Novela | «El Vivario», de Anna Kushner

Alas Tensas les comparte el primer capítulo de "El Vivario", novela inédita de Anna Kushner.

| Escrituras | 05/07/2023
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1-Euforia estudiantil, 25 de abril de 1974

Mi madre fue bella. Con sus cabellos abundantes y sus piernas largas y todo lo que se hubiera considerado femenino y atractivo en la época de su juventud, e incluso hoy. Me encuentro con ella en la pared de un museo de Porto, lugar en el cual esperaba olvidar mi propia vida. Pero el pasado me persigue, siempre, pues aquí frente a mí tengo a mi madre, y a su lado, por primera vez que logro ver su cara con claridad, con todo lujo de detalles y no solo como una mancha difusa, está mi padre. Ese padre que se fue a pelear en una guerra que no le pertenecía, y a quien yo siempre he querido estudiar de cerca, analizar las curvas y contornos de su existencia en varios continentes, odiseas que jamás me incluyeron a mí. 

La foto forma parte de una exposición conmemorativa del aniversario de la Revolución Portuguesa. La leyenda dice sencillamente, en portugués, “Euforia estudantil, 25 de abril de 1974″. Teresa y Humberto, mis padres, casi se lanzan del marco hacia mí y por un momento, me falta el equilibrio. Miro alrededor de la sala, veo a un guardia sentado en una esquina, mirándome fijamente, y suprimo las ganas que tengo de estirar la mano y tocar la mejilla de mi padre, con su barba de tres días que se nota en esta foto tan grande.

“Hola padre”, le digo en voz baja. Si lo tuviera en carne y hueso aquí, ¿le diría pai, en portugués? ¿O papá, en español? Nunca he tenido la oportunidad de decirle ni el uno ni el otro. Pienso en todos los libros, las películas, los videos de música en los que los personajes atraviesan fronteras arbitrarias como espejos y las páginas de los libros para llegar a un mundo que solo existe del otro lado. Nunca jamás he deseado tal posibilidad tanto como lo deseo ahora.

Quisiera apretar mi cuerpo entero contra este retrato y estar con mis padres en su jolgorio de 1974. Formar parte de esta escena que muestra a mi madre tan sonriente y a mi padre con su boca abierta como si estuviera rugiendo, triunfal. Levanta un puño al aire y el otro brazo sostiene la cintura de mi madre. ¿No cabría yo en ese espacio? Podría susurrar, soy la que seré. No me abandonen nunca.

Todos en el cuadro están con los pies en el aire, marchando, suspendidos así entre el pasado aplastante colonial y el futuro glorioso por venir. Sus ojos se dirigen hacia el sol portugués que los ilumina a todos. Mi madre, Teresa, lleva puesta una blusa blanca, ajustada, que se ve más blanca por el reflejo del sol, y mira como sonríe. No importa lo mucho que quiera memorizarme cada detalle del rostro de mi padre, sus dientes parejos, su amplia frente y el pelo ondulado que nace allí, no puedo dejar de mirar a Teresa. Jamás la he visto tan feliz. ¿Será por el milagro de ser el 25 de abril o será porque va con mi padre? Tal vez ambas cosas.

¿Y cómo me explico el rápido latir de mi propio corazón mientras observo a la pareja más bella y extraordinaria que jamás he visto? En este espacio de la exposición, son míos; aquí son más míos de lo que alguna vez han sido en la realidad.

Me paso el resto de la tarde en el museo, dejando a un lado mi plan original de ir a la librería Lello o de ir a contemplar el mar Atlántico. Me quedo hasta que cierra el museo y después, voy a buscar algo de comer, aunque no tengo apetito.

En un restaurante lleno de espejos y de meseros vestidos de esmoquin, el tipo de restaurante al que nunca hubiera entrado de niña con mi madre o con mis abuelos —dado el desdén que sentía mi madre hacia sitios de tanto lujo y el hecho de que mis abuelos se hubieran sentido intimidados por su coste y apariencia—, inclino la cabeza levemente cuando el mesero rellena mi copa de agua y tomo mordidas pequeñas y cautelosas de mi comida.

Hago el papel de una mujer portuguesa cualquiera que cena sola por algún motivo desconocido, pero que tiene su casa cerca. Cómo quisiera yo poder pagar, levantarme y atravesar la plaza, mis tacones repicando en la calle mientras me dirijo hacia una casa llena de niños y parientes de todas las edades que me visitan, todos protegidos por la consciencia de que estamos exactamente donde deberíamos estar y donde siempre hemos estado.

En cambio, estoy en una especie de vacaciones tomadas en el país de mis abuelos, en una ciudad que ellos mismos jamás han visitado. Una turista, a fin de cuentas, que nunca ha estudiado aquí ni ha trabajado aquí ni ha se ha enamorado aquí. No he vivido ninguno de los momentos claves de mi vida adulta en Portugal como hizo mi madre antes de emigrar, y como hicieron mis antepasados en generaciones anteriores.

No hay nadie que me reciba tras mi comida en Porto. No solo lamento que se haya acabado la Revolución Portuguesa, sino lamento todo lo que me he perdido. Soy turista en lo que debería de haber sido mi país.

Camino hacia mi hotel, sola. Sozinha.


En Alas Tensas, publicamos el primer capítulo de la novela inédita El Vivario, de la escritora Anna Kushner.

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