Referentes | Angela Davis: “El movimiento antiesclavista y el nacimiento de los derechos de las mujeres” (parte 2)
El movimiento abolicionista tuvo un rol esencial en el despertar de la conciencia y la lucha por los derechos de las mujeres en EE.UU.
El periódico Liberator, de William Lloyd Garrison
El estallido de los acontecimientos de Canterbury, Connecticut, de 1833 coincidió con el nacimiento de una nueva era. Al igual que la revuelta de Nat Turner, la aparición del Liberator de William Lloyd Garrison y la fundación de la primera organización nacional antiesclavista, anunciaba el advenimiento de una época de encarnizadas luchas sociales.
La inquebrantable defensa de Prudence Crandall de los derechos de las personas negras a recibir educación constituía un ejemplo espectacular, más potente del que jamás se podía haber imaginado, para las mujeres blancas que estaban sufriendo las punzadas del alumbramiento de una conciencia política. De manera lúcida y elocuente, sus actos transmitían inmensas posibilidades de liberación si las mujeres blancas en masa estrechasen las manos de sus hermanas negras.
Dejemos que tiemblen los opresores sureños ―que tiemblen sus apologistas norteños―, que todos los enemigos de los negros perseguidos tiemblen [...]. Azuzadme a no emplear moderación en una causa como a la que nos enfrentamos. Hablo con la mayor seriedad ―sin rodeos―, no pediré perdón ―no retrocederé ni un palmo― y seré oído.1
Esa era la declaración inamovible con la que William Lloyd Garrison se dirigía a los lectores del primer número del Liberator. En 1833, dos años después de su fundación, este pionero periódico abolicionista había conseguido atraer a una cantidad significativa de lectores, integrados por una proporción considerable de suscriptores negros y un creciente número de blancos. Prudence Crandall y otras mujeres como ella fueron fieles defensoras del periódico.
Pero entre las personas que inmediatamente compartieron la postura antiesclavista militante de Garrison, también estuvieron las obreras blancas. De hecho, a partir del nacimiento del movimiento antiesclavista organizado, las trabajadoras de las fábricas prestaron un apoyo decisivo a la causa antiesclavista.
Sin embargo, las figuras femeninas blancas más visibles de esta campaña no fueron aquellas que estaban obligadas a trabajar para obtener un salario, sino las esposas de los médicos, los abogados, los jueces, los comerciantes y los propietarios de fábricas, es decir, las mujeres de clase media y de la burguesía emergente.
Lucretia Mott
En 1833, muchas de esas mujeres de clase media habían comenzado a tomar conciencia de que algo había salido terriblemente mal en sus vidas. Como “amas de casa”, en la nueva fase del capitalismo industrial, habían perdido su importancia económica en el hogar y su status social como mujeres había sufrido el correspondiente deterioro. Sin embargo, este mismo proceso les había reportado un mayor tiempo libre, lo que creaba las condiciones para que pudieran convertirse en reformadoras sociales y, de este modo, en activas organizadoras de la campaña abolicionista.
Por otro lado, el abolicionismo brindaba a estas mujeres la oportunidad de lanzar una protesta implícita contra su papel opresivo dentro de las paredes del hogar.
Cuando se celebró el congreso fundacional de la Sociedad Antiesclavista Americana, únicamente fueron invitadas a participar cuatro mujeres. Además, los organizadores masculinos de este encuentro, que tuvo lugar en Filadelfia, estipularon que su asistencia sería en calidad de “oyentes y espectadoras” y no de participantes de pleno derecho.2
Esto no disuadió a Lucretia Mott ―una de las cuatro mujeres― de dirigirse audazmente al público masculino en al menos dos ocasiones. En la sesión de apertura, se levantó decidida de su asiento de “oyente y espectadora” en el palco y manifestó su oposición a una moción para posponer la reunión a causa de la ausencia de un destacado hombre de Filadelfia:
Unos principios justos pueden más que los nombres. Si nuestros principios son justos, ¿por qué deberíamos acobardamos? ¿Por qué deberíamos esperar a aquellos que nunca han tenido el valor de afirmar los derechos inalienables de los esclavos?3
Sin lugar a dudas, Lucretia Mott, una pastora cuáquera practicante, dejó atónita a toda la audiencia masculina porque en aquellos tiempos las mujeres nunca expresaban sus opiniones en reuniones públicas.4
A pesar de que recibió los aplausos de la convención, que, tal y como ella había sugerido, pasó a tratar los asuntos previstos, al final del encuentro ni ella ni el resto de mujeres fueron invitadas a firmar la “Declaración de Sentimientos e Intenciones” fruto de aquella convención. Bien porque expresamente se rechazaran las firmas de las mujeres, o bien porque, simplemente, a los líderes masculinos no se les ocurriera que debía invitarse a las mujeres a que lo hicieran, el hecho es que los hombres fueron extremadamente miopes. Sus actitudes sexistas les impidieron captar el vasto potencial que contenía la implicación de las mujeres en el movimiento antiesclavista.
