Colografías. Muestra retrospectiva de Belkis Ayón en el Museo Reina Sofía

Su producción artística expresa "las particularidades de habitar un cuerpo femenino racializado, en el seno de una sociedad patriarcal y pretendidamente blanca".

Dejadme salir-matriz (1997)

El pasado 16 de noviembre se inauguró, en el Museo Reina Sofía (Madrid), la exposición Colografías, de la artista cubana Belkis Ayón (La Habana, 1967-1999). La tercera planta de edificio Sabatini acogerá hasta el 18 de abril de 2022 la primera retrospectiva de la artista en Europa, comisariada por Cristina Vives y compuesta por aproximadamente 80 piezas, realizadas entre 1986 y 1999 principalmente a partir de la colografía: técnica poco común en el ámbito del grabado, basada en la construcción de matrices tipo collages que facilitan la obtención de texturas y matices difíciles de lograr a través de otras vías. 

La carrera artística de Belkis Ayón, truncada por su suicidio a la edad de 32 años, fue relativamente corta en términos temporales; mas la intensidad de su poética, su notable dominio técnico, el desarrollo de arriesgadas propuestas capaces de desbordar la bidimensionalidad del grabado y su acercamiento a temáticas como la censura, la violencia, la exclusión, los mecanismos de control y los estamentos de poder la han colocado entre los más importantes exponentes del grabado contemporáneo en el ámbito internacional durante la década de los noventa. 

«La Cena», colografía de Belkis Ayón. Foto: Nonardo Perea

La obra de Belkis Ayón gira en torno a sus reinterpretaciones del universo de símbolos que da cuerpo al mito Abakuá: originario del Calabar (actual Nigeria), llevado a Cuba a inicios del siglo XIX por los esclavos traídos de esas regiones y núcleo fundacional de una sociedad secreta y de ayuda mutua, de hombres y para hombres, aún operativa. Según cuenta la leyenda, la princesa de Sikán encontró a Tanze, pez sagrado enviado por el Dios Supremo para ser adorado y traer, mediante dichos rituales, la paz entre las belicosas naciones que poblaban el Calabar. Sikán fue llevada ante Nasakó, líder religioso de su comunidad, quien le impuso juramento de silencio para evitar el agravamiento de los conflictos; pero ella reveló el secreto a su novio Mokongo, nativo de una de las tribus enemigas. La princesa fue condenada a morir y con ella murió el pez mítico, cuyo bramido sagrado se apagó. A partir de entonces la voz de Tanze, recreada por tambores hechos de piel de chivo, sería el secreto más celosamente guardado por los Abakuás.

Artista cubana Belkys Ayón. Foto: New York Time

La representación de los personajes más importantes de este corpus de creencias; particularmente Sikán, condenada al sacrificio por los hombres de su comunidad y devenida una suerte de alter ego de la artista, permitió a Belkis Ayón discursar acerca de cuestiones de carácter etnoidentitario y de género, pero también acercarse a asuntos de tipo ético, existencial e ideológico, abordados desde su condición de mujer artista, negra y cubana. Así, la lucha por la hegemonía de género queda graficada en piezas donde figuras masculinas y femeninas se disputan la posesión del pez sagrado (El señor del secreto, 1988); las Sikanes protagonizan escenas donde se entrecruzan alusiones a sentencias injustas, simulacros de arrepentimiento y la búsqueda de la redención; mientras, las imágenes de la serie titulada La Consagración, donde se representan los rituales de iniciación en la hermandad Abakuá, refieren la unción del poder social entre los hombres, excluyendo a las mujeres. 

La identificación de la artista con el personaje central del mito Abakuá se concretiza no solo en el parecido físico que conecta a ambas figuras; pasa también por la asunción del destino trágico de Sikán como símil empleado por la artista para relatar los avatares y conflictos de su propia vida. Luego, sería imposible pensar la producción de Belkis Ayón sin esa dimensión personal, íntima, que mediante el universo simbólico elegido expresa las particularidades de habitar un cuerpo femenino racializado, en el seno de una sociedad patriarcal y pretendidamente blanca.

La exposición Colografías narra la potenciación continua de esa arista individual en el quehacer de la grabadora, apreciable en los títulos de sus piezas y sus alusiones a la traición, la soledad, la ausencia de afectos, los temores y la desesperación ante la imposibilidad de hallar salidas a la agonía. Ese espejo “sikanesco”, que arroja lo terrible y angustiante de la imagen sacrificial en cuya clave la artista leyó su vida misma, desborda las dimensiones del mito originario del Calabar para ensanchar las lecturas y posibilidades de comprensión de otros sistemas de creencias como el católico. Así lo revelan sus reinterpretaciones de la última cena o el vía crucis, donde la figura de Cristo es suplantada por el alter ego de la artista. 

Vista de una de las salas del Reina Sofía donde se expone la obra de Ayón. Foto: Yanelys Nuñez

La muestra que acoge el Museo Reina Sofía también relata las transformaciones experimentadas en términos estéticos por la obra de Belkis Ayón, desde sus estudios en la Academia de San Alejandro hasta el final de su carrera. En tal sentido, permite apreciar cómo sus primeras piezas seguían formatos y técnicas de carácter académico, una notable economía de medios y recurrían al color y el modo en que fueron ganando en complejidad compositiva y expandiendo sus dimensiones, a partir de la innovación y el empleo de técnicas más arriesgadas.

El ensamblaje de múltiples secciones y el consecuente aumento de escala de los personajes permitieron la ruptura progresiva con la bidimensionalidad, así como una creciente interacción con el espacio y los espectadores. La adquisición de un carácter cada vez más cercano a la instalación se vio favorecido por el uso de formatos irregulares y reminiscencias de la arquitectura medieval y bizantina, que tributaban al aire místico de las piezas.

Asimismo, el montaje a partir de planos inclinados adaptables al espacio de inserción devino forma de interpelar directamente las capacidades perceptivas de los espectadores e incrementar la intensidad de sus experiencias ante las obras. Ello y el progresivo abandono del color aportaron un nuevo carácter expresivo a la producción de la artista, el cual atravesó un nuevo giro cuando hacia finales de la década de 1990, derivó hacia el trabajo con formatos circulares. Éstos muestran por lo general un rostro femenino que parece comprimido por las formas que lo contienen: símbolo de un mundo cada vez más opresivo. 

Detalle de obra de Belkis Ayón. Foto: Yanelys Nuñez

Belkis Ayón afrontó el críptico universo Abakuá como una excluida del mismo, mas fue capaz de generar y sistematizar una iconografía sobrecogedora del mito. Sobre sus símbolos y representaciones leyó su vida y sus circunstancias, sus pasiones y tormentos, para legarnos su verdadera imagen: su Verónica, cual lo expresa el título de su obra de 1998.   

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