Referentes │ Shulamith Firestone: “El Freudismo: un feminismo descarriado” (Tercera parte y final)

“El freudismo conquistó el terreno perdido por el feminismo, floreció a expensas del feminismo hasta actuar como dique contenedor de su fuerza.”

Carmen Aldunate: "Fin de fiesta II" (1991-1992).
Carmen Aldunate: "Fin de fiesta II" (1991-1992).

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El Freudismo reemplaza al feminismo

A las dos principales afirmaciones anteriores —que Freudismo y Feminismo nacieron de las mismas circunstancias históricas y que freudismo y feminismo se basan en un mismo conjunto de realidades— añadiré ahora una tercera: El Freudismo usurpó el puesto reservado al Feminismo, como el menor entre dos males.

Hemos visto ya cómo el freudismo hirió el mismo punto sensible que el feminismo. Ambos constituyeron reacciones simultáneas a siglos de creciente monopolio de la vida familiar con toda su escuela de subyugación de la mujer y de represiones sexuales seguidas de las neurosis consiguientes. El mismo Freud fue considerado una vez como maníaco sexual y destructor de la sociedad —se le ridiculizó y despreció tanto como a las militantes feministas. Solo mucho más tardé el freudismo alcanzó un rango sagrado, comparable al de las religiones establecidas.

Empecemos por considerar el contexto social en que se desarrollan tanto el Freudismo como el Feminismo.

Hemos visto ya que las ideas de las primeras feministas radicales contenían en sí mismas los gérmenes de la revolución sexual venidera. También hemos visto que, aunque en muchos casos estas mismas feministas no captaron con claridad la importancia de lo que tenían entre manos ni llevaron a efecto una crítica feminista-radical completa y consistente de la sociedad (dado el clima político imperante en aquella época es algo que no debe extrañarnos), la reacción de la sociedad frente a ellas indica que sus enemigos sí sabían exactamente dónde estaba el meollo del asunto —a pesar de las incertidumbres que ellas pudieran albergar—; la virulenta literatura antifeminista de la época, escrita a menudo por hombres respetados y honestos dentro de sus propios sectores, ilustra el calibre de la amenaza que el feminismo suponía contra el orden establecido.

También he aludido antes al modo como el movimiento fue desviado hacia un esfuerzo agotador por la consecución del voto y cómo de esta manera fue arrumbado y destruido. Tras el fin del movimiento feminista —y con la consecución del voto— llegó la era de las flappers, cuya sexualidad pseudo-liberada se parece mucho a la de nuestros días.

La extendida revolución femenina, azuzada por el movimiento feminista, no sabía ahora qué rumbo tomar. Aquellas muchachas que se habían cortado sus cabellos, acortado su falda y asistido a la universidad, no poseían una directriz política para su frustración. Como sustitutivo, intentaron agotarla participando en torneos maratonianos de baile o absorbiéndose totalmente en empresas tales como la travesía a nado del canal y pilotando aviones a través del Atlántico.

Constituían un estamento recién abocado a la acción, que no sabía qué hacer con su propia conciencia de tal. Se les decía, al igual que sucede en la actualidad: “Habéis conseguido los derechos civiles, las faldas cortas y la libertad sexual. Vuestra revolución ha triunfado. ¿Qué más queréis?”

Pero la “revolución” había triunfado dentro de un sistema organizado alrededor de la familia patriarcal nuclear. Como muestra Herbert Marcuse en Eros and Civilization, dentro de una estructura tan represiva solo puede nacer una represión más sofisticada aún (la “de-sublimación represiva”).

Dentro de una sociedad represiva, la felicidad y el desarrollo productivo individuales se oponen a la sociedad; si los definimos como valores a actuar dentro de dicha sociedad, se vuelven represivos a su vez… [El concepto de de-sublimación represiva] denota la liberación de la sexualidad a través de modas y formas que reducen y debilitan la energía erótica. Dentro de este proceso, la sexualidad se extiende a dimensiones y relaciones anteriormente consideradas tabú. Sin embargo, en vez de recrear dichas dimensiones y relaciones a semejanza del Principio del Placer, se afirma la tendencia contraria: el Principio de Realidad extiende su dominio sobre el Eros. La ilustración más elocuente la tenemos en la introducción metódica de la cualidad sexual en los negocios, la política, la propaganda, etc.

