Libros │ Poesía sobre el abismo

“Ileana Álvarez se enfrenta en este libro al laberinto y al misterio terrible de la existencia cotidiana, no como instante personal, sino como asombro colectivo.”

Detalle de la cubierta del libro "escribir la noche y Otros abismos" (2024), de Ileana Álvarez.
Detalle de la cubierta del libro "escribir la noche y Otros abismos" (2024), de Ileana Álvarez.

Prólogo al libro escribir la noche y Otros abismos (Ediciones La Mirada, Las Cruces, Nuevo México, 2024), de Ileana Álvarez.

Compuesto por dos libros (“Libro uno: escribir la noche” y “Libro dos: Otros abismos”), el volumen escribir la noche y Otros abismos, de Ileana Álvarez, una de las poetas de mayor estatura en las letras cubanas dentro y fuera de Cuba, es, sin duda, el más alto de los poemarios, ya numerosos, que constituyen su obra. Lo primero que llama la atención aquí es su peculiar estructura paralela y al mismo tiempo polémica. Paradójicamente, la autora se enfrenta a un tema que es esencialmente el de la vida más profunda, la estancia íntima del alma de una mujer en su más estremecida autoconfesión.

Esa configuración se presenta con una desafiante propuesta: el texto oscila entre el estallido sin barreras y el retorno a un discurso lírico y ―por así decirlo― remansado en la serenidad del lenguaje más pulido. En efecto, en escribir la noche (cuya edición de 2010 es aquí ampliamente revisada y corregida) se abandona el lenguaje tradicional, se distorsionan los límites imprecisos entre el verso en su forma lineal autónoma y la intensidad emocional de la prosa poética. El sujeto lírico, siempre tan intenso, por momentos habla por todos en un cántico colectivo de mujer. Desde luego que, primero que todo, se trata de una meditación sobre el ser femenino, pero inevitablemente es además el ser integral: la mujer, el hombre, el niño, el ser humano en su desesperación y su terrible y eterna soledad sin límites, sin paliativo y sin consuelo.

Hay desde luego un sentido de permanencia orgullosa en ese examen de sufrimientos que destila interminablemente de unas palabras de sesgo indestructible en dicho libro: “el peso esencial de las sílabas / sobre la llaga abierta”, se afirma en el poema “palabras de una poeta menor de la antología”.

Escribir la noche

No me es posible en unas pocas líneas confesar mi entusiasmo por el hecho de que “Libro uno” constituya uno de los puntos luminosos del neobarroco cubano del siglo XXI. En Álvarez ese neobarroco actual se sumerge, en particular, en una hechicería en la que confluyen aspectos aparentemente muy ajenos de la complejísima geografía cultural y humana de nuestro angustiado y no obstante bello presente.

Fascinante aquí es, sin duda, “noches blancas del emigrante”. Concentrado en el desgarro innombrable de toda emigración, este poema se apoya en el título de la extraordinaria noveleta Noches blancas, de Fiódor Dostoievski. Su argumento no consiste estrictamente en el abandono de la patria, sino en la espera angustiosa de un regreso; de manera que, como signos de la más absoluta soledad, Álvarez fusiona ambos dolores, el de la nostalgia que crece en su verso y abarca la ausencia real, y el de la esperanza de regreso:

arrastras un cuerpo violado por los demonios
que lo habitan,
en las noches blancas no encuentras
el letargo de la clemencia.
deslizas el alma por los atajos de la reminiscencia:
un columpio se mece en el abandono.
el dolor regresa
y ya el dolor no es bruma.

Como vemos, he aquí un poema tan intenso que nos presenta la increíble fusión de los dolores terribles de la ausencia emigrada y de la permanencia que espera. Esta capacidad tan sensible como agudamente intelectiva es signo inconfundible de que la poeta está ubicándose desafiante en un neobarroco diferente, más audaz, más duro, más terriblemente realista en su belleza.

El otro gran tema del primer libro es el temor, la zozobra, el grito sordo, la tristeza traducida en el valor indiscutible de un quejido amplio, salido de una inconfesable ausencia de respiración. Lo más obvio y directo de este tema terrible es la ansiedad por los hijos, la desesperación por la patria, la familia hecha arena, viento y desaparición. Todo ello es violento ―hasta las caricias provienen de una garra― y se percibe una juventud invencible en su modo de empuñar la pena que destroza no sólo a la palabra poética, sino también a la posible nación de la esperanza. La ausencia implacable de mayúsculas en escribir la noche subraya que, a pesar de las torturas y dolores, la poesía es nuestra y no importa reproducir las convenciones de la puntuación, pues lo que prevalece es la capacidad de transmutarnos en arte y en amor.

