Referentes | Patricia Hill Collins: “Rasgos distintivos del pensamiento feminista negro” (segunda parte)
“El feminismo negro estadounidense, como proyecto de justicia social, tiene mucho en común con otros proyectos semejantes.”
Respuestas diversas a los retos comunes dentro del feminismo negro
Un segundo rasgo distintivo del pensamiento feminista negro estadounidense surge de la tensión que vincula experiencias e ideas. Por un lado, todas las mujeres afroamericanas hacemos frente a retos similares que resultan de vivir en una sociedad que histórica y cotidianamente atenta contra las mujeres de ascendencia africana. A pesar del hecho de que hacemos frente a retos comunes, esto no significa ni que todas hayamos tenido las mismas experiencias ni que estemos de acuerdo en la trascendencia de nuestras cambiantes experiencias. Así, por otro lado, a pesar de los retos comunes que confrontamos como grupo, son diversas las respuestas a los temas centrales que caracterizan nuestros saberes o nuestro punto de vista grupal.
A pesar de las diferencias de edad, orientación sexual, clase social, región y religión, las mujeres negras estadounidenses nos topamos con prácticas sociales que nos colocan en peores viviendas, barrios, escuelas, trabajos y trato público, y esconden esta consideración diferencial tras un despliegue de creencias comunes sobre nuestra inteligencia, los hábitos de trabajo y la sexualidad.
Esta situación compartida, a su vez, resulta en patrones recurrentes de experiencia para los miembros individuales del grupo. Por ejemplo, las mujeres afroamericanas de orígenes bastante diversos denuncian un tratamiento similar en las tiendas. No es necesario que cada consumidora negra individual experimente ser seguida en una tienda como una ladrona potencial, ser ignorada mientras otros son atendidos primero, o sentada cerca de las cocinas o de los servicios de los restaurantes, para que las mujeres afroamericanas como colectividad reconozcan que está operando un trato de grupo diferencial.
“A pesar de las diferencias de edad, orientación sexual, clase social, región y religión, las mujeres negras estadounidenses nos topamos con prácticas sociales que nos colocan en peores viviendas, barrios, escuelas, trabajos y trato público.”
En tanto que los puntos de vista están relacionados con el conocimiento grupal, patrones recurrentes de trato diferencial como estos indican que ciertos temas serán centrales en el conocimiento o en el punto de vista grupal de las mujeres negras estadounidenses. Por ejemplo, una cuestión principal concierne a la memoria de las luchas, especialmente en respuesta a las formas de violencia que acompañan a las opresiones interseccionales.1 Katie Cannon observa:
A lo largo de la historia de Estados Unidos, la interrelación de la supremacía blanca y la superioridad masculina ha caracterizado la realidad de la mujer negra como una situación de lucha ―una lucha por sobrevivir en dos mundos contradictorios simultáneamente, uno blanco, privilegiado y opresivo, el otro negro, explotado y oprimido.2
La vulnerabilidad de las mujeres negras a las agresiones en el lugar de trabajo, en la calle, en casa y en las representaciones de los medios de comunicación ha sido uno de los factores que han promovido este legado de lucha.
Un legado de lucha de las mujeres afroamericanas
A pesar de las diferencias creadas por la época histórica, la edad, la clase social, la orientación sexual, el color de la piel o la etnicidad, la memoria de lucha contra la violencia que impregna las estructuras sociales estadounidenses es un hilo común que une a las mujeres afroamericanas. Anna Julia Cooper, una intelectual negra, culta, del siglo diecinueve, describe la vulnerabilidad de las mujeres negras a la violencia sexual:
Rogaría [...] que se añadiera mi súplica por las chicas de color del Sur: esa gran clase brillante, prometedora, mortalmente hermosa [...] tan llena de promesas y posibilidades, pero tan cerca de la destrucción; a menudo sin un padre a quien se atrevan a pedirle afecto, a menudo sin un hermano más fuerte para apoyar su causa y defender su honor con la sangre de su vida; en medio de escollos, trampas y emboscadas de los hombres blancos de las clases más bajas, sin refugio, sin protección.3
Durante este periodo, Cooper y otras mujeres negras estadounidenses de clase media construyeron una poderosa asociación y numerosas organizaciones comunitarias.4
Plantear que un legado de lucha existe no significa que todas las mujeres negras estadounidenses compartan sus beneficios o incluso que lo reconozcan. Por ejemplo, para las chicas afroamericanas, su edad a menudo les ofrece poca protección contra las agresiones. Demasiadas chicas negras jóvenes habitan ambientes peligrosos y hostiles.5
En 1975 recibí un ensayo titulado My World [Mi mundo] de Sandra, una estudiante de sexto grado, residente en uno de los proyectos públicos de vivienda más peligrosos de Boston. Sandra escribió:
Mi mundo está lleno de chicas violadas. Personas que se disparan unas a otras. Niños y adultos que se pelean por novias. Y gente sin trabajo que no puede permitirse una educación para conseguir un trabajo [...] borrachines en las calles violando y matando a niñas pequeñas.