El revisionismo neo-freudiano

En esta década de los años veinte, nacieron los tópicos de la career girl1 americana, la coed2 y la “dura” mujer de negocios. Esta imagen de una mujer supuestamente “liberada” se esparció por todo el mundo, gracias a Hollywood. Las consecuencias perturbadoras que para las mujeres supuso esta pseudo-liberación, prestaron nuevos arrestos a los antifeministas y reforzaron la posición de resistencia de aquellas sociedades abiertamente partidarias de la supremacía masculina a la puesta en libertad de “sus” mujeres (“Nos gustan nuestras mujeres tal como son, femeninas”).

Los soldados americanos regresaron a casa, al fin de la Segunda Guerra Mundial, repletos de historias acerca de las magníficas mujeres continentales, que sabían aún cómo agradar a un hombre. El término castración empezó a ponerse en boga. Y por fin, en esta década de los cuarenta, el Freudismo invadió América de forma arrolladora.

Entretanto, el Freudismo había sufrido profundos cambios internos. Se había pasado de un interés primordial por la teoría psicoanalítica a un énfasis creciente sobre la práctica clínica. En el último capítulo de Eros and Civilization Marcuse examina las implicaciones reaccionarias de este desplazamiento del foco de interés, mostrando cómo la contradicción existente entre las ideas de Freud y la posibilidad de una “terapéutica” eficaz basada en ellas —el psicoanálisis no puede producir la felicidad individual en una sociedad cuya estructura no tolera más que una felicidad individual estrictamente controlada— provocó finalmente una remodelación de la teoría con el fin de adaptarla a la práctica:

Los conceptos más especulativos y “metafísicos”, no susceptibles de comprobación clínica, fueron minimizados y abandonados completamente. Además, en el curso de este proceso, algunos de los conceptos más decisivos de Freud (como la relación entre el ello y el ego, la función del inconsciente y el ámbito y significado de la sexualidad) fueron objeto de una redefinición que eliminó todo su contenido explosivo… Los revisionistas han convertido el debilitamiento de la teoría freudiana en una nueva teoría.

El término que quizá defina mejor este revisionismo neo-freudiano es el de “adaptación”. ¿Adaptación a qué? El postulado implícito dice que todo el mundo debe aceptar la realidad en que se encuentra. Pero ¿qué sucede cuando uno es negro, mujer o miembro de cualquier otro estamento desafortunado de la sociedad? En este caso, se es doblemente desafortunado, porque no solo debe alcanzarse una normalidad que hasta para los privilegiados resulta difícil y precaria —como ya hemos visto—, sino que uno debe “adaptarse” al racismo o sexismo específicos, que limitan el propio potencial desde el primer momento. Deben abandonarse todos los intentos de auto-definición o auto-determinación. De ahí que, en palabras de Marcuse, el proceso terapéutico se limite a ser “un curso sobre resignación” y la diferencia entre salud mental y neurosis “el grado y eficacia de dicha resignación”, ya que —como en la tan citada afirmación de Freud a su paciente (Studies in Hysteria, 1895)— “[Habremos adelantado mucho si conseguimos por medio de la terapia] transformar tu sufrimiento histérico en mera infelicidad cotidiana”.

Además, como pueden atestiguar cuantos se han sometido al proceso terapéutico, esta es ni más ni menos la realidad. La descripción que de su análisis da Cleaver en Soul on Ice, marca la pauta de la experiencia de cualquier otra persona oprimida:

Asistí a varias sesiones de mi psiquiatra. Su dictamen fue el de que yo odiaba a mi madre. Nunca sabré cómo llegó a esta conclusión, puesto que nunca supo nada acerca de ella y, cuantas veces me preguntó al respecto, respondí con absurdas mentiras. Lo que realmente me cargaba de dicho individuo era que, cada vez que yo arremetía contra los blancos, él retornaba deliberadamente la conversación hacia mi vida familiar y hacia mi infancia. La cosa en sí misma no tenía nada que objetar, pero bloqueó deliberadamente todos mis intentos por traer a escena la cuestión racial y dejó bien claro que no le interesaban mis actitudes con respecto a los blancos. Estas constituían una caja de Pandora cuyo contenido no le preocupaba en lo más mínimo.

La misoginia de Theodor Reik

Artemisia Gentileschi: "Susana y los ancianos" (1610), fragmento.
Artemisia Gentileschi: "Susana y los ancianos" (1610), fragmento.

