Narrativa inglesa | Anna Kavan: “En la noche”

Considerada una maestra de la literatura moderna, Anna Kavan dejó una extensa obra donde ficción y autobiografía se funden en una singular imagen del mundo.

| Escrituras | Narrativa | 20/07/2025
Anna Kavan: "Retrato" (sin fecha), detalle.
Anna Kavan: "Retrato" (sin fecha), detalle.

Qué lentos pasan los minutos durante las noches de invierno, y aun así las horas no parecen largas. La campana de la iglesia está dando otra vez la hora, con ese tono aburrido de los pueblos de campo: un sonido casi apagado por el frío.

Estoy tumbada en la cama y, como una prisionera bien instruida, sabia, renuncio al patrón familiar del insomnio. Es una rutina que conozco demasiado.

Mi carcelero está en la habitación conmigo pero no puede acusarme de ser rebelde o problemática. Como no quiero llamar su atención, permanezco inmóvil, como si mi cama fuese mi féretro. Si no me muevo en toda una hora, quizá me deje dormir.

Naturalmente, no puedo encender la luz. La habitación está oscura, igual que una caja forrada en terciopelo negro, un ataúd que alguien dejó caer en un pozo helado. Todo es silencio excepto cuando la escarcha hace crujir los huesos de la casa, o cuando una masa de nieve se desliza desde el tejado, creando un sonido similar a un suspiro furtivo.

Abro los ojos en la oscuridad. Mis párpados duelen, como si las lágrimas se hubiesen solidificado en escarcha.

No sería tan malo si al menos pudiese ver a mi carcelero. Sería un alivio saber desde dónde me observa. Al principio supuse que estaba de pie, como una cortina negra, al lado de la puerta. Pero el techo de la habitación se desliza hacia arriba, como si fuese la tapa de mi caja, y él se eleva, mucho más alto que un olmo, hacia las heladas montañas de la luna. Entonces me doy cuenta de que quizá haya cometido un error: quizás el carcelero está agachado en el suelo, muy cerca de mí.

Mi cabeza está sujeta con una banda de hierro y justo en ese momento el carcelero golpea el frío metal. Es una tormenta que resuena y me provoca dolor en las cuencas de los ojos. Está mostrando su desaprobación hacia mis pensamientos interrogantes; o tal vez sólo quiere reafirmar su autoridad sobre mí. Sea como fuere, vuelvo a cerrar los ojos y me quedo quieta, casi sin atreverme a respirar, bajo la ropa de cama.

Para ocupar mi mente en algo, empecé a repasar las fórmulas que un médico extranjero me enseñó la primera vez que estuve bajo sospecha. No dejo de repetirme que ninguna persona es víctima del insomnio, que si sigo despierta es porque prefiero continuar con mis pensamientos. Intento ponerme en la piel de un recién nacido que no tiene futuro ni pasado. Si el carcelero mirase ahora en mi mente, no podría cuestionar lo que ocurre en su interior. La cara del médico holandés, fina y aguda, dura como la cara de un marinero, pasa frente a mí.

De pronto, en un mundo todavía atrapado entre la oscuridad y la escarcha, un gallo canta en de un modo fantástico, sobrenatural. El canto se convierte enseguida en tres puntos llameantes, una flor de lis que florece por un instante en el campo negro de la noche.

Estoy a punto de quedarme dormida. Noto mi cuerpo flojo. Mis pensamientos comienzan a precipitarse todos juntos. Se han convertido en hebras de hierba, de ningún color en concreto, espigas que ondulan lentas en un agua invisible.

Mi mano izquierda se contrae y vuelvo a estar totalmente despierta. Son las campanas de la iglesia que me han devuelto a la presencia de mi carcelero. ¿Conté cinco campanadas o cuatro? Estoy demasiado cansada como para estar segura. En cualquier caso, la noche pronto habrá llegado a su fin.

La banda de hierro está más prieta y se ha deslizado hacia abajo, oprimiéndome los globos oculares. Aun así, no parece que el dolor provenga de esta presión cruel, sino que emana de algún lugar dentro de mi cráneo, del córtex cerebral: lo que me duele es el cerebro en sí.

Estoy desesperada. De un salto, me siento en la cama, furiosa. ¿Por qué estoy tan sola, condenada a sufrir estas noches de tortura con un carcelero invisible, mientras el resto del mundo duerme feliz? ¿En base a qué leyes, sin mi conocimiento, fui juzgada y sentenciada a este castigo tan duro, sin siquiera saber quién ni por qué acusó?

Me invade un salvaje deseo de quejarme, de exigir una vista, de negarme a soportar esta injusticia por más tiempo.

Pero ¿a quién apelas cuando ni sabes dónde encontrar al juez? ¿Cómo demostrar tu inocencia si no hay modo de saber de qué se te acusa? No, en este mundo no hay justicia para la gente como nosotros; lo único que podemos hacer es sufrirla con tanta entereza como nos sea posible y, de esta forma, avergonzar a nuestros opresores.

Anna Kavan: "Retrato de Luz" (sin fecha).
Anna Kavan: "Retrato de Luz" (sin fecha).

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Considerada una de los maestros de la literatura moderna en lengua inglesa, aunque poco conocida en el mundo hispanohablante, Anna Kavan vivió una vida intensa pero llena de contradicciones, pérdidas y trastornos psicológicos. Había empezado a escribir de joven y su pasión por la plástica la llevó también a estudiar en la Escuela Central de Artes y Oficios, en Londres. La extensa obra literaria de Kavan, donde ficción y reflexión autobiográfica se funden para ofrecer una singular visión del mundo, mereció el elogio de otras importantes autoras como Anaïs Nin y Doris Lessing; y su estilo ha sido comparado con el de Djuna Barnes y Virginia Woolf.

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