Enrique José Varona, Mirta Aguirre: un problema de recepción y otros factores

¿Es posible que al escribir su “Canción antigua al Che Guevara” Mirta Aguirre no haya leído el poema precedente de Enrique José Varona?

Enrique José Varona y Mirta Aguirre, dos intelectuales cubanos del siglo XX.
Enrique José Varona y Mirta Aguirre, dos intelectuales cubanos del siglo XX.

Pocas figuras de la cultura cubana han sido tan relevantes como el camagüeyano Enrique José Varona (1848-1933). Su larga vida le permitió conocer directamente desde la Guerra de los Diez Años hasta el machadato. Poeta, ensayista, en buena medida padre de la sicología insular (uno de sus numerosos libros trata sobre esta disciplina), periodista, pedagogo que influyó en la formación de varias generaciones de cubanos a través del Plan Varona, mediante el cual configuró el sistema educacional de la isla.

Fue contemporáneo de Gaspar Betancourt Cisneros, pero también conversó largamente e influyó sobre Julio Antonio Mella. Más importante aún, por voluntad de José Martí se encargó de la dirección de Patria, el periódico fundado por el Apóstol, después de la muerte de este. Fue vicepresidente de la república de Cuba con Menocal, y asimismo presidente de la Sociedad Antropológica de la isla.

Su labor intelectual infatigable lo colocó en un lugar especialísimo entre los intelectuales cubanos y por ello, como ya apunté, Varona, en sus años finales, llegó a ser con justicia un verdadero emblema de la juventud cubana antimachadista. Tanto que, el 30 de marzo de 1930, cuando Gerardo Machado hizo aprobar una prórroga de poderes, un grupo de jóvenes opuestos al tirano fueron en manifestación hasta la casa de Varona para entregarle un manifiesto de condena a esa maniobra política. Pues el anciano de ochenta años era un símbolo de la conciencia nacional.

Enrique José Varona fue considerado, con razón, uno de los ensayistas más importantes de América Latina y como tal se le incluyó en una antología de este género publicada en México.

El silenciamiento de Varona

Hay que señalar que, luego de esa vibrante trayectoria personal e intelectual, y de tan valiosos y probados aportes a la cultura cubana, su memoria fue minuciosamente saboteada por el castrismo. En efecto, una serie de razones motivaron esa inquina sistemática contra el gran pensador.

Ante todo, Varona fue un intelectual eminentemente crítico y demócrata. Fue un hombre con una marcada libertad de pensamiento: en cuanto tal, valoró con independencia de criterio tanto la cultura, como la historia y la política de su patria. Revitalizó la gran tradición del aforismo cubano, que en José de la Luz y Caballero había encontrado un brillante exponente, y que en José Martí había hallado un especial brillo modernista.

Pero Varona se convirtió muy pronto en una cabeza de turco para los intelectuales miembros del Partido Socialista Popular. Estos, ascendidos a una posición de al menos aparente preeminencia en el régimen de Fidel Castro, se encargaron de socavar la autoridad moral e intelectual de quien había sido guía espiritual de la juventud cubana durante la primera mitad del siglo, mientras grandes personalidades culturales como Roberto Agramonte y Elías Entralgo, por solo mencionar dos, habían publicado sendos y acuciosos libros sobre Varona.

Enrique José Varona (Camagüey, 1849 - La Habana, 1933).
Enrique José Varona (Camagüey, 1849 - La Habana, 1933).

La historia aún no contada de la desfiguración de Varona por los comunistas cubanos solo es comparable a las increíbles manipulaciones que el castrismo ejerció sobre las ideas de José Martí.1 Desde luego que no se podía perdonar que Varona estuviera justamente considerado como el gran intelectual y guía ético de la cultura nacional, enorme prestigio del que NUNCA disfrutó ningún intelectual comunista en el país.

Un factor hacía inevitable el ataque. Como se sabe, los marxistas, desde la obra misma de Karl Marx, han pretendido que solo ellos detentan la verdad filosófica. Esa aspiración dogmática es, desde luego, contraria a la esencia misma de la filosofía y a la dialéctica hegeliana que el filósofo de Tréveris aspiraba a retomar y transformar: un discurso filosófico absoluto es incompatible con la evolución histórica humana. Pero como el dogma de que el marxismo es la filosofía absoluta y la única capaz de alcanzar la verdad es la piedra de toque del marxismo y las izquierdas, de este absurdo se partió para negar todo el legado de Varona.

