Poesía cubana | Dos poemas de Cleva Solís
En la poesía de Cleva Solís el paisaje, las escenas de la vida cotidiana y los recuerdos conducen siempre a una experiencia introspectiva.
Del caminante
¿Se sabe algo del camino
donde el caminante
se resiste a llegar
al pordiosero fin de todo?
Así el violín de pronto
sacude su indolencia,
su vaguedad inútil,
y despide los coches
más ligeros,
en aquellos lilas
en aquel veronés,
cuyo velo cubre
la tarde por el vuelo
del murciélago.
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Gris
Ahora me gobiernan
luces y sombras,
plumas
solitarias
que vuelan
sobre
el gris
de la playa.
El malecón
se ilumina con terrazas ocres,
y la lluvia
va golpeando
el arrecife oscuro.
El espumarajo
abre tiendas deslumbrantes
de tristeza.
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En la poesía de Cleva Solís el paisaje, las escenas de la vida cotidiana, los recuerdos que brotan de la inconsciencia y se superponen por un instante a lo visible, adquieren siempre un matiz donde lo real alude a una experiencia introspectiva. Esto se advierte sobre todo en su último libro, Los sabios días (1984), al que pertenecen los poemas que publicamos. Sobre Cleva dijo José Lezama Lima que era “dueña de la alegría severa de la hoja interrogada por un pájaro”.
La intensidad del color en su pintura y su cerámica, la peculiar apropiación que hizo del cubismo y de la arquitectura colonial cubana, han convertido a Amelia Peláez (1896-1968) en una de los pintores cubanos más notables del siglo XX. Contrastan con la vibrante energía de sus obras, sin embargo, su propia vida, discreta y distante del mundo moderno, y el tono a ratos contemplativo e íntimo de muchos de sus lienzos.
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