Preludio para evitar, o quién sabe causar, (con)fusiones…y algunas pinceladas sobre “imágenes de control”
"Esta columna —dice la autora— se trata de un lugar de interpelación y de diálogo feminista, con todo lo que ello implica".
People, caballero, seguimores, club de fans que, por ventura, tendrán ocasión de leerme: Déjenme comenzar contando que, cuando recibí la noticia de que había sido agraciada con esta columna, unos días después —poquísimos la verdad— de haber hecho un post en tierras twitterianas y feisbuqueras, en el que sin muchas pretensiones dije que “mi sueño era tener una columna fija en un medio”, no pude evitar recordar una frase que desde pequeña mi madre me repetía hasta el cansancio “mira que tú tienes suerte muchacha”.
Yo sé que mi madre tenía la mejor de las intenciones, queriendo que yo interiorizara que tenía un don especial, complicidad del universo o vaya usted a saber. Y no digo que eso no sea posible. No obstante, hay un lado peligroso en ese tipo de sentencias, sobre todo si las colocamos al lado de todos los regímenes de dominación como el sexismo, cis-sexismo, clasismo, racismo y todos los ismos que nos inoculan hasta los tuétanos. Algunas de esos discursos que bebemos junto con la leche “humana” —no, no es apenas “leche materna” porque un hombre trans también puede amamantar, calma ahí people que en breve yo llego a esa discusión en algún texto venidero— acaban convenciéndonos de que algunes no somos lo suficientemente capaces y que, cualquier logro que conquistemos, será fruto del azar, de las predicciones del horóscopo o del copón divino.
Una pila de discursos de poder que acaban minando la autoestima, la autoconfianza de las mujeres, de la gente negra, empobrecida, LGBTQIA+, con diversidad funcional y por ahí vamos. Por otro lado, ese tipo de narrativas oculta y escamotea el hecho de que no basta nuestra autoconfianza, tienen que existir las condiciones materiales que viabilicen nuestros sueños, léase: dinero que pague nuestro trabajo, acceso a la educación gratuita y de calidad, infraestructuras, en fin, un sinfín de soportes que las políticas públicas deberían garantizar en igualdad de condiciones para que consigamos soñar.
Y es precisamente de ese tipo de narrativas y de otras cositas más que quiero escribir en esta columna. Ya voy avisando que se trata de un lugar de interpelación y de diálogo feminista, con todo lo que ello implica. Con toda intención no voy a colocar ningún adjetivo a ese signo —feminista— que es un posicionamiento ético y político.
No voy a hacerlo porque después de tantos años acumulando ideas y prácticas políticas, habitando tantos espacios de lucha y de disputa, no tengo cómo pensar el feminismo sino como un lugar intersticial, un rizoma (en el sentido que Deleuze y Guatarri apuntaron) que conecta múltiples asuntos en los que nos va la vida a todes quienes hemos sido marginalizados por los regímenes de dominación de la modernidad occidental eurocéntrica. Y ese todes no solo incluye a humanos, sino inclusive a animales, ríos, mares, plantas, devastados también por las lógicas de esa maquinaria colonial moderna aún en curso.
Es por ello que mi principal apuesta en esta columna será escribir sobre género, lo que inevitablemente implica escribir también sobre sexualidad, racismo, especismo, capacitismo, no monogamia (que no es lo mismo que poliamor, pero eso lleva un texto aparte para argumentar por qué no son sinónimos), blanquitud, teoría feminista, decolonialidad, todo eso junto, mezclado y de forma accesible, que no significa renunciar al rigor conceptual. Otro aviso: accesibilidad del conocimiento no es echar por el tragante siglos de legado teórico, hasta porque si somos consecuente con un entendimiento dialéctico, práctica y teoría andan de manos dadas. El resto es discurso de influencer de las redes sociales y no es a eso a lo que vinimos. Vinimos a seguir soñando juntes con una revolución feminista, vinimos aquí a seguir haciéndola posible, aunque sea en pequeñas dosis diarias.
Y es por ello que vuelvo al punto de partida y, de paso, dejo otro aviso: no esperen docilidad ni reverencia, no esperen una deconstrucción gourmet o suave de las violencias estructurales que nos masacran. Esa expectativa no es otra cosa que el sustrato ideológico del racismo y del sexismo. Fue cuando leí a Patricia Hill Collins, socióloga y feminista negra estadounidense, que logré entender lo que significa esa expectativa de docilidad y servilismo que muchas veces se nos coloca a nosotras, mujeres negras. Y cuando no cumplimos con esa expectativa pues entonces nos encasillan en el rótulo de “agresivas”. A esa expectativa de servilismo, docilidad de mujeres negras, Collins las denominó “imágenes de control”, por tratarse de narrativas y mecanismos ideológicos que intentan controlarnos, que procuran manipularnos con aquello de que “calladita te ves más bonita”.