El pensamiento de Martí también recibió embates y manipulaciones, pero de otra índole. Por ejemplo, se pretendió por los comunistas cubanos identificarlo con el antimperialismo. En su día el supuestamente “pensador” Lenin, había establecido su definición del imperialismo, que en principio implicaba una actualización a la filosofía de Marx, quien no había vivido para conocer esa “fase superior y última del capitalismo”. Pero lo cierto es que Martí jamás emplea en su obra la palabra imperialismo y mucho menos los elementos conceptuales de la definición de Lenin, que la estableció en los primeros años del siglo XX. Este anacronismo sustancial y esa ausencia total de referencias léxicas o conceptuales al imperialismo, no fue óbice para que, ya en el prólogo a la edición de las Obras completas del prohombre cubano en los primeros años del régimen castrista, el muy estalinista Juan Marinello proclamara ese falso antimperialismo de Martí.

Varona debía tener un destino muy diferente. Catalogado como positivista, se hurgó además en su pasado para airear su juvenil desencanto de la Guerra de los Diez Años y tratarlo como un apóstata. Se ignoraron, desde luego, sus ideas sobre cómo debía ser la educación en Cuba, y no se volvió a hablar del Plan Varona.

Se silenció su magisterio moral y político, en particular el ejercido sobre los jóvenes antimachadistas. Jamás se empleó su valiosa crítica literaria en ningún nivel de enseñanza aprendizaje de la literatura: ni un texto suyo fue sugerido como bibliografía útil para estudiantes universitarios de especialidades literarias. Mientras, los juicios de Camila Henríquez Ureña (profesora dominicana, pero naturalizada cubana desde 1926), quien se había vinculado al castrismo desde sus inicios en el poder, eran publicados en grandes tiradas e impuestos como lectura a los estudiantes de Letras (no necesito decir que los estudios minuciosos y altamente profesionales del intelectual cubano Aurelio Boza Masvidal, reconocido italianista, no eran ni siquiera mencionados en las aulas universitarias).

Era la bien conocida política castrista de exclusiones y de silenciamiento de intelectuales con opiniones políticas diferentes del totalitarismo comunista. Varona fue una de las primeras víctimas de ese “fusilamiento” de silencio.

“Dos voces en la sombra”, un poema excepcional

En 1943, Rafael Esténger (1899-2003) publicó Cien de las mejores poesías cubanas (Ediciones Mirador, La Habana, 1943), libro que tuvo una amplia difusión en el país, explicable ya por el atractivo de su título. Allí, con entera justicia, incluyó uno de los más extraordinarios poemas de la literatura cubana, escrito precisamente por Enrique José Varona:

Dos voces en la sombra

—¿Dónde vas con la vista inflamada,
Orlando el acero de verde laurel?
—A buscar en las forjas del tiempo
Los hombres que saben morir o vencer.

—¿Dónde vas, encubriendo en el manto
La daga sangrienta y el duro cordel?
—A poblar de visiones luctuosas
La mente del siervo que enerva el placer.

—¿Dónde vas con tan rápido paso
Sonando la espada y el férreo broquel?
–A mover a los pueblos que duermen
Sin patria, sin nombre, sin gloria, sin ley.

—¿Dónde vas pavoroso, cubierta
De espanto y asombro la lívida tez?
—A mirar cómo mueren los hombres
Que dan en ofrenda su sangre al deber.

—¿Dónde vas pensativo, entre fosas
Que el sauce no guarda ni arrulla el ciprés?
–A gemir por los héroes que yacen,
Hoy polvo ignorado, glorioso ayer.

—¿Dónde vas con la frente siniestra,
El labio mordido, jadeante el corcel?
—A escupir a los pueblos abyectos
Que besan sumidos de un déspota el pie.

Muchas razones convierten este poema de Varona en algo excepcional. Su estructura métrica es peculiar y no muy frecuente en la poesía cubana: se trata de versos impares decasílabos y versos pares dodecasílabos, son versos alejados del heptasílabo y el endecasílabo, dominantes en la poesía martiana. Varona organiza el texto entre dos voces, en un esbozo de diálogo dramático cuya intensidad es mayor por el hecho de que una es la voz del sujeto lírico (el estructurador del texto en sí), el que provoca el diálogo y lo organiza, mientras la otra voz es la del interrogado.

El sujeto lírico puede considerarse cercano al poeta Varona; dicho sujeto se sitúa en una especie de distancia temporal, que no excluye una cercanía anímica con el otro interlocutor. Pero este es, sobre todo, un ser de marcada tragicidad. Es fácilmente reconocible: se trata de una representación del patriota cubano que luchó en las guerras anticoloniales del siglo XIX. Es una imagen del mambí, cuya voz es convocada para expresar la desilusión general por el estado de cosas en la Cuba republicana.

