Narrativa cubana ⎸ La mujer del pañuelo al estilo de las campesinas rusas

Este relato pertenece al libro en proceso “Basura Biología”, donde Yanier Palau agrupa todos los textos de narrativa que ha ido escribiendo principalmente en el exilio.

| Escrituras | 24/02/2024
Imagen de mujer con pañuelo rojo en la cabeza.
Sin título. Yanier Palau

Quiero ser capaz de estar sola, encontrarlo nutritivo, no una simple espera.
Susan Sontag

La mujer del pañuelo al estilo de las campesinas rusas está apoyada a una de las columnas del palacio arzobispal. Lleva unos lentes oscuros, redondos, grandes. El armazón es de plástico, pesado, lo sé por el grosor y porque en la época en la que fueron confeccionados esos lentes no se contaba con materiales  ligeros. Lo sé, porque también usé lentes similares. Contrario a todos los que merodean la plaza, ella no viene a reclamarle nada al presidente, ni a ofrecer la palabra de Dios, ni a vender.

La mujer trae un parlante. El pañuelo lo tiene amarrado con un nudo debajo de la barbilla. Unos ganchillos aseguran la tela muy bien doblada en los costados, en la zona de las orejas, llevando los oídos tapados. La belleza, el estilo, la ensordece, le dificulta la audición. Llueve. La señora vino a compartir su música con todos, por su facha no parece tener ningún trastorno en los nervios. Pero eso es muy difícil de definir. Trae una saya larga, plisada, antigua, de tela pesada, no es corduroy, pero el tejido es parecido.

En unos 30 minutos saldrán los carros donde el presidente de la república se traslada. Por lo general son tres autos de cristales oscuros, los carros no llevan matrícula. Delante de los autos avanzan tres o cuatros motos de militares que custodian la caravana. Detrás de los autos se repiten el mismo número de motos. A la mujer no parece importarle el tiempo. No tiene mucho que hacer. No conversa con nadie, no quiere establecer relaciones con nadie. Solo vino a la plaza para no sentirse sola en casa. Porque en esta ciudad, ¿quién no se ha sentido solo? En el parlante se amplifica música, tango, Carlos Gardel canta: como es de amarga y honda mi eterna soledad.

Esta zona de la ciudad parece sacada de un documental de los años 20. La imagen se ve con dobleces, granulada. La imagen es en blanco y negro. En algunos momentos las imágenes se tornan verdosas, siena, como si el material se hubiera oxidado. Por la oscuridad de los cristales de los lentes, no sé describir la mirada de la señora. Saber un poco de los demás siempre ha sido el motivo por el que escribo.

La mujer se quedó soltera no tuvo marido, ni novio.  ―Bueeeeno, novio sí.  Un novio de una semana, tenían la misma edad, 17 años. En aquella época la gente lo tenía más claro: casarse, tener hijos, una casa, quizás un amante y ya. Al parecer, una vida simple. Esta mujer nunca se masturbó, nunca se miró con espejos sus genitales. Su sexo se fue serrando, se fue secando, ya no se humedece. Tuvo deseos, pero no con quien saciarlos.

Tenía 23 años cuando se sentaba a mirar las noticias, esperando los titulares de las violaciones. Aún sigue mirando con entusiasmo esos reportajes.

Tiene una T.V. antigua de botones y pantalla cóncava. Arriba de la televisión hay un tapate tejido por ella, que cuelga, arriba del tapate un portarretrato con la foto de sus padres. Ahora la mujer se mete las dos manos en los bolsillos de su vestido floreado de mangas largas. En el bolsillo derecho lleva un resguardo, una bolsita de tela. La bolsita tiene forma de almohada, contiene pétalos de flores secas, cortezas de árboles, una oración manuscrita en un trocito de papel cartucho bien doblado, y monedas de diferentes países.

La bolsitas están confeccionadas a mano, las puntadas se ven, son amarres, ataduras. En el interior del bolsillo, los resguardos no tienen ninguna relevancia, pero si las bolsitas se ven encima de una mesa, el pequeño bulto desprende un magnetismo que pasma. Las piezas, muñecos de tela confeccionados a mano, tienen algo perturbador. Pienso en el relleno, qué tienen dentro… es inevitable no asociar estos muñecos al vudú. Es sorprendente como un simple material: tela, cobra tanta magia.

Los niños venden chicles y caramelos. Tienen la misma cara de los perros vagabundos. Apelan a la lástima para que les compren, saben cómo hacer esas maniobras. La señora no mira a los niños, ni celebra las ocurrencia de algunos. El sentimiento de madre no habita en ella, no finge que existe. Nadie se le acerca a pesar de ser vecina del barrio. Estoy seguro de esto porque el parlante pesa, y ella llegó hasta aquí a pie. En su casa no pone música, prefiere oír los susurros de los recuerdos.

Existe una diferencia de edad entre la extraña mujer y yo, pero nos une el deseo de salir, sin salir. El salir de casa y poner nuestros cuerpos en un contexto público sin la aparente protección de las paredes que nos cobija. 

La mujer está recostada, pero no porque necesite descanso o apoyar su cuerpo por calambres producto de los años. La mujer se recuesta a la columna de piedras porque lo que necesita es depositar en algo sus desilusiones. En el fondo no somos responsables, no asimilamos nuestros días y terminamos vomitando, expulsando de nuestro estómago las horas en que, si bien no fuimos alegres, no cabe la menor duda de que estuvimos vivos.

“La mujer del pañuelo al estilo de las campesinas rusas” pertenece al libro en proceso “Basura Biología”. En “Basura Biología”, el autor agrupa todos los textos de narrativa que ha ido escribiendo principalmente en el exilio. Esta mujer protagonista de su historia, es uno de esos personajes que vislumbra en cada sitio al que asiste. Esta vez se la encontró en la Plaza Grande, frente al palacio de Carondelet, en Quito. La pieza que acompaña este texto es de la autoría de Palau.

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