarán de mí, me devolverán el aliento que en tantos años yo les di con mis cuidados, con la complacencia por poseerlas que nunca oculté y que, sin duda, las halagaba.
[…]
Y él respetaba tantas tonterías y empecinamientos por la promesa hecha a la madre. Por eso ahora que ella se ocultaba cada vez que él venía a la casa, había optado por no buscarla, ni llamarla, sino más bien continuar aquella especie de juego fantasmal que algunas veces llegaba a sobrecogerlo, pues el orden inalterable de las cosas, los muebles colocados con precisión milimétrica, la soledad y el silencio que rezumaba la casa, parecían indicar que realmente la anciana no existía.[10]

Con Casas del Vedado, la imagen del hogar, la ciudad y la memoria a través del espacio literario en la escritura femenina cubana continúa, con intensidad prodigiosa, el desarrollo iniciado desde Jardín. Pero su sentido es de ruptura porque ahora se está en los albores de la postmodernidad y lo que ocurre es que se construye un sistema de ambigüedades espaciales, de transposiciones múltiples gracias a las cuales los personajes y el espacio intercambian roles. Ocurre como en un diálogo difícil y desgarrador, donde se advierte la violencia sutil, callada a veces, pero palpable de la realidad que queda para siempre desquiciada, y en su lugar se instala la duda, la tormentosa pregunta de cuál es el sitio estable de la memoria, que se viene preguntando desde “Nosotras”, y cuál es la vida, efectiva y mortal, de los seres y el entorno.

La lectura a la obra de María Elena Llana no puede ser convencional y tampoco ingenua. Hay en sus textos un trasfondo filosófico, antropológico que va a ir desarrollar a través de toda su escritura. Su mirada del mundo tiene también un carácter cinematográfico dada por el movimiento de la mirada y del espacio como lente de una cámara que sólo filma lo esencial. Porque la Llana también deja ver, a través de sus escorzos, una manera neobarroca de construir ese espacio fragmentado que aparece a través de toda su obra. Ella es hoy, no cabe dudas, la narradora más importante de la isla, y, de las mejores de Iberoamérica. No importan los premios que no ha recibido, porque ella vale por sí misma, como parte esencial de lo más auténtico de la cultura cubana.


[1] Después de ese primer libro no vuelve a publicar hasta 1999 cuando Mirta Yáñez y Marilyn Bobes la incluyeron en su antología de cuentos Estatuas de sal.

[2] De este libro ha dicho Carlos Espinosa: “El más extraño y perfecto de sus libros”, en: Encuentro en la red. Lunes 14 de enero de 2002, Año III, Ed. 279 (Consultado el 20 de septiembre de 2023).

[3] María Elena Llana: “Nosotras”, en: La reja. Libro mecanografiado por la autora (M.E.Ll.)

[4] Rafael Rojas: “Anatomía del entusiasmo: la revolución cubana como espectáculo de ideas”, en: América Latina hoy. Ediciones de la Universidad de Salamanca, España, 2007, p.40.

[5] Zaida Capote: La nación íntima. Ed. Unión, La Habana, 2008, pp. 145-146.

[6] Tzvetan Todorov: Introducción a la literatura fantástica. Proemio Editora, México, 1981, p. 17.

[7] Ibídem.

[8] María Elena Llana: “En familia”; en: Casas del Vedado. Ed. Letras Cubanas, La Habana, 1983, p. 68.

[10] Ibíd. p. 144.

 

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