Narrativa italiana ⎸La otra verdad

En su obra, Alda Merini alude a la maternidad como un tema desgarrador. Este fragmento de “La otra verdad” es un testimonio tremendo de la violencia que vivió como madre y mujer en sus años de encierro.

| Escrituras | 19/01/2024
Obra de Frida Khalo pariendo en una cama de hospital.
“Henry Ford Hospital” (1932), de Frida Kahlo

Cuando quedé embarazada por cuarta vez, sentí que algo se había estropeado definitivamente dentro de mí.

Aquel embarazo era sumamente arriesgado. Comencé a sufrir terriblemente, tanto que me vi obligada a permanecer en el hospital. Tenía un fibroma uterino y no lo sabía. Por lo tanto, las complicaciones se multiplicaron. No obstante intenté cargar con mi sufrimiento sin mostrarlo, pero tenía deseos extraños, como aquel, por ejemplo, de oler alcohol. Por medio de una enfermera complaciente conseguía de vez en cuando un pequeño algodón, y eso me aliviaba.

Pero la espera era exasperante, los maltratos inhumanos y, un día en que estaba particularmente deprimida, agarré aquel pequeño algodón y lo arrojé sobre una pila de porquería. Después le prendí fuego. Quería quemar el hospital. Por suerte no sucedió nada, pero descubrieron que era la culpable y fui aislada.

Pasé aquellos nueve meses en un estado general de depresión. El bebé no nacería bien, en mi opinión. Pero quizá ya no aspiraba a nada más.

Al octavo mes, el doctor G., que al principio había intentado hacerme abortar, me mandó llamar y me dijo:

—Es hora de que vayas a la maternidad.

A mí me parecía que era pronto: necesitaba cuidados y allí no me los darían. Además, sabía muy bien qué les esperaba, en otros hospitales, a los dados de alta del Paolo Pini. De todos modos, acepté su opinión y fui al hospital Niguarda. Enseguida me miraron con sospecha. Después la hermana, que tenía una actitud no propiamente humana o cristiana, me dijo:

—Hoy vamos a hacerte parir.

—¡No! —dije yo—, todavía no ha llegado el momento.

Y de hecho yo tenía razón. No quería de ninguna manera matar a mi criatura. Pero la hermana insistía y me miraba con una mueca sádica. Yo, que ya me sentía dolorida físicamente, no encontré otra opción que huir de allí para salvar a mi bebé. Recogí mis pobres pertenencias.

Pero me cogieron enseguida y me mandaron a la celda de contención, una sala aún más rígida dentro del hospital psiquiátrico, donde había pocos metros cuadrados para moverse y ninguna posibilidad de diálogo, ni siquiera con el doctor.

En la celda de aislamiento permanecí durante un mes, no había llegado verdaderamente el momento del parto. Y durante todo ese mes no hacía más que llorar, pues no había mujeres en aquella sección, solo jovencitas y alguna que otra enfermera que nada entendía de ginecología.

Finalmente, un día, rompí aguas y fui angustiada a contárselo a una enfermera.

—Ven —me dijo—. Es el momento. Te llevo abajo.

Por precaución me hicieron parir en un lugar aislado, lejos de las miradas de la gente decente, y fue, aquel, un parto asistido sumamente laborioso y doloroso, hasta tal punto que la pequeña estaba completamente asfixiada por el cordón umbilical.

Por fin nació y yo quería cogerla entre los brazos y besarla, y poder demostrarle mi gratitud por estar todavía viva después de tantas peripecias, pero me la quitaron enseguida y me llevaron de vuelta a la sala. Me abandonaron allí, sucia, aún necesitada de los cuidados oportunos. Durante mucho tiempo no supe nada de la niña, hasta que un día, con el pecho lleno de leche y una verdadera tempestad en la mente, me levanté como una tigresa de la cama y me dirigí rauda al jefe, y lo amenacé así:

—O me das a mi hija o te mato.

Fue aquella, creo, la primera vez que enloquecí de verdad. El buen hombre comprendió inmediatamente, y después de darme un tranquilizante ordenó que me trajeran a la pequeña.

—¿Soy acaso una bestia que no puede darle leche a su niña? —seguía yo gritando.

—¡No! —me dijo el doctor—, no se trata de eso. Es que has tomado pastillas y tu leche tal vez no sea buena para la pequeña. Le puede hacer daño.

Por eso, decidieron quitarme la leche y aquel fue el proceso más doloroso que tuve que padecer desde la entrada en aquel terrible lugar.

Algo todavía más grave me esperaba en casa. Con el tiempo, mi marido había perdido todo afecto por mí y cuando le mostré a la niña, ni siquiera la miró. Yo estaba agotada, tenía tanta necesidad de él y debía asistir a la niña que lloraba constantemente.

Un día me dijo:

—Escucha. Tú no estás bien. Y me cansas. No sé de quién es verdaderamente la niña. Por lo tanto, llévatela al orfanato.

Me sentí abofeteada en el alma.

Estaba tan mal. La larga odisea pasada en el manicomio y después en la sala de contención me había destrozado por completo. Tomé a aquella dulce niña que era tan grácil, que no comía otra cosa que agua y azúcar, y la llevé a la calle Piceno. Más tarde, después de haberla dejado en manos del médico, y no teniendo más motivos para vivir, volví a presentarme en el manicomio donde había decidido pasar el resto de mis días y también, si fuera preciso, morir. Habría dado mi vida por quedarme con mi hija, pero me lo habrían impedido.

El destino quiso que me curara. Sin embargo la niña fue dada en adopción y no la veo desde hace ya cinco años.

En su obra, Alda Merini, la poeta italiana que vivió más de veinte años en manicomios, alude a la maternidad como un tema desgarrador. Este fragmento del capítulo “Aldo” de La otra verdad. Diario de una diversa (1986), es un testimonio tremendo de la violencia que viven las mujeres y la que vivió ella, particularmente, como madre y mujer en aquellas instituciones. Para más información sobre la autora lea el artículo “Alda Merini: la poeta que vivió para contar sus más de 20 años en manicomios”.

La obra que acompaña esta pieza es de la artista mexicana Frida Khalo. Aunque esta obra remite a uno de los tantos abortos que tuvo la pintora, es una muestra de cómo el arte puede romper con el mito de la maternidad. Varias piezas suyas como “La cesárea”, “Frida y el aborto” y esta “Henry Ford Hospital“, expresan el dolor y desgarramiento frente a la imposibilidad de ser madre y todo lo que sufre el cuerpo femenino ante esta realidad.

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