Marie Curie, el camino irrenunciable de la ciencia

Marie Curie no sólo fue la primera mujer en ganar el Premio Nobel, fue también la primera persona en ganar ese premio en dos disciplinas diferentes.

| Referentes | Vidas | 09/09/2025
Marie Curie (Varsovia, 1867 - Passy, 1934), Premio Nobel de Física en 1903 y de Química en 1911.
Marie Curie (Varsovia, 1867 - Passy, 1934), Premio Nobel de Física en 1903 y de Química en 1911.

Cuando el saber era “cosa de hombres”

Maria Salomea Skłodowska, Marie, creció en una familia que valoraba la educación por encima de todo. Su padre era profesor de matemáticas y física, y su madre dirigía un prestigioso internado femenino. Sin embargo, en aquellos años de la segunda mitad del siglo XIX, las autoridades rusas que ocupaban Varsovia habían prohibido la enseñanza de la historia y la literatura polacas, las mujeres no podían acceder a la educación superior, y hasta el idioma de su país había sido sustituido por el ruso. Para estudiar, la joven Marie y su hermana mayor, Bronisława, tuvieron que sobreponerse al miedo y aprender a evadir las represalias. Con el apoyo de sus padres, se integraron a un movimiento clandestino de educación conocido como “la universidad flotante”, y fue allí que tomaron la radical decisión de dedicarse a las ciencias.

Por aquellos años, las políticas represivas del Imperio Ruso habían hecho estragos en la economía del país y la familia Skłodowska había perdido gran parte de su fortuna. De modo que las hermanas idearon un plan audaz para cumplir su sueño: escaparían a Francia, donde el saber no era ya “una cosa de hombres”, y se alternarían para trabajar y financiar mutuamente sus estudios. Marie trabajó como institutriz durante años, enviando sus ahorros a París para que su hermana estudiara, con la promesa de que luego sería su turno. Así Bronya se graduó como médico en la Sorbona.

El sueño por la ciencia y la humanidad

En 1891, a los 24 años, Marie finalmente llegó a París con una maleta, una silla plegable y el equivalente a 40 dólares actuales en su cartera. Se inscribió también en la Sorbona, y se instaló en una buhardilla del Barrio Latino donde las temperaturas invernales eran tan bajas que el agua se congelaba en la palangana. Sus compañeros la recordarían después como una estudiante de disciplina feroz. Sin recursos, se alimentaba casi exclusivamente de pan, mantequilla y té, y a veces se desmayaba en clase por el hambre, pero su dedicación dio frutos y en 1893 se licenció primera en su carrera de Física y segunda en Matemáticas.

En 1894, para terminar su segunda carrera universitaria, Marie necesitaba un espacio de laboratorio donde hacer su investigación sobre las propiedades magnéticas del acero. Un amigo le presentó a Pierre Curie, un prestigioso físico de 35 años que había elegido entregarse totalmente a su trabajo y no formar familia, convencido como estaba de que el matrimonio sería incompatible con su vocación. El primer encuentro entre ellos fue en un salón de té y, como era de esperarse, hablaron sólo de ciencias. Sin embargo, pocos días después Pierre le escribió una carta: “Sería hermoso, algo que no me atrevo a esperar, si pudiéramos pasar nuestras vidas juntos, hipnotizados por nuestros sueños: tu sueño por tu país, nuestro sueño por la humanidad, nuestro sueño por la ciencia”.

Se casaron el 26 de julio de 1895, y Marie usó un vestido azul marino sencillo y práctico que luego utilizaría como bata de laboratorio. Pasaron su luna de miel recorriendo Francia en bicicleta y discutiendo las teorías más recientes de la física.

Como linternas de hadas

Marie y Pierre Curie en su laboratorio.
Marie y Pierre Curie en su laboratorio.

Para su tesis doctoral, Marie decidió investigar los misteriosos “rayos de Becquerel”, una radiación emitida por el uranio que había sido descubierta poco antes. Trabajando en un cobertizo convertido en laboratorio, en condiciones que hoy se considerarían inhumanas, Marie hizo un descubrimiento esencial: la radiación no dependía de la forma molecular de los compuestos de uranio, sino del átomo mismo. Esta idea echaba por tierra la hipótesis de que el átomo era indivisible.

Pero su hallazgo más extraordinario resultó de analizar la pecblenda, un mineral de uranio que emitía más radiación que el uranio puro. Marie intuyó que ese exceso de radiación se debía a que el mineral contenía otros elementos desconocidos. Para comprobarlo, en los próximos meses Pierre y ella procesaron toneladas de pecblenda en su modesto laboratorio, removiendo calderos humeantes con barras de hierro casi tan altas como ella misma. Marie recordaría cómo a veces, en las noches, se quedaba mirando el brillo azul del material refinado: “Los tubos de ensayo y las cápsulas donde guardábamos nuestros productos brillaban con una luz muy tenue, como linternas de hadas”, anotó en su diario.