Sus palabras expresan de forma trágica una creciente sensibilidad feminista negra sobre la posibilidad de ser víctima del racismo, la misoginia y la pobreza. Revelan su conciencia de que es vulnerable a la violación como forma de violencia sexual. A pesar de sus sentimientos sobre su barrio, Sandra no solo caminaba por las calles a diario sino que conseguía llevar a salvo a tres hermanos a la escuela. Al hacer esto participaba en la tradición de lucha de las mujeres negras. Sandra se impuso, pero a un coste. A diferencia de Sandra, otras simplemente abandonaron.
Experiencias y respuestas diversas
Este legado de lucha constituye uno de los principales elementos del “punto de vista” de las mujeres negras. Los esfuerzos por reivindicar esta tradición intelectual han revelado que ya hace mucho tiempo se prestaba atención a estos temas esenciales, anotados en primer lugar por Maria W. Stewart.6 La perspectiva de Stewart sobre las opresiones interseccionales, su llamamiento para reemplazar las imágenes degradantes de la feminidad negra por imágenes auto-definidas, su creencia en el activismo de las mujeres como madres, profesoras y líderes de la comunidad negra y su sensibilidad hacia la política sexual, son todas cuestiones desarrolladas por diversas intelectuales feministas negras.
A pesar de los retos comunes que hacemos frente como grupo, las mujeres negras como individuos no tienen experiencias idénticas ni interpretan las experiencias de manera similar. La existencia de cuestiones centrales no significa que todas respondan del mismo modo. Las diferencias entre las mujeres negras producen patrones diferentes de conocimiento experiencial que determinan a su vez las reacciones individuales a estos temas. Por ejemplo, cuando se enfrentan con las imágenes predominantes de las mujeres negras como mujeres feas y no-femeninas, algunas mujeres ―como Sojourner Truth― claman: “¿Acaso no soy yo una mujer?”.
Al deconstruir el aparato conceptual del grupo dominante, desafían las nociones de la feminidad “muñeca-Barbie” basada en las experiencias de las mujeres blancas de clase media.7 En contraste, otras mujeres interiorizan las imágenes mayoritarias y llegan a creerse los estereotipos sobre sí mismas.8 Aún así, otras tratan de transgredir las fronteras que enmarcan estas imágenes. Jaminica, una chica negra de 14 años, describe sus estrategias:
A menos que quieras meterte en una gran batalla activista, aceptas los estereotipos que te han sido dados y los pruebas y los reestructuras a lo largo del camino. De alguna manera, esto me da mucha libertad. No puedo ser considerada peor en la sociedad de lo que ya lo soy ―negra y mujer están muy alto en la lista de cosas a no ser.9
Muchos factores explican estas respuestas diversas. Por ejemplo, aunque todas las mujeres afroamericanas se topan con el racismo institucionalizado, las diferencias de clase social influyen en los patrones de racismo en la vivienda, la educación y el empleo. Los negros de clase media tienen más posibilidades de enfrentarse a una perniciosa forma de racismo que ha dejado a muchos enfadados y decepcionados.10
Raza, clase, etnia y orientación sexual
Una joven directora que se graduó con honores en la Universidad de Maryland describe la forma específica que puede tomar el racismo para los negros de clase media. Antes de que volara a Cleveland para explicar un plan de marketing para su compañía, su jefe le hizo repasarlo tres veces delante de él para que no olvidara su plan de marketing. Entonces le explicó cómo facturar el equipaje en el aeropuerto y cómo reclamarlo. Ella cuenta:
Yo me senté durante la comida escuchando a este hombre hablándome como si fuera un mono que pudiera recordar pero no pensar. Cuando ya había tenido suficiente, le pregunté si quería poner mi dinero dentro de un pañuelo y poner una nota sobre mí que dijera que era una empleada de su compañía. En caso de que me perdiera, me recogería Asistencia a Viajeros y me enviarían de vuelta.11
La mayoría de las mujeres negras de clase media no se enfrentan a tales incidentes descarados, pero muchos negros de clase trabajadora sí. Históricamente, estos han luchado contra formas de racismo institucionalizado organizado directamente por instituciones blancas y mediado por algunos segmentos de la clase media negra. De este modo, mientras comparten mucho con las mujeres negras de clase media, el legado de lucha de los negros de clase trabajadora12 y de las mujeres negras de clase trabajadora, en particular, expresa un carácter distintivo.
