«Balance Disorder», una novela donde el vértigo provoca al abismo

Conversación con la editora y novelista cubana Yudarkis Veloz Sarduy.

La escritora cubana Yudarkis Veloz Sarduy y cubierta de su novela "Balance Disorder".
La escritora cubana Yudarkis Veloz Sarduy y cubierta de su novela "Balance Disorder". Imagen: Alas Tensas

El 10/07/2021, a las 10:30, «rogerfarinasmontano@gmail.com» escribió: 

Querida Yudarkis,

Acabo de leer tu segunda novela: Balance Disorder, recientemente publicada por D’McPherson Editorial. Es fascinante y revelador el viaje por la treintena de relatos-capítulos que conforman el cuerpo narrativo (usando un lenguaje desenfadado y fresco, como asegura uno de tus protagonistas), desde un tono confesional y terapéutico, rayando el delirio y el desajuste emocional de la protagonista, pasando por el empleo de la tecnología como vía de comunicación a través del cruce de correos electrónicos, chats y SMS; hasta conformar escenas cinematográficas y de una marcada teatralidad, en las que (re)creas un sistema de diálogos y de situaciones dramáticas muy bien estructurados. 

Balance disorder puede ser leída como una larga carta de amor… es posible que eso sea (o no). En realidad, me animo a pensarla como un largo monólogo trágico, en el que vuelven a desandar implacables el Mito de Sísifo y el Síndrome de Estocolmo como regidores absolutos de la historia… Digo «vuelven» no solo por aquello de que la historia se repite civilización tras civilización y lo que cambian son los contextos y la gente… bla bla bla, sino por el hecho de que son temáticas abordadas en tu anterior novela, El constante aleteo, y viene a ser algo así como ¿una obsesión permanente en tu escritura? De lo que no me cabe la menor duda es de que se trata del amor… descarnado, sexual, sangrante, obsceno, pero amor al fin. Me gusta la manera en que mezclas lo culto y lo popular en el lenguaje y los diálogos de los personajes, lo cual resulta más seductor si advertimos que estos pasajes o expresiones vulgares ―cada vez más cotidianas en el hombre cubano― vienen de personajes que son intelectuales y no provenientes de la marginalidad, como es lo usual. 

Son hilarantes los capítulos de cruces de correos con tus amigos contándoles tus… perdón, las desavenencias de la protagonista con Sergio. También reflexioné y me debatí la existencia como individuo, es una novela altamente filosófica, llena de referentes mitológicos, de poesía, de epopeyas, e intertextualidades; y, por supuesto, como es lógico cuando estás ante un texto con este grado de erotismo, disfruté las escenas explícitas de sexo, y otras igual de carnales y no tan explícitas. Hay una línea de la novela que me llamó mucho la atención: «El vértigo que provoca el abismo». Intuyo que así prefiere (sobre)vivir tu heroína, querida, con ese vértigo constante, tentando a la suerte, sin autoestima ya y con la sensación de estar siempre en una cuerda floja, solamente sostenida, paradójicamente, por el cinismo y el egoísmo excesivo, el cerebro prodigioso y el miembro erecto de ¿su Sergio? Este tipo solo piensa en saciar su sed sexual, su ego de macho alfa. Y ¿aun así ella debe agradecerle por quererla? Ahora lo veo con más claridad, quizá el abismo es una cuestión de percepción y el vértigo no es más que la convivencia feliz de los «conejitos» y el «oso con garras» que habitan y descuartizan a ratos el estómago y las entrañas de tu protagonista, quien, indudablemente, padece de un profundo trastorno del equilibrio. 

El final de la novela es optimista, aunque no lo es del todo. Deja una sensación de continuidad, de que algo más viene cocinándose en tu inquieta (y virtuosa) cabeza, y que podrá ser contado en una tercera novela-largacartadeamor-largomonólogotrágico-mitodesísifo-síndromedeestocolmo. A lo Miguel de Unamuno reflejas la angustia por la división entre la pasión y la razón en tu Balance Disorder, y no es por mero azar que utilices como exergo en el libro la célebre frase unamuniana: «Cuando el lector llegue al final de esta novela se morirá conmigo». La única certidumbre que tengo ahora, a pocos minutos de leerte y de sentarme a escribir este correo, es que estuve (y sospecho que muchos lectores pronto estarán) ante una novela sublime que trata sobre la traición, el tiempo y el (des)amor. 