La Sociedad Femenina Antiesclavista de Filadelfia
En el periodo inmediatamente posterior a que tuviera lugar la convención masculina, Lucretia Mott, que no era tan miope, organizó la reunión fundacional de la Sociedad Femenina Antiesclavista de Filadelfia.5 Esta mujer, que estaba destinada a convertirse en una de las principales figuras públicas del movimiento, despertaría una amplia admiración por su absoluta valentía y por su firmeza frente a las muchedumbres racistas encolerizadas.
En 1838, esta mujer de aspecto frágil y vestida con el sobrio vestido almidonado de las cuáqueras se enfrentó serenamente a la multitud proesclavista que incendió el ayuntamiento de Pensilvania con la connivencia del alcalde de Filadelfia.6
El compromiso de Mott con el abolicionismo la llevaba a asumir otros peligros, ya que su casa de Filadelfia era una estación muy transitada del Ferrocarril Clandestino en la que hicieron parada durante su viaje hacia las tierras del Norte fugitivos tan renombrados como Henry Box Brown.7 En una ocasión, la propia Lucretia Mott ayudó a una mujer esclava a escapar en un carromato, perseguidas por la guardia armada.8
La Sociedad Antiesclavista Femenina de Boston
Al igual que Lucretia Mott, muchas otras mujeres blancas sin una experiencia previa en la política se unieron al movimiento abolicionista y recibieron, literalmente, su bautismo de fuego.
En una ocasión, una muchedumbre proesclavista irrumpió en una reunión presidida por Maria Weston Chapman y arrastró por las calles de Boston a su orador, William Lloyd Garrison. Antes de disolver la reunión, Weston, que era una de las fundadoras de la Sociedad Antiesclavista Femenina de Boston, comprendió que la multitud blanca pretendía aislar y, posiblemente, agredir violentamente a las mujeres negras asistentes a la reunión, por lo que insistió en que cada una de las mujeres blancas abandonara el edificio acompañada de una mujer negra.9
La Sociedad Antiesclavista Femenina de Boston fue uno de los numerosos grupos de mujeres que surgieron en Nueva Inglaterra inmediatamente después de que Lucretia Mott fundara la sociedad de Filadelfia. Si el número de mujeres que, seguidamente, fueron asaltadas por turbas racistas o que arriesgaron sus vidas de otro modo pudiera realmente determinarse, no cabe duda de que las cifras serían asombrosamente elevadas.
Desafiar la dominación masculina
El hecho de trabajar dentro del movimiento abolicionista hizo que las mujeres blancas conocieran la naturaleza de la opresión de los seres humanos y este proceso de aprendizaje también les permitió extraer importantes lecciones acerca de su propia subyugación.
Al afirmar su derecho a oponerse a la esclavitud, protestaban ―a veces abiertamente, otras de manera implícita― contra su propia exclusión de la arena política. Si ellas aún no sabían cómo exponer colectivamente sus propias reivindicaciones, al menos podían defender la causa de una comunidad que también estaba oprimida.
“Muchas otras mujeres blancas sin una experiencia previa en la política se unieron al movimiento abolicionista y recibieron, literalmente, su bautismo de fuego.”
El movimiento antiesclavista brindó a las mujeres de clase medida la oportunidad de demostrar su valía con arreglo a unos modelos que no estaban ligados a su papel de esposas y madres. En este sentido, la campaña abolicionista supuso para ellas un refugio donde podían ser valoradas por sus trabajos concretos.
De hecho, la intensidad, el apasionamiento y el carácter incondicional que cobró su compromiso político con la batalla contra la esclavitud pudieron deberse a que estaban experimentando una alternativa emocionante a sus vidas domésticas. Y a que estaban oponiéndose a una opresión que guardaba cierta similitud con la suya propia.
