Historia | Dolores Agramonte: la mujer que usó su título nobiliario para salvar a los mambises
Una de las páginas menos conocidas de las mujeres cubanas en las guerras de independencia involucra a Dolores Agramonte, esposa del príncipe Radziwill.
Una de las páginas menos conocidas de la actuación de las mujeres cubanas durante las guerras de independencia parece arrancada de una leyenda. Es interesantísima y prácticamente desconocida. Está ligada a uno de los hechos militares más relevantes de la historia nacional. No la voy a contar de manera lineal. La conocí gracias al notable investigador Gustavo Sed Nieves, uno de los más prestigiosos analistas regionales de Cuba, cuando preparábamos la primera edición de nuestro libro El Camagüey en Martí. Para entender la importancia de esta señora cubana, voy a referirme directamente a ese suceso.
El prestigioso patriota cubano Francisco Agramonte y Agramonte (Frank), nació Nueva York, el 23 de octubre de 1871. Pertenecía a una estirpe de héroes, abogados y artistas de Puerto Príncipe, hoy Camagüey: era hijo de Emilio Agramonte Piña y de Manuela Agramonte Zayas, pariente cercano de Ignacio Agramonte, y nacido el 28 de noviembre de 1844, en Puerto Príncipe. Cursó estudios primarios y secundarios en su ciudad natal, y Leyes en la Universidad de La Habana. Regresó a Puerto Príncipe y allí ejerció su profesión de abogado, la cual alternó con labores como maestro de canto y de piano. Se incorporó a la insurrección en 1868. No se conservan datos acerca de su actividad militar. En 1873 está en los Estados Unidos, sin que se haya podido obtener noticias sobre el porqué de su traslado allí, ni en qué fecha exacta se produjo. En ese país llegó a adquirir gran prestigio como pedagogo musical y aun como intérprete, tanto de canto como de piano, lo que le permitió fundar en los Estados Unidos una escuela de ópera y oratorio. Martí lo apreció mucho como artista y maestro, y publicó sobre él en Patria el texto siguiente:
Creer es pelear. Creer es vencer. Con su sumo talento ha bregado Emilio Agramonte, más alto cada vez, por abrir paso a su genio de criollo en este pueblo que se lo publica y reconoce, aunque no se lo pague aún, ni acaso se lo pague jamás, con el cariño vivo y orgulloso, y el agradecimiento con que se lo pagamos sus paisanos.
Hoy, sobre las dificultades que se oponen a una empresa de arte puro en una metrópoli ahíta y gozadora, Emilio Agramonte logra establecer la “Escuela de Ópera y Oratorio de New York”, con las ramas de lenguas, elocución y teatro correspondiente, sobre un plan vasto y fecundo como la mente de su pujante originador. Agramonte conoce al dedillo, y de lectura íntima, la música universal: su ojo privilegiado recorre de un vuelo la página: su juicio seguro quema los defectos del discípulo en la raíz: su voz, realmente pasmosa, canta con igual flexibilidad en todos los registros: su mano, leve a veces y a veces estruendosa, ya brisa o temporal, ya cariño o ceño, es una orquesta entera, y su fama honra a Cuba.1
La madre de Frank fue Manuela Agramonte Zayas Zamudio, una señora de Santiago de Cuba, cuyos datos de nacimiento y muerte son imprecisos. Fue hija de Francisco de Asís Agramonte y Agüero y María de los Dolores Justa Zayas-Zamudio y Hechavarría. Por cierto, se sabe que fue poeta.
Frank Agramonte y Agramonte tuvo una activa vida política en la emigración en los Estados Unidos, y estuvo muy vinculado con José Martí. Permaneció algún tiempo en Costa Rica con Antonio Maceo, a quien acompañó como expedicionario en la goleta Honor. A él se refiere el Apóstol en una carta del 15 de abril de 1895, dirigida a Gonzalo de Quesada y Benjamín Guerra:
Maceo y Flor van delante, desde el 1° de abril en que desembarcaron, y creo que el “doctor Agramonte”, que de ayudante les acompaña, será Frank, que había ido con la comisión que encargué: a las dos horas del desembarco pelearon y se salieron de los 75 que perseguían a los 23 haciéndole un muerto y doce heridos. Adelante van ellos y nosotros seguimos.2
El 21 de abril, en el Diario de cabo Haitiano a Dos Ríos, Martí trasluce su preocupación por la suerte de este joven camagüeyano, entremezclándola con la pena profunda por la noticia de la muerte de Flor Crombet: “El médico preso en la traición a Maceo, ¿no será el pobre Frank? ¿Ah, —Flor!”.3 Lo invoca como posible testigo en el esclarecimiento de la muerte accidental de un marinero británico de la goleta Honor, pues en carta del Apóstol al Agente Consular del Gobierno Británico en Guantánamo señala:
Con el fin de conseguir otra confirmación de la muerte accidental del marinero de la goleta Honor, cuyos detalles hallará Vd., si lee la comunicación dirigida al Departamento de Relaciones Exteriores, le ruego, si esto es viable, pida en mi nombre un testimonio completo del caso a Patricio Corona, autor casual de la susodicha muerte, y a Alberto Boix, Frank Agramonte y Manuel Granda, todos ellos prisioneros de guerra en Guantánamo, quienes presenciaron el lamentable incidente.4
Por lo tanto, Frank Agramonte cayó prisionero de los españoles poco después del desembarco. A su prisión vuelve a referirse Martí brevemente en otra carta, del 30 de abril de 1895, dirigida nuevamente a Gonzalo de Quesada y a Benjamín Guerra, y en la que alude a la pérdida de Flor Crombet,5 así como en una sucinta esquela, escrita para informarle a su madre, Lica Agramonte, que, aunque preso, “Frank está bien, y muy cuidado por los cubanos, y bien tratado por los españoles”.6
Salvó su vida y la de otros compañeros por las gestiones realizadas por su tía, Dolores Agramonte, esposa del príncipe Radziwill, de una antigua familia aristocrática polaco-alemana, con múltiples y fuertes nexos con las monarquías germánicas de los Hohenzollern prusianos y los Habsburgos austríacos.
