“Hijos de la Diáspora”: la cubanía que resiste desde la fragmentación y el dolor
Entrevista a Lunes Oña, director de Hijos de la Diáspora: “Tenemos un trauma heredado y ese dolor lo hereda la siguiente generación”.
El acento del país en que viven marca muchas de las expresiones de los jóvenes entrevistados. Pero ellos saborean la música cubana, los frijoles negros, ciertos giros del habla que aprendieron de sus padres. Gestos de la cultura que les han sido transmitidos. Muchos no nacieron en la isla y algunos ni siquiera la conocen, pero viven atravesados por la memoria de un país que sienten propio. Son hijas e hijos del exilio, de la emigración, del desarraigo. De esa tensión —entre la raíz y la otredad— nace Hijos de la Diáspora, primer documental del joven realizador español de origen cubano Lunes Oña.
Desde el propio título, el director marca una diferencia:
Elegimos la palabra diáspora porque yo, por ejemplo, me crié aquí en Madrid y representamos un poco una globalidad de los cubanos. El exilio se suele relacionar mucho directamente con Miami, con una comunidad unida, y la diáspora es un poco representar que estamos por todos lados, que realmente hay cubanos por todo el mundo y estamos dispersos.
“Hijos de la diáspora es la historia compartida de miles de personas que se vieron obligadas a dejar atrás su tierra natal.”
El filme se proyectó este 25 de noviembre en Casa de América, dentro del ciclo “Los Martes del Documental”, y pudiera erigirse como una especie de espejo móvil de la diáspora cubana contemporánea. En la pantalla, unas veinte voces se superponen y dialogan: jóvenes que han crecido fuera de Cuba o que nacieron ya en otros países, tratando de responder a una pregunta que nunca termina de cerrarse: ¿qué significa ser cubano cuando tu vida entera transcurre lejos de la Isla?
“Hijos de la diáspora es la historia compartida de miles de personas que se vieron obligadas a dejar atrás su tierra natal. Cada experiencia se entrelaza para formar un relato colectivo que va más allá de la diáspora, tocando temas universales de sentido de pertenencia, pérdida y resiliencia”, resume Oña sobre su película.
Una identidad hecha de fragmentos
Lunes Oña tiene apenas 25 años. Es un cineasta trans muy creativo, con una madurez poco habitual para su edad; es también promotor cultural, español de origen cubano. Nació en Madrid, creció en un hogar cubano, luego vivió en Panamá y finalmente llegó a Miami, donde estudió Cine y Producción Digital en SEDT, Miami Dade College. Su propia biografía está hecha de desplazamientos, acentos y paisajes superpuestos, territorios disímiles que no terminan de recomponerse o abrazarse del todo. Lunes es otro hijo de la dispersión territorial de los cubanos: por eso es coherente que su historia, sus pensamientos, los fragmentos del mundo que ha visto, abran y cierren el filme.
Sobre su propia identidad, lo formula así:
Yo me crié en España en una familia cubana, en una casa muy cubana, luego viví en Panamá tres años y llevo viviendo en Miami casi nueve años. Entonces, la identidad para mí es una cosa un poco removida de Cuba, pero al final unida.
En ese trayecto fue armando, casi sin proponérselo, la pregunta que sostiene al documental: ¿qué pasa con la cubanía cuando se transmite en tránsito, cuando el país se hereda como recuerdo más que como experiencia directa?
En otra presentación del filme, Oña insiste en el carácter colectivo del relato: esas historias individuales terminan armando un mapa emocional de lo que significa pertenecer a un país que no siempre se ha pisado, pero que se habita en el idioma, en la comida, en la música y en las conversaciones de la casa; y que, sobre todo, se esconde en el dolor de las pérdidas heredadas de generación en generación, como el gusto por los frijoles negros, los platanitos maduros, la música de Celia Cruz o Willy Chirino, o los muñequitos de Elpidio Valdés.
El propio director habla de ese dolor transmitido:
Lo que pasa con la diáspora cubana es que tenemos un trauma heredado. Tenemos una situación que ha obligado a las familias a irse, a no volver a verse, gente que no se ha visto por décadas por haberse ido y no haber podido volver. Ese dolor lo hereda la siguiente generación a través de las historias y de sus propias desconexiones.
Política que no se declama, pero está en todas partes
Hijos de la Diáspora no es un documental donde la política se enuncie de forma discursiva, con consignas o con un relato lineal sobre el régimen cubano. Sin embargo, la política subyace en cada vivencia. Cuando hablamos de emigración pueden argumentarse múltiples detonantes —económicos, afectivos, familiares—, pero, como sugiere la lectura que propone el propio filme, emigrar a otro país, “escapar”, renunciar, al menos temporalmente, a la posibilidad de volver, termina casi siempre atravesada por causas políticas.
