La batalla por la vida

| Opinión | 05/07/2018
Tenista Billie Jean Moffitt King, vencedora de Bobby Riggs en la famosa "Batalla de los sexos".

Billie Jean King es una exjugadora de tenis norteamericana. Está entre las más grandes del deporte mundial y es una reconocida activista por la defensa de los derechos del colectivo LGTB en Estados Unidos.
En 1973 amenazó con boicotear el Open US de Tenis si las mujeres no recibían por premio la misma cantidad de dinero que se les concedía a los hombres.

Se enfrentó a Bobby Riggs, un famoso tenista, en un juego-show sin precedentes que fue mediatizado a nivel mundial, donde lo que se disputaba realmente era el respeto a la mujer. Este último hecho está magníficamente reflejado en el filme de 2017 Battle of the Sex.

Yo hubiera preferido enterarme del acontecimiento en 1973, a mis 8 años. ¡Un partido que vieron 50 millones de personas en todo el mundo y fue uno de los grandes hitos del deporte femenino! Mi madre se habría interesado en la causa de la joven, contagiándome la emoción del momento y la connotación de su victoria.

Había incluso una aleación circunstancial: mi padre había emigrado a Estados Unidos. ¿Quién sabe si estaba entre los miles de ansiosos espectadores que vieron en vivo el espectáculo?

Pero las cartas de mi padre tardaban meses. No había internet y menos wifi. Sin teléfono móvil, o siquiera fijo, ¿cómo compartirnos aquel fervor deportivo con matices de reivindicación social?

¿Y cómo vería el gobierno cubano definir la igualdad sexual por un juego de tenis? Una mera función de circo, un ardid capitalista para hacer publicidad y dinero. La batalla entre los géneros ya se había ganado en Cuba. La mujer era igual al hombre: guerrillera, militante, revolucionaria.
Una década después, en los 80s yo tampoco sabía nada de Billie Jean King. Trabajaba como operadora de larga distancia en el ministerio de comunicaciones. Como tenía horario nocturno, durante el descanso, hacía ejercicios junto a una colega sobre las colchonetas donde debíamos dormir. Nos retábamos con el split, hacíamos estiramientos y flexiones.
Unos días después fuimos citadas a la dirección de la empresa. Se nos acusaba de ser homosexuales.

Yo ni siquiera tenía claro qué significaba “homosexual”. Tampoco sabía que hasta la famosa Billie Jean había ensombrecido su fama por un escándalo donde se mezclaba una demanda legal y una relación lésbica. Solo sabía que había mujeres a las que la gente señalaba murmurando: “tortillera”. La palabra sonaba a sucia, a escatológica, a obscena.

A mi amiga y a mí, inspiradas por la película Flash Dance, nos entusiasmaba la danza y el ejercicio físico. Nuestro estupor era tan auténtico, que la directora concluyó: “Ustedes son unas muchachitas inocentes y no saben que aquí hay gente chismosa y malintencionada...”

Dos compañeras de trabajo se nos acercaron, susurrando: “Mientras no las vean teniendo relaciones sexuales, pueden acusarlas a ellas de difamación”. Entonces no me percataba de la precariedad del término “mientras”. Estas dos jóvenes eran inseparables. Hoy pienso que eran lesbianas, y en ese consejo subyacía su coartada y la base de su rebeldía.

¿Acaso podían hacer más? Tal vez ni siquiera sabían de las UMAP, pero la categoría social de los homosexuales ya la había establecido a voces el éxodo del Mariel. Qué importa cuánt@s cuban@s, sin vocación real, eligieron auto incluirse en la condición de “escoria” solo para salir huyendo del edén socialista.

Hoy el público cubano puede conocer de Billie Jean por una película que no se exhibió en los cines.

Los que quieran seguirle el rastro se enterarán de que es tan conocida por su carrera de deportista como por su irrefrenable activismo social.
45 años después de la Guerra de los Sexos, la histórica partida de tenis ganada por ella y que no se difundió en Cuba, la unión homosexual no tiene en nuestra Isla figura legal.

La comunidad LGTBI carece de autonomía política. Igual que la heterosexual. No podemos asociarnos libremente ni crear proyectos independientes. Mucho menos empresas. No podemos organizarnos y manifestar nuestras demandas pública y pacíficamente.

Se publicita que los gays ya pueden pasar el Servicio Militar, cuando los heterosexuales no pueden negarse ni por objeción de conciencia.
Se alaba hasta el cansancio una película como Fresa y Chocolate, pero se margina Santa y Andrés, un filme que denuncia no solo la represión al homosexual sino al disidente político.

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Santa y Andrés (2016), película de Carlos Lechuga.

No tenemos derecho a organizarnos para desarrollarnos de forma independiente ni como deporte, arte o pensamiento, ya sea con fines filosóficos, ecologistas, altruistas…

La lucha por un salario justo habría que hacerla entre todos: hombres, mujeres, LGTBI… y cualquier género no clasificado. Porque la única igualdad concedida y que no se nos discute, es la inmovilidad y vulnerabilidad cívicas.

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