Entrevista │Avelino Couceiro y la antropología urbana en Cuba: “La diversidad cultural me apasionó siempre” (Primera parte)
“Desde la antropología podía enfrentar una de las peores marginaciones en aquella Cuba: la producida por la homofobia.”
Avelino Víctor Couceiro Rodríguez (La Habana, 1957) es una figura peculiar en la cultura y las ciencias en Cuba. Se trata, ante todo, pero no solamente se limita a eso, de un muy destacado antropólogo urbano, en un país donde, desde 1959, la antropología apenas ha existido en su vertiente de antropología física. Todas las demás vertientes, desde la que se ocupa de estudios sobre población escolar, hasta la orientada a la cultura, han sido miradas con extrema suspicacia por las autoridades, e incluso con franco rechazo.
A pesar del interés de figuras ciertamente de relieve en el país, como Miguel Barnet, ese campo importante de estudios diversos apenas ha tenido apoyo. Y desde luego que una rama relativamente nueva, como la antropología urbana, es de las menos visibles en un país donde los planes de estudio universitarios apenas dejan cabida para esta ciencia.
El doctor Couceiro, con un tesón y un coraje indiscutibles, emprendió hace tiempo estudios de esta naturaleza y ha hecho contribuciones notables al estudio de la cultura cubana. Su currículo académico es, desde luego, impresionante: licenciado en Historia del Arte y en Historia General, hizo una maestría en Antropología, orientada a los estudios culturales. Y se doctoró en Ciencias sobre Arte.
Couceiro ha publicado estudios valiosísimos, ya sea sobre un barrio habanero emblemático como El Vedado, o sobre grupos poblacionales como la población gay, el medio ambiente y la cultura ecológica, área en la cual ha sido pionero en Cuba. Pero también se ha ocupado de áreas del conocimiento poco frecuentadas en Cuba, como la simbología. Ha impartido incontables conferencias y cursos en otros países, entre ellos España y Estados Unidos. Políglota, se ha desempeñado como intérprete y traductor.
Todo ello explica que, merecidamente, haya recibido numerosos premios por su labor profesional, tan amplia y variopinta. Libros suyos, sobre tan distintos temas, han sido publicados en su país, así como en España, Italia y Portugal.
Antropología urbana: la riqueza de la diversidad
Eres un destacado antropólogo urbano. ¿Cómo te iniciaste en esa esfera profesional?
No me había graduado todavía de Historia del Arte en la Universidad de La Habana, y ya sabía que muchas lagunas enormes me quedarían. Por lo que, al licenciarme en 1982, comencé a llenarlas lo mejor posible y opté por estudiar otra carrera, licenciatura en Historia General, tan importante para la Historia del Arte, y más de 70 posgrados y cursos, entre los cuales había uno por la Facultad de Filosofía e Historia que era “Historia y Teoría del Pensamiento”, en 1996. Ahí descubrí que era parte de una primera edición de una maestría en Antropología de esa facultad.
Las referencias que yo tenía sobre la antropología eran muy lejanas, simplistas y esquemáticas, como lo era esa disciplina para muchos profesionales cubanos. Aún es así, porque no hay todavía una carrera de Antropología ni una cultura antropológica científica a nivel social ni universitario: solo se han impartido algunos diplomados y muy insuficientes. De hecho, hace varios años fui incluido en un comité gestor para abrir la carrera, pero hasta hoy no he oído nada más de ese proyecto.
Durante aquella maestría (1996-2001) descubrí el casi infinito abanico que abarcan los estudios antropológicos, y me enamoré, porque siempre tuve inquietudes cognitivas muy diversas, y comprendí que esa era una forma de poderlas realizar todas, profundizando y aportando en cada una de ellas. Lejos del esquemático y simplista “quien sabe de todo no sabe de nada”, he alcanzado la tan importante y hoy urgente interdisciplinariedad, sin la que ya no hay ciencia.
“Entre mis inquietudes básicamente justicieras, ambientalistas, artísticas y científicas, vi que desde la antropología podía enfrentar también una de las peores marginaciones en aquella Cuba: la producida por la homofobia.”
