Madame de Sévigné, una perspectiva irreverente sobre la Francia barroca
Madame de Sévigné destaca como figura excepcional del Barroco francés del siglo XVII. Su notoriedad como una de las voces literarias femeninas más prominentes de su época radica en la maestría con que desarrolló la epistolografía.
Madame de Sévigné a los ojos de José Martí
Marie de Rabutin Chantal, marquesa de Sévigné, es una figura excepcional del Barroco francés, tanto por ser una de las más altas voces literarias femeninas del siglo XVII, como por haber alcanzado estatura artística en uno de los géneros más difíciles y menos iluminados por la crítica literaria: la epistolografía. Vale la pena sopesar si tiene que decirnos algo todavía a los lectores de esta era postmoderna.
En su folleto Guatemala, publicado en México en 1878, Martí alude a ella; dicha referencia no solo testimonia un fino conocimiento de la gran escritora, sino también permite suponer una perspectiva en la cual la marquesa barroca parece resultarle una figura especial, en cercanía que lo impulsa a referirse a ella no como escritora en sentido estrecho, sino como símbolo de la cultura europea de su tiempo.
Martí, en ese texto destinado a destacar la feracidad inmensa de un país al que se vinculó con su amor característico de hispanoamericano esencial, dedica espacio, como era de esperar, al cultivo del café, campo temático que parecería, en principio —y sobre todo para quien desconozca la penetrante y abarcadora visión martiana de la cultura—, por completo ajeno a una autora francesa entre cuyas dotes estaba el más alquitarado refinamiento expresivo. Véase lo que apunta Martí:
Es evidente, en simple inspección de la estrategia semántica de Martí, que precisamente porque su texto se dirige a presentar el café como néctar, especial licor destinado, en la remota actitud mítica helénica, al deleite de los dioses; la implicación está latente: la Sévigné, quintaesencia del exquisito barroco francés, no alcanzó a disfrutar el café real y efectivo de América. Esa condición de suave refinamiento es el puente que lleva su pensamiento a señalar que la Sévigné, a pesar de su prosa de reconocido acabado, no pudo, sin embargo, por su condición de europea —en una época en que apenas se consolidaban los contactos entre Europa y América— paladear un néctar de tan fina excelencia como el café americano.
"En su folleto Guatemala, (...) Martí alude a ella (...) no como escritora en sentido estrecho, sino como símbolo de la cultura europea de su tiempo".
No es posible considerar que esa imagen sutil —la Sévigné como emblema de la más destilada cultura francesa— se trata de una mera alusión ocasional, por más que Martí se refiera a la Sévigné sólo en tres ocasiones en toda su obra.[2] Una de ellas, en Escenas norteamericanas, me parece dudosa: está entremezclada con un comentario sobre un discurso de Robert Charles Winthrop, al parecer representante de Gran Bretaña en ocasión del centenario de la batalla de Yorktown; este es quien parece haber aludido a la francesa, pero tal vez la confunde con otra célebre escritora del país galo, Madame de Staël, dado que parece referirse a alguna conversación de esta con Benjamín Franklin durante su estancia en París, donde, en cambio, parece más que problemático que la Sévigné hubiera podido conocer a un distinguido americano del siglo XVII:
En cambio, es muy sugerente la referencia última que hace Martí a la Sévigné, en Patria, el 28 de enero de 1893. Esta alusión, de alta destilación semántica, es la de un hombre que está muy al tanto de peculiaridades esenciales de las cartas de la eminente autora barroca —incluso de la fuente creativa desde la cual se construyen sus textos—. Escribe el Apóstol sobre una velada en Nueva York:
Pues Mme. de Sévigné, por una parte, gozaba con fruición la espiritual compañía de un círculo selecto y recoleto de escritores aristocráticos de su tiempo —el duque de La Rochefoucauld, la condesa de Lafayette—, pero, al mismo tiempo, lleva una vida social —para decirlo con mayor exactitud, de “círculo cortesano”— que forma el encuadre dinámico y trepidante de sus cartas.
"...es muy sugerente la referencia última que hace Martí a la Sévigné, en Patria, el 28 de enero de 1893. Esta alusión (...) es la de un hombre que está muy al tanto de peculiaridades esenciales de las cartas de la eminente autora barroca".