Además, ellas aprendieron cómo desafiar la dominación masculina en el seno del movimiento antiesclavista. Descubrieron que el sexismo que dentro de sus matrimonios parecía inalterable podía ser cuestionado y combatido en la arena de la lucha política. En efecto, las mujeres blancas serían convidadas a defender férreamente sus derechos como mujeres si querían luchar por la emancipación de las personas negras.
Tal y como revela el destacado estudio de Eleanor Flexner sobre el movimiento de mujeres, las abolicionistas acumularon inestimables experiencias políticas sin las cuales no hubieran podido organizar eficazmente la campaña por sus derechos más de una década después.10
Diseñaron métodos para recaudar fondos, aprendieron a difundir material escrito, a convocar reuniones e, incluso algunas se convirtieron en enérgicas oradoras públicas. Y lo más importante, aprendieron a utilizar de modo eficaz la petición, que se convertiría en el arma táctica principal de la campaña por los derechos de las mujeres.
Al cursar peticiones manifestando su oposición a la esclavitud, las mujeres se vieron conminadas a defender simultáneamente su propio derecho a implicarse en el trabajo político. ¿De qué otro modo podían ellas, mujeres privadas del derecho a votar, convencer al gobierno de que aceptara sus firmas si no era impugnando de modo virulento la validez de su tradicional exilio de la actividad política? Y, como Flexner señala:
[...] la esposa, la madre o la hija corrientes [necesitaron] sobrepasar los límites del decoro, ignorar las malas caras, las burlas o las prohibiciones expresas de los varones, y [...] coger su primera petición, caminar por calles desconocidas, llamar a las puertas y pedir firmas para una demanda popular. Al hacerlo, ella no solo estaría saliendo a la calle sin la mirada atenta de su marido o de su hermano, sino que, por regla general, tendría que hacer frente a la hostilidad, cuando no directamente al insulto, a causa de su comportamiento impropio para una mujer.11
Las hermanas Grimke
Las hermanas Grimke, de Carolina del Sur, Sarah y Angelina, fueron las primeras mujeres en el abolicionismo que conectaron de manera sólida la cuestión de la esclavitud con la opresión de las mujeres. Desde el comienzo de su turbulenta carrera como conferenciantes, se vieron obligadas a defender su derecho como mujeres a defender en público la abolición, lo que implicaba defender el derecho de todas las mujeres a dejar constancia, públicamente, de su oposición a la esclavitud.
Nacidas en el seno de una familia propietaria de esclavos en Carolina del Sur, las hermanas Grimke desarrollaron una aversión visceral hacia la “institución peculiar” y, cuando fueron adultas, decidieron trasladarse al Norte.
“Ninguna mujer se había dirigido nunca con regularidad a audiencias mixtas sin enfrentarse a gritos de desprecio y a ser interrumpida con abucheos.”
En 1836, se sumaron al trabajo abolicionista y comenzaron a impartir conferencias en Nueva Inglaterra sobre sus vidas y sus encuentros diarios con los inenarrables horrores de la esclavitud. Aunque las reuniones eran promovidas por las sociedades antiesclavistas femeninas, un creciente número de hombres comenzó a asistir a las mismas. “Los caballeros, al oír hablar de la fuerza y de la elocuencia de sus discursos, pronto comenzaron a deslizarse tímidamente en los asientos de atrás”.12
Estas asambleas no tenían precedentes. Ninguna mujer se había dirigido nunca con regularidad a audiencias mixtas sin enfrentarse a gritos de desprecio y a ser interrumpida con abucheos lanzados por hombres que consideraban que hablar en público debía ser una actividad exclusivamente masculina.