Era el mes de julio de 1898, y los Curie habían descubierto un nuevo elemento químico, que Marie bautizó con el nombre de polonio, en homenaje a su patria. Unos meses más tarde, en diciembre, descubrieron un segundo elemento, el radio, e inventaron la palabra radiactividad.

Los prejuicio y el Premio Nobel

Marie Curie en la Conferencia Solvay sobre Mecánica Cuántica, en Bruselas, 1927.
Marie Curie en la Conferencia Solvay sobre Mecánica Cuántica, en Bruselas, 1927.

Pero el reconocimiento no le llegó fácil a Marie. En 1902, cuando se propuso a los Curie para el Premio Nobel de Física, junto con Henri Becquerel, la Academia Sueca consideró sólo a los hombres. Pierre amenazó con rechazar el premio si no se reconocía a esposa: “Marie Curie ha determinado los pesos atómicos del radio y del polonio”, escribió en una carta a la Academia: “El aislamiento del radio puro se debe únicamente a ella”.

Aun así, cuando llegó el momento de dar conferencias sobre sus descubrimientos, se esperaba que sólo él hablara. Las revistas científicas se referían a ella como “la esposa del profesor Curie” o simplemente la ignoraban. Marie fue la primera mujer en recibir un Premio Nobel.

Tragedia y renacimiento

En 1906 la vida de Marie Curie cambió para siempre. Pierre, debilitado por la exposición a la radiación, se distrajo en la calle y fue atropellado por un carruaje. La muerte de su esposo amenazaba terminar con la suya propia: “Pierre duerme su último sueño bajo la tierra; es el final de todo, de todo”, escribió en su diario, segura de que sin su apoyo sería relegada en el machista mundo de la ciencia.

Sin embargo, la Universidad de París le ofreció ocupar la cátedra de Pierre, convirtiéndola en la primera mujer profesora en los 650 años de historia de la Sorbona. Su conferencia inicial fue histórica: más de 200 personas llenaron el anfiteatro, esperando ver cómo se las arreglaría la viuda. Marie simplemente continuó la lección donde Pierre la había dejado.

En 1911 Marie ganó su segundo Nobel, esta vez en Química, por el descubrimiento del radio y el polonio. Se convirtió así en la primera persona en ganar ese premio en dos disciplinas diferentes, un récord que mantiene hasta hoy junto con Linus Pauling.

Pero ese mismo año enfrentó uno de sus mayores escándalos, cuando se hizo pública su relación con Paul Langevin, un hombre casado y antiguo discípulo de Pierre. La prensa francesa la atacó sin piedad y la turba enardecida se reunió frente a su puerta: “¡Abajo el extranjero! ¡Abajo el destructor de la casa!”, gritaban.

Einstein, uno de los pocos que se atrevieron a defenderla públicamente, le escribió: “Si la chusma sigue ocupándose de ti, simplemente deja de leer sus tonterías. Déjalas para las víboras para las que han sido fabricadas”.

El legado de Marie Curie

Marie Curie (derecha) y su hija Irène enseñaron a otras mujeres a usar sus equipos de rayos X durante la Primera Guerra Mundial.
Marie Curie (derecha) y su hija Irène enseñaron a otras mujeres a usar sus equipos de rayos X durante la Primera Guerra Mundial.

Marie crió a sus dos hijas, Irène y Ève, inculcándoles tanto el amor por la ciencia como la importancia de la independencia femenina. Irène siguió los pasos de su madre, estudió física y también, junto a su esposo, ganó el Premio Nobel de Química en 1935.

Durante la Primera Guerra Mundial, Marie e Irène fabricaron unidades móviles de rayos X y las llevaron ellas mismas en un camión hasta el frente de batalla. Aquellos aparatos, conocidos popularmente como “petites Curies”, salvaron miles de vidas y cambiaron para siempre la medicina de guerra.

Su perseverancia ante la discriminación, la pobreza y la tragedia personal hicieron de ella más que una científica brillante: fue y sigue siendo un referente para todas las mujeres de ciencia. Cuando sus colegas masculinos cuestionaron su capacidad y su inteligencia, Marie trabajó el doble de duro que ellos para obtener el mismo reconocimiento, y equilibró la maternidad con una carrera científica muy exigente. “No hay que temer a nada en la vida ―decía―, sólo hay que entender. Ahora es el momento de entender más, para que mañana podamos temer menos”.

Marie Curie murió en 1934, víctima de anemia aplásica, una enfermedad causada por su larga exposición a la radiación. Sus cuadernos de laboratorio siguen siendo radiactivos y se guardan en cajas forradas de plomo en la Biblioteca Nacional de Francia.

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