Cuento ⎸La voz desnuda

"A él le llamo Hamlet. Una manera de sentirle más cerca. Aunque yo, Ofelia, no quiero ir por el camino del suicidio."

teatro vacío
Foto: Pixabay

Soy actriz y aún no he cumplido los cuarenta años. Sé que no faltará quien diga que por ello la vida me sonríe. Puede incluso que haya alguien que me envidie. Ingenuos ellos. He vivido ya lo suficiente y, sobre todo, he actuado ya lo suficiente, para saber que mi voz no le interesa a nadie. Me escuchan, sí, pero cuando en mi voz hablan los personajes que represento. Yo pongo mi voz a su servicio, se la presto a sus palabras, que expresan lo que piensan y lo que sienten. Y yo, ¿qué siento yo?, ¿dónde están mis pensamientos, que ya casi ni reconozco? Aquí, frente al espejo, me dejo llevar hacia el abismo que me habita dentro. ¿Cuántos abismos hay en un olvido y cuántas voces mudas en un cuerpo?

No me escucha nadie. Mi voz está perdida. Olvidada en el desierto de mis soledades. Ahora, como tantas veces, estoy sola y voy a escuchar mi propia voz como si esto pudiera ayudarme a conocerme, o a reconocerme. Cuando tras el espejo hay una muerte que nos mira a los ojos desde el vértigo mismo, con la verdad maltrecha por el ariete de la palabra envilecida, la mía, enferma ya de tanto olvido, en el espejo mismo veo la turbulencia de las aguas sosegadas.

Me escucharon al nacer, también cuando era niña. Vosotros, padres míos, sí, vosotros, que visteis aparecer la mañana en mis labios. Feliz niñez. Somos el esbozo de algo que podría llegar a ser inteligente y hermoso. Pero en las manos de un niño aguardan cicatrices. Estáis muertos ahora, vosotros, que me habéis visto reír con quince años.

Ahora, con la voz clavada en tantos horizontes, lo más cercano a mí soy yo. ¡Qué inaccesible!

Me llamo Ofelia. No porque ese sea mi nombre: me lo llamo yo a mí misma. Ahora pienso en él, y le hablo a solas. No supone mucha diferencia el hecho de que no esté aquí, pues, cuando estamos juntos, tampoco mi voz consigue penetrar sus adentros.

Y, sin embargo, ¡cómo he deseado siempre que así fuera! Pues quién sino él podría entenderme, al menos algo. Él es actor, y sus poemas sobre el actor, o sobre él mismo, me enamoraron. Sí, los dos me enamoraron, él y su voz en verso:

MONÓLOGO DEL ACTOR

Él es actor y tiene hambre de sí mismo.

Y su hambre es mi hambre:

¿Dónde estoy yo,

que aunque me toco no me reconozco?

Quiero verme, saber dónde me encuentro

y sólo veo cuerpos poblados por mi voz.

Estas manos me tiemblan,

acostumbradas a temblar

cada vez que las miro

mientras susurro o grito.

A él le llamo Hamlet. Una manera de sentirle más cerca. Aunque yo, Ofelia, no quiero ir por el camino del suicidio. No quiero que me mande a un convento ni que descargue en mí sus frustraciones. Quiero que me escuche. Yo escucho su voz siempre, cuando pone su voz en cuerpo ajeno o cuando habla por sí mismo. Sobre todo esto último.

Él rechazó que le llamara Hamlet. Se rió al oírlo y, a la vez, parecí notar en él cierta expresión de enfado.

“No me llames así. Es ridículo.”

Recuerdo esas palabras. Y me duelen. Pero sigo llamándole así. Sé que sufre, que piensa, quizá demasiado, como el trágico héroe shakespeariano. Y sé que está solo. ¿Por qué no quiere mi compañía?

Yo quisiera ir junto a él, encauzando el caos. Seguir andando, pero junto a él, en la vasta intemperie de lo incierto. Con él, sacarle punta, o posibilidad, a lo imposible.

Están llamando a la puerta… ¡Es él! No puedo creerlo. ¿Qué querrá?

“No sé si llego en mal momento. Pero vengo a proponerte algo.”

“Pasa, Hamlet” (expresión de disgusto).

“Nos ofrecen actuar juntos en El sueño de una noche de verano. Yo sería Teseo, el duque de Atenas, y tú serás Titania, la reina de las hadas.”

“Entonces no estaríamos juntos. Tú te casarías con Hipólita, la reina de las amazonas, y yo me reconciliaría con Oberón.”

“¿Y eso qué más da? En esta obra, representar a estos personajes es un privilegio. Además, Hipólita apenas tiene presencia en esta comedia. Mucho mejor el papel que te ofrecen.”

Una vez más, me doy cuenta de que los papeles que represento se adueñan de mi vida real.