“Dos voces en la sombra” es uno de los textos más intensamente patrióticos de Varona, al tiempo que una pintura muy precisa del sentimiento de frustración del país ante los resultados de la Guerra del 95. Aquí el hondo realismo del panorama trazado, así como la indomable gallardía con que el texto, a pesar de la desolación, sigue defendiendo los ideales libertarios.

Mirta Aguirre, el realismo socialista y un poema a Guevara

Mirta Aguirre Carreras (La Habana, 1912-1980).
Mirta Aguirre Carreras (La Habana, 1912-1980).

En la década del setenta, la destacada intelectual comunista cubana, Mirta Aguirre, publicó su celebrado poema “Canción antigua al Che Guevara”. Ella había recorrido una larga trayectoria política como militante del Partido Socialista Popular (comunista), en el marco del cual desempeñó diversas e importantes funciones. La Dra. Aguirre tenía ya en su haber algunos ensayos muy celebrados, e incluso un premio en México a un estudio suyo sobre Sor Juana Inés de la Cruz.

Hay que recordar que a ella, a pesar de su militancia comunista, se debe un texto (“Realismo, realismo socialista y la posición cubana”) que, si bien de manera algo difusa, sugería que ese realismo, así bautizado en la Unión Soviética por Máximo Gorki, no tenía mucho lugar en Cuba. Ese texto era parte de una ponencia al parecer presentada por ella en el nefasto I Congreso Nacional de Educación y Cultura de La Habana (1971). Incluía lo que se publicó después, separadamente, como un texto sobre las ideas estéticas de José Martí.

El hecho de que ambos textos hubieran formado parte de una única ponencia subraya más aún que su intención haya sido la de sustentar que Cuba debía seguir otros derroteros. Esto, desde luego, es especulación de mi parte. Pero me consta que unos dos años después de dicho Congreso, hacia 1973, un funcionario del Partido Comunista, Armando Méndez Vila, conminó a Mirta Aguirre y a Vicentina Antuña, entonces ambas profesoras de la Escuela de Letras y de Arte de la Universidad de La Habana, a entregar sus respectivos carnés del Partido Comunista, ya que se estimaba que habían perdido ambas sus condiciones como militantes.

Esto ocasionó una crisis en esa Escuela, en la que yo cursaba entonces mi licenciatura en Lenguas y Literaturas Clásicas. Toda la dirección, tanto administrativa como política e incluso sindical, fue sustituida por personas más “confiables”. Ambas intelectuales, según pude saber, apelaron al entonces presidente de Cuba, Osvaldo Dorticós Torrado, como ellas proveniente del Partido Socialista Popular. Fue una maniobra más de la cúpula castrista para tener poderes omnímodos en todos los ámbitos del país. Ambas profesoras conservaron sus militancias, pero fueron removidas de sus cargos de dirección.

Algo después Mirta Aguirre pasó a dirigir el Instituto de Literatura y Lingüística de la Academia de Ciencias, un lugar más bien recoleto y esencialmente apartado de los debates culturales. De modo que Mirta Aguirre, de probada trayectoria comunista, dejó de ser un poder real dentro de la vida cultural del país. En los años setenta publica su poema más celebrado, “Canción antigua al Che Guevara”. Recordemos aquí su texto:

Canción antigua al Che Guevara

Sans peur et sans reproche...

—¿Dónde estás, caballero Bayardo,
caballero sin miedo y sin tacha?
—En el viento, señora, en la racha
que aciclona la llama en que ardo.

—¿Dónde estás, caballero gallardo,
caballero sin tacha y sin miedo?
—En la flor que a mi vida concedo:
en el cardo, señora, en el cardo.

—¿Dónde estás, caballero seguro,
caballero del cierto destino?
—Con la espada aclarando camino
al futuro, señora, al futuro.

—¿Dónde estás, caballero el más puro,
caballero el mejor caballero?
—Encendiendo el hachón guerrillero
en lo oscuro, señora, en lo oscuro.

—¿Dónde estás, caballero el más fuerte,
caballero del alba encendida?
—En la sangre, en el polvo, en la herida,
en la muerte, señora, en la muerte.

—¿Dónde estás, caballero ya inerte,
caballero ya inmóvil y andante?
—En aquel que haga suyo mi guante
y mi suerte, señora, mi suerte.

—¿Dónde estás, caballero gallardo,
caballero entre tantos primero?
—Hecho saga en la muerte que muero:
hecho historia, señora, hecho historia.

Dos poemas: similitudes y diferencias

No se precisa ser un filólogo entrenado para percibir las evidentísimas similitudes ante este poema y el de Enrique José Varona. Mirta Aguirre empleó un solo metro, el decasílabo, de los dos que usó el gran polígrafo camagüeyano en el suyo. La estructura dialógica es la misma, sin embargo. En lo esencial, el texto en voz del Che resulta igualmente destinado a reafirmar los ideales libertarios que la autora considera encarnados en el político argentino.