Theodor Reik —prototipo quizás del Freud visto por el profano medio— es un ejemplo de la estupidez e insensibilidad de la mayor parte de los psicoanalistas frente a los problemas reales de sus pacientes. Es notable el hecho de que, a pesar de los cuantiosos estudios sobre las diferencias emocionales entre hombres y mujeres, jamás descubra la diferencia objetiva de sus situaciones sociales. Así, por ejemplo, observa incidentalmente diferencias como las que citamos, sin sacar nunca las conclusiones correctas:

A veces las niñas se susurran al oído: “Los hombres hacen” esto o aquello. Los niños casi nunca hablan así de las mujeres.
Una mujer da mucha más importancia al hecho de ser mujer, que un hombre al hecho de ser hombre. Casi todas las mujeres, al pedir un favor a un hombre, sonríen. Raramente sonríen los hombres cuando se encuentran en la misma situación.
Frecuentar demasiado la compañía femenina significa en cierto modo no ser demasiado hombre.
Casi todas las mujeres temen que el hombre a quien aman, las abandone. En cambio, apenas hay hombre alguno que tema que una mujer le abandone.
Las mujeres comentan a veces en sus corrillos: “Mi amo y señor3 me permitió salir esta noche”. Los hombres dicen: “Mi ball-and-chain…”4

Veamos ahora una selección de sus contribuciones neofreudianas a la comprensión de la sexualidad:

La primera impresión que nos produce la mujer que entra en una estancia llena de gente, es de inseguridad oculta o mal disimulada. Parece como si la posesión de un pene protegiera a los hombres de esta excesiva auto-preocupación.
Los hombres no se encuentran en casa dentro del universo. Las mujeres, al formar la cadena que une a todos los seres orgánicos, se encuentran en casa dentro de este mundo y no sienten el apremio por descubrir todos sus secretos. Me parece que la investigación psicoanalítica, al insistir sobre la deficiencia física de la región genital que experimenta la niña, ha pasado por alto el valor estético y su importancia en el desarrollo de la actitud femenina. Doy por sentado que la niña, al comparar sus genitales con los del niño, encuentra los suyos desagradables a la vista. No solo la mayor modestia de las mujeres, sino también su incesante esfuerzo por embellecer y adornar sus cuerpos, deben interpretarse como desplazamiento de su esfuerzo compensatorio de su impresión original de la fealdad de sus genitales.
Creo que el hábito de la limpieza tiene un doble origen: en primer lugar, los tabúes de las tribus; y, en segundo lugar, un factor aparecido con miles de años de posterioridad, es decir, la conciencia que las mujeres tienen de su propio olor, especialmente los olores desagradables producidos por las secreciones de sus genitales.

Veamos una típica interpretación terapéutica:

[Una paciente temía mostrarme su diario]. Pensé: este paciente, que durante la previa transferencia ha mostrado síntomas evidentes de transferencia amorosa hacia mi persona, actúa ahora como si el cuaderno fuera un hijo que hubiera engendrado con mi colaboración. Actúa de la misma manera en que lo hace una mujer que ha de enseñar por primera vez el hijo recién nacido de su marido. Teme que a este no le guste.

Parece un libro de humor freudiano.

Las pacientes femeninas de Reik, en cambio, eran a veces de una clarividencia que sorprende e incluso de una brillante astucia. Se encontraban mucho más en contacto con la realidad, de lo que él podría estar jamás:

Cierta mujer parece incapaz de expresar sus poderosos sentimientos negativos y expresa su incapacidad en una sesión psicoanalítica:
—Tengo miedo de mostrar estas emociones porque, si lo hiciera, sería como abrir la caja de Pandora… Temo que mi agresividad lo destruiría todo.
Antes de que marchara, la llevé hasta la ventana, le mostré las tiendas de la acera de enfrente con sus leyendas en letras de neón y le dije:
—¿Acaso no es este un mundo femenino?
Mi observación no pareció impresionarla mucho y replicó:
—Da una vuelta por Wall Street y verás que se trata de un mundo masculino. (Una paciente hace esta observación) Los hombres son extraños. No permiten que nos limitemos a ser mujeres, quiero decir mujeres con todas sus debilidades; pero, ni por un momento nos permiten olvidarnos de que no somos más que esto: mujeres.

¿Cómo pueden soportar estas mujeres la estúpida misoginia de Reik? Es obvio: no pueden.

Le dije a una paciente de unos cuarenta años, que ella había deseado ser un muchacho como su hermano. Entonces empezó a maldecir e insultarme, diciéndome: ”¡Que te jodan! ¡Vete al infierno!”, y otras expresiones indignas de una señora.

Pero la última palabra la dice el doctor:

Al tiempo de marchar, se quedó un rato más largo de lo normal frente al espejo de la sala de espera, arreglándose los cabellos. Sonriendo, le comenté: “Estoy contento de ver un resto de feminidad”.