Aquí te anexo una serie de preguntas que la lectura me suscitó y que me gustaría iluminaras con tus percepciones a propósito. 

De momento (y feliz por no haber muerto contigo),

Te abrazo.

La editora y novelista Yudarkis Veloz Sarduy en una calle de Galicia.
La novelista Yudarkis Veloz en una calle de Galicia. Imagen: Yudarkis Veloz

Acaba de salir tu segunda novela titulada Balance Disorder, y hay una frase que para mí tiene mucho sentido e ilustra la significación de lo que la novela trata en su esencia y, si me apuro un poco, puedo aventurarme a pensar que este pudo ser un posible título de la novela: «el vértigo que provoca el abismo». ¿Qué temas te interesan en particular? 

Casualmente El constante aleteo como título viene de una frase dentro de la novela en la que la protagonista describe su relación amorosa como «un parto, un crucigrama, el constante aleteo por no caer en el abismo». Definitivamente esta mujer que escribe tiene cierta fascinación por el abismo, cierta relación macabra que la lleva, como en el cuento del que citas la frase, a masticar azúcar ―mucha, aunque a veces no me la trague―, para luego dejarme los dientes sin cepillar, pasar la noche segura de que soy tan fuerte que al día siguiente no tendré ni una caries, y contemplar feliz, frente al espejo, cómo unas muelas diseñadas para vivir unos años me han servido durante veintisiete, aún con el régimen sádico al que las he sometido.

Entonces digamos que sí, que me interesa el límite, lo extremo, el vacío al que se puede estar tentado a lanzarse muchas veces, al que se lanza uno mucho sin ni siquiera pensar. Yo creo que lo que escribo me sirve para psiconanalizarme, hay mucho de «estudio de caso» en mis personajes; entonces, estos personajes están atados a un sino, a una piedra que tienen que subir a pesar de que saben que una vez puesta en la cima tendrán que cargar con ella cuesta arriba nuevamente, y es de esta piedra de la que se enamoran. Nadie lo ha dicho, creo, pero al final Sísifo tiene que haber padecido de un síndrome de Estocolmo con su piedra.

Me importa también mucho la otredad. Nadie puede ser sin ser para sí mismo, pero estamos todos locos por ser para los otros, y de allí mi perspectiva del mito de Narciso. Él se asomaba al lago a ver su belleza, pero el lago no admiraba a Narciso, lo esperaba impaciente para ver su propia belleza de lago en sus ojos. Así somos, creo, al menos mis personajes son así; por eso se lastiman y no pueden, sin embargo, dejar de empujar su piedra, porque al final tendrán algo para lo cual ser, y en ese ser para otro es que logran reafirmarse. Me interesa el amor, como ves; ambas historias son historias de amor, pero en el fondo es el amor propio ―el personal, el que no logra tenerse uno a uno mismo― el que se arroja a ese vacío, seguramente para agarrar su piedra y cargar con ella al tiempo en que puede verse en esos ojos.

Bukowski le aconsejaba a los escritores noveles: «si tienes que esperar a que salga (la escritura) de ti como un rugido, entonces espera pacientemente. Si nunca sale de ti como rugido, haz otra cosa». ¿Ocurre así con tu escritura, o simplemente violentas ese «rugido» para que salga? 

La escritura para mí es un torrente. No puedo escribir, al menos no “ficción”, si no viene ella y me hala y me pone delante del teclado. Por eso no me gusta decir que soy una escritora. Como digo en El constante aleteo, soy una mujer que escribe, y creo que este torrente tiene más que ver con una necesidad emocional que con un ejercicio estético. Ya luego queda en lo que escribo mi amor por la escritura; mi respeto a la belleza con la que creo que se debe construir cualquier discurso, y me han salido dos novelas, estructuradas después, eso sí, ya con más maña, cierta consciencia ahora sí menos emocional y más estética. Este es mi rugido, el pájaro azul desbocado que comparto con Bukowski.

¿Balance Disorder podría entenderse como la continuación de El constante aleteo, tu primera novela?