Pero mientras el sujeto lírico de Varona dialoga con un mambí emblemático, una generalización de los patriotas cubanos anticoloniales, y su interlocutor encarna los ideales más altos del independentismo nacional, el sujeto lírico del poema de la Aguirre es un personaje histórico concreto, con una biografía y un anacrónico modo de pensar. Y en este sentido, usar como epígrafe (o mal llamado exergo) de su poema la frase que caracterizaba al famoso caballero Pierre Terrail de Bayard, parece cuando menos un despropósito. Para una luchadora comunista resulta poco coherente mirar al Che como una encarnación de los valores de la caballería francesa aristocrática de fines de la Edad Media e igualmente no parece una licencia poética adecuada al realismo que la doctora Aguirre defendió a capa y espada en los espacios culturales del castrismo.

Mientras el personaje abstracto de Varona puede encarnar los valores del independentismo cubano del siglo XIX sin la menor objeción, es muy difícil aceptar la misma unanimidad frente a una persona tan polémica como Guevara, conocido protagonista de los fusilamientos, muchos sin juicio previo alguno, en La Habana a principios del triunfo castrista. Asimismo, resulta muy difícil identificar la caballeresca y algo edulcorada imagen del interlocutor de la poeta en su “Canción antigua…” con el torpe, cuando no brutal acusador de los intelectuales cubanos como grupo no revolucionario. Que sea una voluntad subjetiva de la escritora verlo de ese modo, no cabe duda, pero que no es un retrato históricamente plausible, también es cierto.

Como el lamentable poema de Nicolás Guillén a Stalin, el texto de la Aguirre queda como proyección y propaganda ideológica cuidadosamente facturada. Demasiado cuidadosamente, me veo obligado a decir.

Ignorar lo imposible

Me niego a entrar aquí en consideraciones acerca de un posible plagio estructural y temático. No me interesa en absoluto un debate así, sin contar que los debates, sobre todo recientes, acerca de qué considerar como plagio, son tan abstrusos que prefiero no entrar en eso.

Examinaré ahora la cuestión que me parece de un carácter más grave y trascendental. ¿Es posible que Mirta Aguirre no haya leído el poema precedente de Enrique José Varona? De ser así, habría que señalar que entonces el conocimiento de esa autora sobre literatura cubana no era tan sólido.

Primero, Varona, como ya dije, era (y sigue siendo) una figura trascendente de la cultura cubana. Segundo, la propia antología de Esténger fue un libro conocido en su tiempo (y en el actual para los estudiosos de la literatura cubana). Hubiera sido muy sencillo que, en vez del muy cuestionable epígrafe alusivo al caballero Bayardo, Aguirre hubiese puesto una simple referencia, incluso el título de Varona simplemente, como epígrafe de su poema. No habría entonces ni la menor sospecha. PERO ella no podía hacer eso, porque hubiera sido un homenaje a la gran figura a la que el castrocomunismo había decidido borrar.

Recordemos que cuando Rafael Rojas quiso, muchos años después, revalorar el pensamiento de Varona sobre la independencia de Cuba e incluso señalar sus aciertos por encima de ciertas opiniones de José Martí, le tocó a Cintio Vitier, ya convertido en una especie de triste ideólogo de un castrismo abandonado por su tradicional protector soviético, la vergonzosa tarea de atacar con furia las ideas del entonces joven investigador.

Varona nunca tuvo ni la menor oportunidad en el marco del castrismo. Mirta Aguirre, con gesto en el fondo prepotente, prefirió ignorar lo imposible, es decir, la estatura del poema de Varona, y hacerse de la vista gorda en cuanto a la precedencia de “Dos voces en la sombra” por encima de “Canción antigua al Che Guevara”.

Toda la crítica cubana sobre el poema ha ignorado olímpicamente este hecho. E igualmente extraño es que Fina García Marruz, tan conocedora de la poesía cubana, incluso de la muy menor y circunstancial que Cintio y ella rescataron en su Flor oculta de poesía cubana, haya desconocido por completo el precedente del poema de Varona. En el mejor de los casos, habría que decir que todos, desde la Aguirre hasta la copiosa crítica que aplaudió su más famoso texto, desconocieron el mejor poema de una figura tan respetada e influyente en Cuba como Enrique José Varona.

Sea cual sea la interpretación que prefiramos, es lamentable y revela, una vez más, que la cultura cubana requiere de miradas más ahondadoras. Y, también, de médula más firme.

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1 Al respecto véase, por ejemplo, los estudios de Carlos Ripoll, y también mi libro José Martí: filosofía y nación.

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