Aunque los hombres que asistían a las reuniones de las Grimke estaban, sin duda, ávidos de aprender de las experiencias de las mujeres, las hermanas sufrieron ataques vengativos por parte de otras fuerzas masculinas. El ataque más despiadado les llegó de los círculos religiosos. El 28 de julio de 1837, el Consejo de Pastores Congregacionalistas de Massachussets les remitió una carta pastoral en la que se les reprendía severamente por su participación en actividades que subvertían el papel que por mandato divino correspondía a las mujeres:
El poder de la mujer es su dependencia, que dimana de la conciencia de la debilidad que le ha sido conferida por Dios para su protección.13
Los pastores consideraban que las acciones de las hermanas Grimke habían creado “peligros que, en estos momentos, amenazan la naturaleza femenina con un daño generalizado y perpetuo”.14 Además:
Apreciamos las oraciones sin ostentación de la mujer para promover la causa de la religión [...]. Pero, cuando ella asume el lugar y el tono propios del hombre en su papel de reformador público [...], renuncia al poder que le ha sido conferido por Dios para su protección y su naturaleza se acaba pervirtiendo. Si la parra, cuyo vigor y belleza residen en inclinarse sobre el enrejado y cubrir en parte al racimo, concibiera asumir su independencia y eclipsar la naturaleza del olmo, no solo dejaría de dar fruto, sino que caería en la vergüenza y en la deshonra quedando reducida a polvo.15
Esta carta pastoral, redactada por la congregación protestante más amplia de Massachussets, tuvo inmensas repercusiones. Si los pastores estaban en lo cierto, entonces Sarah y Angelina Grimke estaban cometiendo el peor de todos los pecados posibles, ya que estaban desafiando la voluntad de Dios.
Los ecos de este ataque no comenzaron a acallarse hasta que, finalmente, las Grimke decidieron terminar con su carrera como oradoras.
La igualdad de los sexos y la condición de las mujeres
En un principio, ni Sarah ni Angelina habían tenido interés por cuestionar la desigualdad social de las mujeres, al menos no expresamente. Su máxima prioridad había sido exponer la esencia inmoral e inhumana del sistema esclavista y la responsabilidad especial que pesa sobre las mujeres por su perpetuación. Pero, desde el momento en el que se desencadenaron los ataques machistas contra ellas, comprendieron que, a menos que se defendieran como mujeres y, por ende, defendieran los derechos de las mujeres en general, serían barridas para siempre de la campaña para liberar a los esclavos.
La oradora más enérgica de las dos, Angelina Grimke, respondió a este asalto a las mujeres en sus conferencias. Sarah, que era el genio teórico, comenzó a escribir Letters on the Equality of the Sexes and the Condition of Women [Cartas sobre la igualdad de los sexos y la condición de las mujeres].16
Concluido en 1838, Letters on the Equality of the Sexes and the Condition of Women, de Sarah Grimke, supone uno de los primeros análisis exhaustivos del status de las mujeres en Estados Unidos escrito por una mujer. Al plasmar por escrito sus ideas, seis años antes de la publicación del sobradamente conocido tratado sobre las mujeres realizado por Margaret Fuller, Sarah cuestionaba la premisa de que la desigualdad entre los sexos era un mandato de Dios: “los hombres y las mujeres fueron creados iguales: ambos son seres humanos morales y responsables”.17 Ella rebatió directamente las acusaciones de los pastores que sostenían que las mujeres que pretendían desempeñar cargos de liderazgo en los movimientos sociales reformistas eran antinaturales. E insistió, por el contrario, en que “todo aquello que es correcto para el hombre lo es para la mujer”.18
Los escritos y las conferencias de estas dos destacadas hermanas fueron acogidos con entusiasmo por parte de muchas de las mujeres que participaban activamente en el movimiento antiesclavista femenino. Sin embargo, algunos de los líderes masculinos de la campaña abolicionista afirmaron que la cuestión de los derechos de las mujeres confundiría y alejaría a aquellas personas que únicamente estaban interesadas en la derrota de la esclavitud. La respuesta inmediata de Angelina explicaba llanamente su visión (y la de su hermana) de los fuertes lazos que ataban los derechos de las mujeres al abolicionismo:
Hasta que no apartemos el obstáculo del camino es imposible que hagamos avanzar al abolicionismo todo lo que estaría en nuestras manos [...].Puede que afrontar esta cuestión parezca que es salirse del camino [...]. No lo es: debemos abordarla y cuanto antes [...]. ¿Por qué, queridos hermanos, no podéis ver el astuto ardid urdido por el clero contra nosotras como conferenciantes? [...] Si este año renunciamos a nuestro derecho a hablar en público, el que viene deberemos renunciar a nuestro derecho a cursar una petición y el siguiente a escribir, y así sucesivamente. ¿Qué puede hacer, entonces, la mujer por los esclavos si ella misma es pisoteada por el hombre y condenada con humillación al silencio?19