“Anímate. Eres una excelente actriz y me gustaría que participáramos juntos en tan deliciosa obra.”

Siento sus palabras como ecos de la última esperanza. Acepto, naturalmente. Le ofrezco tomar algo.

“He de irme ya. Tengo que aprenderme el papel.”

“No vivas solamente de poner tu voz a otros. Hablemos un poco, vivamos un poco con nuestra propia voz.”

“Deberías estar contenta. No entiendo tu falta de entusiasmo.

Qué mujer tan extraña eres.”

“Hay planetas de órbitas extrañas, planetas hombre, planetas mujer, planetas que se atraen, planetas que se repelen, de vez en cuando un sol: somos un extraño universo.”

Me mira asombrado.

“Bien. Tomemos algo. ¿Qué puedes ofrecerme?”

 “Evocación de noches que nunca sucedieron.”

El miedo me sube por las piernas, mezclado con estremecimientos de heroicidad:

“Yo me ofrezco a ti, porque aquí estoy, débil y absoluta.”

La sorpresa que muestra su rostro estimula mi ternura y mi audacia:

“Tú eres, por un instante, mi único paisaje interior, la imagen de mi más íntimo pensamiento.”

No consigo ver si su expresión de enorme asombro esconde placer o rechazo. Sigo hablándole con mi propia voz:

“Quiero que mis palabras jueguen con tus ideas. Quizá estas palabras intenten descifrar tu rostro y descubrir los animales secretos que pastan en tu lenguaje. Aunque me callo las tormentas.”

“No cabe duda de que eres una mujer especial. Yo soy hombre de pocas palabras, pero estaré aquí un rato contigo mientras el habla y el silencio se enamoran.”

“En realidad, Hamlet, yo soy el transeúnte desconocido. Nos sucede a muchos. Es difícil que lleguemos a conocernos, aunque compartamos nuestra mortalidad y nuestra vida.

“Me han desagradado siempre las voces que se prestan rápidas a hacer coro, tu voz está a años luz de ellas.”

Nuestras palabras están esculpiendo el silencio. Siento algo parecido a la felicidad. Me aferro a las íntimas luces de la tarde.

Y las vivo como tiempos resucitados. De alguna forma, se lo comunico a él:

“¿Sabes? Creo que tenemos motivos de celebración.”

“¡Vaya! Me alegra oírte con sonrisa en el rostro y en la voz.”

“Si no doy alabanza, si no bendigo el mundo, se caerá a pedazos.”

“Al menos, ya no noto pesimismo en ti. Una vez me dijiste que somos pesos pluma de alto perfil.”

Recuerdo que se lo dije cuando me pareció percibir vanidad en él tras recibir un premio de interpretación. No lo hice por celos, sino por acercarle más a mí. Y, una vez más, me equivoqué, el efecto, y ahora lo entiendo, fue todo lo contrario a lo que yo esperaba.

“A veces se me sublevan las palabras. Me pareció, en ese momento, verte sobrevolando en avión de ancha envergadura la desgracia universal.”

“¡Qué forma de expresarte tienes! Me produce, a la vez, admiración y miedo.”

“Te pido perdón por lo que te dije. Entonces, nos veía a ti y a mí misma como muecas vivientes en la cara del mundo.”

“¿Por qué hablas así? Hay algo perturbador en tus palabras.

Eres una mujer extraña.”

“He desnudado mi voz para atraerte. Para acercarte a mí.”

Me mira sin decir nada. Añado, para darle un poco de humor a esta selva de palabras:

“Quizá habría sido más eficaz que me desnudara yo misma.”

Se ríe y le oigo decir entre risas:

“No me avasallarás, amor humano, aunque te vistas con toda la belleza de que es capaz la carne.”

“Te estás riendo de mí. Creo que lo llevas haciendo hace quince mil millones de años, o algo así, no recuerdo exactamente.”

El humor empieza a abrirse paso entre nosotros.

“En realidad, se trata de un poema que he empezado a escribir. Pienso titularlo ‘Palabras de anacoreta’. El poema es compendio de todos los momentos que hemos poseído o que nos han faltado. Ya sabes que tiendo al verso.”

“Y a ser anacoreta también.”

“Sí. Porque quiero estar al margen de la Historia. Vivirla sólo como actor, no implicarme en ella. Temo la perversidad del azar.

Me he asomado al abismo del mundo y aún siento el vértigo correr por mis venas. La Historia es un gran drama, una tragicomedia en muchos actos, con víctimas, villanos, con héroes y con santos.”

“Tu voz también es perturbadora cuando hablas por ti mismo. Ambos hemos desnudado nuestro yo. Ese yo que nos hiere y nos habita como fauna abisal. Has dejado claro que quieres evitar la realidad y te refugias, te escondes, en los personajes que interpretas. Pero tenemos que arreglárnoslas para vivir a la intemperie.”

