Paréntesis

"La dinámica igualadora de las redes sociales, con sus burbujas de opinión y su carácter tiránicamente democrático, resulta propicia para insolencias y mezquindades de todo tipo".

26/04/2022
One argument away from the truth
"One argument away from the truth". / Imágenes: Jorge Luis Porrata. [1]

Una youtuber cubana radicada en los Estados Unidos desató hace unas semanas dentro de Facebook una breve polémica sobre Disney y los estereotipos de género. La misma consideraba luego que algunos de sus críticos carecían de fundamento para rebatir sus afirmaciones solo por vivir en Cuba y no tener acceso a Disney+.

Mas allá de si consumimos y cómo determinados productos culturales, a veces parece que el salir de Cuba e instalarse en el llamado primer mundo confiere automáticamente no solo una superioridad económica, sino también una superioridad intelectual que es, además, directamente proporcional al tiempo que se lleve viviendo allí. De modo que un “tú vives en Cuba” o un “tú llevas muy poco tiempo acá” se consideran alegato suficiente para legitimar o invalidar criterios en cualquier discusión. Y aunque cualquier afán justificativo es innecesario (las razones para emigrar son válidas y están a la vista de todos) a veces uno percibe cierta insistencia en algún tipo de valía moral intrínseca del hecho en sí de partir. La causa de este desasosiego sería tema para más de una investigación.

Como un simple desplazamiento no nos libera ipso facto de los efectos éticos y psicológicos del totalitarismo, el adoctrinamiento y la manipulación, estos a menudo nos generan todo tipo de prejuicios y condicionan la forma en que reaccionamos ante prácticamente cualquier estímulo moral. Es así que no faltan quienes se sorprenden y hasta incomodan cuando al cubano en Cuba le da por ocuparse de algo más que directamente maldecir sus desgracias y al gobierno que las origina. “¿Cómo se atreven a salirse del rol de oprimidos que nos hace sentir tan bien con nosotros mismos?”, parecen decir. Y es increíble lo pronto que la vanidad nubla la memoria, porque no creo que estas personas antes de emigrar vivieran dedicadas exclusivamente a lamentarse y a hablar mal del comunismo, como parecen exigir. Mucho menos en público. Yo los he visto reírse, bailar, pasear, trabajar y discutir de cualquier cosa hasta el día antes de partir. ¿De qué otra forma iba a ser? Pero así haya estado la mitad de su vida en la cárcel, nadie tiene razón ni derecho para cuestionar o dictar el modo en que los demás emplean su tiempo y su energía. Todavía menos para exigir inmolaciones, ya sean reales o simbólicas, físicas o emocionales.

«In quest of my truth».

Hay quienes se apresuran irresponsablemente a tachar de ignorante o comunista a cualquiera que se aparte mínimamente de su guion ideológico, porque lo tienen, aunque sea por reacción. Pero los extremos se tocan, y no muy distintos son quienes acusan de homofóbico, transfóbico, racista y hasta fascista al que duda o cuestiona en algún punto sus demandas de progreso social. Entonces una misma persona (yo, por ejemplo), que no abrace incondicionalmente el paquete completo de exigencias y postulados que unos u otros proponen, puede ser catalogada en una misma semana, en un mismo día, por conocidos y por desconocidos, por gente culta y por gente sin estudios, lo mismo de una cosa que de la otra. Vivir en Cuba, pertenecer al sexo femenino, ser una mujer cisgénero, mi supuesta blanquitud, mi supuesta heterosexualidad son algunas de las condiciones que me han querido interponer en más de una conversación.

Recuerdo una entrevista para el podcast de actualidad latinoamericana El hilo a raíz de las protestas del 11 de julio del año pasado, donde un periodista de El estornudo calificó a la “oposición tradicional” de racista y homófoba. Una oposición que sufrió persecución, cárcel y exilio cuando en Cuba no había internet ni redes sociales y la desinformación estaba a la orden del día, cuando el estigma de “disidente” era mucho peor de lo que es ahora, cuando Fidel Castro estaba en su plenitud como dictador siendo temido y venerado hasta por personas que bajito y en privado decían no estar de acuerdo con el sistema.[2] Entre esos opositores, además, no faltaron personas negras. Y en cuanto a lo de machistas y homofóbicos, difícilmente pudieran ser de otra forma en el contexto que nos tocó. En la Cuba de hoy la mayoría aún lo es. No tiene sentido evaluar (y menos descartar) la totalidad de un fenómeno, una persona o un grupo según su actitud ante un problema en específico; ni todo es deducible de la clase, la raza o los roles de género y la sexualidad.