Un asunto político
Diez años antes de que se organizara la oposición masiva de las mujeres blancas a la ideología de la dominación masculina, las hermanas Grimke ya instaron a las mujeres a resistir al destino de pasividad y dependencia que la sociedad había impuesto sobre ellas en aras a ocupar su lugar legítimo en la batalla por la justicia y por los derechos humanos. En Appeal to the Women of the Nominally Free Status, de 1837, Angelina argumenta poderosamente esta cuestión:
Cuenta la leyenda que Bonaparte, cierto día, reprendió a una mujer por implicarse en asuntos de política. “Señor”, respondió ella, “en un país en el que las mujeres son ejecutadas, es muy natural que las mujeres deseen saber la razón por la que esto sucede”. Y, queridas hermanas, en un país en el que las mujeres son degradadas y brutalizadas, y donde sus desprotegidos cuerpos se desangran bajo el látigo, donde son vendidas en los mataderos de los “tratantes de negros” mientras se las priva de las ganancias que se vocean, y donde son desgajadas de sus maridos y se les arranca a la fuerza su virtud y su prole; sin duda, en un país como este, es muy natural que las mujeres deseen saber “la razón por la que esto sucede”, especialmente cuando estas atrocidades sangrientas y este indescriptible horror se practican violando los principios de nuestra Constitución. Por lo tanto, nosotras ni podemos ni queremos aceptar la postura de que, puesto que se trata de un asunto político, las mujeres deberíamos cruzamos de brazos sin hacer nada y cerrar nuestros ojos y oídos a las “actos terribles” que se practican en nuestro país. La negación de nuestro deber de actuar es una descarada negación de nuestro derecho a actuar. Y si no tenemos derecho a actuar, entonces, bien podríamos ser calificadas de “las esclavas blancas del Norte”, ya que al igual que nuestros hermanos cautivos, debemos sellar nuestros labios con silencio y desesperación.20
El fragmento anterior es también una ilustración de la insistencia de las hermanas Grimke en que las mujeres blancas del Norte y del Sur reconocieran el lazo especial que las unía a las mujeres negras que padecían el tormento de la esclavitud. Una vez más, afirmaban:
Ellas son nuestras compatriotas, son nuestras hermanas; y tienen derecho a acudir a nosotras, como mujeres, en busca de compasión por sus penas y de nuestro esfuerzo y nuestras súplicas para ser rescatadas.21
En opinión de las Grimke, “la cuestión de la igualdad de las mujeres”, por utilizar los términos de Eleanor Flexner, no era “una cuestión de justicia en abstracto”, “sino de permitir a las mujeres participar en una tarea urgente”.22 En la medida en que la abolición de la esclavitud era la necesidad política más acuciante de la época, instaban a las mujeres a participar en esta lucha con la convicción de que su propia opresión se nutría y perpetuaba por la existencia prolongada del sistema esclavista.
Alcanzar la libertad
Gracias a la conciencia tan profunda que tenían las hermanas Grimke del carácter inseparable de la lucha por la liberación negra y de la lucha por la liberación de las mujeres, nunca cayeron en la trampa ideológica de insistir en que una causa era absolutamente más importante que la otra. Ellas reconocían el carácter dialéctico de la relación entre ambas luchas.
“La negación de nuestro deber de actuar es una descarada negación de nuestro derecho a actuar. Y si no tenemos derecho a actuar, entonces, bien podríamos ser calificadas de esclavas.”
Ambas hermanas impulsaron más que ninguna otra mujer la inclusión constante de la cuestión de los derechos de las mujeres en la campaña contra la esclavitud. Al mismo tiempo, argumentaban que las mujeres nunca podrían alcanzar su libertad independientemente de las personas negras. En una convención de mujeres patriotas en apoyo del esfuerzo bélico de la guerra civil en 1863, Angelina dijo: “Quiero que se me identifique con los negros [...]. Hasta que no obtengan sus derechos, nunca alcanzaremos los nuestros”.23
Prudence Crandall había arriesgado su vida defendiendo el derecho de los niños negros a recibir educación. Su postura contenía la promesa de una alianza fructífera y poderosa en la que confluían las personas negras y las mujeres en aras a alcanzar su sueño compartido de liberación. El análisis expuesto por Sarah y Angelina Grimke constituyó, del mismo modo, la expresión política más profunda y conmovedora de esta promesa de unidad.