“No hay una mujer negra esencial o arquetípica cuyas experiencias sean las «normales», normativas y por lo tanto auténticas. Un entendimiento esencialista del punto de vista de la mujer negra suprime las diferencias entre las mujeres negras en busca de una escurridiza unidad grupal.”
La sexualidad señala otro factor influyente en las distintas respuestas de las mujeres afroamericanas a los retos comunes. Las lesbianas negras han identificado el heterosexismo como una forma de opresión y saben que las cuestiones a las que se enfrentan viviendo en comunidades homófobas delimitan su forma de interpretar los hechos de la vida cotidiana.13 Beverly Smith describe cómo ser lesbiana afectó a sus percepciones de la boda de una de sus mejores amigas: “Dios, ojalá tuviera una amiga aquí. Alguien que me conociera y entendiera cómo me siento. Me estoy haciendo pasar por una ‘chica’ negra de clase media, mona, hetero”.14
Mientras la mayoría de aquellos que fueron a la boda veían solo un evento festivo, Beverly Smith veía que su amiga estaba siendo enviada a una forma de esclavitud. De un modo similar, los estatus diversos de etnia y ciudadanía dentro del Estado-nación de Estados Unidos también determinan diferencias entre las mujeres negras. Por ejemplo, las puertorriqueñas negras constituyen un grupo que combina categorías de raza, nacionalidad y etnicidad de maneras distintivas. Así, deben negociar un conjunto distintivo de experiencias que corresponden con ser racialmente negra, étnicamente latina y tener una forma especial de ciudadanía estadounidense.
Heterogeneidad y retos comunes de las mujeres negras
Dado que estos factores influyen en las diversas respuestas a los retos comunes, es importante señalar que no existe un punto de vista homogéneo de la mujer negra. No hay una mujer negra esencial o arquetípica cuyas experiencias sean las “normales”, normativas y por lo tanto auténticas. Un entendimiento esencialista del punto de vista de la mujer negra suprime las diferencias entre las mujeres negras en busca de una escurridiza unidad grupal. En lugar de eso, sería más exacto decir que existe un punto de vista colectivo de las mujeres negras, uno caracterizado por las tensiones que corresponden a las diferentes respuestas a los retos comunes.
Al reconocer y aspirar a incorporar esta heterogeneidad, este punto de vista de las mujeres negras evita el esencialismo en favor de la democracia. En tanto que el pensamiento feminista negro surge dentro y trata de articular un punto de vista grupal de las mujeres negras en relación a las experiencias asociadas con sus opresiones interseccionales, es importante señalar la composición heterogénea de este punto de vista grupal.
Es asimismo importante reconocer que las mujeres negras estadounidenses también se enfrentan a retos comunes (y en la misma medida a expresiones diferentes) como mujeres de ascendencia [africana] en el contexto de la diáspora negra. Este contexto se sitúa a su vez dentro de un contexto transnacional, global. El término diáspora describe las experiencias de personas que, a través de la esclavitud, el colonialismo, el imperialismo y la migración, han sido forzadas a dejar sus tierras nativas.15 Para las mujeres negras estadounidenses y otras personas de ascendencia africana, el marco diaspórico señala su dispersión desde África a sociedades en el Caribe, América del Sur, Norteamérica y Europa.
La comprensión de la condición de las mujeres afroamericanas debe reflejar así un patrón distintivo de dispersión asociada a la inmigración forzosa a Estados Unidos y su consecuente esclavitud.16 En tanto que un trayecto diaspórico no es normativo, no se debería utilizar para evaluar la autenticidad de las personas de ascendencia africana en referencia a una supuesta norma africana. Más bien, la historia diaspórica negra coloca los análisis de las mujeres negras en el contexto de los retos comunes experimentados transnacionalmente.
“Las mujeres de ascendencia africana estamos dispersas globalmente, pero las cuestiones con las que nos topamos pueden ser parecidas.”
La versión del feminismo negro que han desarrollado las mujeres negras estadounidenses debe ser, sin duda, entendida en el contexto del Estado-nación estadounidense. Al mismo tiempo, el feminismo negro estadounidense como proyecto de justicia social tiene mucho en común con otros proyectos semejantes de justicia social, alimentados no solo por otros grupos raciales / étnicos estadounidenses,17 sino también por mujeres de ascendencia africana en sociedades diversas.