A pesar de que El constante… sí es una precuela de Balance…,Balance no es una continuación de El constante… Son dos novelas con historias muy distintas y, a la vez, con los puntos de contacto obvios entre dos textos que comparten protagonistas. Hay mucho de El constante aleteo que precede a Balance Disorder. El hecho de que en Balance… se hable de El constante… como la novela que acaba de publicar la protagonista, lo convierte en su precuela porque en verdad existe, y allí podría ir el lector a enterarse, por ejemplo, de cómo se conocieron los amantes; allí el lector podría acercarse a otras aristas de los mismos personajes, reconocería que son el mismo poeta y la misma muchacha enamorada; pero resulta que en El constante… la historia es otra, contada incluso desde otra perspectiva; y si fuéramos a ponernos estrictos, podríamos decir que El constante aleteo es la historia fabulada que necesitó escribir la protagonista de Balance Disorder¸ al punto de que si tenemos en cuenta que El constante… es una novela sobre la necesidad del olvido ―olvido que tan bien le habría venido a esta mujer― y está contada desde la visión de la hija de estos amantes ―hija tan anhelada en Balance…entonces podríamos decir que El constante aleteo podría ser una novela dentro de la novela que es BalanceDisorder¸ pero ya eso se lo dejo a la exegética.

Hay dos temas que atraviesan ambas novelas, por un lado, el mito de Sísifo; y, por el otro, el síndrome de Estocolmo. ¿Son una obsesión permanente en tu escritura? 

Creo que ya está respondido esto de algún modo, pero ya que hablas de obsesión y, obsesión al fin, sale a la luz haya o no haya un resquicio; me gustaría responderte que sí, que ese camino cíclico, pesado, oscuro y dependiente, es una gota de agua cayendo insistente sobre una superficie de metal. Como te dije antes, creo que lo que escribo me sirve para psicoanalizarme, y aunque en mi tercera novela, Choza techada ―en lento proceso todavía―, quiero hablar de la luz, de la fuerza de las mujeres de mi casa, cada una de ellas es un Sísifo, y es también una apegada a algo, aunque hayan sabido sostenerse en el abismo sin hazañas descomunales ni rupturas de heroínas que promueven un punto de giro. Desde el minuto en el que uno tiene una historia, esa historia es su piedra y su captor. Así lo veo, y con esa agonía viene la escritura a obligarme a escribir. Sí, me obsesionan.

Hay elementos puntuales de la novela que la sitúan en la contemporaneidad, como el uso de teléfonos móviles, correos electrónicos, chats, y la importante alusión—de manera sutil pero esclarecedora y justificada dentro del relato—a la actual pandemia de la COVID-19. Sin embargo, presiento en la lectura un hálito superior, como de novela de otra época —me refiero en su esencia mas no en su estructura externa, que es bastante postmoderna—en la que heroínas y héroes atravesaban sendas cruzadas, atiborradas de vidas sin sentidos, de dolor, aspirando a alcanzar lo único posible: la salvación a través del amor. ¿Cómo mira tú heroína, que, intuyo, podría ser tu alter ego, este fenómeno que parece repetirse, como aquel del mito de Sísifo del que hemos comentado antes? 

A pesar de que nací en el siglo xx y de que llevo más de la mitad de mi vida viviendo en el xxi, soy una mujer medio decimonónica, un alma antigua tiene que habitar en mí. Pero esa alma antigua está en constante pugna con la otra que soy. Tú mismo hiciste referencia a la manera en la que hablan mis personajes, y bien pronto yo, mucho antes de que supiera que eso que hace particular esas maneras se llama idiolecto, sabía que el mío andaba un poco desfasado.

Mi heroína soy yo, exactamente, un alter ego sinvergüenza que se desboca a plasmarse en el papel porque tiene convicciones muy marcadas, manías, tiquismiquis que necesita expiar como las culpas, y aunque por esto los que me conocen creen que TODO lo que escribo es autobiográfico y que no hay en ello una gota de ficción, en realidad hasta la forma en la que ficciono no puede sustraerse de esta fuerza superior a mí que me domina. 