Entre mis inquietudes básicamente justicieras, ambientalistas, artísticas y científicas, vi que desde la antropología podía enfrentar también una de las peores marginaciones en aquella Cuba: la producida por la homofobia; algo peor que eso, creo, solamente se encuentra en el maltrato a los animales y al medio ambiente en general. Quise, para graduarme de aquella maestría, escoger como tema de tesis la lucha contra la homofobia, pero aunque se diga que no actualmente, los prejuicios eran y siguen siendo muy enraizados. De modo que, ante mi propuesta de tema de graduación, trataron de desviarme la atención hacia cualquier otro.
Yo llevaba más de quince años como especialista en Estudios Culturales en la Dirección Municipal de Cultura en del municipio Plaza de la Revolución, y había venido investigando con buenos resultados las diversas comunidades de tan complejo municipio ―considerado como una especie de “capital de la capital”―, y entre esas comunidades estaba El Vedado. Y como ya me habían situado en el liderazgo de esos estudios a nivel nacional, pues me propusieron escoger mejor el tema de la antropología urbana, que yo ni sabía que existía. El mismo profesor que me lo propuso tampoco sabía bien qué era, porque me decía que lo malo para eso era… que yo no tenía formación académica como arquitecto (?!)… O sea, como suele suceder, al oír “urbano” la consideraban erróneamente como un tema arquitectónico, algo con lo que se relaciona, pero no lo es exclusivamente, ni mucho menos.
Descubrí las enormes potencialidades que me ofrecía especializarme en las comunidades urbanas por toda su complejidad, para abordar la diversidad que tanto me apasiona, porque estudiándolas ―aunque ellos no quisieran― volvía a salirme el tema anti-homofóbico que por mi vocación justiciera quería hacer, pero también el ambientalista y todo lo demás.
Mientras, ya estaba venciendo paralelamente mi doctorado en Ciencias sobre Arte, con el tema de La cultura ambiental en la identidad cubana, que se reconoció como el primer abordaje de la problemática ambiental desde la cultura (2001).
Uno de los aportes de mi tesis de Antropología urbana fue precisamente el enfoque sistémico de cada comunidad, diferenciada e interrelacionada con las demás, colindantes pero también lejanas, e incluso de otros países. La riqueza de esa diversidad me apasionó. Lo del sistema me resulta esencial para las ciencias, porque la realidad no se puede estudiar fragmentada, sino que todo está en un todo único e interconectado con el resto. Se habla mucho de la dialéctica pero se aplica muy poco. Por ejemplo, por lo que pude estudiar de la historia y el desarrollo de la antropología urbana en otros países, hasta entonces era demasiado fraccionada y aislada para mi gusto. Era, simplemente, problemas específicos en las urbes de esos países, casi como mero escenario, ya fueran las empleadas domésticas, los mendigos, o la delincuencia… pero apenas relacionaban unos problemas con otros.
Por ahí fueron algunos de mis aportes. Claro, eso molesta a muchos, porque exige una preparación interdisciplinaria que pocos tienen, además de lo que llamo la competencia de los incompetentes. La interdisciplinariedad es algo que se nombra mucho, pero se tergiversa y confunde con la multidisciplinariedad y la transdisciplinariedad, y no es lo mismo. No por ser más complejo podemos eludirlo, porque así es la realidad: un sistema. Y si no se estudia así, no hacemos ciencia.
“La realidad no se puede estudiar fragmentada, sino que todo está en un todo único e interconectado con el resto. Se habla mucho de la dialéctica pero se aplica muy poco.”
Nada de esto impide que los que no salen de uno o dos de esos temas, aporten desde ellos, porque lo monotemático no siempre aporta, hay quienes solo hablan de un tema al que nada aportan… pero si lo hacen bien, y aportan, pueden constituir al menos un peldaño para que los más sistémicos podamos hilvanar el complejo tejido que nos acerque a una realidad objeto de estudio.
Contra las comunidades hay mucho prejuicio
Tu estudio sobre El Vedado es minucioso y profundo. ¿Qué aspectos de esa investigación te resultan más gratificantes? ¿Cuáles fueron los mayores obstáculos? ¿Qué otras zonas urbanas de la capital cubana ameritan un estudio similar?