En el contexto de un “movimiento intercontinental de conciencia de mujeres negras”,18 las mujeres de ascendencia africana estamos dispersas globalmente, pero las cuestiones con las que nos topamos pueden ser parecidas. Transnacionalmente, las mujeres se encuentran con cuestiones sociales recurrentes como la pobreza, la violencia, los asuntos reproductivos, la falta de educación, el trabajo sexual y la vulnerabilidad a la enfermedad. Colocar las experiencias, el pensamiento y la práctica de las mujeres afroamericanas en un contexto diaspórico negro transnacional revela estos y otros puntos en común de las mujeres de ascendencia africana a la vez que especifica lo que es particular.
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1 Patricia Hill Collins, “The Tie That Blinds: Race, Gender and US Violence”, Ethnic and Racial Studies, vol. 21, núm. 5, 1998, pp. 918-938.
2 Katie Cannon, “The Emergence of a Black Feminist Consciousness”, Feminist Interpretations of the Bible, Filadelfia, Westmister Press, 1985, p. 30.
3 Anna Julia Cooper, A voice from the South; By a Black Woman from the South, Xenia (OH), Aldine, 1892, p. 240.
4 Paula Giddings, When and Where I Enter… The Impact of Black Women on Race and Sex in America, Nueva York, William Morrow, 1984 y In Search of Sisterhood: Delta Sigma Theta and the Challenge of the Black Sorority Movement, Nueva York, William Morrow, 1988; Cheryl Gilkes, “«Together and in Harness»: Women’s Traditions in the Sanctified Church”, Signs, vol. 10, núm. 4, 1985, pp. 678-699.
5 Rebeca Carroll, Sugar in the Raw: Voices of Young Black Girls in America, Nueva York, Crown Trade, 1997.
6 Marilyn Richardson, Maria W. Stewart, American’s First Black Woman Political Writer, Bloomington, Indiana University Press, 1987.
7 Ann du Cille, Skin Trade, Cambridge (Mass.), Harvard University Press, 1996, pp. 8-59.
8 Alice Brown-Collins y Deborah Sussewell, “The Afro-American Woman’s Emerging Selves”, Journal of Black Psicology, vol. 13, núm. 1, 1986, pp. 1-11.
9 Rebeca Carroll, Sugar in the Raw, op. cit., 1997, pp. 94-95.
10 Ellis Cose, The Rage of the Priviledged Class, Nueva York, Harper Collins, 1993; Joe Feagin y Melvin Sikes, Living with Racism: The Black Middle-Class Experience, Boston, Beacon, 1994.
11 George Davis y Glegg Watson, Black Life in Corporate America, Nueva York, Anchor, 1985, p. 86.
12 Robin Kelley, Race Rebels: Culture, Politics, and the Black Working Class, Nueva York, Free Press, 1994.
13 Anne Allen Shockley, Loving her, Tallahassee (Fl.), Naiad Press, 1974; Audre Lorde, A New Spelling of My Name, Trumansberg (NY), Crossing Press, 1982, y Sister Outside, Trumansberg (NY), Crossing Press, 1984 [ed. cast.: La hermana, la extranjera, Madrid, Horas y horas, 2004]; Cheryl Clarke et al., “Conversations and Questions: Black Women on Black Women Writers”, Conditions: Nine, vol. 3, núm. 3, 1983, pp. 88-137; Barbara Smith, “Introduction”, en Home Girls: A Black Feminist Antologhy, Nueva York, Kitchen Table Press, 1983, y The Truth That Never Hurts: Writings on Race, Gender and Freedom, New Brunswick, Rutgers University Press, 1998; Rhonda Williams, “Living at the Crossroads: Explorations in Race, Nacionality, Sexuality and Gender”, en The House That Race Built: Black Americans, US Terrain, Nueva York, Pantheon, 1997.
14 Barbara Smith, “Introduction”, op. cit., 1983, p. 172.
15 Lumka Funami, “The Nigerian Conference Revisited”, en Sisterhood, Feminism, and Power: From Africa to the Diaspora, Trenton (NJ), Africa World Press, 1998, p. 417.
16 Anchola Pala, “Introduction”, en Connecting Across Cultures and Continents: Black Women Speak Out on Identity, Race and Development, Nueva York, United Nations Development Fund for Women, 1995.
17 Véase, por ejemplo, Ronald Takaki, A Different Mirrow: A History of Multicultural America, Boston, Little, Brown, 1993.
18 Andree McLaughlin, “The Impact of the Black Consciousness and Women’s Movements on Black Women’s Identity: Intercontinental Empowerment”, en Anchola Pala (ed.), Connecting Across Cultures…, op. cit., 1995, p. 73.
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