El propio Oña explica el enfoque de las entrevistas:
Entramos a la película con una lista de preguntas muy humanistas, que no tocaban la política en la pregunta en sí, pero al final la política acaba saliendo. La política está detrás de todos los comentarios, de todas las razones por las cuales la gente se ha ido o por las que van o no van. Al final es humanista porque tienes la relación con la familia y con las emociones, pero es totalmente político porque no se puede obviar el hecho de que nos tuvimos que escapar.
La palabra libertad resuena —freedom como deseo— y queda flotando al final, porque pudiera llegar a constituirse en la posibilidad del reencuentro definitivo con los orígenes. Y aunque no haya sido intencional para el joven director, quienes hemos sufrido el trauma de dejar nuestro país sin haberlo querido lo agradecemos.
“La política está detrás de todos los comentarios, de todas las razones por las cuales la gente se ha ido o por las que van o no van.”
Las historias recogidas por Oña —jóvenes que nacieron en Cuba o en otros lugares, como Estados Unidos, Angola, Israel, México, Colombia, Escocia, Alemania o España— hablan del desgarro de dejar atrás una tierra que, muchas veces, se conoce sobre todo a través de las pérdidas de los padres y abuelos. Entre líneas, y a veces de forma explícita, cuando se recurre a imágenes de archivo de las diferentes olas migratorias cubanas, se dibuja la sombra de los contextos y causas que obligan a marcharse.
El documental sugiere, sin subrayados, que la diáspora no es una anécdota individual, sino la consecuencia de una historia política más larga: la de un país que expulsa, que rompe familias, que dispersa generaciones, un país en dictadura. Esa es una de las fortalezas de la película: la política está, pero se filtra en los detalles cotidianos y las experiencias narradas por los entrevistados, en las lágrimas que no pueden esconder, en el dolor heredado…
Un dispositivo sencillo, una edición que conmueve
Hijos de la Diáspora está construido de manera deliberadamente artesanal. La producción estuvo a cargo de Ileana Pérez Drago, arquitecta y madre de Lunes, que también estuvo presente, cámara en mano, en muchas de las entrevistas. Varias de ellas se realizan mediante videollamadas; otras, de forma presencial. No hay grandes alardes técnicos, pero sí una edición muy cuidada, que permite sostener el ritmo y la atención del espectador, y a la vez preservar una sensación de frescura.
La estructura deja, a propósito, huecos y silencios. El espectador sale con la impresión de que no se ha dicho todo, de que hay mucho más detrás de lo que aparece en pantalla. Para cualquiera que haya vivido lejos de su país, esa falta es reconocible: la identidad, el exilio, la añoranza no caben enteros en un plano ni en una frase. O mejor: también se definen en los silencios que se hacen un amasijo en la garganta.
Oña parece confiar en esa incompletud como forma de verdad. En lugar de intentar “definir” qué es la cubanía en la diáspora, deja que se insinúe en gestos mínimos: el recuerdo del sabor de una fruta, de un plato de arroz con frijoles, de un animado de la infancia, de una canción que se cantaba en casa. La cubanía aparece como algo intangible, difícil de atrapar, una palabra que —como diría Lezama— se nos escapa precisamente cuando alcanza su definición mejor.
Un director que también teje comunidad
Además de cineasta, Lunes Oña es un promotor cultural muy activo en la escena alternativa de Miami. En 2020 fundó Always Lunes, una plataforma comunitaria por y para jóvenes creativos locales, conocida por el What’s Up? South Florida Calendar, una selección semanal de eventos alternativos en Miami y Broward. Ha curado varios shows artísticos y es uno de los organizadores de Casa Crea, un colectivo de artistas que convoca reuniones bimensuales para conectar y crear en un espacio común.
Tengo un proyecto que se llama Always Lunes, que se enfoca en la escena alternativa del sur de la Florida. Exploramos la historia de la cultura en el sur de la Florida, que es muy caribeña, muy cubana, pero también muy latina, haitiana, jamaiquina… y eso se refleja mucho en una cultura que acaba siendo americana, pero es de todos lados, muy cosmopolita. En eso estoy ahora: en la cultura de donde estoy.
En ese sentido, Hijos de la Diáspora se enlaza con el resto de su trabajo: no solo documenta, también conecta. No solo recoge testimonios, sino que abre un espacio simbólico para que estos jóvenes puedan reconocerse en la experiencia del otro.
“Cada experiencia se entrelaza para formar un relato colectivo que va más allá de la diáspora.”
Al hablar de su película, Oña insiste en que no se trata solo de Cuba:
Cada experiencia se entrelaza para formar un relato colectivo que va más allá de la diáspora, tocando temas universales de sentido de pertenencia, pérdida y resiliencia.
Quizá ahí esté el corazón del documental. En la certeza de que, aunque los países se rompan, las familias se dispersen y las memorias se fragmenten, hay un hilo que sigue uniendo a quienes se saben hijos e hijas de un mismo origen: un hilo hecho del lenguaje, de sabores, de música, trozos de paisajes y también de dolor.

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