El silencio no quiere decir que el acoso sexual no exista
La marea feminista que cobra fuerza en América Latina, impacta distinto en Cuba. En la isla, aunque la agenda de las mujeres incluye la garantía a derechos como el de la interrupción legal del embarazo, no tiene en el debate público al acoso ni a la violencia sexual, menos en el ámbito universitario, como ocurre en otros países de la región. ¿Qué nos dice este silencio?
Ileana Álvarez hace una pausa y luego narra: “Puedo decir que conocí casos de amigas a las que profesores, constantemente, las estaban acosando sexualmente, que las obligaban a tener algún tipo de relación sexual con ellos, si querían determinadas notas”.
Aquellas amigas a las que hace referencia Ileana, periodista originaria de Ciego de Ávila, ciudad del centro de Cuba, estudiaban el preuniversitario cubano, las llamadas “escuelas en el campo”. El suceso que recuerda Ileana ocurrió en la década de los 90; ella ya había egresado de la licenciatura de Filología en la Universidad Central Marta Abreu de Las Villas. Éste fue un caso cercano, no sólo por sus amigas; también porque ella había conocido a esos profesores.
“Una de las chicas lo habló con su padre y se destapó el escándalo, hasta que su agresor sufrió cárcel, el profesor fue procesado. Yo supe de esto porque ocurrió en mi barrio, pero no lo vi en la prensa, nadie publicó nada sobre esto”, me dice la también poeta en una llamada telefónica.
La explicación que Ileana encuentra a ese silencio, a esa falta de información, se debe a que las mismas víctimas no sabían que estaban ante una situación que no es normal porque el tema del acoso se ha visto como parte de la cultura cubana.
Años después, Ileana pidió a sus amigas su testimonio para publicar la historia en Alas Tensas, una de las primeras revistas feministas de Cuba después del triunfo de la Revolución y de la que es directora; pero ellas dijeron que no. “Te va a ser difícil que encuentres alguien que quiera hablar”, me aseguró a principios del mes de febrero, cuando conversé con ella y arrancaba esta investigación. Un mes después la aseveración no ha cambiado.
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Envié decenas de mensajes y tuve distintas conversaciones con colegas periodistas en Cuba para rastrear un caso, un solo testimonio que pudiera dar cuenta del problema del acoso en los recintos universitarios de la isla caribeña. Las búsquedas de notas periodísticas sobre el tema nunca dieron resultado, ni una denuncia. La respuesta de mis colegas siempre era la misma: “El acoso es algo normalizado en Cuba. Por supuesto que sucede en las universidades, pero nadie querrá hablar. Está muy naturalizado”. “No se ha publicado algo al respecto”.
Luego silencio.
—¿A qué atribuimos esto? —le pregunté a Ileana.
—No hay una cultura de la denuncia. En Cuba hay una cultura de no romper el silencio. Ni sobre el acoso y las agresiones sexuales, ni del maltrato a las mujeres. El agredido no ve maltrato, no ve agresión, en quien lo está haciendo. Es difícil identificarlo. Incluso Cuba no se ha sumado a la tendencia mundial como el #MeToo o #NiUnaMenos —me aseguró.
Y es que aunque a nivel mundial gracias a colectivas feministas, principalmente, el tema de las violencias de género cada vez va teniendo mayor presencia en el debate público, en Cuba la situación es completamente distinta.
Pese a que en la isla de Fidel Castro existen mujeres feministas, no hay agrupaciones, ni posibilidades de asociarse legalmente. “La gente funciona muy dispersa. Hay militancias aisladas, con intentos de unión. Por eso en el #8M no hay movilización en Cuba”, me explicó el periodista cubano Carlos Alejandro Rodríguez, editor de Tremenda Nota, medio digital que ha dado seguimiento a este tipo de expresiones. Así lo demuestra el texto publicado sobre la inexistencia del Paro Internacional de Mujeres en Cuba el pasado 8 de marzo.
Carlos Alejandro atribuye lo anterior a que en Cuba aún no están los referentes, ni la madurez para que fenómenos como #MeToo sean posibles. Asimismo lo consigna la nota “¿Por qué las mujeres no protestan en Cuba?”, publicada en el marco del #8M en la revista Alas Tensas. No está de más señalar que las investigaciones sobre género en Cuba, muchas veces, son de carácter académico y no son públicas o no tienen buena difusión.
Para este trabajo de #PasóEnLaU, Distintas Latitudes contactó a un par de investigadoras y a Mariela Castro, directora del Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX), vía Facebook pero no se obtuvo respuesta.
Pongamos las cosas en contexto: en 1960 se fundó la Federación de Mujeres Cubanas (FMC), y las mujeres cubanas tienen garantizados derechos como el de la interrupción voluntaria del embarazo o las licencias de maternidad, que son de las más extensas de la región (156 días de licencia con un 100% del salario).