Veamos algunas otras reacciones femeninas:

—Cuando me escucháis largo rato sin decir nada, tengo a menudo la impresión de que lo que estoy diciendo son majaderías de mujer tonta carentes de valor. Es como si creyerais que no vale la pena dirigirme la palabra.
He aquí una mujer criticando a su psicoanalista: hasta su espontaneidad es artificial. La paciente había guardado un silencio más largo de lo normal. Luego, sin levantar la voz, dijo:
—¡Maldita sea! No sé siquiera por qué estoy aquí. ¡Vete al diablo!

No se trata de que estas mujeres no se dieran cuenta de la situación. Al contrario, se encontraban en el despacho de Reik por esta misma conciencia. No había otra manera de enfocar su frustración, porque no existe realmente ningún modo de hacerlo sin acudir a la revolución.

Las mujeres ante el freudismo

Hemos llegado al último punto: la importación del freudismo clínico para cortar la marea del feminismo.

Las muchachas de las décadas de los veinte y los treinta se encontraban a medio camino entre la identificación con las funciones tradicionales o su abandono. Por ello, ni se encontraban aisladas y protegidas del mundo exterior como anteriormente, ni estaban preparadas para enfrentarse a él. Tanto su vida personal como su vida laboral se resentían de ello. Su frustración adoptaba muchas veces formas histéricas, complicadas por el desprecio que en todo el mundo se sentía hacia ellas debido a la falsedad de la pequeña liberación conseguida.

La confusión general las hizo acudir en manadas a los psicoanalistas. Ahora bien: ¿de dónde habían llegado todos estos? Por esta época se estaba desarrollando una guerra en Europa y gran parte de la intelectualidad alemana y austriaca se había asentado aquí en busca de clientela. La situación era ideal: todo un estamento de personas aquejadas por el sufrimiento les estaba esperando.

Y no fueron únicamente las mujeres ricas y aburridas quienes fueron atraídas a la nueva religión. El caso es que América estaba sufriendo graves trastornos al renunciar a una revolución sexual que había superado ya con creces los primeros estadios. Todos sufrían, hombres y mujeres. Se publicaron libros con títulos como este: Cómo vivir con una neurótica (puesto que esta clase oprimida está ahí, en vuestra cocina, lloriqueando, quejándose e importunando).

Pronto empezaron a acudir también los hombres al psicoanalista —los hombres educados, ciudadanos responsables; no solo los psicópatas— y los niños. Se abrieron ramificaciones del tratamiento completamente nuevas: psicología infantil, psicología clínica, terapia de grupo, consultorios matrimoniales, etc. Cualquier variante que se nos ocurra, existía ya y, sin embargo, no era suficiente. La demanda crecía más rápidamente que las inauguraciones de nuevas secciones en las facultades.

No debe extrañarnos que estas nuevas secciones se llenaran rápidamente de mujeres. Masas de mujeres ansiosas estudiaban psicología esperando apasionadamente encontrar una solución a sus frustraciones. Pero las mujeres que se habían interesado por la psicología, porque su campo de estudio se entrecruzaba con sus problemas vivenciales cotidianos, pronto empezaron a vomitar una pomposa jerga en torno a la adaptación marital y a la responsabilidad del papel de cada sexo.

Los departamentos de psicología se convirtieron en lugares de paso, de donde salían las mujeres hacia sus antiguos puestos “adaptadas” a sus funciones tradicionales de esposas y madres. Aquellas que persistieron en su exigencia de estudios superiores, se convirtieron a su vez en instrumentos del sistema educacional represivo. Su recién adquirida “penetración” psicológica —toda esta cháchara de la Psicología Infantil, la Social Work 301 y la El. Ed.— no sirvieron más que para mantener subyugados a una nueva generación de mujeres y niños. La psicología se hizo reaccionaria hasta el tuétano, al estar corrompido todo su potencial como disciplina académica verdadera por su utilidad para quienes detentaban el poder.

La psicología no fue la única disciplina académica que sufrió los efectos de la corrupción. La educación, la asistencia social, la sociología, la antropología, todas las ciencias del comportamiento humano afines, siguieron siendo pseudo-ciencias durante años, al soportar el peso de una doble función: el adoctrinamiento de las mujeres y el estudio del comportamiento “humano”. Aparecieron escuelas de pensamiento reaccionarías; las ciencias sociales se hicieron “funcionales”, estudiando la actuación de las instituciones tan solo dentro del sistema de valores establecido y promoviendo así la aceptación del statu quo.