Y aunque parezca que no, me atrevo a decir que las imágenes de control, una construcción ideológica racista, tienen mucho que ver con ese tipo de narrativas que también afirman que conquistar nuestros sueños es cuestión de suerte, de alguna dádiva o un favor que alguien tuvo a bien hacernos. Y no es así camaradas. Dejo aquí entonces, algunas pinceladas sobre ese concepto ampliamente trabajado por Patricia Hill Collins en su libro “Black Feminist Thought: Knowledge, Consciouness and the Politics of Empowerment”[1].
Al referimos a las imágenes de control abordadas por Collins, subrayo que las mismas aluden a una construcción simbólica acerca de mujeres negras, que es continuamente accionada para mantener situaciones de desigualdad e injusticia social.
La dura de Patricia tuvo a bien distinguir que “imágenes de control” no es un concepto equiparable a estereotipos, porque estos últimos existen para todos los grupos humanos, pero ni siempre implican condiciones de dominación y opresión como en el caso de las imágenes de control. Una primera pista para dilucidar este concepto es comprenderlo como parte de un engranaje de dominación que instaura disímiles situaciones de opresión y desigualdad social. Imágenes de control implican símbolos que, entre otras cosas, restringen la autonomía y promueven la objetificación de mujeres negras, teniendo como base el racismo y sexismo.
Es por ello que tales imágenes se encuentran muchas veces insertadas en políticas y prácticas institucionales, imponiendo barreras a mujeres negras e instigando su precarización económica, por ejemplo, obstaculizando su ascensión social, de ahí el apelativo “control” que se traduce en un impedimento, un efecto de acorralarnos en una especie de callejón sin salida. Así, al referimos a las imágenes de control abordadas por Collins, subrayo que las mismas aluden a una construcción simbólica acerca de mujeres negras, que es continuamente accionada para mantener situaciones de desigualdad e injusticia social.
Otro punto de ese debate es que tales imágenes nos son impuestas, de manera que es como si no pudiéramos existir fuera de esos patrones, o como si para tener reconocimiento y legitimidad, debiéramos responder a ellos, caso contrario seremos cuestionadas en nuestra condición personal, ocultando así que se trata de mecanismos racistas y sexistas de carácter estructural.
Dicho esto, me voy a referir a una de las imágenes de control descritas por Collins, y que ella designa como la “mammy”, un término que corresponde a un lenguaje coloquial del inglés. En su traducción para el español podría ser “mamita”. Perciban el tono de infantilización que tal calificativo implica. La “mammy” tiene sus raíces en el período de esclavización de mujeres negras y contempla a todas aquellas narrativas que tienen como fin justificar la explotación económica de su fuerza de trabajo. Abunda la filmografía que retrata a las mujeres negras no solo como restrictas al trabajo doméstico —piensen en cuántas actrices negras, por ejemplo, vieron su carrera profesional circunscrita a estos papeles— sino, además, caracterizadas como fieles y dóciles servidoras de familias blancas.
Este tipo de imagen viene acompañada de otro ingrediente: la anulación de la sexualidad de mujeres negras en contraste con este servilismo. En este tipo de caracterización que resulta en una caricatura, la mujer negra es vista como aquella que no tiene un proyecto de vida, no tiene autonomía sexual, de ahí que su vida gire en torno a “la dedicación exclusiva y desmedida” hacia las familias blancas, siendo esa la meta última de su vida. Tal imagen, promovida en el contexto colonial, tenía como objetivo justificar y romantizar la sujeción de las mujeres negras al trabajo doméstico y su consecuente explotación económica. No obstante, como sabemos que la colonización y las lógicas de clasificación social que ella impuso no acabaron, tales imágenes reverberan en la actualidad en el modo como las mujeres negras son retratadas en los medios de comunicación y en la manera como son tratadas en diversos espacios institucionales.
Una invitación importante es pensar, ¿de qué modo la imagen de la “mammy” está presente en el modo en que las mujeres negras son tratadas como parte de la clase trabajadora?; ¿qué condiciones de trabajo les son ofrecidas?, ¿qué actitudes se espera de ellas? Inclusive cuando se ofrecen “espacios de representatividad” a mujeres negras” sin que ello implique remuneración justa de su trabajo, o cuando se ofrecen estos espacios de representatividad como una dádiva o un favor, esperando que nos sintamos afortunadas o “con un golpe de suerte” al acceder a tales espacios ¿no se trataría, este tipo de prácticas de una reproducción de esta imagen de control?
[1] Este libro también puede consultarse en la versión traducida para el portugués “Pensamento Feminista Negro: conhecimento, consciência e a política do empoderamento”, publicado en 2019 por la Editora “Boitempo” de Brasil, una de las más importantes de América Latina. No conozco ninguna traducción al español del libro, apenas de algunos capítulos.
Yarlenis M. Malfrán
Psicóloga por la Universidad de Oriente, Cuba. Máster en Intervención Comunitaria (CENESEX). Doctora en Ciencias Humanas (Universidad Federal de Santa Catarina). Investigadora de Post Doctorado vinculada a la Universidad de São Paulo, Brasil. Feminista, con experiencia en varias organizaciones y movimientos sociales.
Responder