“La legislación cubana, desde inicios de la Revolución de 1959, se identificó con la promoción de la equidad de las mujeres en los espacios productivos y de dirección; con la presencia de mujeres en trabajos no tradicionales; con la inclusión de la igualdad de mujeres y hombres en la agenda de gobierno; con la universalización de derechos; existen también asuntos pendientes para el análisis de la vida de las mujeres en Cuba […] y dentro de esos pendientes las violencias de género”, expuso la investigadora cubana Ailynn Torres Santana en un artículo publicado en el medio OnCuba.
Precisamente, dentro de esas violencias de género invisibilizadas en Cuba se encuentra el acoso. El callejero, principalmente. Fue en 2016 cuando medios oficiales de la isla publicaron el primer reportajeque presentaba un análisis sobre el acoso callejero; todos, curiosamente, testimonios de universitarias que denunciaban el acoso sexual en las calles, a la salida de sus centros de estudio.
“En mi caso, y creo que como la mayoría de las mujeres cubanas, he sufrido bastante acoso sexual verbal en las calles. Ahora no tanto, porque no utilizo casi el transporte público ni camino mucho sola, pero cuando estaba en la universidad diría que era casi a diario, hasta un punto que yo no salía en shorts o licras. En Cuba es frecuente que los hombres agredan verbalmente a las mujeres con frases muy obscenas. También en los ómnibus pueden buscar la forma de tocarte. Además, en los parques puedes encontrarte ‘pajuzos’, hombres que se masturban en público con toda la tranquilidad del mundo”, me relató mi colega periodista Yaritza Hernández, integrante de la Red Latinoamericana de Jóvenes Periodistas.
La situación de Yaritza se repite constantemente y ha hecho eco en “Evoluciona”, la campaña cubana contra el acoso a las mujeres lanzada en la isla en diciembre de 2018. La iniciativa tiene el objetivo de combatir y restar la autenticidad al convencimiento de la población, sobre todo masculina, del respeto y control sobre el cuerpo de las mujeres.
Otra de las violencias de género invisibilizada en Cuba es el feminicidio. Este fenómeno no está tipificado y, por consiguiente, no existen estadísticas al respecto. Ha sido a través del trabajo de medios independientes que se ha comenzado a denunciar y hablar del tema, del que la prensa oficialista no da cuenta. Tan es así que la misma Mariela Castro Espín, hija de Raúl Castro y directora del estatal Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX), declaró al diario Tiempo Argentino que en Cuba no existen asesinatos a mujeres: “Nosotros no tenemos, por ejemplo, femicidios. Porque Cuba no es un país violento”, dijo y añadió que esto de debía a “un efecto de la Revolución”.
Sin embargo, las notas periodísticas y las personas entrevistadas para esta investigación hablan de otra realidad y coinciden: El hecho de que en Cuba no se visibilicen los casos de violencia de género, no significa que no existan.
“Estos casos nunca son reportados por los medios oficiales y sólo en los últimos años han comenzado a ocupar un lugar en la agenda mediática gracias a la prensa independiente/alternativa; tampoco existen reportes públicos de la Policía o los Tribunales. Esto indica que es más difícil reconocer y enfrentar el problema. Lo usual es que las noticias sobre violaciones o agresiones se extiendan ‘de boca en boca’, a partir de personas cercanas a la víctima; mientras más sangriento es el suceso más se comenta. No hay cifras, pero la gente sabe que sucede porque escucha hablar de los casos”, explica Yaritza.
“A mí también me ha pasado esto, mira”
Por más de 40 años la educación cubana estuvo cimentada en el experimento que la Revolución llamó “la escuela en el campo”, que fue lo que se convirtió en la Escuela Secundaria Básica en el Campo (ESBEC) y el Instituto Preuniversitario en el Campo (IPUEC). Un proyecto que enviaba a los estudiantes de enseñanza media a vivir en el campo, lejos de sus hogares, donde combinaban las labores agrícolas con sus estudios. El objetivo de este modelo educativo era crear los “hombres nuevos” fieles a la Revolución.
Así lo explica el periodista cubano Maykel González Vivero, director y fundador del medio digital Tremenda Nota, quien desde su experiencia en sus años del preuniversitario me confirma lo que muchas personas cubanas me han dicho: “En esas escuelas era muy común que existieran relaciones basadas en el acoso y en la desigualdad del poder, entre profesores y alumnas, sobre todo”.
De ahí la explicación de que es altamente probable que el modelo se reprodujera en los recintos universitarios, sin ser visto como algo denunciable.