De niña, cuando tenía tres años, una enfermera que trataba de cogerme una vena para una transfusión que tuvieron que hacerme lloraba a mares mientras me oía decirle Ay, por favor, no me martirice más. Eso lo sé porque ha sido una anécdota que se cuenta mucho en mi casa ante cualquiera de mis gestos o frases “anacrónicas”. Soy yo, así es mi heroína, mi otro yo que domina mi escritura, y aunque se me hayan manchado las manos por la luz constante del móvil, donde lo hago casi todo, me gustan los ritmos lentos, las evocaciones proustianas, las referencias a los que sí sabían escribir de verdad y las sensaciones que brotan, o que quiero yo que le broten al lector, después de tener que consumir este amasijo de edad indefinida, de mujer con cabeza de otro tiempo en una época tan light que a ella, irremediablemente, se le antoja sosa.

La escritura viene, me toma de la mano, me pone frente al teclado y allí pugnan la otra y yo, que hasta este minuto no sabría decirte cuál es cuál.

¿Hasta dónde es capaz de llegar, entonces, tu heroína por eso que llamamos amor?

Pues como dice Ignacio en Balance Disorder, “¡hasta el infinito y más allá!, como BuzzLightyear”. Recuerda que ese amor viene siendo su sangre. En Balance… ya se nota la actitud de mi personaje para el funambulismo, para tirarse en puenting amarrada a una goma que le permita sobrevivir para poder volver a lanzarse si hace falta. La adicción es así, te suprime el sentido común, y si para colmo esta adicción no se ve como tal, sino como la única forma de salvarse de sí mismo, la única manera de reafirmación posible de la que te hablaba más arriba, pues ni yo misma sé hasta dónde es capaz de llegar ella. Si le hacemos caso a Unamuno, al llegar al final de esta novela el lector se morirá conmigo, pero, en realidad, gracias a que lo escribo, y como cito en la novela: “escribir sobre las cosas me ha permitido soportarlas”, según dice Bukowski ―Bukowski otra vez―, no será conmigo con quien muera, sino con ella; así que esperemos a ver a dónde más quiere llegar.

¿A quién le escribe Yudarkis?

Esta ha sido la pregunta más difícil. Me gustaría que la respondieras tú; que del mismo modo en que se te hizo necesaria hacérmela a mí, quisieras responderla, como lector; que la respondieran varios de los que han leído mis libros, a ver si yo misma me aclaro y logro hacerme una idea. Pero, sinceramente, creo que me escribo a mí misma, a esa una de las dos que es una y otra de las que hay en mí, para entender, como herramienta de sanación y para entender las cosas, “soportarlas”, como ya me socorrió Bukowski. Quizá también escribo para todas las personas que tengan una piedra que empinar, para que sabiendo que otros tienen otras cuestas, la cuesta propia parezca menos empinada, y para que a los que no la tienen ni se les ocurra tenerlas, vaya, si es que eso es posible. Pero ya te digo, ¿a quién le escribe Yudarkis?, pues en realidad no sé.

¿Te identificas con algún escritor cubano contemporáneo? 

Con Sergio… (aquí iría un emoticón de muerta de la risa). Y con Dulce María Loynaz. Hay mucho de caja de documentos en mis dos novelas, como esa caja que encuentra Bárbara en Jardín. Me gusta pensar que Balance… es una caja llena de estas cosas: cuentos, transcripciones de diálogos y chats, correos electrónicos…, con las que el lector puede armarse la historia. En El constante…, es Belén quien se encuentra las notas y manuscritos inéditos de la madre y a través de ellos cuenta la historia. No podía dejar de pensar en Bárbara mientras armaba las dos novelas, y en lo mucho que me habría gustado escucharle a la Loynaz aunque fuera un desdén sobre mis piezas.

No me lo preguntas, pero necesito hablarte de igual modo de Anaïs Nin. Te puedo confesar que decidí no terminar de leer sus diarios porque me parecía que estaría asistiendo a una especie de Oráculo de Delfos, ya no hace falta que te diga más.

¿Cuál crees que sea la mayor virtud de tu novela?

Su sinceridad. Balance… es una novela muy sincera, muy descarnada, precisamente, para no guardar nada, para dejar que el vientecillo que sopla queme en esa carne expuesta. Este “trastorno del equilibrio” es un acto de contrición por la parte de la pena, pero sin la renuncia ni el arrepentimiento. Digamos que fui a confesarme y le dije al sacerdote que no me arrepentía. Eso, seguramente, aunque me cueste un millón de Padres Nuestros y otros tantos Ave Marías, por ser un acto sincero, lo debe perdonar Dios.

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