La primera parte marca lo que pudo ser la realidad de la poesía, lo que siempre será a pesar de las heridas de la gente. Son la madre, el esposo pedaleante, la transparente copa del árbol y el amor quienes construyen nuestra vida, incluido el dolor, con la sabiduría con que Álvarez ha sabido recordar los siguientes versos de Aleksandr Blok: “cuando todo lo que amabas / duerma bajo la tierra, / cuando a través del desierto de la ciudad, / desesperado, enfermo, / camines hacia tu casa / y las pestañas cedan al peso de la escarcha…”

Es cierto, la autora sabe muy bien cuánto se sufre, cuánto la casa se destruye y cuánto hay en sí misma de solitario, de adverso, de triste y de perdido para siempre. Como un solitario cazador, conoce Álvarez el peso muerto que significa acabar convertido en el amor de nadie y en el recuerdo ciego de una estrella. ¿Cómo puede una mujer o un hombre o un niño atreverse a resucitar el candor de una estrella? Todavía en la estremecedora segunda mitad de escribir la noche, la poesía recupera el pasado, el misterio de un cuento japonés o de Corinto.

Otros abismos

“Libro dos: Otros abismos” nos descubre, entonces, los puños descarnados, los hijos que se escapan, la imposible y cierta indiferencia del hogar, la ancianidad sin rumbo… El volumen se cierra volviendo a la mesura, como si de pronto las sílabas regresaran a un tamaño quizás mentiroso. La poesía se vuelve tangible y se toman prestadas las palabras. Este segundo libro es más duro, más desnudo. Hay en él tal inventario de renuncias, que llega a la soledad total. Es de nuevo una vuelta al laberinto y al misterio terrible de la existencia cotidiana, no como instante personal, sino como asombro colectivo: “yo quisiera entender este milagro: sí, pudiera morirme ahora y mi muerte sería la muerte de todos”.

Ahora la poeta no se lanza a una realidad ―pudiera yo decir― común, fantástica, imaginada. Es extraño encontrarla tan alejada del tono poético un poco ácido de Silvia Plath o incluso de Alejandra Pizarnik. Nada tiene que ver con Dulce María Loynaz ni con cierta forma de pensar que en su día disfrutó María Zambrano. En “Otros abismos” nada la define más que la sensación ausente de la pequeñez del mundo. Como verdadera escritora neobarroca, desprecia una integridad y cualquier tipo de serpiente aburridamente bíblica. Está sola en un silencio absurdo, la cuarta dimensión absolutamente inútil. No le importa el absurdo, ni el silencio propio, ni que perciban su filo de mujer, la brutal y maravillosa sensualidad de cualquier campana fatigada.

Ileana Álvarez (Ciego de Ávila, 1966), escritora, filóloga y periodista cubana. Foto: Elena Llovet
Ileana Álvarez (Ciego de Ávila, 1966), escritora, filóloga y periodista cubana. Foto: Elena Llovet

El poema “Conversación de Hans Castorp en la proa del sueño” es una ruptura para volver a la tortura interminable. Por eso la autora se convierte en la interlocutora de Castorp. No recuerdo otra evocación tan terrible y peculiar de este héroe creado por Thomas Mann. La extraña inocencia del personaje no es una selección fortuita: es una nueva imagen, en el fondo femenina y vengadora, que se pierde no ya al fondo de la sombra, sino en la guerra que no tiene fin, como una trágica alimaña condenada a morir, sin hijos y sin historia. La voz femenina en “Libro dos” sabe vencer las trampas y tolerar el sufrimiento del hierro incandescente, es el alma impenetrable y propia de una mujer marcada por sus hijos.

Sí, Ileana Álvarez logró en este volumen doble una hazaña como sólo en su día muy pocas en Cuba. No pintó esa sensibilidad femenina chaplinesca o mestiza que, en algunos textos, siempre he sentido superficial o apenas descriptiva. Ni siquiera ha sido trágica, sino algo más: irreverente, franca, amenazadora y tersa. Por cierto, aunque a ella le pese, podría decir esto también sobre otros pocos poetas solitarios, castigados y, a pesar de sí mismos, sobrevivientes de abismos innombrables. En fin, contrariando el título de su poema antes citado, aseguro que estamos ante una autora en nada menor y más allá de cualquier antología.

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