“Ahora puedo decir que yo una vez me sentí acosado en la universidad. No pasó nada grave. Yo me presenté a un examen y el profesor me desaprobó y me dijo: ‘Eso lo podemos resolver, yo te puedo ayudar, pero ve a mi casa’. Yo tenía una profesora que era mi amiga, que también estaba en ese tribunal y le conté lo que me estaba pasando. Yo no quiero ir a su casa, le dije. Ella me dijo que no me preocupara que lo íbamos a resolver entre ella y yo; ella me evaluó por su cuenta, aprobé y no tuve que ir a la casa de ese profesor. Pero sí sentí la presión”, me relató Maykel mientras compartimos comida mexicana en la Ciudad de México.
—Si no hubieras tenido esa profesora, ¿qué hubieras hecho? —le pregunté.
—No hubiera ido con nadie. Me hubiera presentado de nuevo a la prueba o hubiera ido a la casa del profesor. Tenía claro que no quería ir a su casa, pero tampoco vi que hubiera una gravedad en aquello, tampoco sentí que debía denunciarlo. No sentí un ataque. Sentí que tenía que ahorrarme una situación incómoda. Ahora, a la distancia, asumo que él estaba abusando de su condición de poder —respondió sincero el joven periodista y continuó la explicación—: Eso es muy común en Cuba. Es algo que le pasa a mucha gente, pero que no es considerado un problema, que trascendiera a los medios, que se investigara. Rara vez alguien ha asumido que se trata de acoso. No dudo que existan casos peores.
—¿Pero había algún sitio dentro de la universidad a dónde recurrir a denunciar? —insistí y le expliqué: en la investigación que realizamos de las seis universidades cubanas de mayor matrícula y más importantes del país (Universidad de La Habana, Universidad de Ciencias Médicas de La Habana, Universidad de Holguín, Universidad de Oriente en Santiago de Cuba, Universidad Central Marta Abreu de Las Villas, Universidad Tecnológica de La Habana José Antonio Echeverría) en ninguna logramos localizar la existencia de protocolos de atención al acoso. Si bien en algunas de las institucione existen iniciativas de enfrentamiento a la violencia, o reglamentos disciplinarios, como en el caso de la Universidad de Oriente, donde se menciona como infracciones de suma gravedad el acosar sexualmente o tener relaciones sexuales con cualquier estudiante, no hay otras líneas de acción propias de un protocolo para atender a las y los universitarios, y la sanción se limita a la separación del sector.
—Seguro podías ir con el decano, a él o ella le podías ir a dar tus quejas, pero no tengo conocimiento si alguien lo ha hecho con el acoso y qué ha pasado. Ni siquiera en el código penal hay algo al respecto —me dijo y enseguida buscó el documento en su móvil y me leyó el apartado correspondiente llamado “abuso lascivo”, que no mencionaba nunca la palabra acoso y menos en universidades.
En ese momento de mi conversación con Maykel, recuerdo lo que me contó Ileana: Ella nunca fue víctima, me dijo, porque tuvo la capacidad de rechazar, pero se sabía testigo de cómo amigas suyas tuvieron que acceder ante la posibilidad de perder la carrera, perder el preuniversitario y ser expulsadas de la universidad.
Y es que en la actualidad, de acuerdo con información obtenida por la periodista Yaritza Hernández, en las universidades regidas por el Ministerio de Educación Superior, en casos de violencia sexual se aplica el reglamento disciplinario, que no dice nada referente a la violencia sexual, sino que habla en general del respeto a la integridad física.
Entonces, qué tendría que pasar para que todo esto fuera distinto, les pregunté en distintos momentos a Ileana, Maykel y Carlos Alejandro.
“Que la gente sepa que es un problema. Porque lo han asumido como un rasgo caribeño, algo muy cubano.. Que la gente al menos diga ‘a mí me pasó…’. Porque, yo creo que el acoso más invisibilizado ocurre en los recintos de estudio”, lanzó Carlos Alejandro.
“Hablar y publicar más sobre el tema, porque no se habla de eso. Faltan referentes, falta información, es como si el mundo fuera en una dirección y en Cuba todavía estuviéramos en el pasado. Dejar de asumir que así somos y no hay más”, respondió Maykel.
“Debe haber una concientización de que es muy importante romper el silencio porque eso provoca que otras personas lo vayan haciendo y se haga visible. Se necesita una mente educada en el feminismo”, dijo Ileana.
(Publicado originalmente en Distintas Latitudes, el 22 de marzo de 2019)
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En Cuba hay una cultura de "Aquí no pasa nada, todo está bien" que se ha cultivado o, mejor, impuesto en los últimos 60 años. la gente no se cuestionad nada públicamente y en muchos casos ni en privado. Todo es así, siempre ha sido así, nada se puede cmbiar. no existen tampoco medios de prensa independiente de amplia divulgación que uestionen la realidad, salvo alguna prensa independiente que no lleg a todos- Mp se ìede esèrar qie exost añ
a im ,ovimiento Me Too como en otros países donde la libertad de expresión es real.