Esa aparente intensidad, empero, en una vida frívola, respondía a un especial drama afectivo: su hija idolatrada, al casarse con un relevante personaje de la política del siglo de Luis XIV, el conde de Grignan, acompañó a su marido a la entonces muy lejana Provenza, donde él desempeñaba altas responsabilidades de gobierno. Las cartas torrenciales de la madre obedecen tanto a la necesidad de estar en contacto con la hija ausente, cuanto a la obligación de tenerla al tanto —y también a su yerno— sobre los más minuciosos movimientos de la política cortesana y sus protagonistas.
Así pues, tenía razón Martí: el vacío y la nostalgia maternal, tanto como la impuesta necesidad de informar los latidos sociopolíticos parisinos, “echaban de su casa” a la Sévigné, y la obligaban a alternar en medios de hirviente cotilleo social, que en el fondo no le interesaban tanto como mantener, en cabal hondura espiritual, la comunicación con su hija.
De algún modo sutil, Martí establece un paralelo entre las crónicas sociales de Marie de Rabutin Chantal, y su propia crónica de un baile en una institución de recreo de nombre francés, pero de cabal esencia latinoamericana. También él, menos dado que nunca a festividades sociales en ese año 1893, marcado por su propia y febril actividad revolucionaria, se ve obligado a pisar una escena de intercambio social, que es interpretada por él con mirada escrutadora —más allá de su epidermis— como un ámbito que, sobre todo, posibilita la unidad afectiva de los hispanoamericanos.
Al cabo, entonces, ¿cómo asomarse hoy —y bajo auspicios martianos— a las epístolas formidables de aquella dama del Barroco francés? Conviene revisitarla, porque su magnetismo literario, y su capacidad crítica, siguen ejerciendo una fascinación para el lector actual. Una de las características más tangibles del sentido barroco de esas cartas apasionantes, es su profundo sentido pictórico. Por ejemplo, en la carta del 20 de febrero de 1674, escribe a su hija acerca de un incendio en la casa de uno de sus vecinos, Mr. de Guitaud:
Nótese la prioridad del movimiento por encima de los detalles, así como la vitalidad interna del texto: la autora disfruta, no el desastre en sí, sino el delineamiento de lo narrado: “yo estaba como en una isla, pero me daba mucha lástima de mis pobres vecinos”.[6]
"Martí establece un paralelo entre las crónicas sociales de Marie de Rabutin Chantal, y su propia crónica de un baile en una institución de recreo de nombre francés, pero de cabal esencia latinoamericana".
A la descripción de la luz aterradora y del movimiento de los personajes, se agrega la percepción psicológica sobre los protagonistas del desastre: “[Mr. de Guitaud] inspiraba piedad: quería ir a salvar a su madre que ardía en el tercer piso; pero su mujer se agarró a él y lo retuvo con violencia; él estaba entre el dolor de no socorrer a su madre y el temor de herir a su mujer embarazada de cinco meses; en fin, me rogó que contuviera a su mujer y lo hice”.[7]
El dinamismo narrativo crece con sutileza en este pasaje: “él encontró a su madre que había pasado a través de las llamas y que estaba salva. Quiso salvar algunos papeles, pero no pudo aproximarse al sitio en que estaban […]. Se llamó felicidad a lo que quedaba de la casa aunque haya para Guitaud una pérdida de diez mil escudos”.[8]
El Barroco de Madame de Sévigné
En realidad, buena parte de la epistolografía de la Sévigné está dotada de una capacidad de captar una dinámica muy honda —de vida social, de ideas, de emociones—. Al describirle a su hija el incendio de la casa de señor de Guitaud, el momento final tiene una carga integrada de humorismo y sensualidad barroca —ese regusto por la asociación de elementos contrapuestos, esa visitación constante de la paradoja— en verdad deslumbrante:
Porque, en verdad, las suyas eran unas bellas cartas, pero también un resplandeciente laboratorio del estilo barroco. Nótese lo que apunta Arnold Hauser respecto de una característica esencial del Barroco histórico:
Más importante, sin embargo, en esta autora admirada por Martí, es —tanto en los pasajes antes citados como en el conjunto cabal de sus cartas—, es la mirada ahondadora —rasgo que, salvando las enormes distancias epocales y personales, compartía el prohombre cubano y la genial escritora francesa—. La Sévigné quiere ante todo crear imágenes tridimensionales, en las que pueda advertirse una hondura; en su crónica del incendio, de la mención, rapidísima, del fulgor espantoso de las llamas, se pasa gradualmente a la interiorización, incluso a la incisiva penetración en los personajes del drama; se trata de un rasgo barroco en toda la línea:
De aquí deriva la aparente paradoja de que estas cartas íntimas se presenten, para el lector contemporáneo, como verdaderos y deliberados montajes cinematográficos, sobre todo a la manera de directores como Tarantino —tan neobarroco, por lo demás—. Hauser interpreta este hecho con acierto:
Alejándome con el mayor cuidado y énfasis de aquellas tentaciones de la crítica positivista de identificar a toda costa fuentes de influencia, no puedo dejar de pensar que hay ciertas consonancias entre la dama francesa y Martí, quien, al describir el desastre —mucho mayor en magnitud y consecuencias— del terremoto de Charleston, lo hace un estrategias de estilo que aparecen marcadas por un dinamismo similar, una capacidad de moverse de lo estrictamente objetivo a la hondura de lo psicológico.