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1 Liberaror, 1 de enero de 1831. Citado en William Z. Foster: The Negro People in American History, Nueva York, lnternational Publishers, 1970, p. 108.
2 S. Sillen: Women Against Slavery, Nueva York, Masses and Mainstream, lnc., 1955, p. 17.
3 Íbid.
4 La primera mujer en dar una conferencia pública en Estados Unidos fue la conferenciante y escritora nacida en Escocia, Frances Wright (véase E. Flexner: Century of Struggle: The Women's Rights Movement in the US, Nueva York, Masses and Mainstream, lnc., 1955, pp. 27-28). Cuando la mujer negra Maria W. Stewan pronunció cuatro conferencias en Boston en 1832, se convirtió en la primera mujer nativa estadounidense en dar una conferencia pública [véase G. Lerner (ed.): Black Women in White America: A Documentary History, Nueva York, Pantheon Books, 1972, p. 83].
5 E. Flexner: Century of Struggle: The Women's Rights Movement in the US, ed. cit., p. 42. Véase el texto de la constitución de la Philadelphia Female Anti-Slavery Sociery en Judith Papachristou (ed.): Women Together: A History in Documents of the Women's Movement in the United States, Nueva York, Alfred A. Knopf, Inc., A Ms Book, 1976, pp. 4-5.
6 S. Sillen: Women Against Slavery, ed. cit., p. 20.
7 Nacido en 1815 en una plantación en Virginia, Henry Box Brown decidió escapar de la esclavitud en 1849, cuando su esposa e hijos fueron vendidos por su propietario. Poco tiempo después, un estanquero simpatizante del abolicionismo accedió a que se metiera en una caja (box, en inglés) de tabaco y enviarla a Pensilvania. Allí le esperaba su primera parada del Ferrocarril Clandestino. Tras sobrevivir a su viaje, se convirtió en orador de la Sociedad Antiesclavista Americana y escribió su autobiografía, Narration of the Life of Henry Box Brown, 1851 [N. de la T.].
8 Íbid., pp. 21-22.
9 Íbid., p. 25.
10 E. Flexner: Century of Struggle: The Women's Right Movement in the US, ed. cit., p. 51.
11 Íbid.
12 Elizabeth Cady Stanton, Susan B. Anthony y Matilda Joslyn Gage: History of Woman Suffrage, vol. 1 (1848-1861), Nueva York, Fowler and Wells, 1881, p. 52.
13 Citado en J. Papachristou (ed.): Women Together: A History in Documents of the Women's Movement in the United States, ed. cit., p. 12. Véase el análisis que realiza Gerda Lerner de la carta pastoral en su trabajo The Grimke Sisters from South Carolina: Pioneers for Women's Rights and Abolition, Nueva York, Schocken Books, 1971, p. 189.
14 Citado en J. Papachristou (ed.), Women Together: A History in Documents of the Women's Movement in the United States, ed. cit., p. 12.
15 Íbid.
16 Sarah Grimke comenzó a publicar sus Letters on the Equality of the Sexes en julio de 1837. Estos escritos aparecieron en The New England Spectator y fueron reeditados en el Liberator. Véase G. Lerner, The Grimke Sisters from South Carolina: Pioneers for Women's Rights and Abolition, ed. cit., p. 187.
17 Citado en Alice Rossi (ed.): The Feminist Papers, Nueva York, Bantam Books, 1974, p. 308.
18 Íbid.
19 Citado en E. Flexner: Century of Struggle: The Women's Rights Movement in the US, ed. cit., p. 48. Citado y discutido, también, en G. Lemer: The Grimke Sisters from South Carolina: Pioneers for Women's Rights and Abolition, ed. cit., p. 201.
20 Angelina Grimke: Appeal to the Women of the Nominally Free States, presentada por la Anti-Slavery Convention of American Women entre el 9 y el 12 de mayo de 1837, Nueva York, WS Dorr, 1838, pp. 13-14.
21 Íbid., p. 21.
22 E. Flexner: Century of Struggle: The Women's Rights Movement in the US, ed. cit. p. 47.
23 G. Lerner: The Grimke Sisters from Sourh Carolina: Pioneers for Women's Rights and Abolition, ed. cit., p. 353.
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