Uno de los aspectos más gratificantes para mí ha sido poder abordar diversos temas que me han interesado, interconectados entre sí. Es algo que desde antes lograba sistematizar en toda mi obra. Desde que me gradué en Historia del Arte, me interesó más toda la cultura que el arte excluyente, que considero que un estudio sobre arte excluyente no es científico, por eso mis otros estudios. No es casual que cuando se aprueban las tres primeras plazas de Estudios Culturales en La Habana, una fuera designada para mí, que había llegado recientemente de cumplir mi Servicio Social en Melena del Sur, en otra provincia, donde ya me expandía a toda la cultura más allá del arte, con muy buenos resultados.
Los Estudios Culturales fueron un antecedente muy importante para mi formación antropológica. Nunca me interesó el poder de las elites, ni la fama ni los reconocimientos. Por eso siempre trabajé a nivel municipal, comúnmente subvalorado (también en esto mi justiciero a favor de los subvalorados), aunque mis resultados beneficiaban a niveles provinciales, nacionales e incluso internacionales. Y nada mejor que los estudios de comunidades para estos enfoques sistémicos de Estudios Culturales, que ya yo estaba aportando, y que fue por lo que me propusieron desarrollar la Antropología urbana en Cuba.
Es muy gratificante haberlo logrado lo más posible, desde todas mis posibilidades, no solo con mi obra de investigación y lo que podía publicar, sino también como profesor, por el interés que suscitó. Ya en la segunda y tercera edición de la Maestría en Antropología, yo era profesor con un nuevo curso que enriqueció la Maestría con respecto a la primera edición: Antropología Urbana. Pero también por mis trabajos en Cultura, que me comenzaron a pedir conferencias, cursos, asesorías y demás para otros sectores, no solo Cultura, y en todos los restantes municipios capitalinos sin excepción, en otras provincias y en otros países, que cobró más importancia incluso para que los maestrantes desarrollaran sus diversas tesis en esos otros contextos, justo por el carácter sistémico que yo le había impregnado que era útil para todo, y porque yo convertía a la asignatura en una clase de Metodología de la Investigación, también sistémicamente, sin las fronteras artificiales que muchas veces le queremos imponer a la metodología y que la minimizan como ciencia.
Téngase en cuenta que ya en 2004 fui reconocido por la Academia de Ciencias de Cuba y el Ministerio de Cultura con la máxima Categoría Científica, la de Investigador Titular, que, para ser un “cubanito de a pie” trabajando en comunidades, era demasiado. Yo nunca fui ni quise ser de esas elites de buró en un ministerio, de los que luego desde el buró trazan pautas para los que trabajan en la realidad, pautas que imponen dogmáticamente, ignorando y hasta despreciando a veces la creatividad y aportes de los investigadores efectivos, con lo traicionaron la prometedora esencia con que nació, en 1989, el sistema de programas y proyectos de Desarrollo Cultural.
También así volvía a salir mi justiciero, porque estaba demostrando que los talentos no solo radicaban en esas élites, y que también en el contexto más humilde se podían lograr resultados. Es uno de los grandes obstáculos que tuve que enfrentar, además de algunos jefes incapaces y castradores, alguno hasta abusivos a veces, porque había y aún hay mucho prejuicio contra las comunidades y, en particular, contra aquellas en las que yo trabajo, donde en un momento se asentaron las clases adineradas cubanas y eso ha sido absolutizado por el imaginario.
“Nunca fui ni quise ser de esas elites de buró en un ministerio, de los que luego desde el buró trazan pautas para los que trabajan en la realidad, pautas que imponen dogmáticamente.”