"Porque, en verdad, las suyas eran unas bellas cartas, pero también un resplandeciente laboratorio del estilo barroco".
Esta observación se dirige más bien a subrayar una posible explicación para el comentario admirado del Apóstol sobre la francesa barroca: hay una determinada consonancia. Esta puede observarse del mismo modo en la capacidad de dinamismo, en la gracia —tan especial— de construir una carta de manera que el destinatario aparezca incluido de algún modo, desafiado, incluso, a participar en el texto: cada carta de la Sévigné, como la inmensa mayoría de las de Martí, resultan una invitación al diálogo interior entre emisor y receptor.
Con tal de alcanzar esa cercanía espiritual, la Sévigné apela a recursos de una finura y un acierto incisivo, que siguen siendo fascinantes como lo fueron en su día. Marie de Rabutin-Chantal escribe, una carta a Mr. de Coulanges, la crónica de un hecho —entre sentimental y político— que conmovió en su día a la corte francesa: el intento de matrimonio entre la Duquesa de Montpensier, prima hermana del rey Luis XIV, y un simple noble francés, enlace que, dados los prejuicios nobiliarios de la época, constituía una ruptura de esquemas sociales.
"(...)se hace evidente que la Sévigné exige a sus destinatarios una participación activa en la carta como conversación gustosa".
Vale la pena transcribir in extenso ese derroche de estrategias discursivas para lograr el complejo y vital dinamismo del barroco —su afán por la paradoja, por la integración de contrarios, por la caracterización múltiple y cambiante—, aquí realzado por una técnica que, de nuevo, habría que considerar al menos como precinematográfica, carta en la cual, con claridad meridiana, se hace evidente que la Sévigné exige a sus destinatarios una participación activa en la carta como conversación gustosa, en la que da por supuesto que Mr. de Coulange está leyendo en voz alta su carta, al menos a su esposa:
Así se encarna en esta mujer, a quien Martí llama “la de las bellas cartas”, la poética esencial del Barroco clásico francés. Y en su encanto femenino y literario, en su indomable don literario, se mantiene viva, hasta hoy, lo mejor de la expresión barroca, esa que el prohombre cubano disfrutó con no disimulada intensidad.
[1] José Martí: Obras completas. Ed. Ciencias Sociales. La Habana, 1971, t. 7, p. 137.
[2] Cfr. José Martí: ob. cit., t. 5, p. 408; t. 7, p. 137; t. 9, p. 92.
[3] Ibíd., t. 9, pp. 91-92.
[4] Ibíd., t. 5, p. 408.
[5] Marie de Rabutin-Chantal, marquesa de Sevigné : Cartas escogidas de Madame de Sevigné. Notas de Mr. de Sainte Beuve. Ed. Garnier. París, s. f., p. 58.
[6] Ibídem, p. 59.
[7] Ibíd.
[8] Ibíd.
[9] Marie de Rabutin-Chantal, marquesa de Sévigné: Cartas escogidas de Madame de Sévigné. Notas de Mr. de Sainte Beuve. Ed. Garnier. París, s. f., p. 60.
[10] Arnold Hauser: Historia social de la literatura y el arte. Ed. R. La Habana, 1977, t. 1, p. 425.
[11] Ibíd., t. 1, p. 425.
[12] Ibídem.
[13] Marie de Rabutin-Chantal, marquesa de Sévigné: ob. cit., pp. 41-43.
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