«La verdad es un cangrejo sin muelas».

Por último, los hay de todas las posturas que cuando discuten mandan a su interlocutor a “estudiar” o a “leer”, a menudo sin conocer a quién se dirigen y a veces hasta con pocos estudios ellos mismos. También intelectuales y dizque intelectuales echan mano con sarcasmo y sin pudor de títulos y saberes especializados para legitimar sus opiniones, lo cual no sólo es menos relevante de lo que se cree, sino que denota incapacidad para argumentar. Dicho sea de paso, ninguna de estas cosas por sí solas son garantía de una opinión válida e informada, ni de una autoridad real en la polémica.

We will work it out.
«We will work it out».

Percibirnos y relacionarnos mediante estigmas y etiquetas nos hace sentir más seguros frente al otro. Nos avergüenza la duda y nos asusta lo complejo. Lamentablemente la dinámica igualadora de las redes sociales, con sus burbujas de opinión y su carácter tiránicamente democrático, resulta propicia para insolencias y mezquindades de todo tipo, al menos por ahora. Y está claro que como tendencia nada de esto atañe exclusivamente a Cuba. Pero no por ello nuestro caso carece de peculiaridades.

Una española cincuentona que conocí hace unos seis años se casó con un cubano y ambos decidieron establecerse en Cuba por lo que compraron una casa modesta a la que dedicaron la mayor parte de su tiempo y sus recursos en los años subsiguientes para, al cabo de una década, venderla con todo dentro en la tercera parte de lo que le invirtieron y marcharse, desesperada y hastiada ella, de vuelta a España porque, según decía, “los cubanos son gente mala”.

«…Tal vez lo que parece una mezcla de arrogancia, estupidez y falta de empatía no sea más que la contracara de un complejo de inferioridad (…) generado por esa perversión totalitaria de querer igualarnos a todos…”

Yo no sé cuánto de verdad hay en esta generalización. Probablemente sea injusta y parcializada como todas las generalizaciones. Tampoco me la tomé tan en serio como para sentirme ofendida: no sé bien, pero me las imagino, qué causas llevaron a esta señora a esa simple conclusión. En todo caso, es obvio que lo bueno y lo malo están en todas partes. Lo que sí veo es una tendencia a humillarnos mutuamente menospreciando los conocimientos, experiencias y opiniones del otro y de aferrarnos a cualquier pretexto o circunstancia que nos ofrezca una ilusión de ventaja y superioridad.

“Los cubanos no preguntan. Creen que ya lo saben todo”, oí quejarse a alguien en otra ocasión. Tal vez lo que parece una mezcla de arrogancia, estupidez y falta de empatía no sea más que la contracara de un complejo de inferioridad (esto tal vez contenga la respuesta de lo que nos planteamos en el tercer párrafo) generado por esa perversión totalitaria de querer igualarnos a todos. Entiendo que de las peores secuelas que deja el comunismo en sus víctimas, que somos todos, dentro y fuera de la Isla, es el resentimiento; y que este es en gran medida la causa del daño que nos hacemos, de nuestra forma enfermiza de socializar. Buscar el modo de superarlo es imprescindible para llegar a ser algo (pueblo, país, nación, individuos…, no lo sé), porque el resentimiento es simplemente la expresión de una moral derrotada, y si nosotros mismos no volvemos a respetarnos, está claro que el poder mucho menos lo hará.

Todos merecemos una chambelona.
«Todos merecemos una chambelona».

[1] Todas las imágenes que acompañan este texto pertenecen a la serie de viñetas Commuter drawings, de Jorge Luis Porrata.

[2] El mito aún existe. El propio periodista alegaba en dicha entrevista que la falta de carisma del actual presidente había sido un catalizador del estallido popular en contraposición al difunto dictador cuya sola aparición hacía que los presentes cayeran rendidos de emociones encontradas.

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(Camagüey, 1987).
Licenciada en Historia del Arte por la Universidad de La Habana en 2011. Profesora en Academia de Artes de Camagüey (2014 – 2019). Curadora. Autora de textos sobre arte en medios de comunicación cubanos y extranjeros.
Colaboradora en Asociación Árbol Invertido.
Integrante de los proyectos Cuba Constituyente Podcast y Grupo Ánima.