“Yo siempre he estado solo.”

Quiere mostrarse retador con sus palabras. Sin embargo, percibo nostalgia en su mirada cuando las pronuncia.

“Me dices que has estado siempre solo. Piensa que esa húmeda nostalgia de tus ojos puede alcanzar mi más lejano sueño, mi más lejana idea, y esa ternura tenue y afilada que se refugia ahora en el pudor.”

Me mira, y con estas palabras suyas hace aún más intenso lo que le acabo de decir:

“Ah, si los dioses respondieran a nuestros cantos con lágrimas fecundas. Si al menos un instante miraran conmovidos.”

No puedo evitar decirle esto:

“Dame la mano para que no me pierda ahora que soy pequeña porque ya no soy joven.”

Me mira y creo percibir en él mirada de entomólogo.

“Soy un insecto para todo el mundo. Pero a ti parezco interesarte. Al menos algo.”

“No sigas hablando así. Combinas la belleza hiriente de tus palabras con una nula autoestima.”

“Es que soy limitada. Como todos. Y como todas las cosas.

Cada cosa es formada por sus límites. Y sus limitaciones.”

“Creí que querías seducirme. Y estás consiguiendo lo contrario. Y eso que eres mujer guapa.”

Una vez más, sí, consigo con Hamlet el efecto contrario a lo que deseo. Desarropar mi voz es mostrarle las heridas que permanecían ocultas, incluso para mí misma, por esa opaca tela del olvido.

“Me marcho ya. Te dije que he de aprenderme el papel de Teseo. Tú puedes ir preparando el de Titania.”

“Sí. Hemos de hacerlo. La interpretación es un arte. Y el arte, sea cual sea su tiempo, nos habla con la voz de viejas eternidades.”

 “Me gustas más así. Aunque tampoco hemos de caer en las trampas de la vanidad.”

“No somos catedrales de barro, aunque yo lo he creído de mí misma porque, de tanto poner mi voz al servicio de otros pensamientos y de otros sentires, percibía mi pensar y mi sentir en la región de lo no nacido. Y ahora hablo así para desenterrar mi voz sepultada en el tiempo.”

“Mi dulce loba. Algún día tendremos el placer de despertarnos juntos.”

“Espero que las palabras que te han hecho querer huir de mí se las lleve el viento… las palabras se las lleva el viento, pero ¿a dónde? ¿Puedes aún oír el eco?”

“Tú y yo hemos hecho un tejido de voces. Y es posible que a ninguno nos falten motivos para arrepentirnos de algo que hemos dicho. Las confidencias desgarran los velos del corazón.

Pero el silencio es el coloquio de los muertos. Con nuestra voz nosotros hemos conjurado un memento vivere.”

Se va ya. Y me dice: “Nos esperan nuestros personajes de El sueño de una noche de verano.” Me besa y me sonríe. Llega la mudez a mis labios. “¡Hamlet! ¡No tardes en volver!” Pero estas palabras no le llegan, pues han permanecido en mi interior.

Estoy sola otra vez. A mi mente vienen las palabras que pronuncié interpretando el papel de Claire Clairmont, la mujer que tuvo una hija clandestina con Lord Byron, el mujeriego, el poeta. La niña, Allegra, muriendo a los cinco años, allí, en aquel convento de monjas italianas en el que su padre la internó, se me aparece ahora como una oquedad en la pared blanca del espacio por donde se fuga el tiempo. La siento cerca. Y, dejando ya las palabras que pronuncié interpretando a su madre, le hablo ahora directamente con mi voz:

“Allegra Byron. Llegaste un día como llegó el fuego, asustando a aquellos que engendraron tu destino. Tu pequeñez de niña no cupo en unas cuantas vanidades… y fuiste una poesía que no leyeron nunca.”

Le hablo a ella y me escucho yo. Pero ya me he escuchado bastante. Y Hamlet me ha escuchado. Para bien y para mal. Espero que sea más lo primero que lo segundo. Y que vuelva. Que vuelva pronto. Mi Hamlet actor, mi Hamlet poeta. Vuelve: aquí te espera Ofelia.

Pero esta Ofelia ha de ponerse ahora en la piel de Titania, la reina de las hadas. Y lo voy a hacer. Y lo voy a hacer muy bien, como acostumbro a hacer en mi profesión. Soy una buena actriz. El sueño de una noche de verano: A Midsummernight ́s Dream. Lo leí en su idioma original cuando estudiaba inglés en la universidad.

Ahora me toca ser la reina de las hadas. Buen papel: te lo agradezco, Shakespeare, aunque eso no me quita la nostalgia, porque bien sé que perdí tantas noches de verano.

Este cuento pertenece al libro Andando por la orilla movediza (Ediciones Deslinde 2021), de la poeta, ensayista, narradora y crítica española Beatriz Villacañas.

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