No es de extrañar que estos campos pasaran a ser típicamente “femeninos”, mientras que los hombres pronto optaban por la ciencia “pura” (exclusivamente masculina). A las mujeres, pseudo-educadas aún, impresionadas por su reciente entrada en la academia, se las dejó engatusadas con toda la bazofia pseudo-científica. Así, además de instrumento de adoctrinamiento, las ciencias del comportamiento servían de dique de contención que impidiera a las nuevas hordas de inquisitivas intelectuales el acceso a las ciencias “reales” —la física, la ingeniería, la bioquímica, etc.—, ciencias que en una sociedad tecnológica guardaban una relación cada vez más directa con el control de dicha sociedad.

En consecuencia, hasta el acceso a la educación superior —una de las pocas victorias del antiguo Movimiento por los Derechos de las Mujeres— se vio corrompido. Muchas más mujeres acudían ahora a las universidades, pero con menor eficacia. A menudo, la única diferencia entre una ama de casa moderna con estudios superiores y el prototipo tradicional, estribaba en la jerga utilizada en la descripción de su infierno matrimonial.

El exterminio de la insurrección femenina

Annie Swynnerton: "El levantamiento de una nueva esperanza" (1904).
Annie Swynnerton: "El levantamiento de una nueva esperanza" (1904).

En resumen, la teoría freudiana, remozada para sus nuevas funciones de “adaptación social”, fue utilizada como medio de exterminio de la insurrección femenina. Restañando como se pudo las heridas ocasionadas por la abortada revolución feminista, consiguió pacificar la inmensa desazón social y confusión de funciones que siguieron a la recuperación del primer ataque contra la rígida familia patriarcal.

No hay seguridades respecto a si hubiera sido posible dejar paralizada la revolución sexual a mitad de su camino durante medio siglo, de no haberse contado con su ayuda. El caso es que los problemas suscitados por la primera ola de feminismo siguen sin resolverse en la actualidad. D. H. Lawrence y Bernard Shaw siguen teniendo la misma actualidad al respecto que tuvieron en su época. The Sexual Revolution de Wilhelm Reich pudiera haberse escrito ayer.

El freudismo constituyó la barrera perfecta para el feminismo, porque, aunque hiriera el mismo punto sensible, tenía un dispositivo de seguridad del que este carecía —jamás ponía en duda la realidad establecida. Ambos tenían un núcleo explosivo, pero el freudismo fue objeto de revisión gradual para adaptarlo a las necesidades pragmáticas de la terapéutica clínica. Se convirtió en una ciencia aplicada perfecta, con sus técnicos de bata blanca y su contenido desviado hacia un objetivo reaccionario —la socialización de hombres y mujeres en un sistema de funciones de los sexos artificial.

Pero quedaban residuos suficientes de su antigua fuerza como para servir de señuelo para cuantos buscaban una salida a su estado de opresión. Así el freudismo pasaba de ser algo extremadamente sospechoso y antipático para el ciudadano medio, a lo que es en la actualidad: la opinión psicoanalítica constituye la palabra decisiva en todos los campos, desde las separaciones matrimoniales hasta los juicios criminales. El freudismo conquistó el terreno perdido por el feminismo, floreció a expensas del feminismo hasta actuar como dique contenedor de su fuerza destructora.

Hace muy poco hemos empezado a adquirir conciencia de este período de letargo. Medio siglo después de sus comienzos, las mujeres empiezan a despertar. Se pone un nuevo énfasis en el estudio de condiciones sociales objetivas en psicología y en las demás ciencias de comportamiento. Estas disciplinas empiezan ahora —largas décadas después de haber surtido efectos su acción destructora— a reaccionar contra su prolongada prostitución y a exigir verificaciones científicas —simplemente el fin de la “objetividad” y una reintroducción de los “juicios de valor”.

El gran número de mujeres que militan en estos campos pueden empezar a utilizar muy pronto este hecho en beneficio suyo. Hasta es posible que una terapia cuyos efectos no se han limitado a la inutilidad, sino que han llegado a ser nocivos, se vea reemplazada por lo único que puede producir un bien positivo: la organización política.

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1 Muchacha que sigue con dedicación una carrera profesional o comercial, algunas veces hasta el punto de renunciar al matrimonio. (N. del T.)

2 Muchacha que asiste a un centro de instrucción superior, donde rige la coeducación.

3 Expresión humorística corriente que hace referencia al marido. (N. del T.)

4 Expresión acuñada que indica la pesada esfera de metal y la cadena que impiden al prisionero escapar. En argot, designa a la propia mujer. (N. del T.)

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