El marido de Dolores Agramonte, príncipe Dominico María Radziwill, fue un terrateniente polaco. De su matrimonio con la cubana Dolores nacieron varios hijos, entre ellos, el primogénito Jerónimo Nicolás.
El príncipe Jerónimo Nicolás Radziwill (1885-1945) estudió agricultura y se casó con la archiduquesa Renata de Austria. Nunca se vinculó con la política, aunque fue patriota y, durante la Segunda Guerra Mundial, fue un luchador clandestino en la organización Uprawa. Los soviéticos, al adueñarse de Polonia e imponer un régimen comunista, lo encarcelaron con uno de sus hijos en un campo de concentración en Lugansk, Ucrania. Allí murió, sin ayuda de Cuba, gracias a los comunistas que se opusieron a Chibás. Es fácil verificar que alguno de los hijos de Dolores Agramonte, princesa Radziwill, fueron asentados como de ascendencia cubana.
Al caer preso, Frank Agramonte envió un telegrama a su padre, pidiéndole que le avisara a la princesa para que intercediera por él y por el resto de los cubanos presos con él. Y agregó que no aceptaría un indulto solo para él: aquella era una raza de gigantes, sin duda.
Valiéndose de sus vínculos nobiliarios, Dolores Agramonte obtuvo de la reina regente de España, María Cristina de Habsburgo, la excarcelación de su sobrino; aunque esto no mitigó en absoluto la voluntad revolucionaria de Frank, que se reincorporó al campo de batalla y estuvo en diversos cuerpos del ejército mambí, donde alcanzó el grado de capitán.
Después de la Guerra del 95, Frank Agramonte ejerció como dentista y profesor del Instituto de Segunda Enseñanza de Santa Clara, y murió en La Habana el 21 de noviembre de 1937. Fue padre de Armando y de Roberto Agramonte Pichardo, el gran intelectual cubano.
Un detalle más, relacionado de algún modo con Frank, así como con el incidente de la goleta Honor, merece ser traído a colación, siquiera como curiosidad histórica. Este Armando Agramonte y Pichardo, hijo suyo, se dirigió, durante la década de 1940, al connotado político cubano Eduardo Chibás, para rogarle que influyera para que el gobierno intercediera diplomáticamente por el príncipe Jerónimo Radziwill, entonces prisionero, dado que, en su día, la madre de Radziwill había obtenido el perdón del gobierno español para los condenados de la goleta Honor.7
Tristemente, hay que decir que a esta petición se opusieron ferozmente los comunistas, debido a su antipatriótico servilismo a la Unión Soviética. Así, la Cuba de los comunistas pagó con la ingratitud el gesto de la "princesa mambisa".
En una historia narrada casi siempre desde el protagonismo de los hombres, el gesto de Dolores Agramonte revela la fuerza política de las mujeres en los márgenes del relato. Desde los salones europeos donde se movía por su linaje, supo usar su voz y su influencia para salvar vidas cubanas, ejerciendo una forma de diplomacia que la historia apenas reconoce. Su nombre, más allá de los vínculos familiares que la rodearon, merece inscribirse entre las mujeres que —desde distintos espacios de poder o de silencio— también hicieron patria.
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1 José Martí: Obras completas, t. 5, p. 311.
2 Ibíd., t. 4, p. 126.
3 Ibíd., t. 19, p. 221.
4 Ibíd., t. 4, p. 140.
5 Ibíd., t. 4, p. 143.
6 Ibíd., t. 4, p. 147.
7 Cfr. Luis Conte Agüero: Eduardo Chibás, el adalid de Cuba. Ed. Jus, México. 1955, p. 377.
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