Pedagogías del amor romántico: ¿Qué podemos (des)aprender con la frase «el dictador de mi corazón»?

“El dictador de mi corazón” es una metáfora que dice menos de un dictador y mucho más de la dictadura a la que somete el amor romántico.

| Opinión | 18/04/2022
Lis Cuesta y Díaz Canel. Foto: Ismael Francisco-Cubadebate.

Un reciente tweet de Lis Cuesta Peraza, esposa del actual presidente de Cuba, incendió las redes sociales cuando la mencionada expresó: “¡El que es lindo lo es! Y, además, por dentro y por fuera: el dictador de mi corazón”. La frase estaba acompañada de una foto de su cónyuge Miguel Díaz-Canel. Queremos promover una reflexión a propósito de este comentario y de las diversas posturas que ha suscitado, sobre todo, por parte de feministas cubanas.

Vale anticipar dos cosas: por más infeliz que sea esta frase, es más común de lo que aparenta y, por ello, es una buena oportunidad para repensar cómo este tipo de raciocinios sustentan prácticas de violencia en las relaciones de pareja.

«Dictador de mi corazón». Tweet de Lis Cuesta.

En segundo lugar, este debate no es sobre la persona de Lis Cuesta, —aunque ella es una figura pública que emitió un comentario hiriente y cruel en un contexto autoritario y represivo, del cual ella forma parte, y que mantiene en prisión a más de 1000 presos políticos cubanos — no es siquiera sobre las mujeres, mucho menos una tentativa de recriminar o culpabilizar a las que promueven este tipo de discurso, porque el problema es mucho más profundo y estructural: es sobre las formas en que se cree/aprende que se debe amar. Y esas creencias están moldeadas por estructuras sociales poderosísimas, entre ellas, la institución PAREJA, un pilar fundamental de esa defensa a ultranza de quien se ama. ¿Cuántas veces no se escucha “el amor es ciego” (una frase capacitista, dicho sea de paso)?

“El dictador de mi corazón” es una metáfora que dice menos de un dictador y mucho más de la dictadura a la que somete el amor romántico; inclusive a las reivindicadas como feministas. Las mujeres crecen y son educadas para creer que la PAREJA (así, en mayúscula) es el lazo afectivo supremo, centro y foco de toda nuestra existencia, supeditando inclusive otros afectos: con amigas/os/es, con otros familiares, con colegas, etc.

«…Las mujeres son bombardeadas con la idea de que estar en PAREJA es la realización máxima…»

Una vez casadas, todos los demás vínculos y esferas de la vida se reorganizan para dejar y mantener a la pareja en un pedestal. No es común, por ejemplo, sacar vacaciones en una fecha que no coincida con la de la pareja. Ni, estando casada o con un vínculo de pareja “formal o informal”, planificar vacaciones para irse con una amiga. Y, si eso es inconcebible dentro de la sociedad en que vivimos, es porque las mujeres son educadas para creer que ningún otro vínculo puede coexistir en ese lugar supremo.

Las mujeres son bombardeadas con la idea de que estar en PAREJA es la realización máxima (sobre todo las cisgénero y heterosexuales, aunque no únicamente, pues muchas lesbianas reproducen este modelo y se sienten impulsadas a defenderlo).

Muchas mujeres que rompen con esquemas y patrones normativos de relaciones de pareja son advertidas: “eres una mujer difícil, te va a costar encontrar marido”. Y si aun siendo una “mujer difícil” lo encuentran, entonces pueden acabar creyendo que hay que defender con uñas y dientes a ese bienaventurado ser que tuvo a bien “escogerte”, “salvarte”, «validarte».

¿Cuántas veces, algunas de las que rompen con algunos de esos patrones (por ejemplo, la centralización de ese vínculo de pareja) y reivindican relaciones menos opresoras para las mujeres, no acaban hasta “agradeciendo a la pareja por seguir a su lado a pesar de todo”?

«A pesar de todo». Reparen en este tipo de frases que son pronunciadas como forma de corresponder al amor dispensado: “a pesar de todo”, “gracias por aguantarme todos estos años”. Porque aprenden que el amor debe ser una carrera de resistencia, un premio que agradecer. Y ese precisamente es el fundamento, el combustible para innumerables violencias que se cometen “en nombre del amor”.

Muchas veces soportan desde sutiles violencias hasta las más atroces —si bien que no existe una violencia menos grave que otra— por estar atrapadas en esa idea de que si no tienen una pareja están incompletas. Vale insistir en que no aceptan esas violencias porque sean «bobas», «ilusas» o se «auto-engañen». Tampoco deben ser responsabilizadas ni culpadas por vivir situaciones de violencia, en ningún caso.

«…El amor debería ser una ética capaz de destruir esa jerarquía donde apenas cabe una persona en primerísimo lugar, excluyendo otros lazos de afecto o colocándolos en lugares subordinados…»

El amor no debería ser pensado como una dádiva que alguien entrega y que, por ello, se convierte en una hipoteca emocional. El amor, pensado bajo estos parámetros, es el que induce este tipo de raciocinios: “el dictador de mi corazón”. O sea, “aguanto hasta a un dictador porque soy afortunada por tener a alguien a mi lado”.

El amor debería ser una ética capaz de destruir esa jerarquía donde apenas cabe una persona en primerísimo lugar, excluyendo otros lazos de afecto o colocándolos en lugares subordinados. El amor debería ser una ética capaz de estimular que, a pesar de que sean “mujeres difíciles” (y habría que cuestionar siempre lo que se entiende por ese adjetivo de “difícil”), el afecto no sea una cuestión de merecimiento, que no sea una especie de premio por el sometimiento.

Mientras sigan colocando a la PAREJA en ese podio, en ese lugar de ser fuente suprema de la validación, estarán sustentando condiciones para que se ejerza violencia en nombre de ese amor, estarán romantizando dictadores y estarán romantizando la propia dictadura que ese tipo de amor entraña.

Esta es una tarea a encarar colectivamente: destruir esos fundamentos del amor romántico que son combustible para la violencia porque dejan en una situación de vulnerabilidad. Si continúan defendiendo que porque no tienen PAREJA han fallado en algo o son menos válidas, estarán directa e indirectamente estimulando vínculos tóxicos.

Tal vez sea imposible vivir sin un poco de toxicidad, pues son muchas y muy pesadas las estructuras (género, “raza”, clase, patrones de belleza, patrones corporales) que orientan los deseos. Tal vez el proceso de desintoxicación sea lento, trabajoso. Tal vez una pista para desintoxicar sea renunciar un poco a esa voracidad por el amor romántico como si él fuera la cura, la llave para absolutamente todo. Tal vez eso libere, poco a poco, de dictadores y dictaduras. 

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