Incluso de altos niveles ministeriales llegaron a decirme que lo importante era trabajar con las comunidades como Regla o Guanabacoa. E incluso profesionales de alta valía a mi juicio, que vivían aquí, no veían a estas como comunidades. Contra las comunidades había y hay mucho prejuicio, desde una perspectiva superficial y populista. Con mucha pena, pero más de una vez tuve que rectificar en público a altos funcionarios gubernamentales que enfocaban al Vedado como un municipio burgués, y preferían ignorarlo. También porque muchos de esos cuadros de dirección habían sido importados de otras regiones cubanas: los peores no son los que no saben, sino aquellos a los que no les interesa saber nada del territorio que van a dirigir, e incluso así han confesado públicamente, sin ningún pudor, como si fuera un mérito, que para dirigir algo no tienen que conocerlo. A menudo vienen empoderados, pero con envidia u odio regionalista, y el daño que causan es atroz. Los hay a todos los niveles, es lo que llamo el enemigo interno y empoderado.
En consecuencia, El Vedado es un municipio que, a pesar de demostrarse sus riquezas a preservar, hace más de veinte años perdió su museo histórico municipal, uno de los más terribles golpes que se le ha podido asestar. Y aún estamos luchando por recuperarlo contra la indolencia de muchos que dirigen, porque ese museo es insustituible para el estudio y conservación del patrimonio y la identidad locales.
Otra de mis gratificaciones tiene que ver con esa especie de justiciero que llevo dentro, y con mi interés por el bienestar colectivo, en este caso de mi ciudad, nuestra ciudad, y en particular de mis comunidades. En el municipio donde crecí y me formé, me alegra haber contribuido a minimizar el estigma al que lo condenaban, y a revitalizar no pocos de sus valores de la identidad patrimonial de todas y cada una de sus comunidades, y lo que eso pueda servir al menos como ejemplo y esperanza para otras ciudades de Cuba y otros países. Y también para los campos, porque en mi enfoque sistémico no falta la indisoluble relación histórica y raigal, pero también sincrónica, con otras muchas comunidades rurales.
Al operar con mi conceptuación, rompo el facilista esquema que contrapone campo y ciudad. Porque, además de los distintos tipos de comunidades urbanas, tampoco todas las comunidades que no son urbanas se pueden clasificar de modo anticientífico como comunidades rurales: las hay playeras, cenagosas, montañosas, etcétera. Y si salimos del estricto marco nacional, como debe hacer la ciencia, es más evidente aun la infinita diversidad de comunidades que existen.
La uniformidad mecanicista es otro dogma que me gratifica poder echar por tierra. Toda comunidad, no solo las habaneras, amerita estudios antropológicos casuísticos. Si no son casuísticos, no serán científicos. Cada comunidad es distinta a las restantes y los beneficios nacionales, si en toda y cada una de ellas se aplicaran estudios similares, serían infinitos. En mi atención a muchos motivados en el resto del país, y en otros países, se me han presentado casos interesantísimos. No quiero mencionar unos sobre otros, porque no sería justo, pero por solo citar este ejemplo elocuente, en Calabazar, comunidad del municipio habanero Boyeros, con mucha ruralidad en lo urbano, a partir de estas aproximaciones que he formulado, mis cursos e investigaciones aportaron la fiesta de la calabaza para su historia y patrimonio local, y me lo reconocieron con un emotivo homenaje en marzo del año 2011.
“Los peores no son los que no saben, sino aquellos a los que no les interesa saber nada del territorio que van a dirigir, e incluso así han confesado públicamente, sin ningún pudor, como si fuera un mérito, que para dirigir algo no tienen que conocerlo.”
Otros casos han sido en una comunidad del municipio Playa, donde promotores empoderados de origen oriental querían impostar tradiciones de esa zona del país, porque estaban viviendo ahora en La Habana, contra los auténticos valores raigales de esa comunidad, en vez de propiciar al menos un proceso de transculturación.
Al profundizar en el inmenso crisol de problemáticas en cada comunidad, comprendemos que todas son interesantes y merecen respeto. Aportan en los más diversos aspectos, porque es en el sistema relativo que conforman todas y cada una de sus comunidades, donde se define cada país, y desde estos definen al mundo y a toda la Humanidad. Hay ocasiones, incluso, en que por uno u otro motivo han interactuado y se han inter-influenciado casi directamente, o con mayor o menor grado de interrelación y sistematicidad, con comunidades de otros países, más lejanos o cercanos.
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