Aimée González Bolaños, entre nosotros para siempre

Ha muerto una cubana esencial, Aimée González Bolaños. Sensible poeta, honda ensayista, brillante profesora universitaria. Amiga singular. Cubana buena. La Facultad de Letras de la Central de Las Villas, en Cuba, queda marcada por su trayectoria profesional. Igualmente, otros recintos académicos de América Latina quedan señalados por su cultura y la invencible elegancia de su personalidad. Un accidente absurdo la arrasó brutalmente, uno de tantos choferes ebrios en la calle. Fue instantáneo: no merecía el agotamiento físico, la flaqueza intelectual, la ruina de la psiquis: ya había sufrido bastante en Cuba, a pesar y sobre todo a causa de su talento. La vida universitaria cubana, después de 1959, se fue haciendo cada vez más agria y asfixiante, más cuesta arriba para una mujer no solo talentosa, sino también atractiva.
Toda su vida académica cubana transcurrió en una universidad de provincias, escenario aún más represor que el de La Habana. Y además ámbito sometido, aquí y allá, a un muy a menudo menosprecio capitalino. Antes de 1959 ese tipo de odiosa discriminación apenas existía: la Universidad de Oriente tenía prestigiosos docentes, cubanos y extranjeros, desde el destacado lógico cubano Justo Nicola hasta el lingüista español José Roca Pons, ilustre académico en Estados Unidos y España; el historiador del arte también peninsular Prats Puig o el entrañable dominicano Max Enríquez Ureña. La Universidad Central de Las Villas había contado además con figuras como el competente pedagogo cubano Silvio de la Torre. En su claustro hubo profesores eminentes.
Sin embargo, la relativa juventud de las dos universidades del interior cubano, y sobre todo el peso asfixiante de un castrismo de espaldas siempre a reconocer el papel del intelectual insular, fueron causa de un silenciamiento de la labor de hombres y mujeres destacados en la educación superior cubana. Un artículo como “Síntesis histórica de la Universidad Central Marta Abreu de Las Villas” (ISLAS, 5 4(171): 9- 23; septiembre-diciembre, 2012) no menciona ni a un solo profesor memorable de los que estuvieron vinculados con esa casa de estudios. Típico. Pero hubo grandes figuras de la inteligencia insular vinculadas con esa universidad de un modo u otro, no necesariamente como profesores, pero sí de otros modos, tales como el eminente etnólogo Fernando Ortiz o el autodidacta y talentoso Samuel Feijóo, quien impulsó las publicaciones de esa casa de estudios durante diez años.
La estatura intelectual y humana de Aimée González Bolaños

Aimée González Bolaños forma parte de esa esencial historia, tan desconocida hoy. Sólida humanista, lectora muy perspicaz, estuvo siempre alejada de ciertas actitudes que me tocó ver de cerca en predios de la Universidad de La Habana, donde la afectación, la superficialidad, la exhibición de un ingenio maligno y estéril, y la pereza intelectual fueron marca estentórea de un cierto número de docentes. Aimée González Bolaños estuvo sistemáticamente ajena a ese ambiente deletéreo que ha sustentado hasta hoy numerosas reputaciones espurias. Y no tuvo, desde luego, acogida alguna en ese escenario. El suyo fue un sereno y justo sentido de la crítica literaria y del diálogo con sus estudiantes y colegas: ello, hay que decirlo, es el núcleo entrañable del legado universitario de esta mujer.
Hace poco todavía, en una conversación que sosteníamos en este Brasil que la acogió y la respetó como merecía, le mencionaba yo a cierta persona que encarna plenamente las peores características de la universidad cubana a partir de los años sesenta. Y me respondió: “Ah, sí, una vez la vi de pasada en la ciudad X: flaca, cané y descangallada”. Y nada más. La frase del lunfardo tanguero tuvo en su boca una gracia y una capacidad de retrato que me resultaron muestra cabal de ese choteo cubano que caracterizó, a pesar de sus desgracias y avatares históricos, toda una zona de la idiosincrasia insular.
Quizás esa característica ética suya motivó también que demorase tanto en dar a conocer su profunda poesía, a la vez intensa y recoleta, atormentada y sin embargo plena de entereza humana. Un poemario de los primeros que dio a conocer, El libro de Maat, la muestra en su estatura secreta:
He perdido el centro.
Los mapas interiores están rotos.
Solo en el caos, la escritura
me regresa a la intuición pura.
Allí me espera
la palabra sin forma,
signo del ser deshecho.
Allí voy al encuentro
de la palabra que no existe,
de la palabra muda
suspendida ante el abismo.1
Aimée, pues, así designada por todos los la admiramos y respetamos, queda entre nosotros: en una estatura intelectual y humana que nadie, nunca, pudo arrebatarle. Ve, entonces, mujer de pensamiento y poesía, sobre las alas doradas de tu obra, que siempre, siempre, nos recuerda a la patria dolorosa y perdida.
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1 Aimée González Bolaños: El libro de Maat. Ed. Furg. Rio Grande, RS, Brasil, 2002, p. 42.
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